Félix de Azúa
Me ha emocionado la escena. Me he sentido conmovido por esos dos emigrantes perfectamente integrados en la sociedad catalana, que se funden en un solo cuerpo y muestran su íntima solidaridad.
Veinte horas antes, me había yo temido lo peor. Cuando el camerunés se encaró con los chicos de la prensa y lanzó aquello de "si tiene cojones, que me lo diga a la cara", creí estar viendo una película de Robert de Niro sobre jugadores de baloncesto, aprendices de pistolero o pequeños traficantes; en fin, la panoplia de los héroes actuales. Y pensé: en la próxima escena, un desgraciado accidente lo va a dejar sin rodilla. O bien: va a sufrir un insólito secuestro y no podrá llegar a la final. O bien: la policía va a pillarle con una menor y no jugará nunca más.
Nada de eso ha sucedido. El desafío del inmigrante ha sido debatido, seguramente, por las dos poderosas familias y han decidido echar tierra sobre el asunto en lugar de echarla sobre el inmigrante. Por esta vez, pase, parecen haber pactado. Que se abracen. El guardaespaldas ha dado la orden de que se abracen. La prensa ha sido convocada. Los inmigrantes se han abrazado.
Sin embargo, no creo yo que esto se repita. La primera vez pilla a los padrinos por sorpresa y deben reaccionar al instante sin calcular las consecuencias. Ahora ya deben de estar cavilando qué hacer con el próximo inmigrante que se les suba a las barbas.
Porque una cosa es el escándalo en espacios tan iluminados como los estadios de béisbol, y otra muy distinta que la insurgencia tenga lugar en oscuros rincones del barrio viejo barcelonés, en los alpendres agropecuarios de Lérida, en campamentos clandestinos de las montañas de Gerona, en el reseco almendral tarraconense. Allí la insurgencia se paga muy cara. Allí si alguno de estos cameruneses o brasileños comete la imprudencia de gritar "si tiene cojones que me lo diga a la cara", se ha buscado la vida. Porque, en efecto, tiene cojones. Y se lo dice a la cara. O a la espalda, da lo mismo, porque a partir de ese momento el insurgente ya no tiene ni cara ni espalda.