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LA MALDITA DGT

En su presunto celo por reducir los accidentes, la Dirección General de Tráfico ha pasado de ser un organismo benefactor a una suerte de temible comisaría donde las graves conminaciones y avisos de crueles torturas se han convertido en el principal contenido de su lenguaje.

La publicidad de esta Dirección General hace entender que la máxima preocupación del gobierno no consiste tanto en reducir las víctimas de la carretera como mejorar las estadísticas oficiales puesto que en el aparatoso paroxismo de sus advertencias se trasluce menos el interés humano que la eficiencia policial y electorera.

Pero, por si faltaba poco, ahora sale en la televisión un par de individuos de incalificable catadura, que abroncan al espectador desde el fondo de una profunda mazmorra y en presumible actitud de capitanear una banda de forajidos que terminarán con nosotros de no atarnos enseguida el cinturón o rebajar de inmediato la velocidad del coche.

Nunca una idea con propósitos humanitarios presentó una imagen tan adversa. El mal humor, el agrio carácter, la angustiosa presencia de la DGT en textos e imágenes ha creado una directa asociación entre muerte y viaje, entre el automóvil y el horror. ¿Es esto lo que se pretendía? ¿Propagar sensaciones tenebrosas, sentimientos de culpabilidad, miedo al volante y al viaje? Probablemente no. Pero cuando falta imaginación e inteligencia triunfa la rudeza, el griterío y el garrotazo.

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14 de marzo de 2007
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Aguantar, resistir

La autobiografía puede ser una celebración del sí mismo o un repaso de las cuentas pendientes que tenemos con el mundo. Pero la memoria exige algo de ternura con el niño en cuyo lugar empezamos a ser. Mejor entonces hablar de “él”, esa figura cuyo “yo” no podemos pronunciar sin la duda de estarnos apropiando de lo que no nos pertenece.

La biografía intelectual de André Glucksmann (Una rabieta infantil, Taurus, 2007) coincide con la historia de las iracundas epifanías del Mal. La matanza de la primera guerra, la devastación de la segunda, los campos nazis de exterminio, la ciencia soviética de la aniquilación, la Bomba en Hiroshima, sus aprendices regionales con machetes, fusiles y dinamita en Bosnia, Ruanda, Chechenia…

Estos capítulos que no agotan el horror del siglo XX, lo elevan a la categoría de espanto todos aquellos adocenados y cómplices entusiastas que participan en la orgía de la destrucción… negando su existencia.

Entonces el niño judío Glucksmann en la Francia ocupada atisba por la rendija de su escondite y contempla la valentía de los escasos pero conmovedores héroes de la Resistencia. No son figuras de la épica nacionalista lo que recuerda haber admirado sino a hombres y mujeres de carne y hueso enfrentándose al bestial infortunio que los verdugos y ciudadanos "inocentes" hicieron posible.

Resistir el poderío de las doctrinas elaboradas para camuflar el significado de la barbarie se convierte desde entonces en un hábito. El filósofo, como miembro de la Resistencia, en el reducto que lo humano espantado de sí mismo ha sabido rescatar, lo comprende: cuanto más poderosa es la seducción que ejercen las ideologías del brutal y criminal dominio, más terrible será la decepcionada fatiga del disidente solitario. Más no importa. Para no capitular será necesario que el descalabro sea bien comprendido y asumido.

“Una dictadura demoníaca administra implacablemente la totalidad de la desgracia”. A eso es a lo que todavía nos enfrentamos.

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13 de marzo de 2007
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II. FANTASÍA PLANA

            Elefantes voladores, venaditos huérfanos, princesas postergadas. Disney despojó de sus atributos humanos a todas las criaturas que poblaban los bosques y los mundos oscuros de los grandes fabulistas, como los hermanos Grimm y Perrault, para dejarlas literalmente en una sola dimensión plana, la de las historietas y los dibujos animados, cambiando así imaginación por fantasía al adoptarlos, y adaptarlos. Las brujas de las sagas eran verdaderas, no sólo por la nariz ganchuda y por la escoba, sino porque encerraban en calabozos a sus víctimas para engordarlas, y luego devorarlas. Y antes de que pudiera cerrarse una historia afirmando que la princesa había vivido feliz por el resto de sus días en brazos del príncipe de lejanas tierras, había pasado antes por todas las pruebas de la maldad sin afeites ni disfraces. El espejo donde se miraba cada día la madrastra de Blancanieves para preguntar quién era la más bella, era un espejo infernal. Bambi es huérfano porque su madre ha sido asesinada.

            Pero ya les diré porque hablo de Walt Disney, uno de los íconos de la cultura moderna de los Estados Unidos, y como consecuencia, uno de los íconos de la cultura global contemporánea.

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13 de marzo de 2007
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CANSANCIO

Un estado demasiado actual y común de lo social es el cansancio. Prácticamente todo el mundo se encuentra cansado o se declara exhausto. Sin importar la edad e incluso la clase social los trabajos distintos y las obligaciones incomparables, el cansancio impregna a la masa social como un pesado carácter del tiempo y sin que, además, la causa pueda atribuirse a una faena desaforada o a un exceso de autoauscultación. Bajo una u otra explicación, la fatiga se alza como la estampa general y como la forma universal de la queja.

Ni una bandera, ni una utopía. El ideal contemporáneo se concreta en descansar y la constelación de sus modelos adyacentes, desde el no hacer nada al yoga, desde la calma absoluta a la dejación, el relax o la indolencia. Marcharse lejos a descansar se ha hecho sinónimo del adiós a todo esto porque “esto” se ha vuelto sinónimo de la condena al agotamiento.

¿Nos agota el trabajo, la familia, el transporte y sólo hallamos reposo tras la fuga? Más o menos se vive tácitamente en esta fe. El sistema nos quita vida mediante la succión de fuerzas y sólo el no hacer, no estar aquí, no vivir en la implicación común, consigue devolvernos fuerzas.

Muy lejos de que el trabajo contribuya poderosamente a constituirnos la identidad, como antes se creía, el trabajo funciona hoy con un efecto de demolición. Nos muelen en el empleo, nos sacan el jugo, nos agotan. El ego huye para identificarse hacia un espacio ajeno al presente mundo laboral, hacia otros mundos exóticos accesibles mediante el low cost, la segunda residencia en Torrevieja o los sueños del bricolaje. Irse de aquí, de esta factoría de estrés, se ha convertido en el deseo de millones. Representa el gran deseo de la sociedad sobre ella misma: deshacerse de su contenido como forma de acabar con su fastidio.

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13 de marzo de 2007
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¿La Generación Perdida?

Ah, nada me gustaría más que hablar de Héroes. Pero la vida sigue saliendo al paso, haciéndome danzar la mazurca de su predilección.

En el año 2000, cuando fui a Israel y a Palestina para escribir un artículo sobre la segunda Intifada (que de seguir así, se convertirá en la Intifada-de-Nunca-Acabar), tuve la sensación de que el asunto se iba a poner negro para las nuevas generaciones de palestinos. Todos los niños que conocí tenían al menos un compañero de escuela muerto a causa de la violencia. Todos los maestros con los que hablé me mostraban dibujos infantiles en los que las casas eran bombardeadas, los soldados israelíes enormes y los padres pequeñitos. (¿Qué secreta conmoción ocurre en el alma de una criatura cuando comprende que su padre, por mucho que lo ame, no puede protegerlo?) No hacía falta ser muy sagaz para comprender que de seguir así, esto es hacinados dentro de fronteras infranqueables, sin trabajo y sin perspectivas de futuro, los niños y jóvenes palestinos no iban a tener más opción que la violencia. Hasta fines del siglo pasado, con sus más y sus menos, era habitual que los palestinos tuviesen relación o cuanto menos contacto con algún israelí, por más fugaz o episódico que fuese; hoy en día, en cambio, los únicos israelíes que los chicos conocen son los soldados o los habitantes de los asentamientos, que también están armados. Estos jovencitos viven en una suerte de campo de concentración que coincide con las fronteras transitorias de su país, sin posibilidades de desarrollarse, fundar una familia en paz y ser felices, ¿cómo pretender que no vean a esos soldados como enemigos, cómo no entender que abracen la agresión como única catarsis a mano, cómo evitar que entiendan la violencia como el último recurso de su dignidad?

Ayer por la mañana me encontré con un artículo en el New York Times, titulado: “Años de lucha y esperanza perdida hieren a los jóvenes palestinos”. La foto que abre el reportaje es estremecedora aunque ya parezca familiar: en primer plano un adolescente, haciendo girar la clásica honda que David empleó para derribar al gigante, y detrás suyo las llamas de los neumáticos incendiados y una densa humareda negra que oculta lo que debería ser el horizonte. Según el artículo de Steven Erlanger, son los propios padres los que han comenzado a llamar a sus hijos La Generación Perdida. Espero que sea un error sincero del cronista, porque no creo que darlos por perdidos ayude mucho a que estos jóvenes y niños recuperen la autoestima. Pero de todas formas es fácil comprender la angustia de los mayores. A nadie le gustaría vivir a diario entre el miedo a que sus hijos sean blanco de un misil y el miedo a que decidan inmolarse como bombas humanas.

Según Erlanger, casi el 60 por ciento de los palestinos tienen menos de 30 años. En Gaza el porcentaje crece aún más, en este caso se trata del 76 por ciento. Y entre ellos, la inmensa mayoría cree que durante los próximos cinco a diez años la situación con Israel empeorará. Y eso que la encuesta todavía no incluye a los más pequeños. En el campo de refugiados de Nuseirat, en Gaza, el matrimonio de Najwa y Taher-el-Assar no sienten otra cosa que pánico ante las perspectivas de sus hijos Mustafa, de seis, y Ahmed, de cinco. Según cuenta Najwa al cronista, sus hijos “ya no son más niños”. Después de ver las noticias del bombardeo de una playa que acabó con la vida de una familia, Mustafá le dijo a su madre que quería ser gordo, “así me puedo poner un cinturón suicida y los israelíes no se dan cuenta”. Para unas festividades recientes, ambos niños pidieron de regalo versiones de juguete de Kalashnikovs y Uzis. “Normalmente la gente está feliz cuando llega un bebé, pero cuando parí a mi bebita Salma pensé: ‘Oh, Dios, un tercer niño en esta vida…,’” dijo Najwa al New York Times. “Todo el tiempo me pregunto, ‘¿qué pasaría si…?’ ¿Que pasaría si un misil cayese sobre mi casa? ¿Qué pasaría si los israelíes tienen otro ‘accidente’, como el de la playa de Gaza? ¿Qué pasaría si al llegar Mustafa a los 19 se ve atraido por un grupo de militantes y me entero por TV de que se voló a sí mismo en Israel? ¡…Uno se pone tan nervioso que quiere gritar!”

Khader Fayyad, 46, conductor de una de las ambulancias de la Cruz Roja Palestina (Red Crescent), dice que la de estos jóvenes es “la generación destruida”. “Nadie se interesa por ellos salvo para reclutarlos,” sostiene. Y aunque tiene un hijo de 16, Ayman, que insiste en que los judíos deben “volver a los sitios de los que vinieron, Europa, Rusia, América”, Fayyad no pierde del todo las esperanzas: cree que se trata de una generación todavía inmadura. “Uno puede influenciarlos mediante soluciones realistas”, dice. “Si produjésemos un acuerdo entre los dos estados, créanme, saldrían a bailar en las calles. Pero si nada cambia, estarán perdidos –para todos nosotros”.

Para salvarlos, hay que dejar de agredirlos. Para evitar que se radicalicen, hay que abrirles caminos de realización. Nada bueno puede salir de una vida hundida en la humillación. Y como suele ocurrir en las disputas que se presentan como insolubles, el único que está en condiciones de resolver el mal de fondo es el más fuerte; aquel que pudiendo aniquilar físicamente al adversario, decide por gracia propia dejar que se ponga de pie y recupere su dignidad.

Necesitamos héroes. De verdad. Con urgencia.

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13 de marzo de 2007
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PLAZA DE COLÓN

Nunca fue una plaza simpática para mí. No acertaron con esas piedras, creo que eran de Guayasamín porque no aceptaron la propuesta de Oteiza, con las fuentes del sótano, ni con el teatro estilo mal gusto burgués. Los pasos subterráneos son impracticables y sucios, el Botero para quién lo quiera. En fin una plaza para pasar deprisa. Para ir a la Biblioteca Nacional o para recordar a los Beatles que se alojaron en esa plaza cuando no era plaza, cuando allí estaba la Casa de la Moneda. Cuando en una calle hoy demediada ya estaba el mejor sitio de jazz que conoció la ciudad, el “Whiskie Jazz”, el feudo madrileño de Tete Montoliú o de Lou Bennet, el bar donde nos empezó a acompañar esa música tan libre, tan sin ira…aunque algunas veces se toque con furia interior.

Unas músicas, el pop o el jazz, que nada tenían que ver con las que sufrimos -en televisión, por supuesto- al ver ese desfile de despropósitos españolistas, de ficciones nacionalistas de una nación que parecía rescatada de los restos del franquismo. ¡Qué horror estético! Y qué desprecio ético por los manipuladores y por los manipulados, que ya son  mayorcitos. Ya reflexioné hace semanas sobre la apropiación de la bandera y del himno que viene esa derecha, esa España que parece sacada de un baúl de malos recuerdos. No quiero repetirme. Pero esa mezcla de la plaza de Colón, de la multitudinaria marcha de las mentiras, de músicas “progre cursis” -“Libertad sin ira”-, de músicas cañís- “Y viva España”- o de músicas que usan como amenazas, el llamado himno español. Les faltó el “Cara el sol”, pero muchos lo cantan en la intimidad. Y algunos en las traseras de la manifestación. Me lo contaron quienes lo escucharon.

¿Dan miedo? No, pero preocupan. Esas formas, esos gestos, esas poses unidas a sus manipulaciones, a sus deseos de poder y a sus olvidos voluntarios de las víctimas, lo que provocan no es miedo, es rechazo desde la razón. Hay otro país. Hay otra España que no es así. Que así no canta, que ni así manipula ni así se deja manipular.

La plaza de Colón, ¡ay!, con esa bandera que parece exportada de la plaza de Armas de México, con un tamaño que tiene forma de agresión, de imposición. Ni esa enorme bandera, ni las banderas ondeadas en algunas manos, son las banderas de la mayoría de los que todavía nos sentimos españoles. No tenemos que sacar España, que es un lío pero es nuestro lío, en procesión. Ni con esos símbolos, ni con esos cantos.

Hace años se reunían en la plaza de Oriente. Pasó el tiempo y esa plaza, monárquica y liberal -se la inventó José Bonaparte- es de todos los ciudadanos. Lo mismo le deseo a esa otra plaza, que pase el tiempo, que se libre de sus secuestradores y que se ponga más libre, más guapa. Más jazz, menos himnos.

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12 de marzo de 2007
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I. IMAGINACIÓN Y FANTASÍA

Siempre me ha interesado establecer esa diferencia fundamental que hay entre imaginación y fantasía. La imaginación es el aura que emana de la realidad, o la realidad sólida transformada en estado gaseoso, vista como una consecuencia de lo singular, que es muchas veces terrible. Los monstruos mitológicos son hijos de la imaginación, pero no de la imaginación inocente, sino de la engendrada en la culpa y del pecado. Deben cargar con sus deformidades como un castigo divino, y ser ocultados de los ojos inoportunos de los curiosos que se regodean con el mal ajeno. Por eso fue escondido en las profundidades de un laberinto subterráneo el minotauro, porque era hijo del adulterio, y no un adulterio cualquiera. Recuerden que su nacimiento fue la consecuencia de los rijos de un toro celestial, incitado por los dioses para que se ayuntara con la reina Pasifae, esposa del rey Minos de Creta. Lo que se dice unos cuernos de verdad.

Por el contrario, la fantasía es hija de la inocencia simplona, neutra y color de rosa, sin orígenes terribles ni consecuencias capaces de crear el dolor como estigma, y sus criaturas no amenazan ni avergüenzan a nadie, digamos los elefantes voladores de Walt Disney. Lo dejo para mañana.

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12 de marzo de 2007
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EL FONDO

Así como no hay cuadro importante sin buen fondo, no hay experiencia feliz sin horizonte benéfico.

La creciente pretensión de nuestro tiempo, supuestamente supervitalista, de succionar el instante sin cuidado del porvenir, de exprimir el presente hasta las heces sin atenerse a su subsiguiente olor, no es más que un idealismo sobre la existencia animal que respira sin proyecto.

Todos los seres humanos son, sin embargo, proyectivos por naturaleza y todo momento de dicha humana se relaciona con un presagio para después, por leve o tácito que sea.

No importa si el más allá metafísico ha desaparecido, el metainstante se necesita para dar valor al instante. El gozo del ahora se infla con el aura de su futuro y no hay experiencia que se extinga en su cerco porque de ningún modo somos capaces, en cuanto seres con muerte conciente, de imaginarnos –reactivamente- sin término.

La profundidad temporal que conlleva cualquier vida humana es igual a la profundidad que requiere el cuadro. Sin fondo no se anima el interés de la superficie y la superficie sólo reluce en cuanto trascendencia del recinto o la clausura.

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12 de marzo de 2007
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LA PELEA

Hoy, lo que hay que leer es la columna del periodista y reportero Andrés Oppenheimer. La publica El Nuevo Herald en Miami, pero sale también en unos cuarenta diarios de ambas Américas. Es la opinión escrita más visible a lo largo del continente en el momento de la doble gira, la de Bush y de Chávez, por las Américas. Por el momento, dice Oppenheimer “leve ventaja para el presidente venezolano”. Pero se trata de boxeo. El colapso de uno de los dos combatientes se puede producir en cualquier momento.

Como siempre, se verifica una verdad permanente: “los gringos son potentes y torpes”. La publicación del informe sobre los derechos humanos hace parte de la crónica diaria de los errores de Washington. América Latina no le pide tanta plata como respeto, consideración, renuncia a la horrible visión del propietario sobre lo que llama su “patio trasero”. Habría mucho que escribir sobre Chávez, sus kilos de sobra en un país donde falta ahora la comida. Es un personaje que camina hacia una mezcla de desafío, de violencia verbal y de impotencia que roza el ridículo. Se hicieron un montón de bromas sobre Bush, vestido de piloto y apoyándose en la lema “misión cumplida” después de la última guerra del golfo. Chávez va por este camino. Cada día cumple menos y habla más con un frenesí sospechoso: es el jefe único para todo en su país, pero quiere mantenerse en un discurso de denuncia del otro bando aunque éste ya desapareció.

Los más sabios son los latinos que pusieron la misma valoración a las figuras de Bush y de Chávez en la encuesta del último Latinobarómetro. Pero los sabios no tienen las recetas para detener a las guerras. No vamos a la guerra como tal pero ya estamos en lo que Chávez llama “un conflicto de baja intensidad”: un enfrentamiento mediático. El continente se aleja de las realidades para vivir en el mundo de las retóricas. Todo es igual, pero huele mucho peor.

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12 de marzo de 2007
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De artistas y de héroes

Tenía toda la intención de hablar de Héroes, cuyo primer capítulo se vio el viernes en América Latina. Pero el domingo por la mañana mi mujer me llamó la atención sobre un artículo de Clarín que yo todavía no había visto: una entrevista a Fernando Botero hecha por Ana Barón, la corresponsal del diario en Washington. En esencia, lo que el artículo contaba era que Botero había pintado ochenta y dos cuadros (dije bien: ¡82!) sobre las torturas que los soldados americanos infligieron a prisioneros iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib. Y un dato más, para nada menor: a pesar de que existe una retrospectiva de Botero que actualmente está girando por ocho ciudades estadounidenses, ninguno de los museos aceptó mostrar estas obras de las que hablo como parte de la muestra. Se me ocurrió entonces que era justo postergar a los Héroes de la serie para hablar de otra clase de heroísmos, tan necesarios como las hazañas de estos personajes de ficción.

El colombiano Botero dedicó 14 meses a la serie sobre las torturas. Según lo que Clarín muestra y Barón cuenta, los cuadros tienen todas las características de la obra de Botero (“Los grandes pintores nunca cambiaron de estilo, un Vermeer siempre es un Vermeer y un Velásquez siempre es un Velásquez”), pero subvertidas por la increíble violencia que despliegan: hombres encapuchados y asaltados por perros, obligados a adoptar posiciones sexuales denigrantes, apaleados sin piedad… Botero no se hace ilusiones sobre el poder del arte para incidir sobre la vida política, pero sabe de su importancia a la hora de dejar testimonio: “Sin compararme con Picasso, ¿quién recordaría que los alemanes bombardearon Guernica y mataron a tanta gente si no fuese por ese cuadro”? No deja de tener su ironía que mientras Bush visita Colombia manifestando su apoyo a un gobierno sospechado de corrupción, uno de los colombianos más famosos del mundo salga a hablar del doble rasero de los Estados Unidos: “Tortura hay en muchas partes del mundo, pero los Estados Unidos se presentan como un modelo de respeto a los derechos humanos… Me dio mucha rabia que los soldados (de USA) torturasen prisioneros en la misma prisión del tirano que acababan de derrocar”.

Pero quizás el héroe verdadero de este pequeño cuento moral sea Harley Shaiken, director del Centro de América Latina de la Universidad de Berkeley. Como la universidad se negó a que Shaiken dispusiese de sus fondos públicos por miedo a perder el financiamiento, el director del Centro recurrió a fondos privados y consiguió financiar la exposición de estas obras de Botero, que están hoy a la vista en California. Me gustó también que Botero dijese que no pensaba ganar dinero con el dolor humano, y que su intención era donar la serie de obras a algún museo.

En casi todos los artistas hay algo de canalla, pero algunos hacen cosas que los aproximan bastante a mi noción de heroísmo.

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No me gustaría dejar pasar en silencio la muerte del uruguayo Ricardo Espalter. Fue uno de los hombres que más me hizo reír cuando era niño, en programas televisivos como Telecataplum, Hupumorpo e Hiperhumor. Era mi favorito de toda la troupe, porque tenía esa cosa de la simpleza a la que ninguna circunstancia, por adversa que le fuese, lo despojaba del todo de su dignidad. Muchos recordarán el personaje de Toto Paniagua, aquel pobretón que se volvía rico por azar y decidía tomar clases de buenos modales, o aquellos sketches en los que fingía fluidez hablando idiomas que por supuesto no dominaba.

La única vez que lo vi en persona me convirtió en cómplice de una humorada. Regresábamos a Buenos Aires al término del Festival de Cine en La Habana, en un vuelo de Aeroflot, y me tocó sentarme a su lado. Resultó que viajar con la compañía rusa era todo lo que una mente febril podía conjeturar a partir de los prejuicios: las azafatas medían dos metros de alto y de ancho y las bandejas de comida parecían haber sido parcialmente decomisadas por el Partido antes de ser servidas. Fingiendo indignación, o quizás sintiéndola de verdad pero transformándola en catarsis, Espalter se lanzó a hablar como torrente a una de las azafatas, en un idioma inventado que sonaba a ruso pero por supuesto no lo era. La expresión de la pobre mujer, que todo el tiempo parecía a punto de interpretar las palabras sin llegar a decodificarlas del todo (¿de qué parte de Rusia provendría aquel extraño pasajero?), se me quedó grabada a fuego como punchline de Mi Anécdota con Espalter, una que ahora más que nunca conservaré como tesoro.

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12 de marzo de 2007
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