Vicente Verdú
Así como no hay cuadro importante sin buen fondo, no hay experiencia feliz sin horizonte benéfico.
La creciente pretensión de nuestro tiempo, supuestamente supervitalista, de succionar el instante sin cuidado del porvenir, de exprimir el presente hasta las heces sin atenerse a su subsiguiente olor, no es más que un idealismo sobre la existencia animal que respira sin proyecto.
Todos los seres humanos son, sin embargo, proyectivos por naturaleza y todo momento de dicha humana se relaciona con un presagio para después, por leve o tácito que sea.
No importa si el más allá metafísico ha desaparecido, el metainstante se necesita para dar valor al instante. El gozo del ahora se infla con el aura de su futuro y no hay experiencia que se extinga en su cerco porque de ningún modo somos capaces, en cuanto seres con muerte conciente, de imaginarnos –reactivamente- sin término.
La profundidad temporal que conlleva cualquier vida humana es igual a la profundidad que requiere el cuadro. Sin fondo no se anima el interés de la superficie y la superficie sólo reluce en cuanto trascendencia del recinto o la clausura.