Jean-François Fogel
Hoy, lo que hay que leer es la columna del periodista y reportero Andrés Oppenheimer. La publica El Nuevo Herald en Miami, pero sale también en unos cuarenta diarios de ambas Américas. Es la opinión escrita más visible a lo largo del continente en el momento de la doble gira, la de Bush y de Chávez, por las Américas. Por el momento, dice Oppenheimer “leve ventaja para el presidente venezolano”. Pero se trata de boxeo. El colapso de uno de los dos combatientes se puede producir en cualquier momento.
Como siempre, se verifica una verdad permanente: “los gringos son potentes y torpes”. La publicación del informe sobre los derechos humanos hace parte de la crónica diaria de los errores de Washington. América Latina no le pide tanta plata como respeto, consideración, renuncia a la horrible visión del propietario sobre lo que llama su “patio trasero”. Habría mucho que escribir sobre Chávez, sus kilos de sobra en un país donde falta ahora la comida. Es un personaje que camina hacia una mezcla de desafío, de violencia verbal y de impotencia que roza el ridículo. Se hicieron un montón de bromas sobre Bush, vestido de piloto y apoyándose en la lema “misión cumplida” después de la última guerra del golfo. Chávez va por este camino. Cada día cumple menos y habla más con un frenesí sospechoso: es el jefe único para todo en su país, pero quiere mantenerse en un discurso de denuncia del otro bando aunque éste ya desapareció.
Los más sabios son los latinos que pusieron la misma valoración a las figuras de Bush y de Chávez en la encuesta del último Latinobarómetro. Pero los sabios no tienen las recetas para detener a las guerras. No vamos a la guerra como tal pero ya estamos en lo que Chávez llama “un conflicto de baja intensidad”: un enfrentamiento mediático. El continente se aleja de las realidades para vivir en el mundo de las retóricas. Todo es igual, pero huele mucho peor.