Sergio Ramírez
Elefantes voladores, venaditos huérfanos, princesas postergadas. Disney despojó de sus atributos humanos a todas las criaturas que poblaban los bosques y los mundos oscuros de los grandes fabulistas, como los hermanos Grimm y Perrault, para dejarlas literalmente en una sola dimensión plana, la de las historietas y los dibujos animados, cambiando así imaginación por fantasía al adoptarlos, y adaptarlos. Las brujas de las sagas eran verdaderas, no sólo por la nariz ganchuda y por la escoba, sino porque encerraban en calabozos a sus víctimas para engordarlas, y luego devorarlas. Y antes de que pudiera cerrarse una historia afirmando que la princesa había vivido feliz por el resto de sus días en brazos del príncipe de lejanas tierras, había pasado antes por todas las pruebas de la maldad sin afeites ni disfraces. El espejo donde se miraba cada día la madrastra de Blancanieves para preguntar quién era la más bella, era un espejo infernal. Bambi es huérfano porque su madre ha sido asesinada.
Pero ya les diré porque hablo de Walt Disney, uno de los íconos de la cultura moderna de los Estados Unidos, y como consecuencia, uno de los íconos de la cultura global contemporánea.