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SOBREPESO II

Es grave error considerar que el esfuerzo hacia delgadez debe identificarse con la búsqueda de la belleza. Y aún menos con el cumplimiento de un secreto deber. Tanto o más importante que la incomodidad en los movimientos, la respiración o los resultados clínicos resulta hoy la desazón moral que causa el sobrepeso, mórbido o no.

Llevar consigo más kilos de lo marcado socialmente significa una transgresión de la norma que inculca la culpabilidad en su portador. Los kilos de más se convierten así en signo de molicie o de abandono, indicio de depresión o de subestimación puesto que, por el contrario, mantenerse en los kilos normalizados comporta disciplina y dominio de sí, responsabilidad frente a falta de control, integración y no marginación.

La obesidad, además, se relaciona necesariamente con el pecado de gula, que goza de un prestigio bajo en la clasificación de los pecados. El lujurioso es conquistador, extrovertido y comunicador pero el que trasluce pasión por los alimentos aparece como un ególatra, acaparador del placer para sí y para su exclusivo “engrandecimiento”.

Todo lo que tiende a adelgazar eleva, todo lo que hace engordar rebaja. Esta ecuación, sin embargo, llega a ser terriblemente injusta y peligrosa seguida de principio a fin. Hay hombres a quienes una panza moderada hace más verdaderos y apropiados que un vientre plano. E igualmente hay mujeres en los 40 en que su  aspecto embarnecido las vuelve más deseables que la osamenta juvenil. El grosor va desde la morcilla a la barra de labios. La comida se extiende desde la pitanza obscena hasta la máxima elegancia del menú. El sobrepeso, en suma, oscila desde lo más grosero a lo cabal.

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4 de abril de 2007
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La amenaza fantasma

Puede que muchos de ustedes hayan padecido ya de un mal idéntico, pero yo lo sufro ahora: estoy harto de Gran hermano. Aquí en la Argentina, la edición vigente ha logrado permear casi todas las capas de la vida social. La gran mayoría de los programas de la TV abierta hablan del asunto de una u otra forma. No se puede ni siquiera salir a la calle, porque las miradas vacuas de los tontos en cuestión nos siguen desde la tapa de las revistas. Hasta hay que cuidarse en la selección de los noticieros: muchos de ellos hablan de lo que pasa en el mundo, pero también se hacen lugar para chismorrear sobre el asunto. Menos mal que no trabajo en una oficina. Si descubriese en un descanso que nadie habla de otra cosa, o si alguien intentase cantar para mí El baile del osito, creo que iniciaría una masacre que hundiría a la de Columbine en la intrascendencia más absoluta.

Teleadicto como soy, imagino que estoy inoculado contra este mal específico y otras cepas del virus reality por una razón muy simple: no logro sentir interés por gente que no es interesante. Y conste que soy de los que piensan que en todo ser humano anidan una o muchas historias dignas de ser atendidas. Pero el truco de Gran hermano consiste precisamente en despojar a cada participante de su singularidad: aislados de sus contextos y de sus historias, los sujetos en cuestión aceptan ser reducidos a unas pocas, superficiales características (la gorda, el gay, la mala, el ex convicto) y se dejan manipular en sus cruces con los otros estereotipos cual si fuesen cobayos en pleno experimento. Esa que está ahí encerrada no es gente, en la acepción más literal y por lo tanto más rica del término: son apenas malos actores, interpretando las pálidas consignas que alguien les sopla desde bastidores en ausencia de un guión que permita crear personajes tridimensionales –o sea, gente real.

Lo llamativo no es lo que ocurre, o más bien no ocurre, dentro de la casa, sino el efecto nada que genera en los televidentes. Al dedicar tiempo –o sea parte de su ser- a ese engendro, contemplando lo que pasa por real cuando es vida en suspensión inanimada, el televidente pierde una dimensión, contagiándose la chata bidimensionalidad de la pantalla; así, la visión de esa nada transmitida en directo y de manera constante legitima la otra nada, aquella que amenaza comerse definitivamente a tanta existencia vicaria.

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4 de abril de 2007
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EL GRAN COPULADOR

Es posible que Casanova fuera aún más grande, pero no lo creemos. Vivió menos, tuvo más apuros económicos y la sociedad, el tiempo, la familia y los maridos no le favorecían. En cualquier caso fueron dos grandes de la cópula. El primero -mientras no se demuestre lo contrario- es el muy querido, respetado, elegante y enorme escritor llamado Adolfo Bioy Casares. Yo hace muchos años, después de leer La invención de Morel, lo tengo en el más elevado de mis altares, a la derecha del “padre”, su amigo el dios terrenal de la escritura en castellano, Jorge Luis Borges. Quizá uno de los escritores con menos cópulas en la historia de la literatura.

Hace unos meses hablamos aquí de ese libro de correspondencia entre los dos amigos. Un libro que todos los amantes de la literatura, del gran chisme cultural y de la malignidad intelectual deben tener a mano y a primera vista.

Otro gran libro -¿por qué uno tarda tanto en sumergirse en libros que llevan años en las estanterías de nuestra biblioteca?- que me esperaba desde hace años es ese “note book” llamado Descanso de caminantes, una suerte de diario con anotaciones, reflexiones, pensamientos, realidades y sueños del gran  copulador, del gran escritor de esta ciudad de grandes donde me refugio esta Semana Santa. Intenten encontrarlo, hagan inmersión y serán capaces de pasar divertida y reflexivamente hasta las doce horas de un vuelo regular entre Madrid y Buenos Aires. Recuerda Bioy que alguien dijo que “los viajes nos deparan la revelación de que la vida es mientras tanto”.

Este viaje me está deparando unas cuantas cosas, el reencuentro con libreros y librerías que me gustan, los paseos por ese barrio que siempre cambia, Palermo -el que ahora está más cerca de Borges, de Cortázar-, la vitalidad en la calle, no importa que se pueda estar a quince minutos del caos. Y también la visita a unos concretos fanatismos, esa adoración sin fisuras a un juguete roto llamado Maradona. Y la esperada visita a ese monumento del kitsch que estoy seguro será ese parque temático dedicado a Tierra Santa, allá por la Costa Nera… aquel lugar que cantamos cuando fuimos más cursi/sentimentales con Leonardo Favio. De tantas cosas hace más de veinte años, que no son nada. Otro día les cuento, o quizá simplemente les regale una rosa. Hoy me despido con una meditación de restaurante de Bioy, habrá más, esta es aperitivo: “Sobrellevemos nuestros errores con la dignidad y la resignación de esos caballeros que ahora entraron detrás de sus horribles mujeres”.

Post data. Hablando de errores, al leer a mi querido y admirado contertuliano Antonio Larrosa, caí en la cuenta de que el pueblo de Híjar es del que yo quise hablar, no de Íscar, perdón a los unos y a los otros. El ruido de los tambores, la noche de mi inmersión en el ruido poco místico pero extrañamente adictivo fue en ese pueblo de al lado de Calanda. La fiesta, o lo que fuera aquello, la había preparado mi admirado Agustín Sánchez Vidal. Los invitados, Basilio Martín Patino, Bigas Luna, José Luis García Sánchez entre los que quiero recordar. En Buenos Aires, iré a ese lugar que me recomienda la cariñosa y culta amiga porteña.

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3 de abril de 2007
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V. EL DUENDE QUE CAMINA

El misterio de la doble identidad es una de las clave de mi devoción por los héroes de historietas. Es algo, eso de las identidades dobles o múltiples, que viene desde el Conde de Montecristo, inolvidable novela que ningún escritor que empieza debe dejar de leer, pues en ella encontrará todas las clave del arte de la narración. Y entre esos personajes misteriosos de las revistas, mi preferido fue siempre el Fantasma, el duende que camina, al lado del Capitán Marvel.

El Fantasma, creado en 1936 por Lee Falk, es para muchos el primero de todos los superhéroes en llegar a las historietas. Hoy no es que haya muerto, pero ya no tiene fama, salvo la muy mala que le dio la película de Simon Wincer  de 1996, en la que es interpretado sin gracia alguna por Billy Zane, al lado de una Diana demasiado acartonada como lo es Catherine Z. Jones.

Parte de una estirpe siempre actual que se inicia siglos atrás con el primer Fantasma en guerra a muerte contra  la hermandad pirata de los Sengh, el Fantasma presente, el número 21 en la línea de sucesión, reina desde el trono de la Calavera en lo profundo de la selva, a sus pies siempre su perro Diablo. El trono se halla al fondo de una cueva iluminada por hachones, a la que sólo se llega atravesando desfiladeros, la jungla cerrada, y por último un torrente que cubre a manera de cortina la boca misma de la cueva…

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3 de abril de 2007
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SOBREPESO

Puesto que todo el mundo sufre, de cara al verano, la dura tarea de sacarse de encima esos dos o tres malditos kilos de más, no debería considerarse insensato revisar la medida del canon.

Con dos kilos de más sobre la generalidad de los habitantes el panorama corporal cobraría plena legitimidad y del mismo modo que las tallas han sido corregidas oficialmente para ajustarlas a la realidad, la realidad sería aquí también más dulce y consoladora.

El peso real se correspondería con el peso ideal en un instante. Las monedas, las deudas externas, los salarios mínimos o la carga fiscal se convalidan de vez en cuando aproximando el valor nominal a la circunstancia benéfica, acercando la quimera a algo mejor en lo real.

La utopía, en definitiva, se ha revelado tan fastidiosa como ingenua. En la sociedad madura y viciosa toda tentación utópica –siempre localizada en el más allá- se sustituye por la coyuntura actual enclavada en el ahora y aquí. ¿Dos, tres kilos de más? El carnoso fardo que opera como un depósito culpable y depresor será pronto eliminado y no por Nature House y casas de este estilo, sino por un acuerdo de felicidad doméstica nacido del sentido común.

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3 de abril de 2007
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El regreso de Indiana Jones

Esta vez va en serio. La cuarta película de Indiana Jones, aún sin título conocido, comenzará a filmarse este junio en Los Angeles, con la intención de estrenarla en mayo del año 2008. Además del inevitable Harrison Ford (que dicho sea de paso, hace décadas que no protagoniza una película como la gente), actuarán también Cate Blanchett y Ray Winstone, lo cual permite mantener vivas las esperanzas en la calidad de la película: después de tanta amansadora (Indiana Jones y la última cruzada se estrenó en 1989, ¡hace 18 años!), más les vale volver al ruedo con algo que se luzca.

Me parece bien que Spielberg dirija nuevamente, dado que fue el responsable de las tres películas originales. Y espero que el guión de David Koepp esté a la altura de las circunstancias, lo cual no es poco pedir: no sólo debe hacerse cargo de la ansiedad acumulada durante años, sino también aproximarse a un digno cierre del ciclo, dado que Harrison Ford no podrá seguir a los saltos durante mucho tiempo más. Las palabras de Indy en Los cazadores del arca perdida regresan para asolarlo: a esta altura ya no se trata tanto de los años como del kilometraje acumulado. Y la idea de reemplazarlo por otro actor más joven, al estilo de lo que se ha hecho con James Bond, suena tan ridícula como la de encontrarle reemplazo a Bogart en una remake de Casablanca.

El bueno de Indy ha sido siempre uno de mis personajes favoritos. Comparto el amor de Spielberg y de George Lucas por las fuentes en que se inspiraron (cualquiera que haya visto Gunga Din y leido Terry y los piratas sabe de lo que hablo), y celebro que ese amor haya fructificado en un personaje original: más allá del homenaje a los viejos seriales, Indiana se ha convertido por derecho propio en sinónimo de la Aventura. (Sí, con mayúsculas.) Desde aquel entonces ha habido infinidad de intentos de refritar la receta –paisajes exóticos, tesoros escondidos, mitos que cobran vida y persecuciones adrenalínicas-, pero nadie logró dar con las proporciones adecuadas; es de desear que los chefs originales no hayan perdido la mano, al aproximarse a la edad casi provecta que Indiana tendrá ahora, de acuerdo a los 64 años que Harrison Ford no disimula. ¿Cuántos de nosotros silbamos todavía la melodía característica de John Williams, cada vez que nos disponemos a hacer algo intrépido? (Yo he llegado a hacerlo incluso antes de entrar al dormitorio en que mi mujer aguarda; es que hay aventuras y aventuras…)

Mayo, 2008. Un motivo más para esperar el futuro con alegría.

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3 de abril de 2007
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SEMANA SANTA

Cuando yo crecía hacia mi escepticismo religioso la Semana Santa era negra. La vida, que ya tenía sus oscuridades, se volvía más siniestra. Estaba llena de prohibiciones, de gentes que se tapaban para sufrir, que arrastraban cadenas, hacían penitencia y rezaban en fila detrás de las representaciones de muerte y llanto. Después descubrí que había otras maneras. Las maneras barrocas del sur. Con todo ese ritual, pero en colores, con una tragedia que me daba la impresión de que también estaba llena de juerga más o menos oculta. Thanatos acompañando a Eros. Pues tampoco me gustó tanta pasión por las calles, tanto recogimiento ficticio -tampoco el real-, tanto atasco detrás de los ídolos. Sencillamente me fugué, no participaba, eran fechas para otras cosas, otras escapadas, otros paganismos. Aunque algún día hablaré del sentido que cada uno tiene del paganismo. Para los judíos, también los cristianos son paganos.

Tuvieron que pasar décadas para volver a mirar con curiosidad esos rituales que perviven entre los españoles como en ningún lugar del mundo. No me refiero a esos puntuales rituales salvajes de Filipinas y otros lugares donde dejamos lo peor de nuestra cultura. Ahora veo con interés las sobrias procesiones castellanas. Las cargadas del sur o las ruidosas de los buñuelescos pueblos aragoneses. Una vez, en compañía de otros con no demasiada fe, fui cofrade en Íscar, un pueblo vecino a Calanda y, la verdad, el ritual del ruido de los miles de tambores es una sensación extraña. Tanto ruido tiene algo de recogimiento, de silencio.

Estaba en Sevilla, la Semana Santa estaba a punto de estallar, rodeado de los amigos de Tomares -ese pueblo rico y progresista del Aljarafe- que se brindaban a soportar conmigo los rituales de la juerga mística. Estuve tentado, pero no, preferí escaparme de ese espíritu que ciega a tantos, que a tantos hace representar lo que no son, en lo que no creen. No me gusta ese barroquismo festivo y religioso. Es parecido a la entrega ruidosa del fútbol por un lado, y por otro no llega a la belleza de la música callada del toreo. Me escapé de Sevilla, me escapé de España. Lejos, muy lejos, de las celebraciones de Semana Santa. Acabo de llegar a Buenos Aires, el tiempo acompaña poco. Espero no encontrarme procesiones. Aunque también me puedo tropezar con fanáticos del fútbol. Está claro que mientras no cambien los dioses, nada habrá cambiado.

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2 de abril de 2007
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Reggetón

Tras la presentación de mi libro en Panamá, un camarero llamado Charly sirve copas al público. Es un moreno alto con la cabeza rapada, muy simpático. Mientras firmo libros, se ocupa de que nunca me falte algo de beber y me trae canapés. Me cuenta chistes. Al terminar, me dice:

-Mira, bienvenido a mi país ¿Oíste?

-Muchas gracias, muy amable.

-¿Qué vas a visitar acá?

-Poco, porque tengo mucho trabajo. Pero mañana me gustaría salir un rato por la noche.

-No te preocupes, hermano, yo te consigo a las mujeres.

Creo haber escuchado mal.

-¿Las qué, perdón?

Me sonríe con picardía y me pasa el brazo por el hombro.

-Las mejores babies de Panamá, mi hermano. Tú déjame a mí.

Decido responder con una broma. Es lo que se usa en estos casos.

-Ojalá me recibieran así en todas partes.

Nos reímos, pero no soy conciente del error que acabo de cometer.

Al día siguiente, suena mi teléfono a las siete de la mañana. Contesto medio dormido. Es Charly.

-Prepárate para remojar el payaso –me dice a manera de saludo-. Paso por ti a las nueve.

No me da tiempo de responder y cuelga.

Esa noche, agotado tras doce horas de trabajo, me lleno la bañera para darme un baño caliente, tomarme una copa y escuchar música. Pero me llaman de la recepción. El conserje dice que me buscan. Me visto y bajo. Charly está en la puerta, en un descapotable de los años setenta. Tiene puesto un pantalón que le cae hasta la mitad del trasero y un disco de reggetón a todo volumen. En el asiento de atrás hay tres mulatas imponentes en minifalda que me mandan besos volados. Dos de ellas llevan el pelo teñido de rubio.

-¿Estás ready? –me dice Charly.

Yo lo llevo aparte y le susurro:

-Verás, Charly. Te lo agradezco pero estoy un poco cansado.

-Claro –me ríe-. Yo me ocupo del relax.

-Ya. Es que no has entendido…

-Mi hermano, has salido en el periódico. Tienes a las chicas bien hot.

-Sí, bueno… Deja que te explique. Me he casado hace un mes. Es un mal momento para… ¿Me entiendes?

-Tranquilo, brother. Yo no voy a contar nada.

Comprendo que argumentar no tiene sentido. No se me ocurre nada mejor y salgo corriendo. Me paso dos horas dando vueltas por el malecón. Cuando regreso, Charly se ha ido. Quizá piense que soy homosexual. Ojalá piense eso.

Pero no. Al día siguiente, me llama a las seis y media de la mañana.

-Muy bueno lo de irte, hermano. No me sabía esa, pero funciona. Hay que hacerlas esperar. Estoy abajo. Nos vamos a la playa. Hoy vas a revolver el cemento, street fighter.

Cuelgo el teléfono y lo dejó así.

Una hora después, bajo para irme a conocer el canal. Charly está en la vereda de enfrente con su coche, su reggetón y sus mujeres. Vuelvo a subir. Tras unos minutos, suena el teléfono. Descuelgo y cuelgo. Luego de un rato, me dejan un sobre bajo la puerta. Es un aviso de llamada de Charly. A lo largo de la mañana, recibo cinco sobres más. Cuando me asomo a la ventana, Charly me saluda desde la calle. Por la noche, a la hora en que sale mi vuelo a Cartagena, yo lloro en el baño, abrazado al water.

Escribo esto para ver si alguien puede ayudarme. Llevo aquí tres días, y Charly no se va. Bajo mi puerta se han acumulado 32 sobres, y en el descapotable de la entrada hay seis chicas nuevas. Para equilibrar la población se han sumado tres caballeros con los pantalones a medio trasero que bailan reggetón. Para abastecer a la creciente población se ha instalado un puesto callejero de venta de salchichas. Progresivamente, algunos curiosos se van uniendo al grupo. 

Quiero volver a casa.

Quiero ver a mi mamá.

Socorro…
       

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2 de abril de 2007
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IV. LA MUERTE DEL SUPERHÉROE

De la estirpe del Capitán Marvel, con su doble identidad, el traje ajustado al cuerpo, el emblema en el pecho y la capa revoloteando a las espaldas, fueron también el Capitán América y Supermán, este último el de mayor fortuna, pues superó a los demás en fama y longevidad,  pasó al cine, y se convirtió en el prototipo de los superhéroes invencibles. Del Capitán Marvel dejé de oír hace mucho tiempo, y quedó enterrado en mi infancia, y del capitán América, que nunca me sedujo tanto, escuché de nuevo hace poco.

Uno de los atributos más fascinantes de los superhéroes es que no envejecen nunca, y viven en la historia presente. No hay pasado para ellos, se encuentran siempre dentro del hoy. Y es el peso de los acontecimientos contemporáneos lo que ha llevado al Capitán América a su fin en el último. La noticia es que, tras resistirse a acatar una ley antiterrorista que obliga a los superhéroes a revelar su identidad e inscribirse como agentes federales, un  francotirador lo asesinó en las escalinatas de la Corte Federal de Nueva York cuando venía de prestar declaración. Un hecho notable. Alguien que como él se alistó 66 años atrás para defender los valores tradicionales de los Estados Unidos, muere como un rebelde en contra de las violaciones a los derechos y libertades civiles implantadas después del 11 de noviembre. Un héroe que hace honor a la ética que es propia de su oficio, al fin y al cabo.

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2 de abril de 2007
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SADISMO EN LA DGT

Si se tiene en cuenta el habla, la  gesticulación y el atavío del director general de tráfico no debe sorprender demasiado el carácter de las campañas publicitarias que patrocina su departamento. La desgarrada bronca que lanzan ahora con motivo de los viajes en Semana Santa interrogándonos incluso sobre si queremos matarnos (y matar) culmina una secuencia de brutalidades con las que han tratado de convertir al conductor en seudocriminal y cuyo castigo ya se adelanta declarándolo siempre  culpable. De este modo la Dirección General de Tráfico (DGT) no sólo se lava las manos y se sacude la responsabilidad sino que procura extender el miedo como forma de abordar la vacación, el fin de semana o cualquier puente.

¿No habrá nadie que le llame la atención a este departamento más  parecido al aullante mundo de los calabozos durante cualquier dictadura que a la oficina de un país democrático? ¿No habrá nadie que tranquilice a este señor director y neutralice su pasión por la truculencia? ¿Su autoridad ama nuestras vidas su autoridad o se halla enviscada con  la muerte? ¿Trata de protegernos o se complace ante todo en torturarnos? El nivel de sadismo alcanzado actualmente con los spots destinados a la  Semana Santa debería servir de sólida prueba para que por el bien psíquico y social este caballero barbudo ingresara sin demora en un convento.

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2 de abril de 2007
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