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No me esperes en Zimbabue

Por 16 de abril de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Ciertos amigos y sin embargo lectores míos se han amostazado porque en la columna anterior cantaba albricias por el cambio climático y el hecho de que Londres vaya a ser como Valencia o Barcelona como Túnez. Algunos de estos muy solidarios amigos escribían palabras que parten el corazón como: "¿Y los países africanos?". O bien: "¿Acaso no serán los pobres quienes más sufran?". En fin, ese tipo de enunciados que yo había oído de niño en boca de los Hermanos de la Doctrina Cristiana. ¡Quién me iba a decir que con el tiempo ese sería el discurso único de la izquierda!…

Cuando se habla de los pobres y de África hay que cargar con las consecuencias. No somos inocentes. Los pobres son pobres porque nosotros somos ricos. Pero ningún partido político está dispuesto a incluir en su programa un remedio verdadero de la pobreza: sus electores los mandarían al carajo. A menos de que sean programas populistas o fascistas y entonces tienen mucho apoyo. Como acertadamente escribió Sartre en 1969, el principal enemigo de la revolución son los partidos de izquierda y de extrema izquierda.

Lo segundo que debemos considerar es que la trágica situación de los países africanos, como la de las favelas americanas (que suman más gente), depende por completo de nuestra capacidad de gasto. Mientras todos tengamos coche, moto, calefacción, avión, tren, televisión y demás juguetitos y los usemos con la beocia creencia de que la energía es gratuita, estaremos matando gente. Cada uno de nosotros. En innumerables ocasiones el que más lloriquea porque no se "ayuda" (¿qué querrá decir ese verbo?) al tercer mundo suele pasar por alto que mata a un pobre cada vez que pone en marcha el cuatro por cuatro para ir a destruir la Cerdanya o el Cabo de Gata con los niños, la señora y el perro.

Es un gran consuelo creer que los pobres y África están fatal por culpa de Bush, Aznar y el Papa. Es una suerte que esclarecer las causas reales de la miseria sea, hoy por hoy, un asunto tabú. ¿O será pura casualidad que el mayor enemigo del cambio climático sea un posible presidente de los EEUU?

Publicado en: El Periódico, 14 de abril de 2007

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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