Sergio Ramírez
La novela 1984 de Orwell, en lugar de un diablo travieso capaz de levantar los techos para penetrar en las intimidades de la gente, nos pintó en colores más sombríos la amenaza universal de un gran ojo vigilante, el ojo del big brother —el hermano mayor— un ojo capaz de mantenerse abierto sin parpadear nunca para espiarnos. Es lo mismo que hace en sus dominios el dueño de la fábrica en la película clásica de Chaplin, de 1934, Tiempos modernos: vigilar a los asustados obreros cuando van al baño, desde una inmensa pantalla.
De acuerdo a las conclusiones de un equipo de especialistas del Instituto Tecnológico de Massachusetts, que Spielberg reunió para oír su consejo antes de la filmación de Sentencia previa, la privacidad, tal como hoy la entendemos, habrá desaparecido, pues, gracias a la tecnología. El diablo cojuelo podrá levantar todos los techos, y el gran ojo podrá penetrar todos los resquicios. Y el crimen, podrá ser detectado en la mente del criminal antes de que se cometa, gracias a un equipo de androides, o algo parecido, al servicio de una unidad precrimen de la policía.
La ambición suprema del totalitarismo en todas las edades, ha sido siempre la de adelantarse a los hechos de los demás para que “la paz social” sea completa. La inamovilidad y el sometimiento provienen de la capacidad de prever al movimiento del adversario, como en el ajedrez. Así, el que todo lo ve, es dueño de todas las intenciones, y puede arrogarse el declarar qué conducta es criminal, y cuál no.