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Aprendizaje

Uno de los momentos que más disfruto de la escritura de una novela es la investigación previa: el momento en que los libros que necesito leer a modo de consulta empiezan a apilarse peligrosamente –con peligro para mi integridad física, quiero decir- sobre el escritorio y los anaqueles circundantes. En este momento, sin ir más lejos, tengo a mano Opium: A History, de Martin Booth; una antología de William Blake; Le Morte d’Arthur, de Sir Thomas Malory (en dos volúmenes, que en este caso implican relectura), y otros libros con información histórica sobre Arturo y sus tiempos: por ejemplo Arthur’s Britain, de Leslie Alcock y obviamente Monmouth y su Historia de los reyes británicos; también he metido en la pila Los siete pilares de la sabiduría, de T. E. Lawrence, el célebre Lawrence de Arabia, y una Enciclopedia de la Navegación, y un libro que cuenta la historia de aquellos que desarrollaron el saber que entraña hacer mapas: The Mapmakers, de John Noble Wilford –y esto es tan sólo el comienzo.

Por supuesto que podría arreglármelas con menos libros. ¿Pero cuál sería la gracia, en ese caso? La literatura es la excusa perfecta para leer sobre asuntos maravillosamente variopintos que de otra manera nunca habrías investigado, y utilizar esas lecturas para imaginarte otras vidas, otros mundos, otras culturas. Yo no vivo esta fase como castigo, por el contrario, es un disfrute de principio a fin: te enteras de infinidad de asuntos deliciosos, y por el camino vas encontrando pequeños ladrillos que contribuyen con tu propia construcción. (Lo he dicho más de una vez, y lo repito: la mía es la mejor profesión del mundo.)

A fin de cuentas, escribir una historia se parece mucho a emprender una aventura. Y con la excepción de aquellos personajes que se ven lanzados al camino de manera brutal, la mayoría de los protagonistas de una aventura debe pasar primero por un período de aprendizaje y de preparación. Por supuesto, durante todo ese proceso uno arde en deseos de cortar amarras antes de tiempo y lanzarse de una vez a los mares que ansía navegar; pero como por otra parte no quiere naufragar a la primera tormenta, se refrena y regresa al escritorio, sometiéndose a su tutor imaginario. (El mío se parece mucho al Merlín de La espada en la piedra.)

En eso estoy, pues.

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18 de abril de 2007
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El pato de la boda

El domingo José Pablo Feinmann publicó un artículo en Página 12 que me dejó pensando: lo tituló "La glocalización", y en él oponía el manoseado concepto de la globalización a este concepto nuevo, el de algo llamado glocalización. (Ignoro si Feinmann lo acuñó o si lo tomó de alguna fuente, que en ese caso no cita.) Según Feinmann, la glocalización se opone a la voluntad occidental de exportar e imponer su modo de vida al mundo entero, reafirmando sus propias diferencias. No se trataría de la antítesis del imperialismo occidental –que existe y goza de buena salud, para mal de todos-, en tanto para ser antítesis debería encarnar valores opuestos y el liderazgo de ciertos musulmanes, por ejemplo el iraní Ahmadinejad, tiene tanta fe en la violencia y en el poderío que otorga lo económico que merece ser parangonado al de sus pares del mundo infiel. Feinmann dice que la glocalización es tan sólo la reivindicación del derecho a no ser el Imperio, por lo menos este Imperio, del que todos formamos parte y que conocemos tan bien. Los glocalistas estarían, según Feinmann, orgullosos de no ser nosotros. Yo los entiendo, puedo dar fe de que pertenecer a esta parte del mundo (me refiero a Occidente en su conjunto, que no así a América Latina) tampoco me enorgullece. En todo caso lo que me preocupa es aquello en lo que globalistas y glocalistas se parecen, hasta el punto de dejar de ser lo Otro para convertirse en lo Mismo. En su incapacidad de respetar las diferencias, por ejemplo, confundiendo el todo con la parte y suponiendo que lo que es bueno para mí debe ser ley para los demás. En su culto a la violencia, como ya dije, y por ende en su glorificación de la muerte. (Aquí cabe una diferencia: los líderes de Occidente no tienen prurito alguno en aniquilar a los demás, y el extremismo islámico no tiene prurito alguno en aniquilar a propios y ajenos durante el proceso.) Y también en su anhelo de poder: los hechos recientes en torno de Ceuta y Melilla y la reivindicación de Andalucía como parte del mundo glocalizado hablan de la búsqueda de una gloria que tiene que ver con un pasado imperial, y no con el logro de una paz digna para sus pueblos –que dicho sea de paso, haga posible una paz digna para todos los demás.

Lo cual me lleva a un asunto que viene preocupándome desde hace tiempo, y que no termino de ver expresado del todo al menos en los medios que veo y leo: ¿soy yo, o es que el mundo se está encaminando de verdad a una crisis nuclear en nada diferente, y por cierto no menos terrible, que la que tuvo lugar durante la Guerra Fría? ¿Qué lección elemental de historia se saltearon los líderes de hoy, que con sus actos y omisiones han hecho posible una escalada nuclear que nos aproxima otra vez al Apocalipsis? ¿Aprenderán a tiempo la lección de que el doble rasero no funciona, que no puedo prohibirle a otro que tenga lo que yo tengo con la excusa de que yo soy mejor Guardián de la Humanidad que alguien que reza mirando a la Meca? ¿Entenderán a tiempo que nada parecido a la paz, el equilibrio y el derecho a la existencia de los pueblos se obtendrá mientras los más poderosos insistan en hambrear al resto, humillándolo de paso? Y en lo que hace a nosotros, los que no tenemos cargos públicos ni los ansiamos, los que conformamos la más aplastante mayoría, los que no queremos ser el pato de la boda entre globalizados y glocalizados: ¿cuándo comprenderemos que debemos aguzar nuestro criterio para elegir mejor a nuestros representantes? ¿Cuándo comprendermos que aquellos candidatos que apelan a lo peor de nuestra alma –a nuestro miedo, a nuestro egoísmo- sin indignos de confianza alguna porque serán los primeros en traicionarnos? ¿Cuándo entenderemos que debemos fiscalizarlos mejor –lo cual implica abandonar la indiferencia y optar por alguna forma de acción? La promoción que HBO hace de V for Vendetta en estos días rescata una frase de V, el protagonista del filme: “No son los pueblos los que deben tener miedo de sus gobernantes, son los gobernantes los que deben tener miedo de sus pueblos”. Tan simple, tan real, tan necesario.

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17 de abril de 2007
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V. CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE MEJOR…

Si ya no leeremos los periódicos de papel, debemos entonces advertir que se trata también de un cambio en los conceptos filosóficos que tiene que ver con la materia misma, que se gasta, envejece y desaparece, o se recicla, y con el sentido que tiene la palabra copia, nuestra copia del diario. Se tratará de un periódico que podrá apagarse, y lo que tendremos en la mano será un receptor flexible conectado de manera inalámbrica a un gran cerebro distante.

Hoy mismo ha ido desapareciendo ya, por otro lado, la diferencia entre original y copia, lo cual viene a ser también un cambio de conceptos filosóficos. Cuando sacamos un documento de la impresora, se trata de un original. Todos son originales, todo se repite con la misma virtud primaria, distinto a aquellas copias borrosas obtenidas gracias al papel carbón, más borrosas mientras más hojas metíamos en el carro de la máquina de escribir, ahora otro artilugio de museo. O las ya también viejas fotocopias reveladas con ácido, como las fotografías.

Las novedades tecnológicas van arrastrando nuestras vidas como en un vértigo, pero la civilización, con toda su atractiva cauda de transformaciones, no me quita por eso la nostalgia del tiempo pasado. Al fin y al cabo, el que escribe, y todos quienes me leen, somos todos del siglo pasado. ¿O no es cierto, jóvenes amigas y amigos?

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17 de abril de 2007
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LAS SALUS

Cada día se oye hablar más de ellas. Las Salus aparecieron como enfermeras especializadas en recién nacidos que contrataban los padres para mitigar sus esfuerzos nocturnos cuando tenían mellizos o trillizos. Ahora las Salus no sólo acuden a las casas donde han nacido dos o tres niños, basta con uno y no importa si va creciendo a su lado. Las Salus empiezan a perdurar en el domicilio cuando los chicos están haciéndose ya mayorcitos.

Las Salus evocan en versión medicalizada a la antigua nodriza o ama tradicional que desempeñaba muchas de las funciones que, más tarde con la familia urbana, asumió casi enteramente la madre.

La Salus suele llegar a su lugar de trabajo de 9 a 10 de la noche y toma a su absoluto cargo la criatura. La baña, le da de cenar, le cuenta un cuento, la duerme, la custodia durante la noche y, a la mañana siguiente, la despierta, le da el desayuno, la arregla y la deja a punto para ir al cole. Puede que incluso acompañe al niño o los niños hasta la escuela pero antes despierta a los padres para darles ocasión de hacerlo ellos y, en todo caso, para saludarle, besarle y hacerle las debidas recomendaciones.

¿La maternidad? ¿La paternidad? Cualquier función por primordial que sea se acomoda a los tiempos y los tiempos, en su propósito de ofrecer confortabilidad, conllevan ofertas y demandas de cualquier naturaleza.

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17 de abril de 2007
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IV. TU AMOR ES UN PERIÓDICO DE AYER…

            ¿Cuán lejos está, de verdad, el futuro? En una de las escenas de esa misma película de Spielberg, que muestra al detective John Anderton mientras viaja en el metro, los pasajeros lo que leen son periódicos electrónicos compuestos de hojas de material flexible del tamaño de un tabloide, donde las noticias, ilustradas con videos más que con fotografías, cambian a medida que se producen. El lector tiene entonces siempre en sus manos un periódico absolutamente actual, que no envejece nunca.
            ¿Es eso, de verdad, tan fantasioso? Los anuncios de valla fijos están ya pasando a la historia, como podemos verlo en los estadios de fútbol, de manera que no hay razón para que no ocurra con los periódicos. Imaginen, entonces. El último periódico impreso se ha dejado de publicar en alguna parte del mundo hace ya tiempos. El viejo papel ha desaparecido, su tersa textura, el ruido familiar que produce cuando pasamos la páginas, lo mismo que el olor de la tinta. La imagen de un ejemplar descuadernado que arrastra el viento por una calle solitaria. La página del periódico de ayer en que el carnicero envuelve el pedazo de hígado que Leopoldo Bloom, el héroe de la novela Ulises de Joyce, compra para desayunar.

Tu amor es un periódico de ayer,
que nadie más procura ya leer
sensacional cuando salió en la madrugada
y a mediodía ya noticia confirmada
y en la tarde materia olvidada...

dice la canción de Héctor Lavoe, porque la vida, y el amor, y la muerte, son como las noticias impresas…

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16 de abril de 2007
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NÚMEROS

Hay muchos números en la excelente página  que publicó el domingo Jascha Hoffman en el suplemento de libros del New York Times. No se puede hablar del mercado de los libros a nivel internacional sin revisar estos datos de “literatura comparativa”.

Se ve a EE UU como un país poco abierto a las obras de fuera, con datos francamente escalofriantes: 12 novelas españolas traducidas entre 2000 y 2005. Al contrario, y a pesar de la censura, Irán o Turquía son países más abiertos hacia fuera.

En el caso de Francia, es increíble descubrir cómo el Estado dedica 65 veces más dinero a la traducción de obras francesas al inglés que el National Endowment for the Arts lo hace en EE UU para  traducir libros franceses al inglés. Al final, el resultado es muy pobre: la compra por parte de Francia de derechos de traducción en EE UU es tres veces mayor que la de EE UU en Francia.

Pero para mí la sorpresa, la sorpresa de verdad, es encontrar a tres autores españoles entre los diez “mega-vendedores” de ficción en el mundo entero, para el año 2006: no me extraña la presencia de Arturo Pérez-Reverte y tampoco la de Carlos Ruiz Zafón pero no esperaba Ildefonso Falcones de Sierra.

(Último detalle: las 1066 “novelas” de Félix Feneón que caben dentro de un solo volumen es un momento de la historia literaria y más bien periodística en Francia. Feneón inscribía sucesos que cabían en tres líneas de un libro común. Fue el inventor de un género y no tuvo heredero. Su talento me parece muy por debajo del genio del guatemalteco Augusto Monterroso cuyo Dinosaurio es insuperable. Cito el texto completo  “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.”)

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16 de abril de 2007
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FILLOY, ESE IMPRESCINDIBLE

Descubrir ahora a Juan Filloy es como descubrir el Mediterráneo. Pero así somos muchos de osados, ignorantes y entretenidos en tantas cosas, libros y gentes inútiles. Incluso entretenidos en mares innecesarios. ¡Qué digo mares!...a veces lo que nos entretiene no son ni charcos de gran consideración. Pues bien, ahora estoy descubriendo, ese mar literario tan rico, tan sorprendente, de tanta sabiduría y conocimiento que es Juan Filloy. Claro que había oído hablar de él. Que algo había leído sobre este raro escritor de Córdoba, Argentina, que vivió ciento seis años, que escribió muchos libros, que siempre tituló con siete letras y que tuvo algunos admiradores a los que también admiramos mucho. Sabía esas pocas verdades, esos datos tan parciales y secundarios en una rareza literaria que le acerca a los grandes. Por sus formas y por su fondo.

Ahora, que sigo leyendo a Filloy desde que hace apenas dos semanas, me tropecé en Buenos Aires con la edición de una de sus más singulares obras: Yo, yo y yo, (Monodiálogos paranoicos), me alegro de haberlo tropezado en esa editorial argentina El cuenco de plata, que está editando la “Biblioteca Juan Filloy”.

En España hace tres años publicaron una de sus obras mayores, Caterva, en una hermosa edición de Siruela. Que, además, añade un epílogo de Tempo Giardinelli que nos da una breve y excelente información de este escritor casi oculto.

Fascinantes sus libros, fascinante, por metódica y poco usual entre escritores su larga vida. Hijo de emigrantes, gallego y francesa, que tuvieron un almacén de ramos generales llamado “La Abundancia” en Córdoba, donde el niño Juan trabajaba y leía furtivamente. Después como abogado, como magistrado estuvo 64 años en la pequeña ciudad de Río Cuarto. Desde allí creó una inmensa obra, casi inédita, autoeditada, atrevida, procaz en muchas ocasiones- era Juan gran aficionado a lo prostibulario- y siempre con una inusual maestría en el uso del lenguaje.

Original, rebelde, perfeccionista, gran polígrafo, sonetista, maestro del palíndromo y autor de una gran obra que no debe quedar oculta. Más cerca de Bioy Casares que de Borges. De Borges decía que “escribía bastante bien, pero que le faltaba calle. En Borges no hay coito, no hay sangre”…En fin, nunca es tarde. Yo, con mi edad avanzada me siento rejuvenecer leyendo a este grande al que tanta gentuza me había dejado en la sombra. Un letraherido que también se supo divertir. Que vivió en su pequeño mundo haciéndonos llegar muchos mundos.

Como dice Giardinelli, “un ejemplo de libertad y virtud”, decía Filloy: “Jamás di un paso para hacer un negocio ni para conseguir nada. Pero di miles de pasos para encontrar un adjetivo gravitacional. Mi felicidad consiste en eso y, como Plinio el Joven, todo mi gozo está en las letras.”

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16 de abril de 2007
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Mi secretaria

Tengo una secretaria ficticia. La inventé hace un par de semanas, por exceso de trabajo. Un editor me pidió que escribiese un cuento para su revista. No tenía ningún cuento, pero no quería negarme y parecer un presumido, de modo que le mandé un mail exculpatorio. El mensaje decía:

-Estimado señor: soy la secretaria del escritor don Santiago Roncagliolo. Desafortunadamente, el señor Roncagliolo se ha recluido a escribir en una casa del Pirineo sin línea telefónica, de modo que no podrá satisfacer sus deseos. Atentamente, Vanessa.

A los dos días, el editor respondió:

-¿Y tú puedes satisfacer mis deseos? :-)

Yo no sabía bien qué responder, porque ese editor es muy pesado pero francamente guapo, de modo que una negativa por parte de Vanessa habría resultado demasiado sospechosa. Así que decidí hacerme el tonto y escribirle:

-Estimado señor: como le dije en mi anterior mensaje, el señor Roncagliolo no podrá atenderle.

Su respuesta llegó horas después:

-Ya no quiero hablar con él. Me interesas tú. Vanessa es un nombre muy bonito.

En lo personal, me ofendió esa respuesta. Si de verdad quería el cuento, podía haber insistido más. ¿No? Además, me molesta que alguien le coquetee a mi personal en horas de trabajo. Me parece poco serio. Le respondí, disfrazado de Vanessa:

-El escritor don Santiago Roncagliolo ha adelantado su regreso y estará aquí la próxima semana. Quizá entonces pueda enviarle un cuento.

Esta vez, respondió en minutos:

-Ya cerré la edición y, la verdad, prefiero hacerla sin tener que recurrir al pesado de tu jefe. :-) Seguro que a ti tampoco te gusta cómo escribe.

Ahora sí, me indigné ¿Quién se cree ese idiota para hablar mal de mí, y encima frente a mi propia gente? Pero no podía responderle directamente, porque se daría cuenta de que le había mentido. Así que Vanessa se sentó en la computadora y le respondió de inmediato:

-Yo considero que el señor escritor don Santiago Roncagliolo es un autor genial. 

Él contestó:

-Creo que deberíamos vernos y discutir el tema. ¿Te parece bien encontrarnos el lunes en el bar Les Gens que J’Aime? 

Me puso tan furioso que me trepaba por las paredes. Ese mentiroso no sólo hablaba mal de mí, sino que su única intención era salir con mi secretaria. Seguro que iba a pedirle a Vanessa que me robase textos para publicarlos él, porque debo decir que ese editor, además, es un escritor frustrado. O peor aún, pensaba contratarla y dejarme sin secretaria. El muy canalla.

Decidí no volver a escribirle nunca más y olvidarme de él y de toda la historia. Pero Vanessa dijo que le parecía una cuestión de honor asistir a la cita y defender mi imagen. Le expliqué que no hacía falta, pero ella argumentó que, en todo caso, tenía derecho a hacer una vida personal fuera del trabajo, que tampoco se iba a pasar toda la existencia enviando mails. Discutimos, las cosas se salieron un poco de control, peleamos. Quizá yo estuve demasiado agresivo.

Al final, Vanessa ha renunciado. No quiere volver a trabajar para mí. Y lo peor de todo es que se ha llevado la copia de seguridad de mi disco duro. Estoy seguro de que se la va a entregar a ese miserable. Su cita es ahora mismo, y no dejo de imaginarme a ese par de traidores confabulando contra mí.

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16 de abril de 2007
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LA CUESTA

La cuesta es la medida de la edad. Cuando se llega a no poder subir la cuesta el cuerpo indica que ha concluido su ascensión externa.

¿E interior?

El cuerpo busca rebujarse en sí y de la misma manera que la soledad no se traduce en amenaza porque ya todos sus posibles habitantes se hallan muertos, la quietud no alude a la impotencia sino al estado donde se condensa soleada la paz.

No debe enfatizarse el valor de la vejez donde siempre suena a vanagloria la rancia sabiduría de la experiencia, pero ciertamente la edad hace saber  que la quietud, el llano, la prolongada parada son metáforas de una conciliación imprevista y total. El acuerdo entre la voluntad y el deseo, entre la máxima traslación y la completa inmovilidad, la parálisis infinita y el desdén de la cuesta.

No pugnar hacia una cima fue hasta el momento cierto signo de cobardía pero, de pronto, la pendiente se revela como la gran necedad y la ascensión un propósito desbaratado. Fuera de esa escalada, en el llano o en el mismo remanso temporal, se desarrolla una múltiple  plantación de ideas mansas, amores dulces, frases impronunciables al haberse incorporado enteramente  al organismo.

No hace falta decir, no es necesario nombrarse ni, en consecuencia, empinarse o velar por mantenerse en pie. Estos tipos de atenciones son todas del orden de la cuesta pero la cuesta llega, en efecto, a exigir tanto que se convierte en cero.

Las mediciones anteriores fueron dando cuenta de la edad con números aproximados pero después ya sin número alguno, sólo a través de la sombra que dicta un imaginario sol sobre la ladera y que anuncia, al fin, la única noticia válida a partir de su vibración o su quimera. 

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16 de abril de 2007
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Hablando de Roma

Anoche la filial latina de HBO estrenó la segunda temporada de Roma, una de sus producciones originales para la televisión. Así como la primera temporada se ocupó del ascenso al poder de Julio César, la segunda se dedica a los convulsionados años que sucedieron a su asesinato: esto es la historia de Marco Antonio, de su fatídica asociación con Cleopatra y de la consagración de Octavio como Emperador Augusto. Una historia a la que hemos atendido una y mil veces, de manera obligatoria durante los años escolares y por placer al entregarnos a diversas adaptaciones literarias y cinematográficas, pero que nunca deja de seducirnos –por razones que bien valdría la pena investigar.

La temporada inicial de Roma me gustó, pero sin mayores entusiasmos. Nunca me saqué de la cabeza que se trataba de una relectura de la miniserie británica Yo, Claudio, sólo que filmada en exteriores con un presupuesto infinitamente superior y permitiéndose todas las licencias (en materia de violencia, de sexo y de profanidad) que la televisión de los años 70 ni siquiera podía imaginarse. Si hay que creer en las declaraciones oficiales de HBO, esta segunda temporada de Roma es la última, lo cual de alguna manera suscribe mi teoría: Roma terminará allí donde la historia de Yo, Claudio comenzaba, proponiéndose a sí misma como material complementario; una prequel apócrifa.

Hace algunos meses me compré la versión en DVD de la miniserie basada en los libros de Robert Graves Yo, Claudio y Claudio el Dios. A pesar de los elementos que hoy le juegan en contra (la impronta teatral, las constricciones que resultan del trabajar dentro de un estudio de TV), el relato sigue funcionando maravillosamente. Algunas de las razones de su excelencia son obvias: el guión de Jack Pulman, las actuaciones de Derek Jacobi como Claudio, John Hurt como Calígula y Sian Philips como la pérfida Livia. Otras son más subjetivas, lo cual no las vuelve menos importantes. Creo que Yo, Claudio en su momento y hoy Roma triunfan porque muestran la Historia con mayúsculas a la manera del melodrama. O para ponerlo de forma: Yo, Claudio es un teleteatro con todas las letras, un culebrón que en lugar de tener al trepador convencional como villano, lo tiene a Calígula.

La dinámica de la historiografía obliga a desmenuzar los hechos para analizar sus causales políticos, económicos, sociales o culturales. Lo que los libros más genéricos no tienen tiempo de contemplar es la forma en que otros factores –a los que quizás deberíamos denominar simplemente humanos, siguiendo a Graham Greene- también incidieron sobre los grandes actores de la Historia. Dirimir, por ejemplo, si Augusto era tan manipulable como Graves pretende y si en ese caso deberíamos atribuirle muchas de las políticas imperiales (¡y tantos de los crímenes!) a su esposa Livia. (El del rol de las mujeres es todo un tema, ya que el hecho de que no condujesen guerras ni firmasen tratados tiende a condenarlas a unas sombras en las que no vivieron: grandes o pequeños, todos los hombres han conversado desde siempre con sus esposas sobre su día de trabajo… y escuchado, por ende, sus consejos.) Desde que la Historia se ganó sus mayúsculas, reyes, emperadores y estadistas fundamentaron sus actos con argumentos que pretendieron concluyentes, pero nunca confesaron el peso de sus inseguridades, de sus enfermedades o de sus pasiones en la toma de esas decisiones. No existe uno sólo de nosotros que no haya tomado alguna decisión vital por obra de la pasión, o por motivos que distan de los que confesó en su momento. Por eso nos gustan Yo, Claudio, Roma y tantas otras dramatizaciones de la Historia, porque sacan a los personajes del bronce y los convierten en gente parecida a uno, que con mayor o menor conciencia de la trascendencia de sus actos trataron en su momento de hacer lo que todos: ser felices a su manera, imponerse a sus adversarios o, en el peor de los casos, al menos sobrevivir.

Esta noche HBO estrenará otra miniserie, una que a pesar de que no lidia con personajes que determinan el destino de naciones, supo siempre que los seres humanos tomamos decisiones no sólo con la cabeza, sino también con el cuerpo entero. Prime Suspect 7 es el tramo final del ciclo que durante tantos años protagonizó la maravillosa Helen Mirren. O sea que hoy por la noche tengo cita con Jane Tennison, su personaje recurrente. Lo cual es una manera alambicada de confesar que hoy voy a ser feliz.

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16 de abril de 2007
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El Boomeran(g)
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