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PLATOS

Por si faltaba poco han vuelto a destacar a varios cocineros españoles como los mejores del mundo. ¿Será posible continuar incrementando los espacios televisivos dedicados a preparar recetas ante la absorta mirada del espectador?

Seguro que no pocas personas encuentran un consuelo y compañía atendiendo las operaciones de los telecocineros cortando o pelando sobre el banco, calentando en el horno o en el fogón, pero otros somos incapaces de contener una molesta sensación ante estos obscenos protagonistas de platos innumerables y sus exorbitados comentarios sobre el seguro regusto del guiso, la salsa o el puré en preparación. Una blanda secreción de consejos y comentarios superfluos pringa la pantalla y, se supone, que también el interior de los estómagos que atienden las palabras y humaredas que se emiten, como si cocinar fuera el más allá de la creación y degustar el resultado la forma más destacable de recrearse aquí.

Asumo que estas palabras fuera de lugar no responden sino al rechazo que opone mi organismo a la melopea de los sabores compuestos y los descompuestos afanes a propósito de ofrecer placer al paladar. El paladar representa el área más animalizada de las observables sin abrir la criatura en canal y la boca en sí uno de las cavidades de peor imagen. Por la boca se accede a la calavera y de la calavera nace el olor oscuro. En esta obligada y menesterosa oquedad, de por sí ominosa, se introducen los alimentos y no sólo los alimentos netos que nos proporcionan vida y salud, sino estas composiciones de concurso que responden no ya a la mera fruslería sino a la falsa intriga, el camelo y la pretenciosidad.

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26 de abril de 2007
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El manuscrito

Al terminar mi charla en una universidad de Granada, me voy a la cafetería a tomar una cerveza. Como siempre en estos casos, comento las conferencias del día con los otros ponentes. Conversaciones de colegas. Hasta que descubro en un rincón a un chico tímido que ya había visto durante la charla. Lo recuerdo porque lleva una mochila enorme, casi de su tamaño. Él me mira de reojo pero está claro que no se decide a acercarse a mi mesa. Me acerco yo.

-Hola ¿Puedo ayudarte?

Él ni siquiera se atreve a levantar la cabeza para mirarme.

-Me llamo Óscar. Quiero publicar mi novela, pero no sé qué hacer.

Debe tener unos 19 años. Me enternece porque me recuerda a mí mismo a su edad.

-Bueno, puedes dejarla en editoriales, agencias, premios. Mientras más la lean, más posibilidades tendrás.

-Ya lo he hecho –responde, casi con lágrimas en los ojos-. La he dejado en 16 editoriales y nadie me ha contestado.

-Así es el comienzo. Todos lo hemos pasado. Quizá te sirva que la lea algún amigo dentro del medio literario y le dé un empujón. Un escritor por ejemplo.

Por primera vez, me mira a los ojos y noto una luz en sus pupilas: es el resplandor de la ilusión.

-¿La leerías tú? –me dice.

-Eehh... bueno, no te puedo prometer nada porque tengo mucho trabajo... –a cada palabra que pronuncio, las lágrimas van asomando a sus párpados.- Pero bueno, quizá pueda intentarlo...

Como un relámpago, saca de su mochila un enorme volumen encuadernado. Descubro que eso era lo que hacía enorme la mochila. Dentro de ella, no hay nada más.

-Tiene sólo 750 páginas –me dice.

-Genial –trato de sonreír-. ¿Y cuál es la trama?

-No tiene trama, ni signos de puntuación. Verás cómo te gusta. Es supervanguardista.

-Mmmh... vanguardista. Mis favoritas.

Esa noche, me tomo unas cervezas con los escritores amigos en un bar del Albaicín, el barrio antiguo, frente al Alcázar. Me han dicho que es un barrio muy seguro. Pero a medianoche, mientras regreso a mi hotel, siento que una sombra me persigue. Acelero el paso, pero la sombra acelera tras de mí. Cuando empiezo a correr, la oigo acercándose, casi respirándome en la nuca. Al final, en la esquina del hotel, tropiezo y ruedo por el suelo. Estoy a su merced. Me llevo las manos a la cabeza para que no me golpee en la cara. Cuando llega hasta a mí, descubro que es Oscar:

-Hola. ¿Ya leíste mi novela?

-Ah, hola –le digo tratando de levantarme-. Verás, no. Pensaba leerla con calma en casa. Merece una lectura pausada.

-Mejor léela antes de irte. Te gustará.

-Ya, pero son 750 páginas.

Sonríe y me dice:

-Mejor léela antes de irte. Te gustará.

La luz de la farola le da un matiz siniestro a su rostro.

A la mañana siguiente, descubro que el manuscrito no cabe en mi maleta. Es tan gordo que tengo que escoger entre él y mi computadora. Termino por dejarlo. Al bajar a recepción para devolver las llaves, oigo a mis espaldas una voz familiar.

-Veo que no traes el manuscrito ¿Lo terminaste?

Oscar está de pie entre la puerta y yo. Ya no tiene la mirada tímida. De hecho, incluso parece más grande que ayer.

-¡Hola! Qué sorpresa. Precisamente estaba a punto de bajarlo para llevármelo. Sólo quería pedir una bolsa aparte...

-No te preocupes. Te traje otra copia, por si acaso. Esta tiene la letra más grande, para que sea más cómoda de leer.

-Gracias, qué considerado.

Cuando trato de irme, se ofrece a llevarme al aeropuerto. Me niego cortésmente pero insiste. Hacemos todo el camino en silencio. Yo voy sentado atrás y noto que me observa desde el retrovisor. Al llegar, trato de despedirme, pero me escolta hasta el mostrador de facturación. Me pide que facture mi maleta y lleve el manuscrito en la mano.

-No se te vaya a perder –sugiere.

Cuando el avión despega, lo veo en la pista de aterrizaje haciéndome adiós con la mano. Respiro aliviado. Como no tengo nada más, trato de leer la novela en el camino, pero no entiendo nada. Ya que no tiene signos de puntuación, no sé dónde terminan las oraciones. De hecho, no terminan. Ni narra nada. Esta versión tiene más de 800 páginas. Más un prólogo teórico.

Agotado, al salir del avión, abandono el manuscrito en el asiento. Pero cuando me acerco a la salida, veo a Oscar ahí, junto a la entrega de equipajes, con una enorme mochila en que se adivinan las esquinas de un manuscrito gigante.

Corro en retroceso. Me escondo en el baño. Cuando siento sus pasos frente al water, escapo y me oculto en una librería. Poco después, vuelve a acercarse. Creo que me olfatea. De momento, estoy encerrado en una cabina de Internet del aeropuerto, esperando que se canse y se vaya, pero sé que ronda por acá con su manuscrito. Tengo miedo.             

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25 de abril de 2007
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SILENCIO

Entre mi ordenador en Madrid y esta pantalla hay 480 kilómetros si se miden en términos de longitud, en todos los demás términos se trata de una distancia intraspasable. Mientras en Madrid sigo oyendo el rumor de los coches tras la supuesta tecnología aislante de la carpintería metálica, aquí, desde las 11:30 a las 12:00 de la noche, ladra un perro, supuestamente de joven y de alta figura que, al no recibir respuesta, devuelve la totalidad al silencio.

Este silencio no es de tipología circular como el que se dibuja en la salida del fin de semana, ni tampoco lineal (o fatal), dirigido al cementerio. Se trata de un compuesto formado de la noche ya licuada y de la vacante gravidez de la tierra. Podría decirse que ese silencio procede desde el suelo como una amplísima emanación pulmonar. No saliendo desde los arcanos subterráneos ni de fantasías noveladas por el estilo sino de la misma y rasa superficie y como una  evaporación general en connivencia con la nocturnidad.

El sonido que se desprende de nuestros pasos diurnos sobre senderos y huertas, por ejemplo, estaría relacionado con el estremecimiento del silencio extendido como una lámina apegada a la superficie y sólo ascendería desde esa cota al anochecer y al compás de la luz desvanecida.

El silencio sería así en tinieblas la otra cara de la luz y la luz, a su vez, la otra cara del silencio. No se oye el silencio puesto que no pertenece al orden del sonido sino de la visión. Pero no se ve, puesto que corresponde  a la  naturaleza de la ceguera. Sólo se siente como el ser que vive en la transparencia, flota sobre la piel del mundo y se difunde en la oscuridad total.

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25 de abril de 2007
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QUE LA FUERZA DEL PENSAMIENTO TE ACOMPAÑE

            El más notable de los inventos electrónicos que se anuncian en el mercado hoy día, me parece ser el de la próxima generación de juegos interactivos que podrán controlarse, o dirigirse, con la mente. Aquí entramos ya al más puro terreno de la ciencia ficción, que tanto nos ha atemorizado siempre, y es cuando los poderes del pensamiento entran en acción. Para empezar, los juegos que ya vienen serán tridimensionales, y los jugadores podrán colocar su propia cara a los contendientes en lucha.  Pero esos contendientes tendrán inteligencia artificial, que les permitirá detectar peligros en el camino, minas o emboscadas, sin quedar ya más sometidos a acciones específicas programadas. Ahora actuarán con libertad. Esto se debe a que estarán manejados por las ondas cerebrales de los jugadores. Desde el casco colocado en la cabeza del jugador, se podrá ordenar con el pensamiento, por ejemplo,  que la espada láser de Darth Vader se encienda y se despliegue: que la fuerza te acompañe.

            Esto se ha logrado al crear sensores incorporados al casco, que miden la longitud de las emisiones cerebrales, y así pueden determinar los estados de ánimo. Para hacer que los objetos en la pantalla se eleven, el jugador debe lograr serenarse. Para hacer que el contendiente se enfurezca y ataque, deberá enfurecerse él mismo. De su tranquilidad, o de su agitación, dependerá su fuerza. Estos cascos, producidos por Neurosky en Corea, costarán 50 dólares, precio al por mayor.

            Y también habrá pronto MP3 que sonarán con el pensamiento. Si me siento alegre, Óscar de León. Si triste, el Réquiem de Mozart.

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25 de abril de 2007
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Adiós a la amiga

Durante más de quince años, Prime Suspect fue lo más parecido a una experiencia religiosa que experimenté como televidente. Creada por Lynda La Plante para Granada TV, Prime Suspect debutó en 1991 dándole una vuelta de tuerca a un género visitado hasta el cansancio: ¿qué pasaría si una división de homicidios de la policía londinense, masculina por composición y tradición, quedase al mando de una mujer? Para tolerar las resistencias del medio y salir airosa de su trabajo, esta mujer no tenía otro remedio que ser formidable. La Plante puso en juego todo su talento para que el personaje de marras, la inspectora Jane Tennison, lo fuese. Lo que no pudo haber previsto fue que encontraría una intérprete a la altura de sus sueños: la actriz Helen Mirren, que hoy se ha vuelto popular gracias al Oscar obtenido por The Queen pero que para muchos ya era una reina desde que vimos Prime Suspect por primera vez.

Recuerdo lo que pensé entonces: que Prime Suspect era algo que estábamos en condiciones de hacer incluso aquí, en América Latina. Se trataba de una puesta simple, filmada en su mayoría en escenarios reales. Pero claro, existían unas pocas pero irremontables salvedades. Para empezar, el género: a la luz de la experiencia de las últimas décadas, en América Latina en general y en Argentina en particular nos resulta inverosímil la figura del policía decente. Otra de las dificultades la presentaban los guiones. Aun cuando a simple vista Prime Suspect parezca un policial más, la complejidad de sus tramas y la sutileza con que imbrica cada hilo es algo que sólo puede concebir un artista superior. La Plante marcó la cota en las temporadas 1 y 3, después hubo otros guionistas que siguieron en sus pasos con mayor o menor suerte.

Para empezar, los casos estaban llenos de inquietantes resonancias sociales. En Prime Suspect 1, mientras Tennison trataba de hacer pie en ese mundo despiadadamente masculino debía lidiar con un asesino serial de mujeres que era protegido por su propia esposa, remarcando la complicidad que el mismo género femenino presta, en determinadas circunstancias, a la perpetuación del mismo abuso del que son víctimas. En Prime Suspect II la lente se posaba sobre el racismo de la sociedad inglesa: las consecuencias del prejuicio se veían entonces en la calle, pero también en el seno de la institución policial. En Prime Suspect III el caso exponía los abusos que los adolescentes de un internado oficial sufrían a manos del director del establecimiento… y hasta de un alto mando de la policía. Las líneas de investigación siempre resonaban dentro de la división de homicidios, un microcosmos en el cual las tensiones sociales se viven corregidas y aumentadas: el prejuicio respecto de las mujeres, la homofobia, el desprecio dirigido a los inmigrantes. Y mientras el guiso se cuece y se espesa a cada minuto, Tennison hace malabares con los ingredientes de su vida privada: los manejos políticos para ascender en el escalafón, su dificultad para sostener relaciones amorosas estables y hasta la marcha imparable del reloj. En el capítulo The Lost Child, Tennison busca pruebas para acusar a una madre por el asesinato de sus propios hijos, al tiempo que es consciente de haber programado la interrupción de un embarazo que no deseaba. Por supuesto, en el instante final del capítulo Tennison acude de todas formas a la cita hospitalaria; Prime Suspect nunca hizo concesión alguna a los buenos sentimientos del espectador, y mucho menos a su necesidad de happy endings.

El otro elemento irrepetible de la miniserie es, por supuesto, Helen Mirren. No se trata tan sólo de que no exista una Mirren argentina, o latina: tampoco existe alguien que se le compare en los Estados Unidos, o en España, o en Francia. (Ni siquiera Meryl Streep, que es lo más parecido que Hollywood tiene al talento y la profundidad de Mirren, saldría airosa en el papel de Tennison.) Lo que esa mujer puede hacer sentada en una silla dentro de un cuarto sin ventanas, es algo que todo el dinero y la tecnología del mundo no suplirán jamás. Por eso la visión de Prime Suspect 7: The Final Act, que la versión latina de HBO terminó de emitir este lunes, produce una sensación de pérdida sólo parangonable a la experiencia real. Después de más de quince años, y al término de siete ciclos, este cierre de Prime Suspect se parece a la dolorosa despedida de un ser a quien hemos conocido íntimamente. Con el apoyo de su producción, de guiones y de elenco igualmente magníficos, Mirren no se limitó a intepretar a Tennison: fue Tennison, convenciéndonos de que estábamos siendo testigos de algo mucho más interesante y conmovedor que la mejor obra de arte, esto es una vida humana. Para decirlo mediante paráfrasis: quien ve Prime Suspect conoce a una mujer. Inteligentísima y necia, sensible y fría, sagaz y torpe a la vez. Siempre triste, solitaria –y ahora también final.

Ha sido un viaje incomparable, por el que siempre estaré agradecido.

Cuando sea grande, me gustaría hacer algo tan maravilloso como Prime Suspect.

Moriría por trabajar con Helen Mirren.

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25 de abril de 2007
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LA RESACA

Después de la fiesta, de la celebración, viene la resaca. Llega el martes como siempre, tan civil y laborable. Llegan, también, las cifras de los libros que más se venden. La lista de la realidad lectora, se parece poco, generalmente a la lista de nuestros deseos. Una vez más en contradicción, en bandos diferentes, enfrentados en su guerra interminable, realidades y deseos. Espero que no sea verdad aquello de que somos lo que leemos, porque si es así somos un país de “pseudos”. Los que más se venden siguen siendo esos libros pseudohistóricos, pseudo científicos. O  esos otros, llamados de autoayuda,  construidos con materiales para ayudar al autor y para  hacer perder el tiempo al que le ocurra acercarse a ellos. ¿Esto es nuevo? ¿De esto tenemos que lamentarnos? Desde luego nuevo no es. Históricamente se han vendido más los libros menos literarios. Los autores más fáciles, los que escriben pensando en el mercado, lo que han encontrado el truco del gusto- generalmente manipulable- del comprador.
La literatura está en otra parte. No es común que algunas veces se cuele en las listas de ventas. Ni que esté en estas fiestas que las instituciones organizan, subvencionan y se encargan de hacer ruido para que un día al año parezca que están muy preocupados con la lectura.

Me acerqué a algunas de las “movidas” de la noche madrileña de la lectura. Había vuelto de la tranquila -demasiado tranquila– Teruel. Allí es festivo el día de San Jorge, y no había puestos que vendieran ni libros, ni rosas. Otra cosa sería si regalasen cardos, dijo el cantautor, José Antonio Labordeta, autor de una rescatada novela dura y hermosa como un desolado y cruel wenster, pero con la guerra civil de fondo. Una novela de hace muchos años, que ahora se rescata en “Anagrama” con otro título, En el remolino. Les recomiendo que se acerquen a ella sin prejuicios, sin pensar en las otras cosas por las que Labordeta es conocido. Es, lo señala el maestro Mainer en el prólogo, una muy notable novela. No tendrá la difusión de sus programas con mochila, ni la de su himno aquél de “habrá un día entre todos…”, ni la de sus tacos en el Congreso de Diputados, pero es una excelente novela con ruido, con furia.

Como decía, pasee por algunas “movidas” de atardecer y nocturnidad madrileñas que se inventaron el año pasado para conseguir sacar gente a la calle en el día del libro. Debe ser la envidia de Barcelona. Lo que  allí es una tradición que no necesita apaños institucionales, aquí, en Madrid, la cosa de la noche de los libros va entre lenta e inútil. Sí, salimos a las juergas. Pero no hemos salido a comprar libros, al menos nada que ver con el volumen de los de Sant Jordi. No hemos sido capaces de hacer un buen plagio, y no tenemos tradición…Tampoco importa. Nosotros tenemos unos días absolutamente imbatibles en eso del marketing, la venta de libros y los libros a la calle, se llama Feria del Libro, se inventó hace muchas décadas y es como nuestro particular Sant Jordi, en el Retiro y al lado de la antigua Casa de Fieras, para recordar de dónde venimos… Lo único malo es que la resaca es parecida. Más o menos la misma decepción cuando te dicen cuáles han sido los libros más vendidos… Menos mal que este año tenemos bien colocados a Pombo, Almudena Grandes y al nuevo Leante… Esas rarezas de encontrarte algunos excelentes libros entre los más vendidos.

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24 de abril de 2007
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Las barbas del vecino

La aparición de un tercer candidato ha obligado a conservadores y socialistas a esforzarse más en Francia

El día amaneció espléndido para ser un 22 de abril parisino. Bien es cierto que por la mañana no superábamos los ocho grados. A mediodía, sin embargo, ya estábamos por encima de la temperatura de Barcelona. Esta primavera viene siendo excepcionalmente calurosa. Quizá como consecuencia del buen tiempo, muchos franceses cogieron el coche y el resultado fue que las primeras estimaciones de participación eran alarmantes: un exagerado aumento de votantes respecto a las elecciones del 2002 que nadie sabía explicar. Es cierto que hay tres millones de votantes nuevos, pero ¿por qué votaban todos a primera hora? A las doce del mediodía se confirmaba el dato: la participación era histórica. Algo estaba a punto de cambiar.

LA CAMPAÑA había sido muy seria, muy profesional, muy intensa. La aparición de un tercer candidato con posibilidades reales, François Bayrou, había obligado a los perpetuos dueños del negocio, socialistas y conservadores, a esforzarse por razonar y explicar sus propuestas. A trabajar más. Y a fe mía que han trabajado como esclavos. Aquí no sirve lo de anular al adversario como si fuera menor de edad. Los ciudadanos franceses llevan varios cientos de años votando y saben que las imprecaciones personales, los insultos, las descalificaciones, esconden algo turbio y manifiestan la inconsistencia e inseguridad de quienes las usan.

En Francia es inadmisible que un político diga de otro que es un facha o un totalitario o un imbécil. El insulto se vuelve en su contra de inmediato, porque no cae sobre la persona, sino sobre los votantes del insultado. Solo algunos pequeños grupos con la enfermedad infantil del comunismo siguen utilizando el vocabulario de la guerra civil. El mismo día de las elecciones, Christophe Prochasson explicaba en Le Monde, bajo el título La izquierda de la vieja escuela ha muerto, que las elecciones francesas habían prolongado hasta 1970 la guerra civil soterrada durante el régimen de Vichy. Durante 40 años, la izquierda y la derecha francesas respon- dían a esa divisoria fratricida. En la actualidad, según Prochasson, las diferencias ideológicas han desaparecido y por lo tanto la división entre izquierdas y derechas no tiene sentido: "Los valores han reemplazado a las ideas, pero la izquierda aún no se ha percatado". Acababa su intervención diciendo que posiblemente ese sería el papel histórico de Ségolène Royal: librar a los socialistas de su conformismo. Nosotros, que llevamos ya 70 años de guerra civil soterrada, quizá nunca veamos esa modernización. Seguiremos viviendo en el pasado, como siempre.

Otro aspecto curioso de la campaña es que por primera vez los notorios intelectuales apenas han tenido presencia pública. De nuevo un elemento del antiguo régimen que se acaba, quizá por el mismo motivo: el fracaso de las ideologías y la cada vez más fuerte necesidad de pragmatismo. Ciertamente, los medios han destacado el apoyo a Sarkozy de la casi totalidad de la vieja izquierda del 68. Los socialistas solo han contado con ancianos ideólogos casi todos funcionarios y con algún cantante de voz muerta. Aunque lo más chusco ha sido el apoyo que han recibido el tenebroso José Bové y sus ovejas por parte del filósofo más infantil del año, Michel Onfray. Según el joven divulgador, Bové es el candidato "libertario". Nadie sabe lo que esa palabra pueda significar porque el tal Bové no cesa de exigir fondos estatales, subvenciones, protección administrativa y otros elementos poco afines con el pensamiento anarco.

Y finalmente, a las ocho de la tarde se hizo público el resultado. Nada había cambiado. Con variantes decimales ganaba Sarko con una cifra muy alta, más del 30%, Ségo- lène venía a continuación, rozando el 26%, y Bayrou se quedaba al borde del 19%. La extrema derecha se reducía al habitual 10% de rabiosos, temerosos y resentidos. La extrema izquierda desaparecía del mapa de la mano de los verdes. Así pues, sin sorpresas: lo esperable, lo que está mandado.

Una vez pasado el susto, los invitados de los programas de las televisiones francesas, elefantes de la nomenklatura, jefazos burocráticos, reptiles de moqueta y redacción, peroraban durante horas para no decir absolutamente nada. Sobre todo ni una palabra sobre el futuro, sobre las posibles alianzas, sobre los apoyos de la segunda vuelta, el 6 de mayo. Para eso les pagan. A los electores no debe llegarles ni una sola palabra sobre asuntos tan delicados. Ahora comienzan quince días de tráfico, yo te doy esto, tú me das aquello, antes de la decisión definitiva. Empieza la política real, de la que los votantes no sabrán nunca nada.

EL PERDEDOR, Bayrou, se despedía de sus huestes (muy jóvenes y entusiasmadas, a pesar del resultado) con un discurso triunfante, luchador, enteramente distinto de los sermones de Sarkozy ("¡Gracias, franceses y francesas, etcétera!") y Ségolène ("¡Hemos de inventar una Francia nueva, etcétera!"). O bien cambiamos las reglas de juego, decía Bayrou, o bien Francia seguirá siendo la finca privada que explotan dos inmensas empresas y sus redes clientelares, los socialistas y los conservadores. Bayrou hablaba ya pensando en las legislativas, cuando es muy probable que se convierta en la pieza decisiva para la formación de gobierno. Es el único que aún puede hacer algo por su país.

Artículo publicado en: El Periódico, 24 de abril de 2007

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24 de abril de 2007
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UN CUERPO DESNUDO Y UN GATO

            Acerca de los inventos que al asombrarnos alertan nuestro sentido de futuro: hablábamos de los periódicos de páginas cambiantes que aparecen en Sentencia previa, la película de Spielberg y, en referencia a eso, de las vallas igualmente cambiantes de la publicidad comercial en los estadios de fútbol. Ahora se anuncian ya prendas de vestir, chaquetas, camisetas, y hasta cortinas y sofás, hechos con base en la tecnología textil fotofónica, que permitirá presentar en la espalda, en el caso de las chaquetas, y también en el pecho, en el caso de las camisetas, logos, mensajes, imágenes fijas o animadas de ídolos artísticos o seres queridos. En la superficie de un sofá, podrá haber, esperando al solitario que regresa a su casa, la imagen de un cuerpo desnudo, que uno podrá cambiar a voluntad, si es que se aburre de sentarse, o acostarse, sobre el mismo de siempre. Para los más recatados, bastará la imagen de un gato.

            Y también han salido ya al mercado zapatillas con un chip GPS incorporado en la suela, útiles para excursionistas de montaña temerosos de extraviarse, ancianos con Alzheimer que no saben el lugar a donde han ido a parar en su paseo, niños que aún no pueden dar a entenderse y por accidente se alejan de su casa. Un sistema de localización como el de los brazaletes, o aros en el tobillo, que se coloca a los presos en libertad condicional.

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24 de abril de 2007
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La conjura de los necios

Algunos hecho que parecen inconexos (pero no lo son tanto):

1. El 4 de abril pasado, como ya consigné en este mismo lugar, el profesor Carlos Alberto Fuentealba fue asesinado en medio de una protesta sindical en la provincia argentina de Neuquén. Un policía de los que el gobernador Jorge Sobisch había mandado a reprimir la protesta le disparó una granada de gas a quemarropa, matándolo de forma casi instantánea al impactar contra su cabeza;

2. La semana pasada se lanzó aquí la nueva temporada del programa televisivo Showmatch, dedicado por entero al certamen que en USA se llamó Dancing With the Stars y aquí se llama Bailando por un sueño. Una de las novedades de este ciclo es la participación de Nina Peloso, pareja del conocido líder piquetero Raúl Castells. El debate sobre si es lícito, o cuanto menos positivo, que una dirigente social como Peloso participe en un programa de variedades moviéndose al ritmo de la salsa y la música disco, sigue abierto. En todo caso Castells y Peloso habrán hecho su propia evaluación sobre pros y contras y decidido que los pros volcaban el fiel de la balanza. Lo que no me parece relativo ni opinable es el hecho de que Peloso haya salido a escena con un cartel con la cara del profesor Fuentealba colgado del cuello. En otro contexto, la imagen del docente asesinado habría sido valorizada como se debe, y su aparición en un programa de éxito habría contribuido a la difusión del reclamo de justicia. Pero en el contexto de frivolidad pura en que se dio, con Peloso riéndose como si fuese una star, la imagen de Fuentealba allí metida dolía como una afrenta;

3. La Asociación de Periodistas de la Televisión y Radiodifusión Argentina, APTRA, que entrega anualmente el popular premio conocido como Martín Fierro (nuestra versión del Emmy), decidió eliminar de la premiación el rubro de programas educativos y culturales. No contenta con ello, abrió un rubro nuevo al que sí entregarán su premio: el de reality shows. En el año del asesinato de Fuentealba, a la gente de APTRA no se le ocurrió mejor cosa que darle la espalda a la educación –quiero decir, todavía un poco más de lo habitual.

Son cosas que pasan en un país que ha sido muy golpeado, hasta el punto de perder la capacidad de asombro.

Son cosas que pasan en un país donde mucha gente defiende aquello del fin justifica los medios.

Son cosas que pasan en un país en que el brillo ya no sólo ocupa su lugar, sino también parte del lugar que debería reservarse a la sustancia.

En todo caso los hechos (la ceguera moral del gobernador y la violencia del policía, el vale todo de Peloso y Castells, el ninguneo de APTRA) hablan de una crisis cultural que ya viene de lejos y excede en mucho el marco de las aulas.

Qué lástima que justo en este país, con la crisis educativa que existe, hayamos perdido un maestro más.

Si Fuentealba viese su cara saltando sobre las tetas de Nina Peloso, se moriría otra vez.

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24 de abril de 2007
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CONCURSO DE PÁJAROS

Ayer asistí a un inesperado concurso de pájaros. No una liza donde se competía mediante el plumaje o la rareza sino, tal como si fueran humanos, por la belleza del canto. Tampoco se trataba de animales exóticos o especialmente bellos sino gorriones, jilgueros o verderoles que acudían en pequeñas gabias colgadas de la mano de sus amos.

Un equipo de jueces provistos de gorra y una banqueta se afincaban sobre las gradas de un bancal y cada uno atendía simultáneamente al bullicio de cinco jaulas. De esa auscultación iba deduciendo una puntuación que se anotaba en una cartilla azul con una docena de apartados referidos a un diferente pasaje o acrobacia sonora del puesto que, aunque no lo parezca a los profanos, cada animal desarrolla un discurso cuyo fraseo se encuentra tipificado. No tomé la precaución de quedarme con uno de los impresos de calificación pero recuerdo dos de los temas en consideración. Uno de ellos ponderaba onomatopéyicamente un periodo de enunciación y en otro se tenía en cuenta el grado de dicción de la palabra “maría”. Cuando pregunté a una delegada de la organización por todo ello le pareció especialmente extraño que no conociera que los jilgueros dicen a menudo “maría” y es dependiendo de la claridad de la pronunciación como se adquiere una puntuación más alta. Todos los pájaros en la escena parecían por descontado conscientes de que se les examinaba y comparaba con sus vecinos de serie y con el total de las decenas de concursantes. Parejamente (pajeramente) los dos centenares de dueños habían acudido acompañados de amigos, parientes o esposas y, curiosamente, eran sólo los hombres quienes empeñaban su orgullo. Entre tanto, las acompañantes, sentadas en torno a una amplia mesa del merendero, jugaban a las cartas y bebían anís o café con leche. Afuera, la concentración de coches, furgonetas y motos era semejante a la de un partido de tercera regional y acaso el encanto esencial venía a ser por el estilo. Pero ¿cómo suponer que un certamen de esta naturaleza (en la naturaleza, de la naturaleza, con la naturaleza) se repitiera en decenas de localidades de la Comunidad Valenciana con una copiosa y ostentosa colección de premios, copas cubiertas de purpurina de tamaño descomunal y la escayola del pájaro consiguiente empinado en su peana? Porque también, entre los entendidos, la pose del pájaro se pondera. La prestancia de la figura y la justa desenvoltura en el cantar que, como es de suponer, requiere de los participantes (menos las jugadoras de cartas) un sentido peculiar, no sólo fino sino avezado como en las aves y tan preciso como una luz que dilucida un estribillo en lo que nosotros sólo apreciamos un confuso jolgorio o un simple ajetreo del piar.

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24 de abril de 2007
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El Boomeran(g)
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