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El manuscrito

Por 25 de abril de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Al terminar mi charla en una universidad de Granada, me voy a la cafetería a tomar una cerveza. Como siempre en estos casos, comento las conferencias del día con los otros ponentes. Conversaciones de colegas. Hasta que descubro en un rincón a un chico tímido que ya había visto durante la charla. Lo recuerdo porque lleva una mochila enorme, casi de su tamaño. Él me mira de reojo pero está claro que no se decide a acercarse a mi mesa. Me acerco yo.

-Hola ¿Puedo ayudarte?

Él ni siquiera se atreve a levantar la cabeza para mirarme.

-Me llamo Óscar. Quiero publicar mi novela, pero no sé qué hacer.

Debe tener unos 19 años. Me enternece porque me recuerda a mí mismo a su edad.

-Bueno, puedes dejarla en editoriales, agencias, premios. Mientras más la lean, más posibilidades tendrás.

-Ya lo he hecho –responde, casi con lágrimas en los ojos-. La he dejado en 16 editoriales y nadie me ha contestado.

-Así es el comienzo. Todos lo hemos pasado. Quizá te sirva que la lea algún amigo dentro del medio literario y le dé un empujón. Un escritor por ejemplo.

Por primera vez, me mira a los ojos y noto una luz en sus pupilas: es el resplandor de la ilusión.

-¿La leerías tú? –me dice.

-Eehh… bueno, no te puedo prometer nada porque tengo mucho trabajo… –a cada palabra que pronuncio, las lágrimas van asomando a sus párpados.- Pero bueno, quizá pueda intentarlo…

Como un relámpago, saca de su mochila un enorme volumen encuadernado. Descubro que eso era lo que hacía enorme la mochila. Dentro de ella, no hay nada más.

-Tiene sólo 750 páginas –me dice.

-Genial –trato de sonreír-. ¿Y cuál es la trama?

-No tiene trama, ni signos de puntuación. Verás cómo te gusta. Es supervanguardista.

-Mmmh… vanguardista. Mis favoritas.

Esa noche, me tomo unas cervezas con los escritores amigos en un bar del Albaicín, el barrio antiguo, frente al Alcázar. Me han dicho que es un barrio muy seguro. Pero a medianoche, mientras regreso a mi hotel, siento que una sombra me persigue. Acelero el paso, pero la sombra acelera tras de mí. Cuando empiezo a correr, la oigo acercándose, casi respirándome en la nuca. Al final, en la esquina del hotel, tropiezo y ruedo por el suelo. Estoy a su merced. Me llevo las manos a la cabeza para que no me golpee en la cara. Cuando llega hasta a mí, descubro que es Oscar:

-Hola. ¿Ya leíste mi novela?

-Ah, hola –le digo tratando de levantarme-. Verás, no. Pensaba leerla con calma en casa. Merece una lectura pausada.

-Mejor léela antes de irte. Te gustará.

-Ya, pero son 750 páginas.

Sonríe y me dice:

-Mejor léela antes de irte. Te gustará.

La luz de la farola le da un matiz siniestro a su rostro.

A la mañana siguiente, descubro que el manuscrito no cabe en mi maleta. Es tan gordo que tengo que escoger entre él y mi computadora. Termino por dejarlo. Al bajar a recepción para devolver las llaves, oigo a mis espaldas una voz familiar.

-Veo que no traes el manuscrito ¿Lo terminaste?

Oscar está de pie entre la puerta y yo. Ya no tiene la mirada tímida. De hecho, incluso parece más grande que ayer.

-¡Hola! Qué sorpresa. Precisamente estaba a punto de bajarlo para llevármelo. Sólo quería pedir una bolsa aparte…

-No te preocupes. Te traje otra copia, por si acaso. Esta tiene la letra más grande, para que sea más cómoda de leer.

-Gracias, qué considerado.

Cuando trato de irme, se ofrece a llevarme al aeropuerto. Me niego cortésmente pero insiste. Hacemos todo el camino en silencio. Yo voy sentado atrás y noto que me observa desde el retrovisor. Al llegar, trato de despedirme, pero me escolta hasta el mostrador de facturación. Me pide que facture mi maleta y lleve el manuscrito en la mano.

-No se te vaya a perder –sugiere.

Cuando el avión despega, lo veo en la pista de aterrizaje haciéndome adiós con la mano. Respiro aliviado. Como no tengo nada más, trato de leer la novela en el camino, pero no entiendo nada. Ya que no tiene signos de puntuación, no sé dónde terminan las oraciones. De hecho, no terminan. Ni narra nada. Esta versión tiene más de 800 páginas. Más un prólogo teórico.

Agotado, al salir del avión, abandono el manuscrito en el asiento. Pero cuando me acerco a la salida, veo a Oscar ahí, junto a la entrega de equipajes, con una enorme mochila en que se adivinan las esquinas de un manuscrito gigante.

Corro en retroceso. Me escondo en el baño. Cuando siento sus pasos frente al water, escapo y me oculto en una librería. Poco después, vuelve a acercarse. Creo que me olfatea. De momento, estoy encerrado en una cabina de Internet del aeropuerto, esperando que se canse y se vaya, pero sé que ronda por acá con su manuscrito. Tengo miedo.             

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