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MI FAMILIA

A veces hay que leer a filósofos. Pueden traer sol al peor día. Es el caso de Stefán Snaevarr, hoy. ¿Cómo no voy celebrar a un hombre que escribe “Scheherazade es nuestra madre, Don Quijote es nuestro padre”? No sabía que un filosofo islandés conocía mi genealogía íntima hasta leer (en inglés) su artículo “Don Quijote y el ser narrativo” en una de las pocas revistas de filosofía que puedo aguantar sin aburrirme.

Aun mejor: Snaevarr cita al francés Paul Ricoeur, otro filosofo, autor de Le Temps raconté (El cuento del tiempo), un libro olvidado. Y además, hace un resumen excelente de la teoría de la identidad del ser construida por Ricoeur: somos a la vez idem e ipse. Vemos en nosotros lo que se parece a los otros (idem) y vemos lo que nos pone aparte (ipse). Para definirnos como seres distintos, aparte de los otros, claro que necesitamos modelos. Es donde interviene la literatura, con sus héroes y la vida de verdad que tenemos con ellos (la vida de nuestro ipse). Sin literatura no tenemos identidad completa.

Lo único que me extraña en el artículo de Snaevarr es la ignorancia de mis hermanos. Es verdad, fue parido por Scheherazade. Mi padre es el Quijote, tampoco lo voy a negar. Visito a ambos a menudo todavía. Pero, para el próximo artículo a Sanevarr le puedo dar otro elemento de mi estado civil: Fabrizio del Dongo (el sublime héroe de la Cartuja de Parma) es mi hermano, siempre lo fue desde mi decimosexto aniversario. Mi otro hermano vive en EE. UU. Siempre dice “Llámame Ismael.”

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20 de abril de 2007
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LOS LIBROS Y LA ELECCIÓN

El semanal New Yorker publicó el lunes pasado un retrato demoledor de Francia en la elección presidencial. Según Jane Kramer, la autora del artículo, Francia en este momento es un país obsesionado por una supuesta lógica cartesiana y tiene un sistema político aplastado por el papel del estado que quieren controlar unos candidatos dedicados a inventar la realidad. Así es, pero falta un dato en el panorama: los libros. Una elección en Francia es una orgía de libros y creo que la elección cuya primera vuelta tiene lugar este domingo es el colmo de una tendencia única en el mundo.

La lista es fenomenal y no hay otra cosa que los libros políticos en las librerías. Da la impresión que la única manera de ser candidato en Francia no es demostrar su personalidad como hombre político, o aun mejor su capacidad como homme d’Etat (algo mucho más grande frente a la Historia que lo que dice la palabra estadista en castellano), sino presentarse como escritor. Todos los candidatos publican libros. Los grandes, como Sarkozy, Royal o Bayrou ya publicaron dos libros de programas en el último semestre. Désirs d’avenir (Deseo de futuro) de Royal se esfumó frente a su nuevo título Maintenant (Ahora). Sarkozy pasó de Temoignage (Testimonio) a Ensemble (Juntos) y Bayrou alternó al pasar de Au nom du tiers état (En nombre de la clase baja – traducción dudosa) a Projet d’espoir (Proyecto de ilusión).

Cuatro retratos/biografías de Royal, y cuatro también para Sarkozy, un sinfín de documentos sobre la deuda, el estado, la izquierda y la derecha. Al final, claro, mucho ruido y poca nuez. La presencia es tan fuerte que se tiene la sensación de no saber nada. Lo que justifica la lista de los libros mas vendidos. Tanto en 2006 como este año son retratos: del presidente Chirac que se va del poder y de Sarkozy, el favorito de los sondeos. 

Todavía es temprano para pronunciarse sobre el triunfo final pero todo indica que será Qui connaît Madame Royale? (¿Quién conoce a la señora Royale?) de Eric Besson. Su “autor” (más bien el hombre que dio una larga entrevista) era el responsable del sector económico del Partido Socialista y se fue tanto de su partido como de la vida política al oír las promesas de la candidata. Cuenta desde adentro las improvisaciones continuas de una mujer autoritaria. Una mezcla de Margaret Thatcher por su carácter y de Holly Golightly (la heroína de Desayuno at Tiffany’s) por la coherencia. Es totalmente demoledor: una maldad pintada con la franqueza del testigo/víctima. Se ubica en posición una o dos de las ventas desde ya dos meses. Es un caso. Tal como Francia es un caso al crear en la literatura en el momento de escoger un presidente.

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19 de abril de 2007
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¿QUÉ HACER CON LOS LIBROS?

Cuando la enfermedad lectora, y acumuladora, es mucha los libros se convierten en un problema de convivencia. Van tomando la casa, poco a poco pero sin descanso. Hay que inventarse estanterías en pasillos, cuartos de baño, cocina, dormitorios, lugares de paso, salón… y, ¿qué hacer después? Si se puede, si se tiene, ir ocupando los mismos espacios en la segunda vivienda. Ahora sí, decía yo, le contaba a los míos, ahora tranquilos porque en esta casa de pueblo, en estos espacios generosos y vacíos, aquí nunca nos molestarán los libros. Aquí descargaremos la mayoría de la biblioteca de Madrid. Aquí estarán los que menos tengamos necesidad de usar. Esos libros que te esperan sin prisas o esos libros ya leídos. En fin, el criterio que se quiera. Así uno se pone a trasladar libros a la otra casa. ¿Cuáles? Da igual, nunca se acierta. Hace tiempo me di cuenta que cualquiera que trasladara al campo lo necesitaría en la ciudad. Antes teníamos un problema, ahora tenemos dos. Muchas veces hemos tenido que comprar un libro que estaba en el otro lado. Eso no importa, no demasiado. Siempre se puede regalar o prestar, que viene a ser lo mismo.

El asunto viene porque esta tarde necesitaba consultar un libro. Uno de esos tan clásicos, tan básicos de cualquier biblioteca en español, que estaba seguro de haberlo dejado en Madrid. Pues no, estaba en el campo. ¡Que difícil mantener dos bibliotecas!

¿Y porqué te molestas tanto, lo puedes buscar por Internet?...Seguramente es lo más razonable, pero no me da la gana, no me suena igual, no me lleva al mismo lugar donde me llevó la lectura de aquellas líneas en “mi” libro. ¿Pero, por qué? Son las mismas palabras, los mismos párrafos, el mismo texto, me dicen. Pues no, al menos a mi no me parece lo mismo. No me pasa lo mismo cuando leo a Lorca en mi libro, en ese libro que compré aquella vez, que leí y que me acompañó a aquellos lugares de Níjar… Que ahora buscar, de ese libro hablo, Bodas de sangre en Internet. Me niego. Ya se que me tendré que rendir, pero hasta que no lo encuentre físicamente no hablaré de la violencia, la muerte, los cuchillos y la sangre…Eso es lo que quería haber escrito hoy, sobre la culpa de las armas, de los hombres armados en los asesinatos…Pero hasta que no recupere mi libro, mi edición de Bodas de sangre. A cada uno con su enfermedad.

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19 de abril de 2007
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LA ILUSIÓN O EL ÁCIDO

Una de las frases consolatorias para aliviar el peso de la vejez dice que esta llega no con la edad sino con la desilusión. O lo que sería lo mismo: hay vida mientras haya ilusión. Pero parece necio que algo tan prodigioso pueda lograrse por mero ejercicio de la voluntad. Uno no puede fomentar las ilusiones porque sí o porque propician la longevidad. El mismo acto de intentarlo arruinaría el resultado. La ilusión nace del ilusionismo y el ilusionismo se relaciona tanto con el misterio como con la falsificación.  No es posible por tanto disponerse deliberadamente para mentirse y que la farsa surta efecto. La ilusión crece como en una plantación de tiempo atrás y localizada en espacios de imposible acceso. Sólo llega, acaso, por contagio, desde el exterior y, como en las plantaciones, por una propagación del pulgón que convierte en un ácido activo la cosecha y transforma lo previsible en amenaza, el azahar sabido en azar. O viceversa.

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19 de abril de 2007
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¿Son peligrosas las palabras?

De todas las cuestiones que este chico Cho Seung-Hui planteó al matar a 32 personas y después matarse en el campus de Virginia, hay una en particular que no me deja dormir. Según fuentes diversas, los textos que Cho produjo para su curso de escritura creativa eran perturbadores; fue a causa de esos textos que le pidieron que se presentase ante los consejeros de la universidad. O sea que, si no entiendo mal, Cho escribió textos en los que canalizaba su angustia existencial, páginas que seguramente expresaban violencia y deseos de muerte (como tantos libros que andan dando vueltas, como tanto cine taquillero), y esa escritura le valió ser singularizado y expuesto ante las autoridades del campus. Supongo que las charlas que lo conminaron a tener con los consejeros no entrañaban per se sanción en su contra, pero seguramente lo disuadieron de seguir escribiendo, o por lo menos de compartir sus escritos. Al definir sus textos como perturbadores, los docentes y funcionarios de la universidad volvieron difícil para Cho, si no imposible, el ejercicio de la expresión mediante la escritura. No voy a pretender aquí que uno más uno es dos, y que la masacre es consecuencia del haber convertido sus textos en anatema, algo prohibido e inconveniente; pero tampoco voy a dejar de relacionar lo evidente, soslayando la evidencia histórica que enseña que la persecución de un medio de expresión siempre resulta en otro tipo de expresión –aunque sea violenta, aunque se le llame masacre.

Lo que temo es que la creciente invasión de la privacidad, alentada por los países más poderosos en su paranoia, aliente ahora la vigilancia sobre los textos que se escriben, aún cuando se definan a sí mismos como ficción. De aquí en adelante está claro que en los Estados Unidos cada joven con rasgos orientales –coreano, chino, japonés: les dará igual- será sospechoso de ser un Cho en potencia, mirado con sospecha, tratado como un paria o un cómplice intelectual por simple portación de cara. Pero además, cada persona que presente un texto ante un profesor o editor potencial quedará expuesto al mismo tipo de sospechas: si en el texto expresa violencia en alguna de sus formas, y si para colmo emplea determinadas palabras y pone en juego a cierto tipo de personajes, se hará merecedor de atención indeseada, y quién sabe si no termina en las listas de algún profiler del FBI como terrorista o asesino en potencia.

Cho debería haber sido alentado a seguir escribiendo, a volcar su mundo interior en los textos por más que a muchos les pareciesen perturbadores o hasta perversos, mientras se lo acompañaba humanamente para ofrecerle algún tipo de contención. Estoy convencido de que la reacción que sus escritos produjeron le demostró a Cho que esa vía de expresión individual se le había cerrado, tornándolo todavía más antisocial, un verdadero descastado. Uno de los detalles de la masacre me resulta revelador a ese respecto. Después de matar a tanta gente, Cho se disparó a sí mismo en la cara. Quiero decir que a la hora de suicidarse borró deliberadamente sus rasgos, las facciones que lo convertían en un ser único. Para ese entonces debe haber entendido que ya había dejado de ser una persona individual, alguien que en su condición de tal podía expresarse de manera creativa –mediante sus textos, por ejemplo-, porque al sucumbir a la violencia y la arbitrariedad se había convertido en uno más, otro miembro anónimo de la humanidad a la que parecía despreciar, con argumentos que la consideración a posteriori de los hechos parece justificar tristemente.

A pesar de que vivía rodeado de gente a la que se supone tan inteligente como preparada, Cho Seung-Hui terminó siendo un mártir de la corrección política.

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19 de abril de 2007
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VII. EL VÉRTIGO QUE NO NOS DEJA

Pertenezco a la generación de la mitad del siglo XX y creo que, como ninguna otra, esa generación pudo atestiguar cambios centelleantes y diversos, muchos de ellos simultáneos, creados por la aceleración de la tecnología. De niño conocí en mi pueblo natal de Masatepe el telégrafo en clave Morse, el teléfono de magneto con manivela y el radio de tubos con antena aérea, y cuando llegué a León para estudiar derecho, allí los periódicos locales se componían todavía con tipos móviles escogidos a gran velocidad por las cajistas en los chibaletes, y se imprimían en prensas manuales de rueda con manubrio, como esas de los grabados de las novelas de Balzac.

Pareciera que estamos hablando de la antigüedad, pero eso fue ayer mismo. Al fin y al cabo, todos somos hoy del siglo pasado, ya dije. Y en las décadas siguientes he ido pasando de la máquina de escribir eléctrica a la computadora, de la humilde  Kodak Instamatic a la cámara digital, del avión de hélice al avión a reacción, de las cartas aéreas a los mensajes por correo electrónico, y al blog. ¿Por qué habría de extrañarme entonces que, en unas pocas décadas más, los periódicos sean de cuarzo flexible, o de una materia parecida, y las noticias cambien frente a nuestros ojos?

Vayámonos acostumbrando entonces a decir adiós, a lo mejor, al suave y viejo papel, pero no, por favor, a nuestra privacidad, ni demos nunca la bienvenida al big brother que todo lo ve, y todo lo quiere saber.

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19 de abril de 2007
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Adiós Vanessa

Querida ex secretaria:

He recibido tus mensajes en mi último blog, y odio tener que admitir que no te reconozco. Ya no eres la chica dulce y amable que yo inventé, siento decirlo.

Para empezar, me ha indignado que en tu primer mensaje te hagas pasar por el editor ése, como si yo no fuese capaz de reconocer tu estilo, querida. Cuánto me subestimas. Qué poco me valoras. Especialmente innecesario fue que le contases a todo el mundo sobre el material porno de mi disco duro. Gracias, Vanessa. Eso sí que fue todo un detalle por tu parte.

Pero eso no fue lo peor. Bastante más grave es el mensaje en que, regodeándote en mi dolor, recuerdas nuestros momentos bonitos. Confesaré que me emocioné con ese post. Cuando narrabas la ocasión en que mi esposa me tocaba la puerta a ver sin terminaba el maldito cuento de una vez, debí contener las lágrimas. Qué bien la pasábamos a solas en mi estudio ¿recuerdas? Tú  y yo (o sea yo solo), jugueteando, desnudándonos, acariciándonos. No creas que he olvidado todos esos encuentros. Es sólo que fingiré que nunca ocurrieron. Vanessa, es hora de que sepas que negaré toda relación contigo. Diré que nunca te conocí. Diré que jamás supe tu nombre, a pesar de que tu boca aún lleva la marca mis besos, como en los boleros. Y si alguien insiste en que nos vimos, juraré, y será verdad, que no te recuerdo.

Ya lo ves. Me ha lastimado que te escondas y también que me recuerdes nuestra felicidad arrasada. Pero ¿sabes lo que realmente me sacó de quicio? ¿Quieres saber lo que me convenció de darte esta respuesta y humillarte frente a todo el mundo? El mail en que me hablabas de ese tal Antonio Larrosa.

No sé quién sea ese hombre, Vanessa, y no me importa. Pero si te fijases en mí, aunque fuese en lo más mínimo, sabrías que ese tal Larrosa lleva un mes entrando en este blog sólo para promocionar el suyo, Vanessa, por Dios, me indigna que te prestes a su juego, y creo que sólo lo haces porque no valoras lo que yo hice por ti, entre otras cosas, inventarte. ¿No te das cuenta de que te está usando? ¿No te das cuenta de que no te quiere en realidad? Me decepcionas, querida, porque cuando nunca salías de mi cabeza, eras mucho más perspicaz.
         
Ya no eres la que yo conocí, amor. Ni siquiera eres la que yo creé. Ahora es como si fueras de todos, como si te hubieses prostituido en manos de un montón de extraños.

Que seas feliz, Vanessa.

Donde quiera –y con quien quiera- que estés.

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18 de abril de 2007
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VI. LO NUEVO QUE SE HACE TAN VIEJO…

Todo esto de la celeridad de los cambios tecnológicos podrá parecer banal, por la costumbre, pero deberíamos recordar que en el siglo XIX un solo invento, o quizás dos a lo sumo, marcaban a toda una generación. En la espléndida novela Orlando de Virginia Wolf, el ferrocarril que atraviesa con ímpetu trepidante las praderas de Inglaterra es el invento crucial, como para la generación anterior lo había sido la máquina de vapor, y para la siguiente lo sería el cable submarino.

La revolución tecnológica, que hoy aparece apenas en su infancia, asombrará dentro de pocos lustros por lo primitivo de sus instrumentos, como nos ocurre hoy con las películas mudas en las que es posible advertir cómo se mueven los telones de los escenarios ante un soplo de aire, o con las venerables máquinas de teletipo que traqueteaban día y noche en las redacciones de los periódicos dejando serpentear en el suelo las tiras con los despachos cablegráficos.

Teletipo es ya una palabra desaparecida. Cuarto oscuro es otra que desaparecerá también. A un redactor recién salido de la escuela de periodismo habría que empezar a explicarle la palabra linotipo, sino es que se la enseñaron en la materia de historia del periodismo; aún a mí me resulta hoy difícil de creer que en un tiempo fue necesario componer un texto en un armatoste con teclado, manejado por un operario, en el que una barra de plomo al rojo vivo iba derramándose en moldes que formaban lingotes línea por línea.

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18 de abril de 2007
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BELLEZA

No conozco explicación: la enfermedad es bella tal como la belleza es una clase de enfermedad. Belleza y enfermedad coinciden en un mismo punto de vista. La vista queda afectada. El cuerpo se ve afectado, infectado. La belleza ataca, infecta, causa dolor. La enfermedad nos hace débiles de una manera auténtica, nos debilita como el auténtico objeto bello.

A mayor belleza mayor sometimiento involuntario.La enfermedad subyuga, ata, debilita, empuja a la dejación. La pérdida de resistencia ante lo bello reproduce el veloz proceso de la rendición. La rendición ante la dolencia que se ha presentado de repente. Siempre imprevisible y súbita como una deflagración. Lo bello es súbito por sí. Súbito por esencia, súbito por su potencia: criminal.

La enfermedad mata bellamente. La belleza enferma mortalmente. No conozco ninguna explicación.

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18 de abril de 2007
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Aprendizaje

Uno de los momentos que más disfruto de la escritura de una novela es la investigación previa: el momento en que los libros que necesito leer a modo de consulta empiezan a apilarse peligrosamente –con peligro para mi integridad física, quiero decir- sobre el escritorio y los anaqueles circundantes. En este momento, sin ir más lejos, tengo a mano Opium: A History, de Martin Booth; una antología de William Blake; Le Morte d’Arthur, de Sir Thomas Malory (en dos volúmenes, que en este caso implican relectura), y otros libros con información histórica sobre Arturo y sus tiempos: por ejemplo Arthur’s Britain, de Leslie Alcock y obviamente Monmouth y su Historia de los reyes británicos; también he metido en la pila Los siete pilares de la sabiduría, de T. E. Lawrence, el célebre Lawrence de Arabia, y una Enciclopedia de la Navegación, y un libro que cuenta la historia de aquellos que desarrollaron el saber que entraña hacer mapas: The Mapmakers, de John Noble Wilford –y esto es tan sólo el comienzo.

Por supuesto que podría arreglármelas con menos libros. ¿Pero cuál sería la gracia, en ese caso? La literatura es la excusa perfecta para leer sobre asuntos maravillosamente variopintos que de otra manera nunca habrías investigado, y utilizar esas lecturas para imaginarte otras vidas, otros mundos, otras culturas. Yo no vivo esta fase como castigo, por el contrario, es un disfrute de principio a fin: te enteras de infinidad de asuntos deliciosos, y por el camino vas encontrando pequeños ladrillos que contribuyen con tu propia construcción. (Lo he dicho más de una vez, y lo repito: la mía es la mejor profesión del mundo.)

A fin de cuentas, escribir una historia se parece mucho a emprender una aventura. Y con la excepción de aquellos personajes que se ven lanzados al camino de manera brutal, la mayoría de los protagonistas de una aventura debe pasar primero por un período de aprendizaje y de preparación. Por supuesto, durante todo ese proceso uno arde en deseos de cortar amarras antes de tiempo y lanzarse de una vez a los mares que ansía navegar; pero como por otra parte no quiere naufragar a la primera tormenta, se refrena y regresa al escritorio, sometiéndose a su tutor imaginario. (El mío se parece mucho al Merlín de La espada en la piedra.)

En eso estoy, pues.

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18 de abril de 2007
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