Marcelo Figueras
Pablo de Santis y yo fuimos a la misma escuela, el Colegio Marianista de Buenos Aires. (Aznar fue alumno de los Marianistas en España, lo cual nos pone en situación difícil: deberíamos escribir un nuevo Ulysses y acabar con el hambre del mundo para reivindicar a la congregación de semejante mácula.) En parte por el recuerdo, y además porque no cambió nada en estos años, imagino que si Pablo se pusiese hoy el blazer y la corbata podría mezclarse entre la estudiantina sin que lo notasen. Su aspecto de Dorian Grey ayuda a que olvide que se ha convertido en un hombre grande –y en todo un escritor.
Autor de El palacio de la noche y de La traducción, Pablo acaba de ganar el flamante premio Planeta-Casa de América con un relato llamado Enigma en París. Basta leer en los medios las líneas que consignan la trama de esta novela –una convención de detectives que se reúne en la Ciudad Luz a fines del siglo XIX, cuando la Torre Eiffel todavía estaba en obras- para entender que Pablo lo ha hecho otra vez, encendiendo esa maquinaria narrativa que es su marca de fábrica. En este tiempo tan peculiar, en que tantos escritores destruyen la literatura desde adentro al reinvindicarla como un coto de caza privado o un privilegio privativo de su clase, Pablo de Santis apuesta al relato que todo lo transforma –empezando por el escritor mismo. Amante por igual de las tramas librescas de Borges y de las peripecias de los héroes de H. G. Oesterheld, lo que Pablo persigue cuando escribe es el perfume de la aventura.
El premio recibido es para mí una muy buena noticia. Todavía la estoy saboreando cuando me entero de que la Cámara en lo Criminal Federal declaró esta mañana la inconstitucionalidad de los indultos que Menem concedió graciosamente a los genocidas Videla, Massera y compañía.
Dos tiros para el lado de la justicia. A esto lo llamo yo un buen día.