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Bienvenidos al Paradiso

Perdonen que esté más tonto de lo habitual. Es que acabo de ver Cinema Paradiso y todavía no pude bajar de la nube.

Es la primera vez que la veo, aunque pueda sonar absurdo. Padezco de un extraño mecanismo de autocensura que me aleja de cierto tipo de éxito: hablo de esos que se vuelven abrumadores, de esas obras que parecen gustarle a todo el mundo, incluidos los críticos, que por una vez ocultan las hachas con que suelen eviscerar los relatos que complacen a la gente; cuando estos éxitos ocurren, tiendo a desconfiar de las razones de sus autores y del público que los celebra y del silencio cómplice de los críticos, y me mantengo a prudente distancia (tampoco he visto El cartero, si vamos al caso) hasta que el libro o la película de marras llaman tantas veces a mi puerta que al fin me decido a espiar. Estoy seguro de que a menudo este instinto me preserva de infinidad de bodrios. Con La vida es bella no le hice caso, y mi instinto probó estar en lo correcto. En otras ocasiones, ese desplazamiento –ver o leer una obra cuando ya ha pasado de moda, cuando hablar de ella no le otorga a uno patente de inteligente o de informado, cuando incluso pocos la recuerdan- me ha deparado algunos de los mejores momentos de mi vida. Leí La insoportable levedad del ser tiempo después del boom, y la novela todavía figura en mi lista de imprescindibles. Y esta tarde de domingo, Cinema Paradiso hizo por mí lo que sólo hacen las obras imperecederas: habló en clave de mi propia vida, disipando mi angustia como el haz de luz que acaba con la tiniebla de la sala.

Para los que ya no recuerdan, o son demasiado jóvenes: Cinema Paradiso es una película italiana de 1989, que en su momento ganó infinidad de premios –incluido el Oscar al Mejor Film Extranjero. Cuenta la historia de Salvatore de Vita (nombre con sobredosis de simbolismo, por cierto), un cineasta exitoso al que un llamado telefónico que proviene de su pueblo natal, el siciliano Giancaldo, le dispara un racconto tan largo como el filme: Salvatore, a quien de niño llamaban Totó, recuerda su infancia y juventud bajo la tutela de Alfredo (Philippe Noiret), el proyeccionista del cine local, que ocupó el sitial de su padre desaparecido y le inculcó, entre otras cosas, su desaforado amor por el cine como fuente de luz y de sabiduría.

Es verdad que Cinema Paradiso parece más vieja de lo que es. Su narración es convencional, la falta de sonido directo empobrece la percepción y muchas de sus vueltas se ven venir a la legua. (Me ocurrió, por ejemplo, cuando entendí antes de tiempo quién salvaría económicamente al cine incendiado y cuál sería el contenido de la lata que Alfredo lega a Totó como herencia.) Y resulta indiscutible que el relato funciona mejor cuando Totó es niño, interpretado por el simpatiquísimo Salvatore Cascio, que cuando se vuelve adolescente. (Habría que ver en todo caso el filme original de Giuseppe Tornatore, que ha sido editado en DVD, en vez de esta versión con 40 minutos menos que se usó para su estreno internacional.) Pero aun así me llegó al corazón. Desde el comienzo mismo, cuando Totó monaguillo se duerme en plena misa y en cambio abre los ojos en el cine: la sustitución de la fe anquilosada –la de este catolicismo que se pega como una rémora al poder, con el cura que se arroga el derecho de censurar los besos de las películas- por una fe actuante y viva –la del cine, que conecta con lo sublime y nos enseña a vivir mejor-, sintetizó buena parte de mi vida en pocas escenas. Salvatore-Totó permanece fiel a la emoción que lo hizo sentir vivo desde levantaba un palmo del suelo, a pesar de las frustraciones y de los dolores que la historia le regala a manos llenas.

Cinema Paradiso apunta, pues, a una cuestión esencial. En el curso de una vida, ocurren infinidad de cosas que justifican que nos encerremos en el capullo de nuestra peor encarnación: siendo el mundo violento y salvaje como es, es fácil convencerse de que todos andan a la caza de lo que tenemos, de lo que somos y hasta de nuestra piel, y por ende de que hace falta ser egoísta, frío y cruel para sobrevivir. En cambio hay muy pocas, poquísimas cosas que encenderían la flama de lo que podría concedernos una felicidad profunda. No nos la dará nunca el dinero, ni la adulación, ni el poder, ni la sensación de haber obtenido una engañosa seguridad. En cambio –todos, hasta los más desgraciados, hemos experimentado aunque más no sea alguna vez una cosa semejante- es posible apegarse a aquellas chispas que aunque fugaces por definición, han hecho de nosotros quienes somos. La experiencia del amor real en manos de una madre, de un padre, de unos abuelos. La generosidad de un amigo, y hasta de algún extraño en la hora de la necesidad. La iluminación que llegó en un instante clave por vía de una película, de un libro, de una canción. Y la epifanía que nos revela que, a sabiendas de que hemos experimentado al menos una de estas maravillas, no hay nada mejor que vivir para producirlas en otros. A su triste, pírrica manera (porque al llegar a adulto recordaba qué quería hacer, pero nunca porqué), Salvatore-Totó me otorgó consuelo en la tarde del domingo, cuando pensaba que no existía nada más grande ni definitivo que mi dolor, cuando creí, durante un peligroso instante, que ser fiel a las cosas maravillosas de mi vida había dejado de importarme.      

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7 de mayo de 2007
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Micrófonos

Cuando estuve en Cuba hace cuatro años conocí al escritor y cineasta Eduardo del Llano, quien me contó la historia de cuando fueron a visitarlo los agentes de Seguridad del Estado. Narraré los hechos tal y como él me los narró a mí. Habla Eduardo:

Una mañana dos agentes tocaron la puerta de mi casa. Al abrir, me mostraron una sonrisa como de vendedores de aspiradoras y me dijeron:

-Buenos días, compañero. Venimos a ponerle los micrófonos.
-¿Los qué, perdón?
-Los micrófonos. Para escucharlo cuando hable usted mal del gobierno.
-Esto debe ser una broma ¿no?
-¿Qué? ¿vamos a empezar con las quejas ya? A los clientes no hay quien los entienda. Si ponemos los micrófonos a escondidas, se quejan. Si los ponemos frente a ellos, se quejan también. ¿Acaso prefiere usted que dos desconocidos vengan a ponerlos en su ausencia?
-Bueno, visto así...
-Claro que sí. El gobierno piensa en usted y ha decidido hacer su programa de vigilancia más participativo. Ahora, cuénteme. ¿En qué parte de la casa habla usted mal del gobierno?
-Y, no sé, un poco por todas partes...
-Bueno, pues olvídelo. Vamos a necesitar que concentre sus comentarios subversivos en algún lugar de la casa.
-Oiga, pero no me puede usted pedir que...
-A ver, por favor, un poco de solidaridad, compañero. En este país hay familias de diez personas que deben conformarse con un micrófono. A usted que vive solo le estamos dedicando dos. A ver si colaboramos un poco ¿no? Es usted un privilegiado.
-Bueno, lo siento.
-Además, la acústica de esta casa es terrible. Me temo que vamos a tener que transmitir desde el baño.

El agente entró ahí y se puso a cablear y a instalar las escuchas. Yo le advertí:

-Oiga, pero yo no hablo mal del gobierno en el baño. Ahí siempre estoy solo. Hablo de estas cosas cuando tengo visitas, por lo general.
-Tráigalas al baño. Si quiere le conseguimos un minibar como los de los hoteles para que lo instale junto al water –se puso los audífonos y continuó-. A ver, voy a hacer una prueba. ¿Puede decir algo subversivo por favor? 
-¡Quiero una antena parabólica!
-Muy bien, perfecto. Vamos a dejarlo en esta frecuencia. Ah, y recuerde: limítese a hablar mal. La última vez que intervinimos sus comunicaciones, se pasó quince minutos explicando por qué no se iba de Cuba. Por favor, ahórrenos eso. Sólo nos interesan sus quejas.
-Ok. Y dígame ¿cuando hay apagón funcionan los micrófonos?
-Ahí especialmente, compañero. Los cortes de luz nos procuran siempre excelente material.

Los agentes se despidieron amablemente, pero Eduardo grabó un corto con esa historia. Si quieren verlo pinchen aquí.

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7 de mayo de 2007
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II. APOCALIPSIS NOW

          El físico alemán W.O. Schumann probó hace medio siglo que la Tierra se halla rodeada por un campo electromagnético que se forma entre el suelo y la parte inferior de la ionosfera, 100 kilómetros encima de nosotros. Ese campo tiene una resonancia constante de 7,83 pulsaciones por segundo.

          La resonancia de la Tierra (Resonancia Schumann) se había conservado por miles de años en 7.8 hertzios, pero desde 1980 se ha venido elevando hasta llegar hoy día a 12 Hertzios. Esto significa que 16 horas equivalen ahora a un día de 24 horas. El tiempo, por tanto, se está acelerando de verdad, no sólo en mi percepción mental.  La Navidad está cada año más cerca que antes.

          Los animales vertebrados, entre los que nos contamos, y el cerebro humano, tuvieron siempre esta misma frecuencia de 7,8 hertzios, que era la adecuada para conservar nuestro equilibrio natural, al mismo paso que “los latidos del corazón de la Tierra”.  A la pulsación acelerada de 12 hertzios, como ocurre ahora, todo dejó de ser normal. Vamos más rápido, cuerpo, mente, ambiente, tiempo y realidad.

            Y a la par de grandes desequilibrios ecológicos, tales como las perturbaciones climáticas,  tsunamis, huracanes y erupciones volcánicas,  no sólo se acelera nuestro sentido del tiempo, sino que cambian nuestros patrones de sueño, y cambia nuestro sistema inmunológico. Cambia nuestro ADN, “de 2 fibras, de regreso a un ADN de 12 fibras”.  Y también crecen las tensiones humanas, y los conflictos bélicos, los odios religiosos y raciales. El corazón del mundo bate más aprisa, con ansiedad y temor.

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7 de mayo de 2007
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Proust presidente

Empiezo con un full disclosure como dicen los periodistas en EE UU. Es decir, diciéndolo todo. Soy responsable de la existencia del blog de Pierre Assouline en el sitio Web de Le Monde. Consecuencia: hay que sospechar de la sinceridad de mi homenaje. Pierre, novelista, biógrafo (varios de sus libros han sido traducidos al castellano) y periodista, estaba disponible, hace unos años, al salir de la dirección de un mensual dedicado a los libros. Un desayuno cerca del Trocadero en París fue suficiente para convencerle de intentar lo que era entonces una aventura.

Hoy, su blog, La República de las letras, es el centro de la vida editorial en Francia. Tiene tremenda influencia. Es el blog de los editores, de los libreros, de los lectores cuya opinión es importante. Claro que me pregunté, al levantarme, qué había hecho en su blog cuando la prensa se dedica a hablar del cambio que viene con la elección de Nicolas Sarkozy a la presidencia de la República. Respuesta de Assouline: Proust toujours (siempre Proust). Francia cambia de presidente y queda la formidable figura del novelista aplastando toda la competencia desde hace casi un siglo.

Assouline ofrece una reseña de la traducción de un libro italiano sobre la orientación política de Proust y, aun mejor, cuenta cómo una cineasta, Veronique Aubouy, intenta hacer una película con franceses leyendo a La búsqueda del tiempo perdido. Ya tiene una película con 604 lectores haciendo lo que se hace en España con El Quijote: una lectura en forma de maratón. Debo reconocer que pasé un largo rato mirando, una por una, las fotografías de 60 de estos lectores. Es un retrato de los franceses, de la Francia de Sarkozy y de Royal. Un país incierto que confía en su cultura y sabe que no basta para abrirse un camino pero que sigue caminando, con Proust. La República donde manda Sarkozy es importante, pero no puede competir con el prestigio de la República de las letras cuyo presidente sigue siendo Marcel Proust.

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7 de mayo de 2007
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LA INFANTA Y LA TONADILLERA

¿Qué hay de parecido entre el alumbramiento de la infanta Sofía y la detención de La Pantoja? Aparentemente nada. O, mejor, aparentemente, aparentemente todo parece igual. La aglomeración de los periodistas y sus cámaras, la máxima atención a la entrada y salida del edificio, la conmoción en los momentos en que se vislumbra la emergencia del personaje, la pugna por obtener la imagen o las primeras declaraciones, el seguimiento obsesivo del posible desplazamiento, la caza de la mágica estampa del automóvil que contiene el cuerpo de la noticia bomba, los guardaespaldas, el murmullo creciente y decreciente, la infinita reiteración del mismo comentario, la extrema vacuidad de los detalles, la superexplotación periodística de la nada hasta el paroxismo, la parodia de lo extraordinario en lo intrascendente, la multiplicación de los flashes, las fotos, las frases hechas, en una narración que empieza y termina en lo más ínfimo o sigue hacia el desarrollo sin fin, sólo con un principio tan inane que permite el despliegue sin costuras tal como una apariencia de lo real que ha escapado de su objeto y puede transformarse, convertirse y reproducirse en todos los puntos de lo ilusorio, lo retórico y lo virtual.

Ninguna noticia da más de sí que estas noticias sin núcleo y paradójicamente llamadas del corazón. El nudo de la noticia se funde inmediatamente después de darse a conocer. La derriten los medios y el hacinamiento de los reporteros, el clamor y el calor artificiales que cunden en torno a una vacuidad que inesperadamente se convierte en el centro mismo de la actualidad. Un sumidero por donde se cuela todo lo demás o sólo aparece como acompañamiento del telediario que, coherentemente, abre con esa información e indica en su transcurso como el resto de los espacios vienen detrás. La portada inevitablemente aparece ocupando un  plano superior, el tema de apertura. Pero también, la semejanza entre el alumbramiento de la infanta y el apagamiento de la tonadillera se presentan como asuntos del mismo sistema informativo: el sistema de la información donde es el interés del público quien determina la noticia y no la importancia de la noticia quien determina el interés.

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7 de mayo de 2007
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Duelo al anochecer, triunfo al alba

Todo ha sido planificado con precisión versallesca. El estudio, a 23 grados. Los candidatos no se darán la mano en público. Las cámaras no pueden enfocar a uno cuando el otro tiene la palabra. El tiempo de intervención lo mide un cronómetro que gotea los segundos en la pantalla de la televisión. Dos testigos vigilan.

Son los dos duelistas más hábiles al sur de Cornualles. Dos profesionales con cientos de muescas en la culata de sus pistolas. Ségo ha vencido a los paquidermos del Partido Socialista y se ha impuesto en un medio turbulento y agresivo, un nido de víboras. Sarko lleva decenas de años nadando en los pantanos ministeriales y derrotando a caimanes mayores y más acorazados. Ella, mujer de huesos grandes y rasgos clásicos, la imagen de la República comunitaria, tiene mejor presencia física que él, un falso enclenque, un mandril con los colmillos como navajas.

La candidata usa una voz mo- nótona, tediosa, como si leyera la lección a los alumnos más torpes. El candidato modula, sube y baja el tono, a veces canta, es un seductor. Por fin, ella reacciona con violencia ante esa intimidad acariciante, jesuítica. Entonces él aprovecha el descuido para reprocharle dulcemente su cólera: "Un presidente de la República ha de mantener la calma, madame Royal; usted ha perdido los nervios". Ella encaja el golpe, trata de serenarse a toda prisa, lo consigue a medias. Es el momento decisivo. Al día siguiente todos los medios de comunicación hablan de la agresividad mostrada por Ségolène. Sus amigos, los de Libération, lo mencionan a su favor: "¡Ségolène tiene agallas!", aplauden. Sus enemigos la presentan como una mujer autoritaria, dogmática, de la izquierda obtusa.

Ese fue, creo yo, el disparo mortal del duelo. Los datos, las estadísticas, las disputas de cancillería apenas dejarán rastro. La imagen de Ségolène rabiosa, los ojos encendidos, acusando de inmoralidad al candidato, ¿pesará sobre los indecisos? Los indecisos son casi todos centristas de Bayrou, gente de buenos modales, educada, que odia el ruido.

Mañana lo sabremos.

(Hoy ya lo sabemos. El tiro fue mortal)

Artículo publicado en: El Periódico, 5 de mayo de 2007

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7 de mayo de 2007
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DEUDA VENEZOLANA

En el avance a todo rumbo de Hugo Chávez Frías hacia el socialismo del siglo XXI, los futuros historiadores de Venezuela tendrán que recordar lo que pasó en los últimos días. Nada espectacular, lo de siempre, declaraciones del líder bolivariano para proclamar la imposibilidad de detener su revolución. Pero, al implementar cada día más, un manejo socialista de su economía, el presidente venezolano se encuentra acorralado. En los últimos días, quitó recursos y aceleró el deterioro de una economía dañada por la inflación.

Salarios:
“El salario mínimo pasará de 512.325 bolívares a 614.790 bolívares, lo que representa un incremento de 20%.” Las pensiones se incrementarán de igual manera. Las amas de casa mayores de 65 años tendrán una pensión completa.

Trabajo:
Se acortará el día laboral a seis horas sin disminución del sueldo.

Petróleo:
Toma del control, con intervención del ejército, de las operaciones en la faja petrolífera del Orinoco, donde cinco compañías extranjeras realizaban, hasta ahora, la inversiones que comprometen el futuro de los recursos del país.

Finanzas internacionales:
Hugo Chávez solicita la salida formal de Venezuela del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. "No queremos estar allí, es mejor que nos salgamos antes de que nos despalillen porque ya leí en un periódico que están quebrados… firmo la cuenta y solicito que nos devuelvan lo que nos tienen".

Frente a la parte más humilde del pueblo, como a las necesidades de su economía, Hugo Chávez se obliga a tener recursos (más plata y menos trabajo). Pero a la vez, al salir de las organizaciones monetarias internacionales, cierra las posibilidades de conseguir recursos fuera (el mercado bancario mundial tiene sus referencias que incluyen a la opinión del banco mundial). El despilfarro interno y externo de la renta del petróleo llega a ser un suicidio económico para Venezuela. No lo notan los que creen el anuncio del presidente venezolano el 13 de abril: “Venezuela canceló el pasado jueves la última cuota de la deuda que mantenía con el Banco Mundial. Con este último pago… les puedo decir hoy, no le debemos ni un centavo ni al Fondo Monetario Internacional (FMI), ni al Banco Mundial”.

De vez en cuando es bueno hablar de economía, recordar que deudas internacionales para un país hay muchas, y no sólo con el FMI. Además, existe también la deuda interna. Al leer el excelente newsletter Venezuela hoy de la Fundación “Konrad Adenauer Stiftung” he encontrado la opinión de un experto, Domingo Maza Zavala, hasta hace poco Director del Banco Central (BCV) y uno de los pocos expertos financieros ligados al régimen que, a más de bien informado, mantiene credibilidad en todos los sectores: “la deuda que Venezuela tenía en el pasado con el FMI por concepto de préstamo para mejorar la balanza de pagos, fue cancelada hace tiempo por el ente emisor (BCV)… La deuda interna del sector público alcanza a más de $ 15.000 millones y la deuda externa, incluida la de Petróleos de Venezuela, otros organismos públicos y el propio gobierno llega a $ 45.000 millones, de modo que el total de la deuda son unos $ 60.000 millones”.

En realidad, y a pesar de la subida del precio del petróleo, la deuda por habitante de Venezuela creció en un 61% desde la llegada de Chávez al poder. Crecen los gastos de la revolución y crece aun más la deuda. El grupo Ávila, un Think Tank conocido fuera de Venezuela difundió la verdad también, en un newsletter reproducido en foro anti-chavista como en un foro jurídico de Perú. Hay que notar el proceso: Chávez se enfrentaba con varias amenazas. No tanto EE UU como él lo dice, sino sus compromisos de gastos sociales, su ejército (nunca se sabe), ¿su torpe oposición? Hay que añadir a la lista su propio manejo de las finanzas públicas.

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4 de mayo de 2007
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LA EXPLOSIÓN SILENCIOSA

Así como Telemadrid ha debido retirar un anuncio a favor de la presidenta Esperanza Aguirre a causa de la befa que han patrocinado miles de SMS y correos electrónicos, en Alicante está ocurriendo otro tanto con la promoción a la alcaldía de Luis Díaz Alperi. Tanto Aguirre como Alperi aspiran a repetir sus mandatos, pero en el caso del segundo lo pretende incluso tras ser imputado en varios escándalos de corrupción. Alperi es una suerte de bastión pepista y rostro de hormigón armado. Ni siquiera el riesgo de una apoplejía afloja su aferramiento al poder y, con él, su posible parapeto judicial ante sus atribuibles desmanes. Unos desmanes obedeciendo a presuntas complicidades y otros perjuicios públicos derivados de su inhibición. Alicante, dotada de extraordinarias potencialidades urbanísticas, se encuentra actualmente entre las ciudades españolas mejor situadas en la negra lista de la suciedad, la delincuencia y el desorden ciudadano. El lema de la campaña de Alperi fue y sigue siendo "Confianza en el futuro", pero los usuarios de móviles y los internautas han descompuesto la frase en "Con fianza en el futuro", un surtido de múltiples fianzas que le harían falta para salir del racimo de procedimientos que pueden venirle encima.

En cuanto a Esperanza Aguirre la ironía obtenida de su orgullosa publicidad es aún más completa. La enfatización de "su" Madrid dice "Espejo de lo que somos" y la picaresca, empleando el mismo método de Alperi, ha descompuesto la sentencia en "Espe jode lo que somos". Tenía que pasar una cosa así. Los de discurso avieso terminan envenenados al morderse su propia lengua, los lenguaraces caen en desatinos más pronto que tarde. Los electores que acaso no hablan demasiado en las urnas han aprendido, sin embargo, a silenciar la boca de los más vacuos. La anticensura en la red, que dio lugar al barullo del portal Diggs hace un par de días, se manifiesta aquí y allá, por todas partes y cada vez más. Puede que las manifestaciones urbanas no hayan perdido sentido pero el futuro se va instalando en el ensordecedor silencio de la red. No serán las calles quienes protestan sino un universo tan patente y acechante como el que parpadea en millones de pantallas. El ojo del poder que nos amedrentaba con su práctica de vigilar y castigar se invierte en el ojo de la ciudadanía que se junta y se dilata en un circuito total que apresa y estrangula al prócer. ¿Todavía puede dudarse de que una acción política de posibilidades inéditas se está creando espontáneamente, biológicamente, orgánicamente, en una explosión atómica y sin confïn?

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4 de mayo de 2007
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Esperando al Séptimo de Caballería

No sé ustedes, pero yo he leído novelas de género toda la vida. Ciencia ficción, aventura, terror, fantástico, policial: me gustan todos por igual. Y al paso que vamos, imagino que seguiré leyendo esta clase de relatos –o incluso releyendo, ¿por qué no?- todo el tiempo que pueda, mientras el cuerpo aguante.

Me he quedado enganchado con los géneros, presumo, porque me posibilitaron el disfrute inicial de la literatura y del cine: nuestras primeras andanzas en el territorio de la imaginación están signadas por esta clase de relatos, desde los cuentos de hadas a Julio Verne, de Batman a Stephen King, de Hans Christian Andersen a La Odisea. La mayor parte de la gente crece y evoluciona hacia otros rumbos, pero evidentemente no es mi caso. Yo he probado y probaré suerte con otras formas del relato, pero en el fondo mi corazón sigue latiendo por el primer amor. Nada me gusta más que las novelas de género. (¡Y si mezclan más de uno a la vez, todavía mejor!)

Pensaba en estas cosas leyendo El libro de los géneros de Elvio E. Gandolfo. Me lo compré por el tema, claro, pero también por el enorme respeto que le tengo a Elvio, que es uno de los pocos periodistas y críticos literarios del Río de la Plata a quien me complace leer. (También me gusta en su faceta de escritor: no se pierdan La reina de las nieves.) El libro es una recopilación de artículos y prólogos que Elvio ha ido publicando sobre la cuestión y sobre los autores del género en las últimas décadas: hay piezas sobre Philip K. Dick, los policiales negros de la Argentina, Stephen King, Frankenstein, John Carpenter y Alien, por ejemplo, y realmente vale la pena. Leyéndolo advertí hasta qué punto encuentro un alma gemela en Elvio: como él me volví fanático de la ciencia ficción en la más tierna adolescencia (gracias a Dios y a Paco Porrúa por la existencia de la colección Minotauro: Bradbury, Dick, Ballard, Lovecraft…), y como él aprendí inglés para acceder a aquellos textos que nadie editaba en español. (Uno de mis primeros libros en ese idioma fue The Silmarillion, de J. R. R. Tolkien.)

Cuando Gandolfo habla de géneros, se refiere a “lo que la mayoría de los estudios universitarios llama géneros menores: policial, ciencia ficción, terror”, distinguiéndolos de los géneros mayores: novela, poesía y ensayo, a los que prefiere denominar formas. Elvio valora los géneros porque nos rescatan como el Séptimo de Caballería “en el preciso momento en que el lector en general está por morirse de aburrimiento”. Y además señala que todo autor disruptor ha tenido firmes vínculos con géneros “menores”, mencionando como ejemplos a Cervantes, Arlt, Dostoievski, Balzac y Shakespeare. (Yo añadiría a Dickens, Conrad, Vonnegut, Amis, McEwan y Murakami, para ampliar el panorama.) Subraya el hecho de que en los Estados Unidos, “el país que prácticamente los ha creado”, la convivencia de los géneros “menores” con la gran literatura es naturalísima. (Me muero de ganas de leer la novela nueva de Michael Chabon, The Yiddish Policemen’s Union, que mezcla Chandler con el Dick de El hombre en el castillo.) Aunque me dejó con ganas de oírlo elaborar sobre las razones por las cuales los más grandes escritores de Argentina y también de Latinoamérica recurren con tanta frecuencia al género fantástico: además del mencionado Arlt están Horacio Quiroga, y Borges, y Bioy Casares, y Cortázar, y Abelardo Castillo, y García Márquez…

A veces me pregunto si todo el camino que he hecho y sigo haciendo no es una preparación para sumergirme de lleno en la novelística de género. Contrariamente a la mayoría del gremio, que aunque incursione en los géneros aspira a consagrarse como autores “de verdad”, yo sueño con despojarme de todas las pretensiones académicas para crear al menos uno de esos personajes –un Sandokán, un Corto Maltés, un Eternauta- que siguen viviendo en la imaginación de la gente aunque su creador ya no exista.

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4 de mayo de 2007
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I. LA VELOCIDAD DE NUESTRAS VIDAS

Será porque he pasado la frontera de los 60 años que a veces me sobresalto pensando que el tiempo va mucho más de prisa que antes. En mi infancia el tiempo lo medía en días. Tardaba en llegar la hora del almuerzo, y aún más en que llegara la noche. En la adolescencia, la medida era la semana. Tardaba en que llegara el sábado. En la universidad, la medida era el año. Cada curso aprobado duraba un año, y terminar la carrera, una eternidad. Buena parte de mi vida, de las más intensas, está contenida en esos cinco años universitarios; es como si hubieran sido 50.

Ahora he llegado a contar el tiempo por décadas, pues pasa de manera tan rápida que ya no me basta el término de los años. Y si antes la Navidad era una fecha colocada en la lejanía, y que se acercaba a pasos de tortuga, hoy es un vicio repetido del calendario. Siempre está allí, volviendo sin haber terminado de irse. Pero alguien me ha dicho que la aceleración del tiempo en mi cabeza no es asunto de la edad, sino de algo que se llama la Resonancia Schumann. Y como me atraen las explicaciones que nos envuelven como un manto sobrenatural, y nos hacen elevar la cabeza hacia las estrellas, o poner el oído al ruido de las bielas que mueven al planeta Tierra sobre su eje, me he metido a leer sobre la tal Resonancia Schumann. A ver si he entendido.

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4 de mayo de 2007
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