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La ruptura subversiva de la derecha española

En contraste con el aspecto de registrador de la propiedad que le caracteriza, Mariano Rajoy adopta un tono desenfadado para excitar la risotada de su público. Consciente de la impaciencia que padecen sus seguidores, se propone alimentar su despecho y ridiculiza el consenso científico internacional sobre las nefastas consecuencias del cambio climático.

José María Aznar ya no es el dignatario abrumado de otro tiempo y con alegría ofrece a los suyos ingeniosos motivos de entusiasmo. Agasajado en Valladolid con la distinción de Bodeguero de Honor de la Academia del Vino, Aznar levanta su copa para consolar a los que están hartos del control gubernamental. Vamos a fumar, beber y conducir como nos plazca, dice en un alarde de campechano orgullo popular.

El diputado Vicente Martínez Pujalte, repantigado en su asiento, soporta con desgana la amonestación del presidente del Parlamento y levanta las cejas con asombro entre la hilaridad de sus compañeros de partido. Antes de abandonar el hemiciclo hace una última reverencia no sin advertir que volverá a deleitar a los suyos con esa figura tan arraigada en la tradición popular española: el gamberro vociferante y maleducado, ajeno al ridículo y la vergüenza que su presencia impone.

Martínez Pujalte, al ser expuldado del Congreso en mayo de 2006

Con su apacible hábito cardenalicio, Jaime Mayor Oreja interviene en medio del barullo para recordarnos la sobremesa que en pleno franquismo unía a la familia alrededor del parchís.

Aunque estos episodios nacionales puedan parecer anécdotas chusqueras, rasgos de un carácter estentóreo, la irreflexiva concesión a un público nervioso o la nostalgia que desfigura la vulgar tiranía del régimen franquista, lo cierto es que pertenecen a una temeraria operación política.

El grave deterioro ocasionado al Tribunal Constitucional, mediante maniobras inconcebibles entre magistrados supuestamente investidos para interpretar el espíritu de la ley; los ataques que la radio de los obispos emite contra el rey Juan Carlos, exigiendo la abdicación del Monarca, y la marabunta de embusteros lanzada como una jauría contra los policías, fiscales y jueces que han investigado y juzgado los atentados del 11-M, son acciones orquestadas con la misma osadía.

Al principio podía parecer que la derecha, enojada por la derrota electoral de 2004, no hacía más que ejercer, con sus insidias, el derecho al pataleo y que al final se mostraría dispuesta a purgar su amargo disgusto. Pero pasado el tiempo, las embestidas de la derecha contra la Corona, el Poder Judicial, el Parlamento, las normas de la Dirección General de Tráfico, los estudios científicos sobre el cambio climático, las evidencias del sentido común y los requisitos dialécticos de la razón democrática, nos van descubriendo el alcance de la intrépida estrategia desplegada por el Partido Popular. No es que pretenda aprovechar los fallos del Gobierno socialista, ni dar forma al desagrado que la población española siente por el dislate autonómico, ni propiciar la corriente de simpatía ciudadana que haga factible una futura mayoría parlamentaria, tampoco intentará convencer a la opinión pública de las supuestas bondades de su programa. Pues a la derecha española ya no le interesa el arte de la política. Aunque eventualmente se vea obligada a manejar discursos en los que ya no cree, dedica sus energías a consolidar el fundamento ideológico que ha elegido como promesa y horizonte.

Entre otras urgencias, la instrucción doctrinal de la derecha define un doble plan. Por un lado, capitanear un movimiento antipolítico con las más tenaces presunciones de la ignorancia popular. Un estado de ánimo colectivo ensalzado por los brutos que celebran denostar lo que no entienden. Ya sea el cambio climático, cuya complejidad les asusta, o la sofisticación jurídica del derecho de gentes, cuya demora les irrita. El hábito de la sospecha difundido por los publicistas de la derecha a tal efecto ha sido una ejemplar manifestación de astucia. Pues el recelo que proponen como método de pensamiento será siempre irrefutable, inaccesible a la deliberación e impermeable al sentido moral de la duda razonable.

La segunda parte del plan de la derecha española es hacer cada día más agudo el desprestigio de las instituciones, contribuir como sea al deterioro de su imagen entre la ciudadanía y echar por tierra el arduo trabajo de restauración llevado a cabo en los tiempos de la Transición. En resumen, el objetivo de esta agitación populista es arrebatar a las instituciones del Estado su carisma y hacer irreconocible el pacto social implícito en su funcionamiento. Una liquidación simbólica que a su vez impulsará la corriente de opinión hostil al uso reflexivo de la razón ilustrada.

No es extraño que la pretensión irresponsable y belicosa de la derecha genere una corriente de estupor como no se había visto desde el estreno de la democracia. Hasta ahora lo sustancial del pacto constitucional ha consistido en compartir de buen grado las deficiencias del sistema y subsanarlas con la categoría política y profesional de los responsables de su buen gobierno. Una alianza de estabilidad que obligaba a las fuerzas políticas a disimular las insuficiencias del Estado -la escasa "independencia" de sus tres poderes, por ejemplo- mediante un acuerdo inteligente sellado para proteger el desarrollo democrático de la sociedad.

Que una de las fuerzas constitucionales haya decidido aprovecharse de las deficiencias a cuya custodia se había comprometido supone una ruptura en el paradigma elegido para gobernar España. Un quiebro que modifica la relación entre las fuerzas políticas y sociales de un país sorprendido e intrigado por la temeridad, la osadía y la intrepidez del principal partido de la oposición: el partido que deja en evidencia, con estrépito burlesco, las fallas del sistema constitucional, renuncia a la respetabilidad y adopta una impetuosa estrategia subversiva.

Esta actitud, sin embargo, no es fruto del capricho ni del oportunismo resentido. No influye en su origen la furia ofendida de los derrotados por las urnas ni la personalidad recalcitrante de su líder. La transformación de la derecha española procede de una reflexión ideológica sobre su dubitativa evolución, de una sincera meditación sobre el futuro de su acción política en el seno de unas instituciones reguladas por los artificios de la razón y de un profundo desengaño.

La primera gran decepción ha sido comprobar la caducidad de su creencia decimonónica, pues el Estado ya no es la cámara acorazada de los intereses que la derecha gestiona. En la segunda gran decepción se hunde después de contemplar el descomunal aparato legislativo y judicial que el Estado en Europa garantiza a sus ciudadanos y que la derecha debe administrar cuando gobierna.

Para la derecha más reaccionaria estas contrariedades sólo pueden significar una cosa: el progresivo aumento del control estatal sobre los negocios que afecten a los derechos de los ciudadanos. El rechazo escandalizado a la deriva "intervencionista" del Estado ha madurado gradualmente hasta convertirse en la más firme convicción de los actuales líderes del Partido Popular. Fue intuitiva y errática mientras careció de referencias tangibles, pero su trascendental encuentro con la poderosa corriente de los neocons anglosajones ha sido tan revelador como renovador. Orientada por esta decisiva influencia, la derecha española posee al fin el arrojo necesario para reconocer el estorbo de un Estado que argumenta las restricciones, consensúa los límites y aplica las leyes aprobadas mediante el uso de la razón.

La derecha reaccionaria globaliza este repudio y no por casualidad se ve secundada en su labor de agitación y propaganda por sus respectivos aliados religiosos: los predicadores televisivos en la América de Bush y los predicadores episcopales y radiofónicos en la España del PP.

Para sabotear al molesto Estado legislador no basta reventar sesiones parlamentarias con sonoras broncas o aprovechar maliciosamente el reglamento institucional. Para debilitar la autoridad de la razón hay que reinventar el odio a la Ilustración, propiciar a cualquier precio el retorno de los brujos, divulgar sus oscuras creencias y restaurar el caudal de supersticiones que enturbian el discernimiento.

Esta alianza de la derecha española con el poder religioso no es nueva, ciertamente, pero vuelve a ser imprescindible para escenificar la ruptura subversiva que su movimiento antipolítico proclama a los cuatro vientos.

Artículo publicado en: El País, 7 de noviembre de 2007. Documento en PDF

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8 de noviembre de 2007
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Justicia vergonzosa

Mil setecientos veintinueve lectores van a cobrar por haber leído memorias que no eran ciertas. El caso, arreglado por un tribunal americano, es la negación total de la literatura.

En pocas palabras: un autor, James Frey, consigue un éxito comercial fuerte con A Little Million Pieces, las memorias de su vida como drogadicto que luego consiguió curarse. Parte de esta historia era hondamente falsificada y, según la ley, el libro, al presentarse como un testimonio fidedigno era una estafa para sus lectores. Los indemnizados representan 7% de los lectores que compraron el libro cuando todavía no se sabía que su contenido no era auténtico.

Lo que me parece insoportable en esta decisión es su fondo: un libro es un mundo en sí mismo y su contenido no depende del mundo externo. Un autor es Dios, tiene todos los derechos desde la de crear al mundo hasta matar cada una de sus creaturas. Y por supuesto tiene el derecho sagrado a utilizar la mentira. Hace dos días, citaba a Ricardo Piglia: “Narrar es como jugar al póquer, todo el secreto consiste en fingir que se miente cuando se esta diciendo la verdad.” No existe otra verdad que la del discurso del autor y no de los hechos o datos del mundo supuestamente real. Nadie opina que Günter Grass cuenta precisamente lo que le ocurrió en Pelando la cebolla. Lo que se discute es el hecho que necesita esta historia, ahora, para hablar de sí mismo y que necesitaba otra historia en otra época.

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7 de noviembre de 2007
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Crímenes en nombre del arte

Vi que la gente del sitio de The Onion, había colgado uno de esos artículos tan ricos como pie para conversación: en este caso, se trataba de una lista de buenos libros que habían sufrido malas adaptaciones al cine. Pensé de inmediato en comentar aquí el asunto, aunque me parecía un tanto obvio. Después de todo, lo que sobran en este mundo son pésimas películas inspiradas en maravillosos libros. Es como pescar en un barril, dirían los ingleses. Pero enseguida me enganché.

En la lista había algunas elecciones obvias, como The Bonfire of the Vanities (Brian De Palma masacrando a Tom Wolfe), Bicentennial Man (Robin Williams masacrando a Isaac Asimov), The Scarlet Letter (Demi Moore masacrando a Hawthorne) y The League of Extraordinary Gentleman (Sean Connery masacrando la historieta de Alan Moore, con tanta saña que merecería haber ido a la cárcel por criminal). Pero también había algunas elecciones arriesgadas, y por ende más interesantes. Por ejemplo The Hours, de Michael Cunningham, cuya adaptación al cine fue ensalzada hasta la locura en su momento. Digan lo que digan, la gente del AVClub insiste en que The Hours la película es una porquería. ¿Ustedes qué piensan? ¿Les gustó la peli con Nicole Kidman y una nariz de goma interpretando a Virginia Woolf?

También me sorprendió que metiesen Breakfast at Tiffany's, pero la argumentación es buena. La película de Blake Edwards tiene encantos innegables (léase: Audrey Hepburn como Holly Golightly), pero también es cierto que se desvía del texto de Capote en algunos pasajes de manera imperdonable -por ejemplo en el final.

Lo que resultaba inevitable era que me pusiese a pensar en qué otros libros que no figuraban en la lista me habían hecho sufrir como perro en el cine. Debería decir: todas las adaptaciones de John Irving, empezando por El Mundo según Garp. Muchas de las adaptaciones de Dickens, empezando por el reciente Oliver Twist de Polanski. (Hablaron maravillas en su momento, pero a mí me pareció desangelada.) Todos los Robin Hoods a excepción del de Erroll Flynn, y todos los Reyes Arturo -incluido el Excalibur de Boorman, que tiene momentos fascinantes pero se suicida con el casting elegido para Arturo-Guenever-Lancelot. Todas las adaptaciones de James Ellroy salvo L.A. Confidential. Todas las adaptaciones de García Márquez. Casi todas las adaptaciones borgianas...

En fin, ya se me ocurrirán muchos títulos más. ¿Y a ustedes, qué adaptaciones los hicieron rechinar los dientes?

Mañana voy a meterme con otra lista del AVClub, esta vez en positivo: libros maravillosos que aún no han sido adaptados al cine y merecen serlo (bien). Vayan pensando...

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7 de noviembre de 2007
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II. Un súbdito molesto

Hughes fue transportado con gran secreto hasta el hotel en una ambulancia, y subido en una camilla al séptimo piso, que ocupó por entero. Nadie podía verlo, salvo sus asistentes, todos entrenados para estar cerca de sus negocios, y de sus secretos. Nadie podía tocarlo, tampoco, porque tenía horror a los virus. Todo el tiempo pasaba viendo sus propias viejas películas.

El dictador no pudo verlo una segunda vez. Llegaba a visitarlo al hotel, pero no pasaba de la antesala, y debía conformarse con hablar con los miembros de su guardia pretoriana, para tramitar los negocios que le proponía en Nicaragua: la construcción del canal interoceánico, el viejo sueño pervertido del país, y una cadena de casinos de juego que tendría su punto de arranque en la isla de Corn Island, en el Caribe de Nicaragua.

Nada de eso prosperó, porque lo que Hughes quería era un refugio provisional en Managua, a salvo de la persecución judicial, y un refugio que fuera en todo sentido tranquilo. Y no quería sentirse importunado, aunque se tratara del propio dictador. Veía a Somoza de menos, y seguramente no lo consideraba un socio confiable. Así que las visitas de antesala se acabaron. Aquel era su propio reino y Somoza, un súbdito molesto.

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7 de noviembre de 2007
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Para estos amigos

A las seis y cuarto llegó Pedro con su esposa, Nerea, creo que me dijo, una chica muy flaca y con los dientes sobresalidos como si estuviera ya adelantando su proceso de momificación. En realidad era más fácil describirla como una momia algo forrada de carne que como una persona delgada. Resultaba tan flaca que llevaba el vestido atado a los huesos, un vestido entre azul y blanco que se anudaba a la cintura como si se ciñera a un poste de la luz. Se trataba, sin embargo, de una chica fácil de alegrar si se le acertaba su punto de interés y entonces sonreía con los dientes de momia por delante con los pelos de momia cayéndole por el rostro muy marcado por la calavera y los ojos, sin embargo, aún vivos. Su interés primordial o con el que reía más fácilmente no eran las hijas ni tampoco su profesión de modista ni sus diversiones en los fines de semana sino su afición a chatear en Internet. Gracias a esa práctica que compartía con su marido, aunque cada uno por separado, había logrado amistades insólitas, interesantísimas y divertidísimas. El marido, establecía una diferencia capital entre los chateos de su mujer a la que consideraba una aficionada y los suyos que parecía demostrar el diferente escalafón en el que se encontraban o la profundidad de la dedicación electrónica la que se entregaban. Mientras él ligaba en Internet ella marujeaba en Internet. Pero no era fácil establecer si uno era por ello más feliz que el otro. Los dos a la vez parecían en el límite de su satisfacción. Porque gracias a esos contactos habían establecido, después, reuniones en ciudades como, Granada, o La Coruña y, en los encuentros, se habían reunido con un total de 40 o 50 personas, profesionales, empleados de oficina, funcionarios, con quienes habían bromeado a propósito de sus nick names. Internet parecía componer el lado más interesante y dichoso de sus existencias como un trasmundo donde se desenvolvían con la libertad que se supone correspondiente a un mundo nuevo. En las noches, entre el silencio, cada personalidad destilaba una secreción dulce o ácida, sabores ignorados hasta entonces que se paladeaban como un néctar al margen de las convenciones de la cotidianidad, las rutinas del vecindario y las  tonterías del cara a cara. En el enmascaramiento de Internet se formaba entre todos una alcoba mágica de sexualidad, de intimidades y de despropósitos por donde se accedía a una segunda experiencia, a un  segundo erotismo, a un segundo yo no sólo querido sino inexplorado... ¿Cómo puede haber todavía gente cuerda que no valoren los incontables provechos y aventuras de la vida en la pantalla?

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7 de noviembre de 2007
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Territorio de duendes

La ciudad es pequeña, pero lo suficientemente intrincada como para que pasen días y uno siga extraviándose en sus calles, sin jamás terminar de perderse porque cada retruécano parece al mismo tiempo un rincón familiar y un hallazgo pasmante. De ahí que andar sin rumbo por las calles de Praga sea en sí una forma de llevar derrotero. Hay, me atrevo a decir, una pentagrama implícito en este diseño, de forma que perderse y reencontrarse supone interpretar entre los adoquines una cierta sonata circular, que sin embargo nunca es la misma.

Hace frío, además. Un ingrediente poderosamente romántico que me remite a aquellos días de la infancia en los que felizmente no salía el sol (tan despiadado, a veces) y uno encontraba en ello las condiciones óptimas para nombrar uno a uno a sus duendes. Qué no habría dado entonces por ir solo de lado a lado del puente constelado de esculturas dolientes, lanzando vaho al aire y un poquito danzando, sin más explicación que la alegría de ser, estar y respirar. En otra circunstancia y latitud, me quejaría de los tumultos de turistas a los que hay que eludir sin cesar para no detenerse, mas los duendes también parecen legión, y hoy por hoy ellos siguen llevando la batuta. Puedo eludirlo todo, a excepción del contagio.

Praga es una ciudad tóxicamente viva. Voy de nuevo camino al Puente Carlos por las escalinatas que bajan del castillo y por puro capricho me desvío hacia los callejones de Malá Strana, olvidando de puro hipnotizado que hace pocos minutos me dolían los pies de tanto andar. Como si sólo así pudiera devolverle a la ciudad un poco de la dulce melancolía con que me premia esquina tras esquina. Quítenle, si es preciso, cada uno de los imanes turísticos que se han sumado en los últimos años y seguirá atrayendo incondicionales, puede que todavía con mayor magnetismo. No sé si es el encuentro de su negrura mística con los colores múltiples de sus fachadas, o el contraste entre los asombros forasteros con la mansa hermosura de las praguenses, ¿tanto que va uno por ahí resistiendo el deseo recurrente de proponerle matrimonio a la próxima?, pero es verdad que semejante humor despierta una impetuosa avidez de romance. Ay del pobre infeliz que ceda al guiño fácil del amor tarifado, aquí donde la intensidad es tanta y tan profunda que no faltan las ganas de echar al corazón por la ventana.

Flota una sensación de irrealidad en el ambiente, tal cual sucede siempre que los sentidos y el espíritu son alzados en vilo por los mismos vapores. Especialmente ahora que el invierno se acerca y la temperatura baja día con día: duele pensar que no estará uno aquí cuando llegue la nieve y el hechizo se meta hasta los huesos; arde tanta belleza cuando basta con verla y aspirarla para empezar de pronto a predecir la nostalgia inminente que llegará tras ella. Piensa uno en el tiempo y suplica que pase un poco más lento, pero la noche cae no bien suenan las cinco de la tarde, y no queda otra opción que abrazarse a las sombras como más tarde habrán de hacerlo las parejas de enamorados en el puente, recordando quizás que el amor nunca es menos terrible que la belleza, y que los dos son trágicos por vocación.

Habrá quien pida un poco de mesura, pero por más que busco en mi equipaje no encuentro un solo gramo. Trato de recordar las líneas de Kundera sobre la ternura en La vida está en otra parte, pero llegan de golpe y en tumulto, como haciéndose parte de un paisaje que la sensatez no puede abarcar. Que otros sean sensatos, mientras tanto. Yo, como Jaromil, voy entre brumas tras la huella tenaz de la ternura, que lo que es hoy está en todas partes.

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7 de noviembre de 2007
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Del piquete como bien exportable

"¿Viste la tapa del New York Times?"

Era Marcelo Piñeyro, por teléfono. Le dije que sí, le había echado un vistazo bien temprano: había una foto que mostraba a un señor con un chaleco que decía 'writer', entregando panfletos a la gente que pasaba. Pero Piñeyro me convenció de que la fotografía principal había cambiado, aun cuando el tema que ilustraba era el mismo. En efecto, la foto de entonces mostraba a un montón de guionistas esgrimiendo carteles que decían: 'On Strike!' Es así, señoras y señores, los guionistas de cine y TV de los Estados Unidos están en huelga. Y no protestan de cualquier manera. Protestan a la argentina.

"¡Ahora exportamos la técnica de los piqueteros!"

Piñeyro tiene razón. La semana pasada yo recordaba aquí otra invención argentina de la que algunos norteamericanos hacen uso intensivo en sitios como Guantánamo: la picana eléctrica, obra del ingenio de Leopoldo Lugones (h). Por suerte el invento de los piqueteros es positivo, y le permite a uno decirse que no todo lo que exportamos es terrible. Además de picanas y de jóvenes que no hacen nada en el metro mientras le pegan a una chica indefensa, también exportamos formatos de protesta popular.

Si uno miraba los informativos podía ver por ejemplo a Damon Lindelof y Carlton Cuse, escritores y productores de Lost. Y a Amy Sherman-Palladino, la creadora de Gilmore Girls. Y a Tina Fey, guionista y actriz de 30 Rock. Todos sumados a la huelga que comenzó ayer, y que reclama que a los guionistas no los dejen afuera de las ganancias que el sistema ya está produciendo -y producirá por billones, de aquí en más- en materia de explotación electrónica de los productos que idean y escriben. Como se imaginarán, mi corazón está con ellos. Me gustaría haber concebido yo la escena de los guionistas-piqueteros protestando en el Skate Rink del Rockefeller Center, pero en fin, me ganaron de mano como tantas otras veces. Ojalá triunfen.

"¡Te di tema para el blog!," dijo Piñeyro antes de cortar.

Tenía razón. Gracias, Piñeyro.

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6 de noviembre de 2007
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I. El loco de la pirámide

Howard Hughes, el personaje de la película El aviador de Martín Scorsese, llegó a Nicaragua en 1972, ya lejos de los esplendores de su gloria de magnate de la aviación, del cine, y de los negocios, un gran “tycoon”, como se dice en inglés. Perseguido por asuntos de impuestos en los Estados Unidos, huyó de Las Bahamas para recalar en Managua gracias a los favores de un antiguo empleado suyo en los casinos de Las Vegas, el embajador Tuner B. Shelton, que pertenecía a la intimidad del dictador Anastasio Somoza.

Para entonces, cuando el jet privado que lo trajo a Managua aterrizó en el aeropuerto Las Mercedes, era un anciano maniático, sino loco, su cerebro carcomido por la sífilis. Entre sus más visibles excentricidades estaba el no recortarse las uñas, que le crecían como garfios, ni cortarse el pelo ni la barba, de manera que, por su aspecto, imaginen a un náufrago de años en un isla desierta. Durante su segundo viaje, porque hizo dos, el primero breve, y el segundo para quedarse por varios meses, se entrevistó con Somoza a bordo de su propio avión. Luego fue a refugiarse en el séptimo piso de la pirámide del Hotel Intercontinental, para entonces del país.

Y aquí comienza la película.

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6 de noviembre de 2007
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Tánger

Hace muchos años conozco Tánger. En realidad la conocía antes de haberla visitado. La había leído, mitificado y visto en el cine, fotografías, textos, pinturas y otras maneras de reinventar ciudades. No tenía ya mucho que ver con la ciudad abierta, permisiva, “pecadora”, mundana, cosmopolita y otras muchas cualidades que acompañan al mito de esta ciudad que vive entre dos mares, entre dos continentes, entre dos mundos.

Fue una ciudad idealizada porque era abierta, no tenía un poder rígido, era permisiva en sus costumbres, buena para el refugio y el ocultamiento. Ciudad ideal para los buscadores de sexo. De toda clase de sexo, aunque se destacó como uno de los paraísos del mundo gay. Aunque muchos buscaron otros tipos de encuentros sexuales, el que allí hubieran vivido y disfrutado los Bowles, Truman Capote, Ginsberg y toda una tribu de excéntricos escritores, fotógrafos, diseñadores, músicos y ricos de toda condición, crearon la leyenda.

Tánger es mucho más. Los que no hemos ido buscando esa clase de encuentros lo sabemos. Es lo que fue y todo lo que se traiciona a sí mismo. No guarda fidelidades, se transforma, decae, renace, crece, se islamiza, se reinventa, se mantiene y es infiel como una vieja dama indigna. He conocido el Tánger narrado, el añorado, el nostálgico de los que vivieron su edad dorada, pero no me defrauda este otro que sabe mezclar lo hortera, la decadencia, lo medieval y lo indefinido de su actualidad. Unos días tangerinos, tan cerca de Ceuta, tan al margen de los conflictos de identidad, de banderitas, de monarcas de una y otra orilla. El mundo, la política, la patria y las exaltaciones de ese estilo se quedan para ciudades menos impuras. Tánger, no sé por cuánto tiempo, mantiene una excelente impureza.

Ya no es aquella ciudad que dio el argumento para una película que se llamó Casablanca, pero sabe mantener su impureza. Y esa belleza autóctona que supieron captar, pintar Matisse, Delacroix o el gran Antonio Fuentes. Ciudad de pintores, de esos o de otros tan vivos como Pepe Hernández. De modernos tan clásicos como Emilio Sanz de Soto. De escritores tan apreciados como Ramón Buenaventura. Y de gentes tan abiertas como sus vientos. No quedan muchas ciudades así. No durarán mucho tiempo. Las están vendiendo. Hay que darse prisa. Incluso es posible que ya sea tarde. Aunque si se sabe mirar, algo queda. Que no es poco.

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6 de noviembre de 2007
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Confianza en la publicidad

Los consumidores confían más en la publicidad de los diarios, que en la de la radio y más en la de las revistas que en la televisión. Pero la publicidad que más recelo les suscita es aquella que llega a través de los móviles. El móvil, acaso por el sólo hecho de serlo, tiende a parecer menos consistente y cabal.

De hecho, los demás medios despiertan, al parecer, un mayor o menor grado de fe, por la misma razón de peso. Un diario parece más respetable, de acuerdo a su asidua regularidad, que un semanario y un semanario más digno de consideración que la televisión.

El móvil significaría el punto más endeble y voladizo de la cadena y el soporte en donde el mensaje se vería más expuesto a los vaivenes  y, como consecuencia, variaría, se volatizaría y favorecería la veleidad al compás de los vientos que soplan de aquí y de allá.

Establecido este principio que parece menos vinculado con la fiabilidad moral que con la física de los vehículos, el procedimiento publicitario que más crédito merece al individuo actual, sea de donde sea, es aquel que llega a través el boca-oreja. El mensaje que nace de una boca humana y se deposita en un oído humano goza de garantía superior. Lo humano actúa, pues, como una cadena de transmisión relativamente segura y siempre más honesta que las otras cadenas compuestas por los medios de difusión. La voz es superior al micrófono, el oído al auricular, la narración personal a la narración impresa, grabada o filmada.

Los grandes medios de comunicación de masas, contra lo que se dio en creer, no han logrado imponer su hegemonía y su facultad supuestamente omnímodo. Cuentan además en proporción inversa al desarrollo económico de una determinada nación. Los daneses, por ejemplo, son quienes menos creen en la publicidad: sólo un 28% creen que dice la verdad. Por contraste, tanto en Brasil como en Filipinas el porcentaje de los crédulos aumenta hasta un 67%.

En general, los europeos se declaran los más escépticos y los latinoamericanos los más confiados. En cuanto a la importancia del boca-oreja, Asia (Hong Kong, Taiwán, India, Corea del Sur, Indonesia)  destaca sobre los demás continentes. En Europa, quienes menos creen en lo que les aconsejan sus semejantes son tanto los italianos como los daneses, especialmente cargados de resquemor.

Todos, en casi todo el mundo, no se fian gran cosa de los anuncios que aparecen en la red. La única excepción a esta regla se registra notablemente entre los norteamericanos que también son los primeros en hacer caso o atender confiadamente a las opiniones y recomendaciones de los blogs.

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6 de noviembre de 2007
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