Marcelo Figueras
Por esas vueltas de la vida me reencontré con mis viejos discos de vinilo. Los cargué en el baúl del auto y me los traje a casa. Me quedé un rato largo estudiándolos al derecho y al revés, manchándome los dedos con su mugre, reconociendo aquellos rasgos que tan de memoria me sabía en su tiempo y que -comprobarlo me puso la piel de gallina- jamás había olvidado.
La intensidad de los recuerdos. Me arrollaron como un tren.
Allí estaban los viejos discos de mi madre. (Hoy soñé con ella. Paseábamos juntos. Me pedía que le sacase fotos con mi teléfono móvil. Se ve que me quedó en la cabeza el comentario de Leonardo Favio en la entrevista del otro día. Decía que le había dedicado su última película a su madre y al ver el texto en la pantalla pensó: ¡Mi mamá ya no está! Leyendo sus palabras se me arrugó el corazón. Mi sueño debe haber nacido allí, en la intención de mi madre de demostrarme que aunque no parezca, sigue estando.) Los LPs de Mercedes Sosa, de Sinatra, de Iva Zanicchi, de Liza Minnelli, de Serrat, de Les Luthiers. Todavía me acuerdo de la tarde que fuimos con mi padre a comprar el primer tocadiscos. Era una bandeja bastante convencional, pero embutida en un mueble precioso que parecía un arcón. Cuántas veces habré levantado esa tapa que crujía, cuántas horas habré pasado ahí sentado, aprendiéndome letras de memoria -que todavía puedo cantar.
También estaban mis primeros discos. Las colecciones de Los Beatles, 1962-1966 (lo que llamábamos ‘el doble rojo’) y 1967-1970 (‘el doble azul’). Albumes de Sui Generis y La Máquina de Hacer Pájaros y Serú Girán, de Charly solista, de Spinetta, el primero de Los Redonditos de Ricota, cosas de Yes, de Queen, The Wall. Los brasileños que me trajo mi abuela de uno de sus viajes: varios de Caetano Veloso, el Clube da Esquina de Milton Nascimento. Los importados que me traje de mi primer viaje a Europa: War y October de los jovencísimos U2, la discografía completa de The Smiths, The River y Nebraska de Bruce Springsteen. Y tantos otros que nunca pude o supe conseguir en su variante CD: todo Weather Report, una banda instrumental que me encantaba llamada Oregon, los discos de Gentle Giant…
Si tuviesen que contarme sus propias historias a través de música, ¿qué me harían escuchar?
Mientras lo piensan voy a conectar mi vieja bandeja. Ya estoy anticipando el placer del sonido a fritura, preguntándome por dónde empezar. Strangers in the Night, imagino. En homenaje a mi madre.