Basilio Baltasar
Mientras da comienzo la campaña electoral que recorrerá España entre hoy y el 9 de marzo de 2008 nos apresuramos a lamentar el trato vulgar que se dará a lo político. Manejado como una banalidad comercial y divulgado como un mensaje publicitario.
Semejante práctica pone en evidencia la penuria cultural de nuestro entorno: en lugar de convocar al ciudadano pensante, la propaganda "política" esparce a los cuatro vientos los reclamos que puedan seducirlo.
Antes se esperaba que la personalidad del líder permitiera atraer a los más confiados de los votantes, ahora, sin embargo, con el progresivo escarmiento de una población desconfiada, aunque perezosa, los partidos han dado un paso decisivo: ofertas y rebajas, ventajas y ocasiones que imitan la pauta de las grandes promociones comerciales.
Ya analizaremos las promesas que están poniendo en circulación los candidatos pero antes comprobemos cómo se construye el clima propicio a las emociones que desean suscitar.
El ex presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, visita a Zapatero en La Moncloa y elogia el "ejemplo español" en su lucha por el crecimiento, el pleno empleo y la reducción de los gases con efecto invernadero. Las declaraciones satisfacen al anfitrión y no considera necesario matizar el entusiasmo de su invitado. De hecho, le parece muy bien recibir un aval tan prestigioso. Después de implicar a notables científicos y profesionales de distintos campos en la redacción del programa electoral del Partido Socialista, Zapatero no puede considerar más pertinente un espaldarazo de semejante calibre.
La transferencia de prestigio garantiza el efecto de la imagen sobre una opinión pública más proclive de lo que parece a creer en la taumaturgia. Como si la unción carismática sobreviviera pese a todo en nuestro tiempo, tan solo por darse un fuerte apretón de manos en público.
Lo de menos en esta escena publicitaria, en el decorado de la Moncloa, es el nada despreciable detalle de que España, en realidad, no cumple los acuerdos del protocolo de Kyoto. Según las mediciones llevadas a cabo por la Generalitat de Catalunya, la única región que mide el alcance del envenenamiento ambiental, la emisión de gases de efecto invernadero ha aumentado un 3% cada año. En 1990 Catalunya emitió 38 millones de toneladas y en 2005, 59 millones de toneladas.