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I. La vieja y siempre nueva Santa Inquisición

He leído que en la República Islámica de Irán, Memoria de mis putas tristes, la novela última de García Márquez, ha sido prohibida por las autoridades religiosas que desde sus tronos custodian la moral, después que por error declarado por ellas mismas, había sido autorizada a circular en una primera edición. El responsable de haber dado el nihil obstat a la novela fue destituido de su cargo, y el editor deberá comparecer a explicar su delito contra la decencia.

Las prohibiciones de ver, de leer, de oír, resultan siempre actos arbitrarios, y no son sino muestra de la intolerancia frente al pensamiento de los demás, sea por razones políticas, ideológicas, morales o religiosas. Es una manera de castrar el pensamiento, porque las películas, los cuadros, los libros, las piezas musicales, son frutos de la mente, que es dueña de la razón y de la imaginación.

Que una obra sea pornográfica, o irreverente, o antirreligiosa, o dañina a las reglas de conducta social, ha sido siempre el viejo alegato. Porque un fiscal creía que Madame Bovary era una novela que llamaba a las mujeres a ser adúlteras, es que se quiso condenar en juicio a Flaubert. Los argumentos, a través de los siglos, siempre vienen a ser los mismos. Ahora las autoridades iraníes condenan a la desaparición de Memorias de mis putas tristes, como si tratara de un manual de prostitución...

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29 de noviembre de 2007
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La compañía sucedánea

La soledad de las grandes ciudades, el hiperindividualismo, la muchedumbre solitaria, fueron asuntos muy relevantes en la segunda mitad del siglo XX, pero ahora apenas se habla de ello. Los individuos no se han estrechado o abrazado más entre sí pero se han comunicado electrónicamente de tal modo que el fenómeno de la interconexión a través de los móviles, los SMS o Internet, ha sepultado las inquietudes o el dolor del aislamiento.

http://www.elboomeran.com/upload/fotos/blogs_entradas/mascara_oro_med.jpgSin embargo, se trata de dos realidades paralelas, por ahora. Mientras la relación en el cuerpo a cuerpo sigue debilitándose cada vez más, la relación máscara a máscara sigue acentuándose y proliferando. La aventura de ser un individuo diferente o mejor, siempre dependiente de la estimación y la imagen proyectada en los demás, se ha provisto de un artilugio novedoso mediante el cual, a través de la máscara, el nickname, el avatar, el juego de edades o sexos, la impostura, el diseño aparencial del yo procede en mayor medida de nuestras finas artes de engaño que de la verificación de nuestra identidad por intervención del prójimo. El prójimo es siempre insustituible pero la proporción que de su efectiva sustancia se necesita para confirmar nuestra personalidad deseable puede sustituirse, en parte, por nuestra habilidad para fingir en la pantalla, travestirse en la red, recrearse en el nuevo espacio virtual, desconocido hasta ahora.

Indudablemente, la satisfacción no será comparable a la que proporciona un amor encarnado o una consideración proveniente del mundo más real pero, poco a poco, este mundo electrónico será casi todo lo que hay y la segunda vida en su seno -irá contando como una parte importante de nuestra composición. Lo transparente procurará abrigo, lo intangible segregará afectividad, el sucedáneo, como en las "gulas", será el único sabor conocido de la angula.

Incluso, poco a poco, con el uso y el consumo el sucedáneo borrará su actual estigma subsidiario y ascenderá de pleno derecho como otro territorio plenamente engastado en la nueva calidad del mundo. 

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29 de noviembre de 2007
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Sonamos pese a todo

A esta altura de la soirée, en este mundo que insiste con la cantinela de que todo lo bueno es mensurable o no es bueno (medible en cifras de dinero, en exposición mediática, en años), creo que se impone pedirle a los científicos que midan algo verdaderamente importante: verbigracia, la vida que agrega a nuestra vida el disfrute de ciertos artistas.   

El otro día vi por Canal 13 el concierto con que Les Luthiers celebraron sus 40 años de trayectoria. Fue una versión abreviada, por no decir Tupac Amarizada (en ningún sitio se miden más las cosas que en la TV), pero de todos modos disfruté como loco. Mi memoria es una bestia caprichosísima, y aun así recuerdo como si fuese ayer la primera vez que los vi. (También por TV. También por Canal 13.) Yo estaba en edad escolar. Había visto las promociones del programa, entendiendo que se trataba de un ensamble de música culta. Fui a dar las buenas noches a mis padres a eso de las diez, coincidiendo con el comienzo del programa. (Que era el tape de una de sus presentaciones teatrales.) Y entre besos y despedidas empecé a reír. Fue la primera vez que escuché La Bossa Nostra. Fue la primera vez que canté ese himno a la derrota llamado Ya el sol asomaba en el poniente, que con aires marciales profetizaba la experiencia argentina de las décadas por venir: ‘Perdimos, perdimos, perdimos... otra vez'. 

Desde entonces vi cada uno de sus espectáculos y, como tantos miles de personas, erigí en mi alma un altar al por demás impresentable Mastropiero. Todavía recuerdo de memoria todas esas canciones, todas esas letras. De tanto en tanto las reuniones familiares se convierten en un concierto informal. Mis hermanos y yo podemos cantar de pe a pa la Cantata de don Rodrigo Díaz de Carrera, que es casi tan larga como cualquier acto de La Traviata. Nunca nos olvidamos de aquella noche en San Bernardo, cuando al cantar el Arrullo Puneño de dicha Cantata sobresaltamos tanto a la abuela Julia que terminó soltando la pila de platos y produciendo un verdadero desastre. 

Lo que quiero decir es que tengo con esta gente (Mundstock, Rabinovich, Núñez Cortés, López Puccio, Maronna y los hoy ausentes -por motivos harto diferentes- Ernesto Acher y Gerardo Masana) una deuda de gratitud que jamás podría saldar en dinero aunque tuviese la fortuna del padre de Paris Hilton. Si los científicos hubiesen pergeñado el aparatito que les reclamo, yo podría decir hoy que Les Luthiers alargaron mi vida en... (Diez días, seis meses, tres años, lo que la tecnología diga.) En la imposibilidad de ser preciso, me veo compelido a afirmar tan sólo que las risas y el placer que Les Luthiers me prodigaron durante tantos años han hecho mi vida no sólo más larga -porque la felicidad es la fórmula natural del Viagra- sino también mejor. 

Gracias, muchachos. De todo corazón. 

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29 de noviembre de 2007
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El poderío de la China imperial

 

Cuando los industriales alemanes han visto peligrar sus negocios en China, les ha parecido urgente buscar el amparo del socialista Gerhard Schröder, antiguo canciller y en la actualidad alto directivo de la empresa ruso alemana NEGP.

El gestor Schröder, que saltó sin rubor desde su despacho gubernamental a los órganos de dirección de una singular empresa privada, comprendió inmediatamente la naturaleza del encargo y procedió a lanzar una impertinente sarta de improperios contra Angela Merkel.

La supuesta falta cometida por la jefa de gobierno alemán, la que ha merecido el sarcástico reproche de su antecesor en el cargo y el enfado del opulento clan de dirigentes empresariales, tiene un aspecto anodino. Ha recibido con todos los honores al Dalai Lama, premio Nobel de la Paz en 1989.

Evidentemente, las connotaciones de este gesto diplomático son más severas de lo que en principio parece.

Ofreciéndole el trato que corresponde a su dignidad política y religiosa y atendiéndole como al representante de un país ocupado militarmente por China, Angela Merkel deja constancia del repudio de su gobierno a las violaciones de los derechos humanos que China comete a diario en el Tíbet.

Pero en las vísperas de los celebrados Juegos Olímpicos, el gesto de Angela Merkel es algo más que una cortesía solidaria y se convierte en una invitación a la sociedad de naciones a considerar el alcance de su participación en los grandes fastos de Pekín.

Se supone que esto es justamente lo que se espera de un líder europeo ¿no es cierto? Que constate la convicción que implican nuestras declaraciones a favor de los derechos humanos en el mundo.

Que sea una líder conservadora la que respete este protocolo y un socialista el que suba a la palestra para denunciarlo debe hacernos reflexionar sobre el confuso intercambio de papeles de la clase política europea y de la irreflexiva genealogía moral que a veces les asignamos.

Debemos recordar sin embargo que Gerhard Schröder no es el modélico ejemplo que uno espera encontrar en la izquierda que presume de construir Europa y exportar su modelo de estado de derecho. Como colofón a su confusa carrera política, el ex mandatario se prestó a ser fichado por uno de los personajes más inquietantes de nuestro tiempo y se puso a las órdenes de Vladimir Putin. Para ello, para hacer posible la fundación del Consorcio del Gaseoducto del Norte de Europa (NEGP), dominado por la empresa estatal rusa Grazprom, propició la fusión de las empresas alemanas E.on y Ruhrgas, copropietarias minoritarias del conglomerado energético ruso alemán.

Si alguien quiere conocer el derrotero seguido por Putin desde la KGB hasta la cúspide del Estado post soviético, debe leer el libro escrito por Alexander Litvinenko antes de ser impunemente asesinado en Londres con talio radioactivo. Una espeluznante crónica sobre cómo los servicios secretos rusos ajustician a los disidentes, se apoderan de empresas estatales y se disfrazan de terroristas para crear confusión, hacer estallar la guerra de Chechenia y consolidar monstruosos dominios económicos.

Es imprescindible leer este libro (Rusia dinamitada. Tramas secretas y terrorismo de Estado. Editorial Alba) si uno quiere comprender qué significa "ser contratado por Putin" y los motivos por los que un ex dirigente socialdemócrata acudiría a defender al gobierno chino, perpetuamente ofendido por un monje budista que saluda inclinando la cabeza.

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28 de noviembre de 2007
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Libros en Nueva York

Atravesando Nueva York, uno siente el impacto de la desaparición de Lectorum y Macondo, dos librerías que mantenían una oferta de libros en español. Quedan Amigos en la calle 15 y Roig en la 29 pero, por favor, nada que ver, sobre todo con Lectorum, tremenda víctima del crecimiento de los precios del alquiler. Manhattan es un lugar donde se oye personas hablando en español en cada esquina pero que poco a poco no va a vender un solo libro en castellano.

Ayer, en el Barnes and Noble de Union Square (que es el más grande de Manhattan por la superficie) se podía notar también un receso tremendo de la presencia de los latinos. Hablando de traducciones, sólo había tres en más de diez mesas que abarcan todos los géneros (ficción, no-ficción, conocimiento, auto-ayuda, bolsillos, etc.). La última novela de Mario Vargas Llosa, los «detectives salvajes» de Roberto Bolaño y, de manera inexplicable, un Quijote cabalgando en una área de clásicos en edición de bolsillo. En total, una miseria.

Otra impresión, tremenda impresión, la calidad de las tapas de los libros sacados por las casas editoriales de EE. UU. En el país del marketing se VENDEN los libros con potencia. No basta con ofrecer un título, un autor y una imagen, hay un concepto, una atmósfera y una creación gráfica. Acabo de descubrir un concurso en el sitio de la Book Design Review de Chicago donde hay que votar entre las mejores portadas del año 2007, es decir lo que uno ve en este momento al pasear por las librerías. El nivel es tremendo. La tapa de Small crimes in an age of abundance (pequeños crímenes en una edad de abundancia) que encabeza los votos, por el momento, lo dice todo: es el despliegue de un crimen gráfico, la destrucción del papel en la abundancia de los libros.

Los lectores son regalos, se cogen, con el ojo.

 

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28 de noviembre de 2007
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Borrachera de ternura

Hay cierta atrocidad autodestructiva en el acto de racionalizar los propios sentimientos, y el punto es que este libro se ha metido allí. Uno lo sabe casi desde el inicio, nada más recibir las primeras descargas de artillería poética. Duele este libro, pero es de esos dolores que traen su propio bálsamo en el paquete, además de aliviar dolencias más antiguas. Por eso hoy, que me tocaba acompañar a su autor, terminé de leerlo veinticinco minutos antes de la presentación. /upload/fotos/blogs_entradas/ojala_octubre_med.jpgNo quería arriesgarme a pensarlo demasiado, prefería llegar al evento aún bajo el efecto de sus últimas líneas. No sin antes salir de la tina, secarme brazos, piernas, ojos sobre todo, y volar hacia el salón de la Feria donde estaría con Juan Cruz Ruiz para hablar de Ojalá octubre. Cuando llegó la hora, crucé la calle con una línea de la madre de Juan dándome vueltas en la cabeza: "La risa es el llanto bien llevado".

Lo pienso una vez más: preferiría no comenzar así. Recuerdo otra: "El éxito, cuando se cuenta, se parece a la mezquindad". Pero igual no es la idea. Tengo aún fresca la memoria de la carne de gallina, con el libro temblándome en las manos, y ahí vuelve a la memoria Paco, padre de Juan, que no podía pagarse una apuesta en la lotería, pero de todas formas iba y anotaba los números que le atraían, sólo para reconfortarse después al comprobar que no habían salido premiados. He ahí, pues, el llanto bien llevado. Y el lujo de todo esto es que aún soy presa de sortilegio poético y tengo allí al autor para extenderlo.

Suele ser una mezcla entrañable la de ternura y amargura. Pienso en los neorrealistas italianos. El Juanillo de Ojalá octubre bien podría ser primo hermano del niño de Ladrones de bicicletas. Pero lo pienso ahora, cuando ya es muy tarde. Pasa así cuando hablamos, no cuando escribimos. Se habla siempre de más o de menos. Y ahora que lo pienso, tampoco he dicho que éste es uno de esos libros cuyo final le deja a uno en la orfandad. Es posible que me haya tardado mucho más de lo necesario en leerlo porque la lentitud era mi único recurso para habitar más tiempo ese mundo donde "es tan alto el sol y tan pequeña la mano que lo quiere tocar". Con cierta recurrencia me venía a la memoria la imagen de Juanillo y Paco viendo el juego de fútbol desde las plataneras, ahí donde la amargura es menos amarga desde el momento en que no tiene nombre. Mal podía amargar a Juanillo la pobreza, cuando nunca había visto la riqueza, ni le habían presentado a la envidia, conocía el rostro de la humillación.

"A él le parecía imposible que las piedras siguieran viviendo cuando ya no estaban los hombres que las habían descubierto", dice Juan de su padre, mientras observa que inexorablemente va convirtiéndose en alguien muy parecido a él, y al cabo casi todo terminará heredándolo, acaso con la misma transparencia que al narrar le permite compartir lo entrañable. "Mientras dura tú no tienes aún la energía sentimental de devolver la sonrisa. A ese efecto que jamás se produce a tiempo las palabras luego lo llaman ternura." Amargura y ternura, emborracharse de ambas, leer y regresar y volver a leer, como si cada letra tuviese ya un volumen. Soltar el libro un rato, dormirse y despertar en Tenerife, deseando que sea octubre aún en noviembre.

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28 de noviembre de 2007
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El texto matriz

"TODOS los humanos, en razón de su propia naturaleza, desean el saber. Indicio de ello es el placer que los sentidos nos procuran; pues incluso cuando su ejercicio no es de utilidad alguna, nos complacemos en que estén operativos, y ello es particularmente cierto tratándose de la vista. En efecto, no sólo en los casos en que la vista es útil para un objetivo sino también cuando nada pretendemos hacer, preferimos ver a cualquier otra cosa; la razón estriba en que, de entre todos los sentidos, es la vista la que nos proporciona mayor percepción de diferencias en las cosas que a nosotros se ofrecen.

En razón de la naturaleza de los animales, éstos nacen con capacidad de tener sensaciones; en algunos de ellos la sensación llega a generar memoria, mientras que en otros esto no ocurre. Los dotados de memoria son más cautos y prudentes que los incapaces de recordar. Tal prudencia se da incluso entre animales desprovistos de capacidad auditiva, mas cuando esta última se añade, entonces el animal adquiere cierta capacidad de aprendizaje.

Así pues, los animales diferentes del hombre viven con imágenes y recuerdos y ello les proporciona ya, en pequeño grado,  la capacidad de tener experiencia. Pero en el vivir de los humanos cuentan además como ingredientes el conocimiento técnico y la capacidad de razonar.

Tratándose de la vida práctica, la experiencia no tiene menor valor que el conocimiento técnico, y el hombre con experiencia tiene más éxito que el que domina la teoría pero no tiene experiencia. Y sin embargo todos pensamos que el conocimiento y la intelección son cosa más bien del técnico y que éste es más sabio que el mero hombre de experiencia, y ello en razón de que conoce la causa, la cual el primero ignora.

...Y así cuando las técnicas proliferaron, unas al servicio de las necesidades de la vida, otras con vistas al recreo y ornato de la misma, los inventores de las últimas eran con toda justicia considerados más sabios, dado que su conocer no se subordinaba a la utilidad. Mas sólo cuando tanto las primeras técnicas como las segundas estaban ya dominadas, surgieron las disciplinas que no tenían como objetivo ni el ornamentar la vida ni el satisfacer sus necesidades, y ello aconteció en los lugares donde algunos hombres empezaron a gozar de libertad. Razón por la cual las matemáticas fructificaron en Egipto, pues la casta de los sacerdotes no era esclava del trabajo."

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28 de noviembre de 2007
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Acuérdate del dolor

/upload/fotos/blogs_entradas/new_scientist_med.jpgTengo una historia más que agregar a mi libro El reino animal, que puede llegar a ser infinito. De acuerdo a un estudio de la Universidad Queen´s de Belfast, en Irlanda, publicado por la revista New Scientist, las langostas, langostinos, cangrejos y otros crustáceos suculentos, sienten dolor cuando son cocidos vivos en la cacerola, o caen en el aceite hirviente de la sartén, debido al complejo sistema de sus terminales nerviosas, que se asemeja al de los seres humanos. Los ácidos y otras sustancias irritantes, les causan también sensaciones dolorosas.

Según el artículo, el doctor Robert Elwood, un zoólogo que es parte del equipo investigador, echó vinagre con un gotero en algunas de las antenas de un grupo seleccionado de langostinos, que de inmediato empezaron a frotar entre sí las antenas afectadas. El dolor estaría entre los elementos de sobrevivencia de los crustáceos, igual que entre los animales vertebrados.

Y si está de por medio el dolor, imaginen si también esos seres que nos comemos con tanta delicia fueran capaces de sentir horror. El horror de ver cómo burbujea el agua hirviente de la cacerola, o sisea el aceite en la sartén donde van a ser lanzados vivos, como si fueran culpables de alguno de los pecados castigados antaño por el Tribunal de la Santa Inquisición.

¿Y los moluscos? Acuérdate del dolor cuando vayas a exprimir un limón sobre tus ostras.

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28 de noviembre de 2007
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Nuestros regalos al Cosmos

El periodista norteamericano Alan Weisman ha publicado recientemente un libro, El mundo sin nosotros, que plantea la ocurrencia apocalíptica de preguntarse qué pasaría en nuestro planeta si un día los seres humanos desapareciéramos de él. Weisman no aclara el motivo de la desaparición pero tras consultar durante años a un buen número de expertos -científicos, ingenieros, arquitectos- construye una fenomenal trama de suspense póstumo que viene a ser una especie de Apocalipsis de San Juan laico y sin dioses a la vista. En esta ficción más o menos documentada científicamente los ángeles exterminadores somos los mismos hombres o, más propiamente, puesto que nosotros ya hemos desaparecido, los artefactos tecnológicos que los hombres hemos creado. 

La técnica narrativa de Weisman recuerda un poco, también, al Apocalipsis. No hay trompetas que suenen, jinetes que cabalguen o sellos que se rasguen pero, como contrapartida, hay un uso del calendario tan abrumador como el que hallamos en el texto visionario de Juan de Patmos. Según Weisman, sin el cuidado y mantenimientos humanos, el programa del gran caos está cantado.

Así, por ejemplo, a los dos días de la extinción de seres humanos, los metros de las ciudades se inundarían por falta de bombeo, o al menos esto, se augura, sucedería en el de Nueva York. A los siete días ya empezarían los problemas de los sistemas de refrigeración de las centrales nucleares. Un año después éstas estarían provocando explosiones e incendios en todo el planeta. A los tres años se hundirían muchas carreteras e infraestructuras y a los veinte años el Canal de Panamá quedaría de nuevo cerrado. Los puentes de hierro más resistentes tardarían 300 años en caer. A los 500 años las ciudades se asemejarían a selvas llenas de pequeños depredadores.

/upload/fotos/blogs_entradas/el_mundo_sin_nosotros_1_med.bmpDe este modo van sonando las invisibles trompetas mientras, uno tras otro, se rasgan los sellos. Pero Alan Weisman y los especialistas por él consultados no se conforman con las provisiones a corto plazo. En El mundo sin nosotros se nos cuenta qué pasaría a los 100.000 años, al billón de años, a los cinco billones de años de nuestra extinción. Y nada de lo que pasa es particularmente alegre pero sí significativo de lo que nos rodea ya hoy, cuando todavía no nos hemos esfumado. 

Tras leer el ensayo de Weisman la primera conclusión es que nuestra capacidad para convertirnos en los ángeles exterminadores de nuestro propio planeta es muy reciente. Todos los artefactos tecnológicos que contribuyen al asentamiento del gran caos han sido concebidos en los dos últimos siglos. Dicho de otro modo: ningún Weisman hubiera podido escribir un libro semejante hasta el siglo XIX, aunque para hacerlo de una manera tan afilada sin duda habría debido aguardar a las postrimerías del XX. En únicamente dos siglos el hombre ha preparado su arsenal apocalíptico, de modo que ya no requiere la presencia de los dioses o de las catástrofes naturales para imaginar tremendos cataclismos en el mundo que habita (o, en la hipótesis de Weisman, que ha dejado de habitar). 

En esta tesitura he intentado averiguar qué quedaría de nosotros, si es que quedaría algo. A medida en que leía las páginas del libro me iba preguntado: ¿dejaremos algo, tras nuestra marcha, alguna huella, algún prestigio? Durante buena parte del trayecto he perdido la esperanza de que dejáramos algo en medio de tanta demolición. Las cosas iban tan mal dadas que resultaba imposible que legáramos nada a unos futuros visitantes que se interesaran por lo que había sido la vida en la Tierra. 

Luego he visto que algo sí regalaríamos al cosmos como testimonio de nuestra remota presencia ¿qué sobrevivirá a los siete millones de años de nuestra extinción? De acuerdo con el libro de Weisman, el plástico ¿El plástico? Sí, el plástico, dunas de plástico deslizándose de aquí para allá, como viscosos monarcas de la Tierra. Donde había habido templos y palacios, donde había habido ciudades ahora brillarán largas cordilleras de plástico. 

Esto era muy decepcionante ¿Para esto los hombres de tantas épocas habían creado tantas obras bellas? ¿Qué pensarían de nosotros en caso de llegar los futuros visitantes? Nos difamarían por todo el universo: ¿qué asco de civilización tenían estos que han ensuciado su propia casa con criaturas tan repulsivas? Y tendrían razón. 

Con todo, al repasar lo que ocurría, sin nosotros, a los diez millones de años tuve un pequeño consuelo al enterarme que las esculturas de bronce aún serían reconocibles. Algo se salvaría de nuestra dignidad si en el laberinto de plástico sobrevivían tenazmente los guerreros de Riace, el David de Donatello, el Perseo de Cellini, las Puertas del Paraíso. Los visitantes mejorarían, a no dudarlo, su opinión sobre nosotros. 

Sin embargo, junto al plástico y las esculturas de bronce, haremos un tercer regalo al cosmos, el más perdurable. Respecto a él Weisman es contundente; a las cinco billones de años de nuestra desaparición continuarían viajando las ondas de radio y televisión. Nuestras emisiones, aunque troceadas y fragmentadas, continuarían viajando eternamente, o casi. ¡Vaya regalo envenenado! 

Es verdad que podemos deleitar a nuestros visitantes con un trozo de una sonata de Beethoven o con el fragmento de un fotograma en el que aparezca Rita Hayworth; quizá incluso podremos reírnos de ellos con algún detalle de la voz de Orson Welles en La guerra de los mundos. Pero ¿qué pasará cuando vean, aunque sea fugazmente, nuestra basura televisiva o cuando escuchen el tono de nuestras tertulias radiofónicas? 

Preferirán el plástico, que al menos es silencioso.

Artículo publicado en: El País, noviembre de 2007.

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28 de noviembre de 2007
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Las escritoras también son peligrosas

Recibo un libro estupendamente editado por Maeva, de Stefan Bollmann, titulado Las mujeres que escriben también son peligrosas y que es la otra cara de la moneda de su anterior éxito, Las mujeres que leen son peligrosas, que hacía un recorrido por las obras de arte inspiradas en una mujer leyendo. He de reconocer que este último aún no ha caído en mis manos, pero sí que tengo ante los ojos el de las escritoras. En la portada, la cara afilada de Virginia Woolf, Las mujeres que escriben también son peligrosasque francamente no es la que más me interesa, o puede que me interese, me interesa mucho su compromiso con la cultura de su tiempo, su labor editorial, su visión rompedora de la literatura, me interesa como mujer que les dijo a las demás lo necesario que era tener "una habitación propia", me interesan sus problemas psíquicos, me interesa su biografía en general, pero no es la que más me gusta. No es la que, por mucho que lo intentase, llega al meollo de la vida por mucha vida que pusiera en lo que escribía. Siempre que pienso en Virginia Woolf me digo que seguro que en otro intento ya estaré preparada para arrancar la esencia que seguro hay en sus páginas. Por supuesto la culpa es mía, así que en cuanto termine estas líneas volveré a la carga para no marginarme yo sola de su inextinguible influencia.

Como Virginia Woolf también se nos suicidó Sylvia Plath, pero mucho más joven, a los treinta años. Se quedó inmortalizada para siempre con su cara de chica aplicada y la mirada lejana. Es sencillamente maravillosa. Lo supe desde que leí La campana de cristal, ¿cómo se puede escribir algo tan bueno, tan profundo y tan ligero a la vez, que te haga sonreír sobre un fondo de sufrimiento humano? Carson McCullers es otra de mis preferidas. Hay escritoras de una luminosidad y un talento apabullantes, que te hacen preguntarte con qué se tropezaron en la vida para tener esa fuerza. Algunas están en este libro y otras como la italiana Natalia Ginzburg (a quien leo una y otra vez a ver si le arranco su secreto), Willa Cather (admirada por W. Faulkner y Truman Capote), Flannery O'Connor o Alice Munro tendrán que estarlo en otra ocasión. Esto no tiene nada que ver con ningún tipo de militancia feminista, sólo tiene que ver con la literatura porque son espléndidas y tan inteligentes..., poseen la magia de haber sabido prescindir de la solemnidad, el remilgamiento, la impostura y también de la ramplonería, después de retorcer la literatura una y otra vez ellas conservan una libertad de tono que las hacen envidiables. Tienen tanto que enseñarnos, por lo menos a mí. 

Esta semana Ana María Matute ha sido galardonada con el Premio Nacional de las Letras. ¡Muchas felicidades, Ana María! y Doris Lessing ha sido Premio Nobel. Lo que no significa que me dé por contenta porque se vayan sumando muchas mujeres al mundo de las letras, me doy por contenta si son buenas.

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28 de noviembre de 2007
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El Boomeran(g)
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