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Trabajos indeseables: publicista

Por 10 de diciembre de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

 

 

Que tire la primera licencia sanitaria quien nunca haya intentado prostituirse. Y claro que se puede, pero es aún más cansado que pelear por dinero. Vende uno lo único que realmente le importa y le pagan con una minoría de papeles a los que encima trata como a sexosiervas. Hace años, cuando alguna señora mojigata hablaba con desdén de "las mujeres de la vida fácil", mi padre la contradecía con un cuestionamiento incontestable: ¿Fácil? ¡A ver, póngase usted!

No evita uno prostituirse porque sea decente, sino porque después sale más caro el caldo que las albóndigas. Hay una perversión autodenigratoria en la manía de menospreciar el propio trabajo, pero asimismo existe algún consuelo en derrochar lo que con él se gana. Durante el tiempo en que me prostituí haciendo comerciales, el dinero se fue siempre más pronto de lo que llegó. Además no cobraba salario, sino indemnización. Como si cada mes me atropellaran, o mi alma trabajara de cobaya en un laboratorio de esclavos freelance. Para ser mercenario, estaba en el hoyo.

No es fácil terminar de corromperse, pero así lo parece. Media un cinismo arduo en el apremio por deshacerse de los propios proyectos para venderle el resto del espíritu al diablo, por eso acaba uno contrayendo otra forma de cara dura, que consiste en fingir un profundo interés en las explicaciones del cliente. Los deja uno hablar y entusiasmarse, luego les dice lo que quieren oír, tan convincentemente como puede porque lo que más le urge es cobrar el dinero que ya se gastó. Cuando al fin está lista la campaña, le aligera pensar que nada es suyo, ni tiene otra importancia que la sobreviviencia. El cliente hace cambios que dan al traste con el concepto entero, pero uno igual se empeña en mostrar entusiasmo porque piensa que así llegará antes el cheque.

Otros se enorgullecen de sus campañas, tanto que las defienden y anhelan ser premiados en Nueva York, pero no era mi caso. Temía hasta la médula convertirme en un publicista exitoso, como se teme emparentar con Don Sata. Incluso hallaba una torcida satisfacción en perder un cliente, cual si al acontecer el desaguisado se abriera una ventana de esperanza. Si ya decidió uno vivir de prostituto por un tiempo, desea al menos no salir triunfante, ir por la calle y escuchar a los hijos de vecino murmurar: "Mira a ese publicista de tercera". Pero el fracaso peca de relativo, siempre llega la hora en que el cheque lo echa todo a perder.

Teóricamente es un oficio divertido, sobre todo si sueña uno con comerciales. Pero hacer comerciales y soñar con novelas es como descubrir los ojos de la ninfa y optar por las legañas de la bruja. Un despropósito ruidoso y preocupante para quien tiene escasa vocación de mercenario y la mala conciencia de sospecharse traidor a su causa. Suponiendo, eso sí, que tras tantos eslóganes malparidos aún quede vivo algo remotamente similar a una causa, un proyecto, una historia impaciente por ser contada.

Mal puedo arrepentirme, sin embargo. No hay mejores aliados para un narrador que los grandes obstáculos en el camino, aunque eso entonces no lo supiera. Prefería flagelarme, asumiendo que apenas un milagro me sacaría de ese trabajo prostibulario en el que me aterraba tanto destacar como encontrar cualquier forma de orgullo. Cada vez que un cliente me exigía cambiar a su gusto un nuevo párrafo, me miraba al espejo como una hetaira complaciente y más pronto que tarde me desentendía, puede que sólo para convencerme de que lo mío era la vida fácil.

Cuando junté la fuerza para salir de allí, me prometí solemnemente que nunca más haría un eslogan para un cliente. De ahí que ahora me sienta insultado cada que alguien me llama publicista, o siquiera ex publicista. ¿Quién, que no fuera un legendario forajido, querría ser por siempre reconocido de acuerdo a sus antecedentes judiciales? Una cosa es ser puta y otra que te reputen por las calles. Con el trabajo que cuesta quemar las naves, o en fin, prender fuego al burdel. Por eso luego digo entre colmillos, no sin algún aliento de beatitud reciente:¡Publicista, tu madre! Con todo mi respeto y un buen sueldo mediante.

 

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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