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Apostar al pensamiento… y desesperar del mismo

Por 10 de diciembre de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

La disposición filosófica es quizás la mayor cristalización de una apuesta, simplemente, la apuesta por la riqueza del pensamiento Pensar basta, viene a decirse el filósofo. Pensar es lo que le acompaña, es la causa de muchas de sus torturas internas y ha de ser asimismo la causa de una eventual reconciliación. Pero, ¿reconciliación con qué? ¿Qué alegría cabe esperar? ¿Qué fiesta en el conocimiento, o aun en la tensión hacia el mismo?

El filósofo, como el poeta, parte de un postulado que muchos pensadores contemporáneos niegan, a saber: que algo pueda tener poderes causales que no son exhaustivamente reductibles a conexiones de elementos a partir de los cuales emerge. Cabe ilustrar el problema con el ejemplo de la vida. Obviamente nada hay en la vida que no tenga origen en la tabla periódica de los elementos. No obstante, una vez que la vida emerge, se dan fenómenos que ya es muy difícil reducir a las meras interrelaciones explicativas de los fenómenos pre-vitales. La vida, por así decirlo, tiene su propia economía y apunta a objetivos imprevistos. Pues bien:

Constatando que la vida, en todas sus epifanías, tiende a instrumentalizar, a reducir y hasta anular el entorno si éste entra en conflicto con ella, ¿cómo podríamos esperar menos tratándose de la palabra? Se diría que, hasta en sus manifestaciones más huecas, la palabra consigue rentabilizar lo dado al servicio de sí misma, se diría que la función recuperadora de la palabra se ejerciera en cualquier circunstancia, que lo que cuenta es seguir hablando, ya sea con argumentos masticados, prejuicios y sentencias estereotipadas, pero en todo caso hablando.

La disposición poética no es posible si no está interiorizada la premisa de que el lenguaje tiene objetivos que no están subordinados a los de esa vida que, indudablemente, le da soporte, esa vida de la que emerge. Esta confianza en la irreductibilidad de la palabra, no significa que el poeta espera que la palabra le saque del mundo. Pero sí significa que no experimenta lo irreversible del devenir del mundo como lo único que nos determina. Pues sólo si la palabra tiene efectivamente la potencia de ese verbo en el que el peso de la naturaleza se relativiza, sólo si la carne (es decir el orden genético) se ha hecho palabra en el sentido radical del texto bíblico, puede surgir la exigencia que se halla en la base de la obra literaria: exigencia de no subordinar la palabra a objetivo alguna, exigencia concretamente de no subordinarla a la vida, de la cual los grandes del verbo se han servido siempre para la construcción de los únicos templos posibles para la libertad.

Mas la duda se abre… y el filósofo se dice a veces (tiene obligación de hacerlo) que el pensamiento y el lenguaje no alcanzan de verdad autonomía alguna respecto a su matriz en el orden biológico Muchos son los escritores que han llegado a experimentar que nada cabe esperar de la literatura, simplemente porque el lenguaje no sería otra cosa que un instrumento, ciertamente de gran complejidad, en la lucha por la subsistencia y por el dominio de la naturaleza. Hipótesis ésta en la cual, por supuesto, el lenguaje no tiene por sí mismo capacidad liberadora alguna. Pues no habría excepción, a lo que en la jerga filosófica se denomina "carácter transitivo de la causalidad", que aplicado al caso que nos concierne vendría a decir: si las conexiones en el registro de la tabla periódica (con las necesarias condiciones energéticas etc.) son causa exhaustiva de la vida, y las conexiones neuronales en el seno de ésta son causa exhaustiva del lenguaje, entonces éste se reduce a las primeras. Retórica pura, pues, las consideraciones sobre la vida del lenguaje, sobre el hecho que una vez surgido, comenzaría a responder a exigencias propias.

Mas aun en la hipótesis de que el lenguaje es más que un código de señales, en la hipótesis de que el lenguaje tiene vida propia, obviamente, el orden biológico arrastra al pensamiento en su astenia y decadencia y asumir tal cosa es una de las condiciones primeras de la lucidez. Confrontación auténticamente real es, desde luego, asumir lo ineludible del segundo principio de la termodinámica y el consiguiente colapso de todas las facultades creativas y cognoscitivas. No habría otro materialismo lúcido y militante, ante el cual, desde luego, la resistencia es tenaz: perdemos acuidad visual y olfativa, pero nos agarramos a la posibilidad de fraguar una composición, labrar una frase no manida o avanzar un pensamiento que no se reduzca (por archivado y disponible) a prejuicio. Por decirlo claramente: nos anclamos a la vida del espíritu, aun en ausencia de condiciones fisiológicas que constituyen su único soporte.

Tenemos quizás aquí uno de los tránsitos privilegiados de la mentira. Mentira esencial sería esta idea de que, aunque estemos diezmados por el tiempo, la palabra puede aun perdurar en su agilidad y, literalmente, entusiasmarnos. Pero la ilusión se desvanecerá. La astenia de la palabra se manifiesta en primer lugar al experimentar que toda emoción queda lejos. Ello puede no acarrear consecuencias, cuando una especie de cálido velo cubre la objetividad de la indigencia, es decir, cuando el mero perdurar se asienta en un relativo confort afectivo y social. Mas todo se ensombrece cuando tales circunstancias son prolongación y reflejo de la pérdida de tensión, pérdida de la capacidad de pensar, y de gozar, pérdida incluso de la capacidad de sufrimiento.

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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