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Epifanías

Rafael Argullol: Lo ideal, evidentemente, es el equilibrio entre la gran verdad y la gran mentira, entre ese fuego y ese hielo.

Delfín Agudelo: Es entonces una mezcla entre lo gélido y lo hirviente, que demarca la existencia de contrarios. Uno de ellos, tu ejemplo de la presencia de la epifanía-lo que has llamado anteriormente "una radical experiencia propia"-implica necesariamente dos contrarios: un mundo real y un mundo trascendente. La epifanía precede a la experiencia de escritura, cerrando así un círculo entre la realidad y ficción. Ineludiblemente, esa epifanía surge en un mundo real. Me pregunto si un escritor puede inducir una epifanía.

R. A.: El escritor va con la caña de pescar. La diferencia del escritor con cualquier otra profesión es que está predispuesto a captar la presencia de esas epifanías. Yo tengo muchos amigos que se dedican a otras profesiones, y están mucho menos atentos que yo a los acontecimientos de la memoria, a lo que yo llamo acontecimientos de mi propia memoria. El escritor es alguien predispuesto y como va con la caña de pescar, va poniendo cebos a esas epifanías y acontecimientos hasta que alguno de ellos pica, y en ese momento empiezas a transfigurar ese acontecimiento o epifanía. Tienes que mostrar la predisposición, si bien ésta no asegura la presencia del acontecimiento a partir del cual puedes intentar forjar un texto. La predisposición es lo que de alguna manera distingue al escritor o artista del no escritor o artista. ¿Cómo reconoces la presencia? Pues porque brillan de alguna manera especial, aunque sean acontecimientos negros: no tienen que ser necesariamente luminosos, puesto que pueden ser buenos o malos, siempre y cuando tengan un toque o luz especial que en un momento determinado captas y a partir de dicha luz entran en funcionamiento todos los mecanismos de reelaboración que llamamos escritura o literatura. ¿Cómo se presentan esos momentos de luz especial? A partir de sueños, a partir de, como decíamos días atrás, intuiciones en el insomnio, de asociaciones de ideas que realizas durante el día, a partir de correspondencias que tú realizas a lo largo de tu vida diaria en la que ves una planta y eso lo puedes llegar a relacionar con un jardín que viste en otro momento, o que es un cuadro con unos personajes, con una multitud de gente de un mercado y eso se relaciona con algo más. Continuamente actúan diversos elementos de captación de esos instantes de luz especial. Sueño, insomnio, correspondencias, evocaciones, libre asociación de ideas... no hay un solo método, no hay un solo procedimiento: hay muchos, y reconoces alguno. A partir de ahí, discriminas. ¿Vale la pena que ese acontecimiento sea epifánico? Para saberlo te lanzas. En un alto porcentaje de veces, te lanzas y te equivocas: tomas como epifánico acontecimientos que no merecen la pena o que tú no logras hacerlos merecer la pena. Lo imagino como en cualquier otra actividad de la vida: el saltador de altura, por un gran salto que hace, falla nueve. Es igual el caso de escritor: de diez intuiciones de grandes acontecimientos que lo llevarán a textos sólidos, nueve o más están errados. El error puede ser muy grande: puede llegar a implicar meses o años de tu vida en un acontecimiento raro. Y eso ha pasado mucho, y nos ha pasado a todos. En un momento determinado tú dices: "Era un error" o, como ya estás tan empecinado en esto, te niegas a reconocer el error, y sigues avanzando. A partir de ahí puede resultar una obra catastrófica o una obra fallida.
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8 de enero de 2008
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Del uso público de la vida sentimental

 A Bill Clinton casi lo lapidan sus enemigos por el caso Lewinsky. Nicolas Sarkozy se ha encargado de proclamar, dejándose fotografiar muy a gusto,  sus relaciones con Carla Bruni, y probablemente de filtrar un posible próximo matrimonio con la ex modelo y cantante. La distancia del uno al otro no es sólo la que media entre el puritanismo norteamericano y el supuesto libertinaje francés, que, sin embargo,  evitó que la existencia de una hija extraconyugal de François Mitterrand saliera a la luz casi hasta la muerte de éste, sino la de la diferencia en la manipulación. Los franceses no estaban acostumbrados a esto.

En el caso de Clinton la derecha americana utilizó el escándalo de su relación con una becaria en la Casa Blanca para intentar acabar con el presidente que aún conserva una alta popularidad (mayor que su mujer y candidata Hillary), y no sólo porque mintió al respecto (A Bush no le ha pasado nada por mentir sobre las armas de destrucción masiva para justificar la guerra de Irak). Por el contrario, el hiperactivo Sarkozy está usando su vida sentimental para influir en la vida política, atraer o distraer la atención pública (por ejemplo de la polémica visita de Gaddafi), y recuperar la popularidad perdida, pues está cayendo en los sondeos, situándose en el fatídico entorno del 50%, también debido a la factura que le está pasando la mediatización de su vida privada. De hecho, casi todo en Sarkozy, el hipermediático, parece guiado por los índices de popularidad, como tanto en la política en nuestros días. Ahora se ve que su supuesta reconciliación con Cecilia en vísperas electorales buscaba un impacto en los votos, pero no aguantó la entrada en el Palacio del Elíseo.

Usar la vida sentimental contra un político es inmoral.  Usarla un político como parte de su política, también.

Luego está la cuestión de, más allá de la Disneylandia en suelo francés, quién paga esos viajes al Presidente de la República, pues las amistades de Sarkozy con los grandes dirigentes del empresariado francés pueden acabar jugándole una mala pasada, y, sobre todo, ponen en duda su autonomía política. Aunque el personaje más interesante en todo esto es ella, por su relación con la intelectualidad francesa.

Todo ello puede tener consecuencias geopolíticas. No sólo porque, como señalara recientemente Umberto Eco -según alerta un lector- , el lecho de los amantes sea uno de los principales escenarios para la fuga de información reservada -siempre lo ha sido-, sino también porque la pareja Cecilia-Nicolás eran unos enamorados de Andalucía y de España en general. ¿Girará ahora más hacia Italia las preferencias del presidente francés? Hoy Sarkozy dará más explicaciones.

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8 de enero de 2008
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Cita en el fin del mundo

Hasta esa noche había leído el libro seis veces, pero algo me faltaba. Desde hacía varios años, albergaba un proyecto descabellado que no obstante consideraba compromiso ineludible conmigo mismo. Había decidido, por ahí de la tercera lectura, que algún día iba a visitar los escenarios de la novela. Es decir, el sertón bahiano brasileño, donde transcurre La guerra del fin del mundo. Con los años, la idea fue tomando forma, que no formalidad, de manera que no sabía cómo ni cuándo, pero concretamente deseaba recorrer la ruta de la tercera expedición del Ejército Republicano a Canudos, comandada por el coronel Moreira César: un personaje grave y austero, jacobino fanático, místico del progreso y militar implacable, apodado Cortapescuezos en la novela.

     Era noviembre de 2005, al inicio de la FIL de Guadalajara, estábamos en una cena informal de autores y editores. Tres horas antes, todavía en el aeropuerto de la ciudad de México, había hecho una cita romántica para principios de enero siguiente, en mitad de la Amazonia brasileña. Una promesa tan intempestiva como irreversible, que cerca de las diez de la noche aún me tenía presa de una suerte de estado de flotación mental. No iría hasta Manaos, pero ya entre Belem y Macapá encontraría escenarios afines a los del Fitzcarraldo de Herzog, otra historia que he frecuentado con golosa recurrencia. Andaba en ésas cuando llegó a la cena Mario Vargas Llosa.

     Si es que así me interesa, puedo ser tan supersticioso como el fanático Antonio Conselheiro. ¿Qué otra cosa podía significar en ese momento la súbita presencia del autor de La guerra del fin del mundo, sino la puntualísima oportunidad de preguntarle cómo podía hacer para ir a Canudos? No habían pasado diez minutos de cena cuando ya lo tenía contándome cómo había llegado él al sertón bahiano, todavía en los años setenta. No estaba propiamente cerca de Salvador de Bahía, pero tampoco era difícil llegar. Una vez ahí, valía la pena conseguirme un guía. ¿Pensaba irme directamente? No. Quería subir por Queimadas hacia Monte Santo, y de ahí a Cumbe en dirección a Canudos, justamente la ruta de Moreira César. Conocía algunos mapas, si bien ninguno de carreteras. Una vez más pensaba vertiginosamente, y acaso lo que más me emocionaba era ver en la simpatía del autor por mis planes un nuevo compromiso contraído: si cualquier día lo veía de nuevo y a él se le ocurría preguntarme por el viaje a Canudos, ¿con qué cara le iba a decir que reculé?

     La mañana siguiente, me encerré varias horas en el business center del hotel. Imprimí información, fotos y mapas, así como lo referente a hoteles, aviones y coches de alquiler. Podía volar de Belem a Salvador con escala en Brasilia, y de ahí a la aventura. Dos días más tarde, ya tenía itinerario y reservaciones. Si todo salía bien, estaría aterrizando en Salvador de Bahía la noche del diez de enero, luego de una semana al lado de la selva.

     Vi por última vez a Mario Vargas Llosa poco después de su actuación al lado de Aitana Sánchez-Gijón en La verdad de las mentiras. Seguía emocionado como un actor adolescente, entusiasmaba verlo exultante luego de haber tirado los dados sobre el escenario y ser ovacionado por seguidores y escépticos. Cuando se despidió, alguien dentro de mí consiguió divertirse dibujando una escena donde el autor acude a la estación a desear suerte al lector que parte tras el rastro de su novela. O mejor: tras la huella filosa del Cortapescuezos.

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7 de enero de 2008
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V. Como una tarde de domingo

En las aceras, cubiertas de cascajos, ripios y rótulos comerciales derribados, se alineaban los cadáveres sobre puertas desgajadas o sobre el piso desnudo, liados en sábanas. De alguna casa en ruinas salía un ataúd, otro más navegaba atrás entre el humo. Algunos vecinos se balanceaban sonámbulos en sus sillas mecedoras sacadas a las puertas como si se tratara de una tarde de domingo. No había gritos, ni lamentos, ni siquiera se oía crepitar el fuego que iluminaba las ventanas de los edificios y los devoraba entre resplandores rojizos.

Tras muchas peripecias, sorteando los escombros que llenaban las calles y los colgajos de los alambres del tendido eléctrico, llegamos al barrio Sajonia donde vivía Esperanza, hermana de mi mujer, que se hallaba a salvo aunque la pared había partido en dos la cama donde dormía mientras ella se hallaba en el baño; la empleada doméstica, que había quedado atrapada en su cuarto, apenas se vio rescatada, emprendió una desaforada carrera hasta que se perdió de vista.

Mi primo Hebert Ramirez, que vivía en una pensión del barrio San Antonio, había saltado a la calle por el balcón, desde su cuarto en el segundo piso, para perderse también de vista corriendo por la calle, según noticias de la dueña, que ahora acampaba en el patio...

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7 de enero de 2008
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Fuego, hielo

Rafael Argullol: Sí es un acto de vanidad pero también puede ser un acto más dignificado: puede ser un acto de amor propio.
Delfín Agudelo: Para legitimar o forjar este amor propio, el autor tiene dos opciones: que su escritura esté destinada al cajón, o destinada al estante de librería. El libro que sale del cajón debe aspirar a algo: de hecho, el texto que se cree literario debe tener alguna aspiración.
R. A: Un texto tiene que aspirar a ser el resultado de una gran verdad y una gran mentira. ¿Por qué tiene que ser una gran verdad? Porque tiene que partir de una radical experiencia propia. ¿Por qué una gran mentira? Porque tiene que aspirar a ser una construcción artística, y por tanto artificiosa, lo más rigurosa posible. Por un lado la verdad quema; por otro lado el artificio y la mentira son gélidos. Por lo tanto, un texto literario tiene que aspirar a ser hirviente y gélido al mismo tiempo, gran verdad y gran mentira. Y eso, donde se ve estupendamente, es en la literatura que ha tenido o quiere tener vocación directamente confesional o autobiográfica. Ahí vemos que el registro, el espectro es muy amplio. Un texto confesional, literario, que se queda en la gran verdad y en el fuego, es generalmente como un vómito que irá a parar a la papelera o al cajón, que no llega a publicarse. Saco las tripas, las entrañas de dentro, pero no las complemento con ninguna construcción distante, enfriadora, artificiosa. Esto es lo que podríamos llamar desde el punto de vista literario "Literatura Autobiográfica Suicida": desaparecerá, a pesar de ser una magnífica confesión. En la medida en que vas enfriando ese fuego, que vas añadiendo artificio a esa verdad, llegarás a construcciones que son cada vez más precisas. Hay escritos supuestamente confesionales que creo que han pasado por tantos filtros de construcción artificiosa, artística, que la verdad primera queda extremadamente reelaborada. Lo ideal, evidentemente, es el equilibrio entre la gran verdad y la gran mentira, entre ese fuego y ese hielo.
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7 de enero de 2008
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French connections

 

Zapatero y Sarkozy, están a partir un piñón. Pero España y Francia no acaban de estar conectadas, especialmente en sus redes energéticas. Llevan 24 años intentándolo, sin éxito debido a la cerrazón francesa, pero también a ciertas resistencias de este lado de la frontera. Interconectarse debe ser ahora la prioridad de ambos, si realmente se trata de construir una relación de interdependencia, y es el reto que tienen ante sí de cara a su cumbre bilateral en París el próximo jueves en que se ha de decidir construir una interconexión eléctrica, está por ver si a plazo fijo.

No toda la música que viene de Francia suena a celestial. En el país vecino está de regreso, si alguna vez desapareció, el soberanismo  tanto que en 2006, Jean François Roverato, presidente de la constructora Eiffage, para oponerse a la toma de control por Sacyr-Vallehermoso llegó a decir en 2006 -en una comisión en el Senado francés (significativamente sobre "la noción de centro de decisión económica y las consecuencias relativas al atractivo del territorio nacional")- que "Felipe II demostró que era imposible gobernar Europa desde Madrid" y que esperaba que "sus descendientes indirectos dirijan su voluntad de revancha contra otro objetivo que Eiffage". No es el espíritu algo más abierto que reina en España, ni la visión geoestratégica de Sarkozy que le da una importancia especial al sur de Europa en sí y ante sus desavenencias con Merkel. En todo caso, esta España europea nunca se ha planteado "gobernar Europa". No se puede decir lo mismo de París.

Ambas economías están sumamente interrelacionadas, y además, Alonso ha vuelto a Renault. Estas relaciones franco-españolas van mucho más allá de la lucha contra ETA para la que Sarkozy le ha dado prácticamente un cheque en blanco a Zapatero, no cuestionando, al menos públicamente, la política antiterrorista, la actual o la anterior, del Gobierno. A este respecto, ha resultado más fácil el consenso transpirenaico que el nacional.

Pero 22 años después del ingreso en la hoy UE, España sigue siendo una isla en algunos sentidos, y muy especialmente el energético. En este sector, ni en la electricidad (salvo en una pequeña medida) ni en el gas,  España está conectada al resto del Continente. Y dentro de España, quién más padece esta situación es Cataluña, y dentro de Cataluña, Girona, con un déficit eléctrico que se subsanaría con una interconexión con Francia, gran exportadora de electricidad proveniente de su apuesta estratégica por la energía nuclear. Pero durante años a Francia no ha parecido interesarle demasiado esta interconexión. Por una parte le está vendiendo suficiente energía a Italia y a Alemania. Por otra, la oposición ecologista en varios municipios del sur de Francia al paso de una línea de alta tensión que implicaría dicha interconexión se ha convertido en obstáculo o excusa para no hacer nada. También hay una oposición ecologista a esta interconexión de esta parte de los Pirineos, en algunos de los municipios fronterizos de Girona. Muchos quieren la electricidad, pero no que pase la línea por su territorio. Algo habrá que hacer.

De cara a la cumbre se ha preparado una solución que pasa por el soterramiento de esta línea, financiada por una empresa mixta. ¿Con mapa y fechas? Ante las municipales francesas del 9 y 16 de marzo, no es fácil que se llegue a precisar tanto. La capacidad de presión del movimiento ecológico a este respecto es muy superior a su aritmética electoral.  Pero por ello mismo es importante el compromiso que puedan sellar Sarkozy y Zapatero, y que el presidente francés marque un punto de inflexión respecto a sus predecesores a este respecto.

En lo que sí está interesada Francia es en recibir más gas (argelino) a través de España. España debería hacerla valer para conseguir la eléctrica y otras. El posible gaseoducto está en estudio. Podría conectar a España a la red que llega hasta Rusia, aunque al final no sea el gas ruso el que llegue a nuestro país. Finalmente, quedan las interconexiones por carretera. De hecho se está elaborando un nuevo mapa de infraestructuras Francia- Península Ibérica con 2030-2040 como horizonte.

En el anterior Foro civil España-Francia celebrado en París en octubre se plantearon todas estas interconexiones como prioritarias, como "una cuestión de credibilidad" de las relaciones entre ambos países, según un alto responsable francés. Cuando se van a cumplir 200 años del levantamiento del 2 de mayo, las relaciones entre España y Francia han de dar el salto al siglo XXI de la mano de estas interconexiones.   

Publicado en El País el 7 de enero de 2007

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7 de enero de 2008
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Ahórrense los manifiestos

"El arte no es sino una intensificación de las emociones a la que no tiene ningún derecho a entrar nadie que pretenda preservarse", me dijo una vez Juan García Ponce, al fin de la entrevista que nunca olvidaría. Reptaba en sus palabras una inconformidad que iba del desafío al regocijo y de regreso, algo así como la mala leche infantil en un malandro adulto. Varios años después, asistí a una pasmante actuación de Ney Matogrosso, quien se mira a sí mismo como artista, más que como cantante. No entendí entonces las palabras de la canción escrita por Cazuza. Sólo hasta días más tarde, ya con el dvd girando, pude leer y escuchar la letra de esa rara tonada hechizadora -sintomáticamente nombrada Poema- que era en sí todo un manifiesto estético, pues respondía en el plano de los hechos a la misma pregunta que Juan García Ponce. Debería arderme la cara el mero intento de traducirla...

     Hoy tuve pesadilla y desperté atento. A tiempo. Me levanté con miedo y busqué en lo oscuro a alguien con tu cariño y recordé otro tiempo (porque el pasado me trae una memoria del tiempo en que era niño y el miedo era motivo de llanto, disculpa para abrazos o consuelos). Hoy desperté con miedo pero no lloré, ni reclamé abrigo. De entre lo oscuro vi un infinito sin presente, pasado o futuro. Sentí un abrazo fuerte; ya no era miedo, era una cosa tuya que se quedó en mí. De repente notamos que perdimos o que estamos perdiendo alguna cosa... tibia, ingenua, que va quedando en el camino (que es oscuro y frío, más también bonito porque está iluminado por la belleza de lo que aconteció minutos atrás).

     Se cuentan con los dedos de un ciempiés, y hasta de miles de ellos, quienes gozan de llenarse la boca hablando de hacer arte, sin jamás elevar de ahí la apuesta. No es, a menudo, muy distinto teorizar sobre el arte y sus caminos que hacerlo en torno a amor o erotismo, por eso irrita que alguien lo haga virginalmente, dando por hecho un lecho donde jamás durmió. Apesta en este tema la frigidez, más para quienes somos dados al furor y apreciamos la desmesura muy por encima del buen gusto imperante y, ay, estéril como piedra quebradiza. ¿Quién le dijo a la corte de los exquisitos que este trabajo era una exquisitez?

     Aquella vez, Ney Matogrosso actuaba junto a Pedro Luis e a Parede. Nada que se acercara a lo que fui encontrando en cada nuevo dvd, donde había siempre una apuesta estética diferente, de la cual Matogrosso ejerce un control ancho y vigoroso que comienza por el diseño de la iluminación. Finalmente, cualquiera de esas actuaciones podría hacer las veces de manifiesto estético. Me quedo, por ahora, con la imagen del intérprete que se transforma en protagonista y pregunta qué harías si fuera hoy el último día. A lo mejor el arte, como el amor, es aquello que se hace como si no quedara más mañana.

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4 de enero de 2008
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Diciembre. Los estragos de la edad

Eran otros tiempos, o sea, los mismos de ahora. Ante la creciente obsesión de André Gide por ser celebrado entre los jóvenes, dijo André Malraux que había que ser un insensato para buscar la aprobación de los menores. El encanallado escritor tenía como orgullo ser elogiado sólo por gente adulta, en cuestiones como la literatura o la política que exigen juicios certeros.

Desde entonces la angustia por la aprobación de los jóvenes ha crecido exponencialmente. Casi la totalidad de la publicidad y de la política busca cómplices en ese estrato social, por otra parte menguante. Bien es cierto que cuando Malraux manifestaba su displicencia hacia los inmaduros, el borde de la edad de la razón estaba en los veinte años. Hoy roza ya los cuarenta. Nuestros jóvenes han envejecido mucho.

La progresiva importancia del adjetivo "joven" en la vida diaria es seguramente una hipocresía; lo cierto es que son la zona peor tratada e incluso peor que en tiempos de Malraux. Encerrados en un campo de concentración electrónico, sólo pueden ejercer como compradores compulsivos de aparatos, mientras se les mantiene en una semiesclavitud laboral. Ninguna subvención o beneficencia administrativa podrá resolver el problema mayor: la prohibición de acceder a la responsabilidad. En el trabajo, en la vida social, en la formación educativa, en las formas mayores de la libertad, los jóvenes son subalternos. Basta repasar los suplementos "juveniles" de los grandes periódicos nacionales para constatar que se les condena a la estupidez, aunque, eso sí, a cambio de una excelente oferta sexual.

/upload/fotos/blogs_entradas/on_chesil_beach_med.jpgEl proceso de este trueque ("tú te quedas con el monopolio del sexo y a cambio vives como un esclavo") es relativamente reciente, debe de tener unos cuarenta años. Antes de la célebre mutación llamada abusivamente "Mayo del 68", el estrato juvenil accedía muy pronto a trabajos de cierta responsabilidad, a parcelas propias de emancipación y a la famosa respetabilidad que era la garantía de unos ingresos estables. A cambio, el sexo casi siempre estaba condicionado a la integración social por medio del matrimonio. Este es el asunto que trata Ian McEwan, uno de los mejores narradores vivos, en su última novela, On Chesil Beach, que supongo traducirá muy pronto su siempre atento editor español, Jorge Herralde.

La novela desconcertará a la gente que no tiene la menor idea de cómo era la vida de los jóvenes hace medio siglo. E inevitablemente producirá una avalancha de exhibicionismo del tipo: "Pues a mi nunca me pasó nada semejante". Porque el asunto del relato es el fracaso sexual de una pareja de jóvenes ingleses en el primer día de su matrimonio. Ambos pertenecen a la clase media, alta la muchacha, baja el chico, y no han tenido acceso a la más mínima información seria sobre las relaciones sexuales. Él sólo conoce bromas chocarreras de vestuario de gimnasio y algo de pornografía. Ella ni siquiera esa primitiva iniciación.

El encuentro entre dos personas que se aman y se necesitan, pero son incapaces de ordenar los pasos ineludibles para un apareamiento sin dolor o humillación, está tratado con sencillez, mucha ternura y sobre todo mediante una exacta medición de los tiempos, los espacios dedicados a la colisión y los antecedentes, el cuidadoso rechazo de toda morbosidad. Es un relato tan pudoroso que podrían leerlo los niños de secundaria y les aprovecharía mucho más que esos cursillos en los que la exactitud anatómica sustituye a la comprensión profunda de la sexualidad.

El novelista inglés expone con sutileza que el motivo principal del fracaso no es la inexperiencia o el encontronazo entre una mujer asustada y un hombre inexperto, ni siquiera el posible conflicto físico entre un eyaculador precoz y una chica de sensualidad nula, sino la imposibilidad de explicarse entre sí, la ausencia de un espacio lingüístico en el que puedan darse a conocer el uno al otro, porque ni siquiera ellos mismos saben lo que les está sucediendo o cómo compartirlo con el otro para que le excuse y acoja. Ese terrible principio según el cual uno es siempre culpable (terrible porque es verdadero) cae sobre ellos como un hachazo.

Cuando no se puede compartir un fiasco, suele convertirse en objeto arrojadizo, como hemos comprobado a lo largo de esta tediosa legislatura. También los jóvenes, como nuestros políticos, impotentes ante su afasia, no tienen otro escape que acusarse mutuamente de una incompetencia sexual que en realidad es trivial. La novela concluye con una coda desesperada. Ambas vidas quedarán para siempre marcadas por esa primera y decisiva decepción.

El caso que expone McEwan debe de ser ya relativamente infrecuente. Quiero creer que los jóvenes actuales llegan con cierta información básica a su primera cópula y están habituados a hablar de estos asuntos sin darles demasiada importancia. Es una formidable descarga de agobio para esa iniciación siempre agónica, aunque ya tenga carácter público y se muestre tenazmente en las docenas de pantallas que constituyen la actual escuela juvenil. Dudo, sin embargo, de que haya mejorado la capacidad de hablar con la pareja cuando estalla el fracaso. Me temo que las acusaciones mutuas y la culpabilización siguen siendo la única salida. Porque la culpa es eterna, aunque no haya falta.

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4 de enero de 2008
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Sesión IV. Cuentos comentados

Parece que las fiestas no son obstáculo para nuestros amigos escritores, pues hemos recibido gran cantidad de textos esta semana y como siempre ha habido de todo, algunos más flojillos que otros, algunos realmente estupendos y otros más en que se nota el progreso de quienes van tomando nota acerca de los sutiles resortes que impulsan una buen cuento o un relato corto. En ese sentido, conviene dejar claro que los textos que hemos elegido esta semana están francamente bien hechos y que seguiremos insistiendo sobre el primer cuidado que debe tener un escritor: el lenguaje. Un lenguaje elaborado resulta siempre eficaz y no hay nada más alejado de la literatura que pensar lo contrario. El escritor que cree que una buena historia se puede contar desprolijamente, sin atención ni pulcritud, difícilmente conseguirá escribir un buen cuento: No existe diferencia entre eso que se llama fondo y forma. De allí que hemos insistido con una propuesta en la que hemos comprobado -en la mayoría de los casos- se ha seguido la pauta planteada: que la descripción no es un elemento estático, apenas un simple decorado de la narración. Nada de eso: una buena descripción -rápida o lenta, telegráfica o exhaustiva- es parte integral de la acción. A ello debemos que nuestro lector vea, huela, sienta, perciba, se sumerja en nuestra historia, por aparentemente mínima que ésta sea. Pero sobre todo, hemos advertido que el punto de vista, el ángulo desde donde se observa y se cuenta la historia, también resulta imprescindible: de él depende el tono de la narración, su capacidad para sugestionarnos y entregarnos a la ficción que el narrador nos propone. Saber decidir entre un narrador en primera persona o un narrador omnisciente, «imitar» la voz de un niño o de un anciano, alternar de un lado a otro, gracias un narrador más dúctil, es emplear a fondo un recurso de capital importancia. ¿Recuerdan qué persuasivo resulta Holden Caulfield en El guardián entre el centeno? ¿Y la Beatriz de Primavera con una esquina rota? En ese sentido, les recomendamos vivamente la lectura de Una tarde con campanas, del venezolano Juan Carlos Méndez Guédez, pero también busquen entre sus personajes preferidos y advertirán lo importante que es encontrar una voz y un ángulo narrativo. Pero de eso hablaremos en nuestras próximas consignas. Por ahora, a leer y comentar los cuentos de nuestros compañeros.

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4 de enero de 2008
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¿Dónde vivir?

A uno le gustaría encontrar su lugar ideal en el mundo. Ese sí sería un buen regalo. Después de eso estaría el mayor de los problemas: la persona adecuada para compartir la vida. Pero eso es otra cuestión. Incluso otra cuestión irresoluble. Es posible que no haya nunca una sola persona. Incluso es posible que no basten muchas. O que una, sobre, sea demasiado. En fin, también suele ocurrir que nos adaptemos a la persona. Y que nos acostumbremos al lugar...Pero si pudiéramos decidir dónde vivir. Sí eso se pudiera pedir a los Reyes, no me parece nada mal lo que escribe Jünger en este libro de mi nuevo año:

"¿Dónde querría uno vivir? ¿Dónde se encontraría uno a gusto? Primero en países en los que se pueda leer y escribir todo lo que a uno le apetezca. En ciudades cuyas tiendas estén abiertas día y noche, según les parezca bien a los comerciantes, y en cuyos cementerios se venere a sus antepasados. En jardines con árboles altos y en terrazas en cuyas paredes sueña, adormilada y vigilante, la salamanquesa"

No es mal lugar para que nos toque en este nuevo año. Y poder decir en voz alta esa utopía de a cada uno el lugar dónde le gustaría. Pidiendo volvemos a ser como niños.

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4 de enero de 2008
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