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Adulterio literario

Por 16 de enero de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

Creo en el blog como en una chica mala, de esas que hacen el mal sin mirar a cual, pero igual lo hacen bien sin mirar con quién. Estoy formalmente casado con una novela en proceso, que no es exactamente una mujer de su casa, sino una furcia de la peor estofa. Es un hecho, no obstante, que goza de un lugar de privilegio en mis días, tanto como que nunca la toco de noche. Y eso ahora la enfurece, pues ve que por las noches se me escurren las manos hacia la chica mala. Sé que suena gratificante y divertido, y puede que lo fuera por un par de semanas, pero después ha sido la guerra. Antes de El Boomeran(g), dedicaba la noche de un casto día de escritura a soñar y dejarme soñar por los personajes de la novela; hoy éstos tienen que pelear con singular sevicia para recuperar el territorio perdido durante una febril noche de blog.

     No me puedo quejar. Antes los personajes iban y venían de acuerdo a su capricho, sujetando el avance de la historia a las diversas veleidades del día o la semana. Llegó a pasar un mes sin que uno solo llegara a la cita. Lo cual, siguiendo el hilo de la metáfora, equivaldría a una severa crisis conyugal. Y justo cuando estábamos reconciliándonos llegó la chica mala. En la mezquina esfera de las relaciones interpersonales, ese remate habría bastado para poner punto final a la historia, pero en los territorios de la novela esos problemas con trabajos ameritan un punto y aparte.

     Llamarle a una novela chica buena es poco más que insultarla. Novela que no es perra, tampoco muerde. Y a uno le gusta que los libros muerdan, que le jodan la vida como Dios manda porque llegó la hora de tocar fondo y rebotar violentamente hacia arriba. Veo, pues, a la novela como una Shirley Manson que salta de mañana, en la última orilla de los sueños, cantando "Tú me crucificaste mas yo volví a tu lecho, igual que Jesucristo de entre los muertos". Por eso digo que los vicios se amafian, igual que en su momento lo hacen los personajes, cuando está de por medio la supervivencia.

     He grabado un concierto de Garbage, al cual encuentro drásticamente literario, frente a cuyas imágenes apilo estas palabras. No está a mi alcance ahora sustraerme al instante en que la Manson se pesca del micrófono para escupir de nuevo aquella vieja frase que bien podría dar inicio a una historia de ritmo compulsivo: I can’t use what I can’t abuse. Escribir es también abusar de casi todo aquello que se usa, empezando por uno mismo, que contiene ya el virus y el antídoto. Y no se puede hacer de otra manera. Y es más, si se puede no quiero saberlo. I’m only happy when it rains.

      El punto es que la chica mala, reputación aparte, ha hecho efectivamente más bien que mal. Solamente saber que nos fuimos de juerga una vez más me provoca el impulso irreprimible de correr a los brazos de la novela, que me espera ya ansiosa en la libreta, lista para creerme todo lo que le cuente mientras me voy perdiendo entre sus meandros y creo una vez más que no hay más realidad que esa ficción. No es, al fin, a pesar de la chica mala que escribo en las mañanas con disciplina férrea y furia desbocada, sino precisamente por su causa. O sea que lo dicho: forzados a vivir en promiscuidad, los vicios siempre acaban conspirando.

     Una de las virtudes cardinales de las furcias de mala entraña consiste en no perder el cool ante nada. Gozo de esta bigamia emocional porque en ambos lugares soy capaz de rascarme cualquier comezón. Dice el proverbio árabe que el hombre que tiene dos casas pierde la razón, y el que tiene dos mujeres pierde el alma. No aclara, sin embargo, qué sucede cuando las dos mujeres lo poseen a él, y ninguna se distingue por buena. "Derrama en mí tu miseria", canta ahora la mala de la Manson, y una vez más siento que me hace bien. Que la ponzoña es bálsamo y el ardor frescura. Gracias, pues, chica mala. Me ha dicho La Señora que no hay hard feelings.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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