Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

Usos veraces del lenguaje

Es muy significativo que en el listado de universale antropológicos de E. Brown, en lo referente al lenguaje, no figure ninguno de los siguientes aspectos:

1) El lenguaje como instrumento para que las cosas en nuestro entorno físico (incluidas aquellas que son evidentemente constitutivas o forjadoras de nuestro psiquismo, las neuronas, por ejemplo) se hagan transparentes, hallen reflejo en el conocimiento.

2) El lenguaje como instrumento para el encuentro con otro ser de lenguaje, encuentro que parece la condición de su reconocimiento como algo más que una construcción solipsista; lenguaje, en suma, que busca ese relevo mutuo de la palabra que designamos mediante el término diálogo.

3) El lenguaje tensado al servicio de sí mismo, tal como ocurre en el discurso mítico o poético y, en general, en el discurso narrativo.

Tenemos en la lista de Brown como un indicio de que las modalidades digamos no verídicas del lenguaje constituyen algo más que un accidente. Contrariamente a cierta posición radicalmente afirmativa, según la cual la verdad no sólo a todos concierne sino que de algún modo es inevitable, se diría que lo auténticamente forjador del orden social (y en consecuencia de los individuos que lo constituyen) es algún tipo de ocultación para la cual el lenguaje se revelaría ser arma impagable.

De lo anterior se infiere que difícilmente cabe un sujeto humano que simplemente no engañe de vez en cuando al hablar, mientras que eventualmente podría pasar su entera vida sin haber jamás proferido una locución que apuntara a lo real apartando los velos que lo ocultan.

Y, sin embargo, todos tenemos (al menos en momentos de afirmación vital) la impresión de que los que sostienen la inevitabilidad de la verdad (y concretamente de una verdad para la que el lenguaje sería instrumento) constituyen no sólo héroes y modelos sino también de alguna manera profetas: al afirmar la inevitabilidad de la confrontación estarían de alguna manera previendo un destino que sería el nuestro: más allá de las trampas en las que un uso falaz del lenguaje convertido en regla social nos hace caer.

Leer más
profile avatar
31 de enero de 2008
Blogs de autor

La ciudad donde me gustaría vivir

Creo que vivo en la ciudad en la que me gustaría vivir. Aunque siempre tengo una puerta abierta a las infidelidades,  promiscuidades, alternancias y otras fugas. Al menos tengo la disposición intelectual. Otra cosa es la realidad, como casi siempre. Como estoy con un poco de fiebre, un trancazo de esos del cambio climático y de ser residente en mi ciudad. Contaminada, seca, extrema y tan encantadora. Y tan puta. Pero me gusta. Es rebelde. Si fuera mujer sería Lilita. Aquella mujer de Adán, enemiga de los partos y de los recién nacidos. Mujer libre, un poco ‘viriloide', con mucho morbo y con la atracción de las cazadoras. Atractiva, compleja, libre y poderosa mujer, en fin, un hermoso peligro.

No quería hablar de Lilith, aunque me gusta tanto como la Valentina de Crepax. La mujer preferida de Fellini, hermosa y libre. Recuerdo ahora Valentina porque hay en este blog una amable desconocida llamada Valentina, y siempre imagino que es físicamente como aquella mujer pintada. En fin, disculpen este desvío para llegar a Santiago, como le pasó a Cees Nooteboom y lo contó en un espléndido libro de viajes. Yo vuelvo al principio, vuelvo a eso de la ciudad donde me gustaría vivir. Entonces me acuerdo del poema de otro Adam, el Zagajewski. Y me gustaría vivir en esa ciudad. En algunas cosas se parece a la mía, en otras en nada. No se si habrá otras más parecidas. No se si existe esa ciudad.

El poema así la describe:

Es una ciudad silenciosa al atardecer, cuando

las pálidas estrellas despiertan de su desmayo,

y ruidosa al mediodía con las voces

de filósofos orgullosos y mercaderes

que traen terciopelo de oriente.

Arden en ella los fuegos de las conversaciones,

pero no las piras.

Las iglesias antiguas, piedras enmohecidas

de una vieja oración, son su lastre

y su cohete espacial.

Es una ciudad justa,

donde no se castiga a los extranjeros,

una ciudad de memoria rápida

y de lento olvido,

tolera a los poetas, a los profetas perdona

su escaso sentido del humor.

En una ciudad construida

según los preludios de Chopin,

reducidos a la tristeza y la felicidad.

Pequeñas colinas la rodean

en un ancho anillo; allí crecen

fresnos de campo y el esbelto álamo,

juez en la nación de árboles.

Un río impetuoso atravesando el centro

de día y de noche murmura saludos

misteriosos de las fuentes,

de las montañas, del azul del cielo.

Leer más
profile avatar
31 de enero de 2008
Blogs de autor

El cementerio

Toda pérdida deja tras de sí un rastro de ausencias. ¿Un rastro de sangre? Un rastro cuyo amargo aroma evoca el cobrizo resabio de la sangre que si fresca enciende los sentidos y se salta con potencia, al desecarse deja un residuo mísero y oscuro, próximo al aspecto de un oxidado mineral en cuya textura se junta la desecación del pecho palpitante y el vahído acallado de la piedra. No silenciado sino radicalmente acallado, no como se ahoga el hálito de un ser vivo ya desaparecido sino como se sella el hálito desprovisto de latido y muerto sobre sí sin comunicación anterior o posterior alguna.

La piedra por tanto no es la marca de la ausencia sino la oposición a todo concepto semejante. La ausencia vibra, ondea, irradia y se transforma puesto que siempre procede de un sentimiento y éste sólo llegaría a ser piedra cuando, si fuera posible, cesara por completo.

El cementerio repleto de piedras no se corresponde así con un doloroso catálogo de emociones y esto a pesar de que los cementerios, a primera vista, finjan lo contrario.

El rastro de la ausencia nunca se apega a la naturaleza de la piedra y tampoco a la de la piedra funeraria. La piedra se muestra allí como cumpliendo una función heráldica del dolor pero, en realidad, su acción consiste en matar basalmente al muerto, acabar con todo residuo de su estela emocional y saldar terminantemente su ausencia.

Contra la convención popular, la tumba no acerca al cuerpo del difunto ni tampoco, paradójicamente, a su mayor recuerdo. La piedra actúa secuestrando el cuerpo para sí y con ello el poder de su ausencia.

Fuera del cementerio, unos pasos más allá, la ausencia acaso regresa, pero el campo santo  precisamente constituye el lugar más duro y frío, menos sensible y propicio para que brote la ausencia. El cementerio, en conjunto, es piedra, presidio. La antiausencia. Piedra compacta, sin porosidades ni pasadizos. Piedra que repele la visita o el abrazo, que frustra la aproximación para devolver una experiencia vacía.

El cementerio que acoge a granel los muertos y los guarda por decenas de miles, posee como característica decisiva su capacidad para con este encierro absoluto hacer desaparecer sus rastros. Dentro del cementerio, precisamente, no se siente al ser querido y los llantos que se desprenden de los allegados son parte de la decoración mineralizada. El ser querido se ha hundido en el cementerio a los niveles primitivos de la piedra y con ella pervive en su perpetuidad inane, inodora e insensata. Esta es la producción específica de los campos santos: hacer desaparecer al muerto y desvanecer su sentido, el sentir de su ausencia insoportable. Son así como fábricas donde se procesa la materia odorífera y untuosa del muerto para transmutar la pringosa presencia de su rastro en la desaparición de su huella  y, con ello, de su ausencia.

De esta manera se comportan como bendecidos recintos de paz. Paz seca e incombustible, paz sin anverso o diferencia. La muerte temible no está ni se corresponde con ninguna de las tumbas ni  tampoco aparece en el recinto total. El cementerio, saturado de muertos, tiene la muerte evaporada porque en realidad ese espacio actúa no para ensalzar la muerte ni para sensibilizarnos con sus signos sino para convertir su significado en una trivialidad escultural y como consecuencia en un recuerdo inútil.

Nada hace evocar menos la vida del muerto que la teatralidad del cementerio donde se representa no la vida o  la muerte de la persona sino una función artesanal patente en la pétrea inexpresividad de las lápidas, en el tópico laconismo del mármol o en la tediosa retórica de la plástica funeraria.  No hay más allá ni más acá de ese estilo. Lejos de actuar como un vínculo entre el aquí y el más allá, la presencia y la ausencia verdaderas, el cementerio es fatuidad pura. Nada se encuentra allí, ni rastro del ser querido ni de ningún otro vecino de la urbanización.

Como una cámara de anulación, el cementerio lleva al punto cero todo indicio de existencia aquí o allá. En su seno habita el vacío total, el colmo más banal de la nada.

Acercarse con devoción a sus mausoleos devuelve al visitante una paz entre insulsa y cínica puesto que a grandes dosis su experiencia consiste en vivir un interior sin nada. No hay siquiera dolor si no es que se imposte desde  afuera puesto que el cementerio gusta porque es indoloro, inocuo, incólume. Aparta todo posible dolor de él, repudia las lágrimas y repele cualquier húmeda sensibilidad del corazón porque su  carácter consiste en la pétrea condición de la nada y en la estricta desecación de todo. La ausencia, por el contrario, se manifestará en cualquier parte ajena a ese tropo y se mostrará con intensidad especial cuando no aparece un escenario distintivo o previsible. La ausencia acomete, acompaña y angustia más  cuando carece de aviso y ondea en cualquier punto interior o exterior a una acotación espacial, ocupándolo todo. La idea de conjurarla coincide con el proyecto  del cementerio en la vana creencia de que el peso del monumento aplaste la pulsación del sentimiento.  

Leer más
profile avatar
31 de enero de 2008
Blogs de autor

Un relato inquietante

Terminé Bullet Park, nomás. Extraño libro. Supongo que es el mejor de los elogios que puedo concebir hoy para una novela; algo como Bullet Park sería sencillamente impublicable en estos días, por lo menos en Hispanoamérica. Demasiado impredecible. La de John Cheever es una prosa impecable, aplicada a narrar una creciente sensación de extrañamiento. En algún sentido Bullet Park es como sus protagonistas, Hammer y Nailles: a primera vista parecen convencionales, pero su urbanidad disimula apenas una espiral de descomposición que tan sólo ha empezado a desatarse.

La novela de Cheever está hendida en dos. El primer tramo se dedica a Nailles, cuyo nombre suena igual a ‘clavos' aunque se escriba diferente. Nailles es un buen hombre, o en todo caso alguien que lucha denodadamente por ser un buen hombre, hasta que su vida empieza a girar fuera de control. El primer detonador es la depresión de su único hijo, Tony, que ni siquiera puede levantarse de la cama. El segundo es la muerte de un hombre del vecindario, con quien compartía a diario el tren en dirección a la oficina. El hombre desaparece en las vías, dejando tan sólo un zapato en el andén. El episodio deja a Nailles atenazado por ataques de pánico, que sólo puede conjurar mediante píldoras -que primero consigue legalmente, y después de manera clandestina.

Así como Nailles parece el típico hombre suburbano, sitiado por ‘la honestidad de la desesperación', Hammer -o sea, ‘martillo'- es más bien el típico excéntrico de la literatura norteamericana. Hijo de padre ausente, que en su juventud posó para un escultor llamado Fledspar, Hammer ve a su padre como una de las cariátides masculinas de los grandes edificios que ve a su paso: en Frankfurt, en Berlín, en New York, demasiado ocupado sosteniendo al mundo como para sostenerlo a él. /upload/fotos/blogs_entradas/the_wapshot_chronicle_med.jpgHammer va por la vida como bola sin manija hasta que se instala en el mismo suburbio de Nailles y sucumbe a la locura. Orbitas dispares que confluyen, los destinos de Hammer y Nailles se superponen en la medida en que ambos hombres, cada uno a su manera, van advirtiendo que la realidad es ‘una construcción agradable, bendita y útil' a la que pertenecen -pero cada vez menos, desde que descubrieron que se trata de un artificio.

Un libro perfecto pero inquietante. Me clavó el anzuelo. Voy a ver si me consigo el libro de relatos cortos y su primera novela, The Wapshot Chronicle.

Leer más
profile avatar
31 de enero de 2008
Blogs de autor

Últimas palabras

Rafael Argullol: Evidentemente no hay nada más último que lo último, no hay nada más aparentemente definitivo que la última obra.
Delfín Agudelo: Pensemos en la consciencia última de estar escribiendo una última carta: la nota del suicido.
R.A.: Hay algunas realmente sorprendentes. Quizás la más que conozco es la que escribió Stefan Zweig cuando se suicidó en Brasil, porque es una carta de suicidio que alude a un fin de una determinada cultura que él ya no puede soportar. No es suicidio por infelicidad personal extrema, como muchas veces se da, sino como declaración de que vive en un mundo imposible. Y eso lo hace Zweig que se suicida en Petrópolis, antigua ciudad imperial cerca de Río de Janeiro, en los años cuarenta. Ha escapado como judío al hitlerianismo pero ya está en Brasil, y allí ha sido muy bien acogido, tiene incluso un gran éxito entre los lectores, lleva una vida relativamente feliz, tiene un novia de la que está enamorado que se suicida con él. Pero a pesar de todo realiza una especie de testamento diciendo que él había crecido y vivido en un mundo que había desaparecido, y cree que no puede seguir viviendo en éste que ya no es el suyo. Es un texto bastante significativo acompañado de un testamento artístico de carácter civilizatorio. Más habitual es el que está implicado diríamos en lo que es la infelicidad personal, en el cual ha habido determinados poetas y artistas que han dejado una especie de último testimonio de su situación, de su infelicidad, de lo que esperaban del mundo y no se ha realizado.
Leer más
profile avatar
31 de enero de 2008
Blogs de autor

I. Todo es según el color…

Osama Bin Laden tiene 19 hijos, un dato que no  hace parecer tan amarga su elusiva clandestinidad, pues se ve que salta de lecho en lecho para ocultarse al tiempo que se desnuda. Uno de esos hijos, de nombre Omar, le ha pedido recientemente a su padre que procure "otra manera de lograr sus objetivos", al tiempo que rehúsa aceptar que se trate de un terrorista. "No creo que sea un terrorista", dice, "la historia ha demostrado que no lo es".

El argumento que usa para negar que los actos de su padre sean los de un terrorista, es que cuando luchaba contra la ocupación rusa de Afganistán, el gobierno de Estados Unidos pensaba que era un héroe. "Antes lo llamaban guerra y ahora terrorismo", resume su argumento. Para él, lo que hace su padre es "una forma de ayudar a la gente".

Siempre que los actos de terror son juzgados desde la perspectiva política, encontrarán justificación. En esto, el hijo de Bin Laden no deja de tener razón. Depende de qué lado se esté, alguien será héroe, o será terrorista. Y depende de quién ejecute esos actos, y para quién. Menájem Begin, por ejemplo, que llegó a ser primer ministro de Israel, fue considerado un estadista; pero cuando en 1946, en su calidad de jefe de la organización clandestina Irgún, ordenó la voladura del Hotel King David de Jerusalén, donde se hallaban acuarteladas tropas del ejército británico, estuvo en la lista de los terroristas más buscados.

Leer más
profile avatar
31 de enero de 2008
Blogs de autor

Una taza para el té (4)

Cuando llegué a Oporto, el día estaba ligeramente nublado. A los románticos el nublado, la llovizna y la caída de las hojas nos ponen muy tontos, así que fue descubrir el puente de Eiffel, llamado D. Luis, y pensar en la diferencia que habría entre cruzarlo sola entre el azote del viento y un terrorífico vértigo o con aquel en quien ahora pienso. La diferencia entre tomarme un oporto sola o con él. La diferencia entre hacer un crucero sola por el Duero sobre el reflejo de la ciudad en las aguas o con él. ¿Y entrar en la suntuosa librería Lello de principios del XIX y hojear libros juntos? No es que no me quiera a mí misma como aconsejan las revistas, pero también en el café Majestic me habría gustado que me quisiera alguien más. El escenario de Oporto parecía hecho con mis propias manos, incluso había ese punto de descuido en las fachadas y la tradicional ropa tendida que le daban una dolorosa naturalidad. Pero faltabas tú. Me comí un delicioso bacalao junto a un borrascoso Atlántico con personas que apenas conocía y pensé que lo mejor para salir de este estado y recuperar el equilibrio sería encontrar un centro comercial y zambullirme en compras absurdas. Pero no, tuve que tropezarme con la dichosa estación de San Benito y entonces me vinieron a la cabeza esos dueños de oportunidades perdidas que fueron los personajes de Celia Johnson y Trevor Howard (Breve encuentro) coincidiendo cada jueves en la misma estación hasta que ya no pueden pasar el uno sin el otro, pero con un final que no les perdonaremos nunca. Y lo mismo cabe decir de Jennifer Jones y Montgomery Cliff, para cuyo largo estira y afloja entre esta mujer casada y su joven amante italiano se alquiló la Estación Termini de Roma. Y tampoco habrían quedado aquí nada mal Meryl Streep y Robert De Niro sufriendo el embeleso del uno por el otro como podían en Enamorarse. Nada es perfecto.

Artículo publicado en: El País, Babelia, 19 de enero de 2008.

Leer más
profile avatar
31 de enero de 2008
Blogs de autor

Gandhi

Ayer hizo 60 años que Mahatma Gandhi murió asesinado por un integrista hindú. Muerte absurda para el apóstol de la no violencia y la resistencia cívica. El crimen, muchos años antes de que surgiera la tesis del choque de civilizaciones, refleja cómo una parte del peligro viene de dentro de la cultura propia. Después de él, Anwar el-Sadat falleció a manos de un fundamentalista musulmán y Menahem Begin de un judío radical. En eso de las civilizaciones, Gandhi tuvo algo que decir. Preguntado en una ocasión qué pensaba de la civilización occidental en su buen estilo: "Sería una buena idea".

¿Qué queda de su legado hoy? Mucho. Los terroristas yihadistas y otros de hoy contradicen a Gandhi. La desobediencia civil y la resistencia pasiva la aprendió en Suráfrica, donde luego otro de los mayores personajes mundiales que ha dado el siglo pasado, Nelson Mandela, también la aplicaría. Naturalmente tiene mucho que ver con la correlación de fuerzas -así les ganó la mano a los británicos- y con su propia concepción moral. "Estoy dispuesto a morir. Pero no hay causa alguna por la que esté dispuesto a matar".

Tuvo un gran sentido religioso, pero desde la comprensión de la pluralidad de las religiones. Y si "una religión no toma en cuenta los asuntos prácticos y no ayuda a resolverlos, no es religión". Consideró un error -que queda resaltado hoy de nuevo- la Partición, la separación de Pakistán (entonces y hasta 1971 unido a Bangla Desh) de India, pues él quería fomentar la convivencia entre hindúes y musulmanes. De hecho, India -que cuando murió Gandhi tenía 349 millones de habitantes y hoy se acerca a los 1.200 millones- es hoy, tras Indonesia, el segundo país con más musulmanes (133 millones de la Tierra). Y probablemente le hubiera satisfecho ver llegar a un sij, Manmohan Singh, al cargo de primer ministro.

En el fondo creyó profundamente en la libertad "que no vale la pena tener si no connota la libertad de equivocarse". "Un no pronunciado desde la convicción más profunda es mejor que un simplemente pronunciado para complacer, o peor aún, para evitar problemas", añadió. Un gran fracaso suyo y de los que le siguieron fue su intento de acabar con el sistema de las castas en India, que aún a día de hoy sigue estando muy vigente, aunque formalmente ilegalizado.

Sería bueno en muchas cosas volver a Gandhi. Faltan gentes como él, como Mandela, en este mundo de hoy. Su memorial en Delhi sobrecoge por su sobriedad.

Leer más
profile avatar
31 de enero de 2008
Blogs de autor

¿Reglas a mí?

Hay cínicos que dicen que esta ciudad no tiene arreglo. Basta, no obstante, con asistir a esas conversaciones tensas-pero-cordiales que día a día entablan ciudadanos y servidores públicos para entender que en estas calles todo puede arreglarse. Para eso existe la pregunta esencial de la autoridad correspondiente: ¿Y cómo va a querer que lo arreglemos?

     Una de las habilidades que definen y clasifican al estoico habitante de la ciudad de México tiene que ver con su capacidad de negociar con las autoridades correspondientes. Un chilango curtido en las artes retóricas del regateo sabe que el policía no es necesariamente un desalmado, sino a menudo lo contrario: un alma subalterna atormentada por la diaria metralla que supone fungir como guardián de todos en tierra de nadie.

     Pocas autoridades soportan tantos insultos y denuestos impunes como ese policía adolorido que en consecuencia exige ser tratado con el ungüento del respeto. Para entender mejor esta cuestión, observemos las exquisitas maneras de ese motociclista chilango que se quita los guantes como un dandy para hacer el alarde de civilidad que nos ubicará del lado de los bárbaros. Estamos ante un caballero, en el sentido medieval de la palabra, de manera que incluso después de recoger el óbolo correspondiente invertirá un par de minutos en sermonearnos sobre nuestra seguridad personal y el consiguiente bienestar de la familia. Todo este protocolo, incomprensible para el extranjero, nos permite asumir, a la hora de despedirnos del policía, que no fuimos lo que se dice chantajeados, sino en cierto tenor aleccionados por la módica suma de...

     A falta de literatura, estándares o tabuladores fidedignos, el chilango profesional se jacta de llegar a niveles de regateo tan escandalosos como la moneda en el aire: cien o nada. Sobran los policías prestos a probar suerte a costillas del infractor, y éste, por su parte, no conoce placer más deleitoso que el de ver a ambos patrulleros retirarse vencidos, sin un peso en la bolsa.

     Por más que, ya en la práctica, estas negociaciones nos resulten desde siempre familiares, cierto es que los chilangos gustamos de juzgarlas con un apego estricto a la teoría, según la cual se trata cada vez de un hecho extraordinario. Un favor personal, incluso, puesto que el oficial preferiría levantarnos la multa, y no se cansará de repetir que tal es su deber, pero tratándose de una persona tan decente está dispuesto a hacer una excepción. Así las cosas, el infractor no es un corruptor, ni el policía un extorsionador, sino que ambos son personas tan finas que comprenden a plenitud el carácter excepcional del entuerto, y por lo tanto están dispuestos a resolverlo con la parte más abierta del criterio, que en estas situaciones suele ser la cartera. Armados de impecable diplomacia, uno y otro despliegan los más nobles argumentos para entablar un sutil duelo entre voracidad y tacañería, mentiras y pretextos, ínfulas y complejos, halagos y cumplidos: una lección de esgrima entre gentiles. ¿Quién osaría creer que están regateando?

     Otros hacen vasijas, telas, platillos, muebles; los chilangos nos especializamos en hacer excepciones. Y ello no puede menos que reflejarse en la flexibilidad de un lenguaje a diario deformado por tribus inconexas de supervivientes. Por más que las autoridades se empeñan en echar a andar programas de Tolerancia Cero, el chilango es biológicamente incapaz de asumir semejante concepto: equivalente, según rancias costumbres locales, al grosero ejercicio de la mamonería. Pues sucede que aquí, entre los chilangos, un cerotolerante vive a merced del público pitorreo. ¿Por qué? Pues muy sencillo: por mamón.

     Rígidos en la forma y elásticos en el fondo, gastamos diez centavos en promulgar las leyes y cien pesos en eludirlas, básicamente porque a mí nadie me va a decir lo que tengo que hacer. Y ahí sí no hay arreglo: regla que no se tuerce a nuestro gusto no es derecha. Se entiende así la paradoja chueca del chilango: malo para la regla, bueno para la excepción.

     Se sabe que las reglas viven una existencia austera y recatada, mientras las excepciones son proclives a excesos y desenfrenos. Todo lo cual incide en la probada fertilidad de las unas, ante el estéril pasmo de las otras. De modo que al final sobreviven sólo las excepciones, y eventualmente desempeñan la función antaño reservada a las reglas: esas plebeyas cortas de criterio.

Leer más
profile avatar
30 de enero de 2008
Blogs de autor

La cultura de vida

"A mayor nivel de cultura, mejor salud y más años de vida" Esta es la nueva conclusión de un estudio norteamericano publicado en el NYT que, sin embargo, resta valor al ejercicio físico. Hacer gimnasia no está nada mal pero todavía mejor resulta ejercitar la mente y procurarle bienes. El saber no sólo puede preservar de otras carencias y penitencias sino procurar nuevas amenidades, existencias y amores incalculables. De la cultura se deriva el deseo de vivir a propósito de la afición a saber más, descubrir, curiosear más allá, que distingue, en general, a las personas longevas. Entretenerse con esta vida se convierte en el mejor antídoto contra su fuga. Entretener  la vida o tener entre las manos su aliento en acción, su pensamiento y su específico gozo humano.

En el entretenimiento hay una suerte de cariñoso apresamiento donde se realiza y prospera la cultura o el cultivo, tal como si se cuidara y nutriera un animal al que atendemos con provisiones, sorpresas y juegos.

Jugar y muscular el pensamiento a un nivel superior conlleva en fin fortalecer sus capacidades y sus muchas ofertas. A fin de cuenta la muerte acaba viniendo por ahí, por el lado del aburrimiento del alma y la reducción de la mente. Viene y nos mata definitivamente cuando ya no nos deja saber más. 

Leer más
profile avatar
30 de enero de 2008
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.