Marcelo Figueras
Gracias al lanzamiento de la edición en DVD para coleccionistas volví a ver el Drácula de Francis Ford Coppola -o, para ser más fiel al título que Coppola le puso con intención de justicia, el Drácula de Bram Stoker. Supongo que el hecho de haber sido dirigida por el autor de la saga de El Padrino y Apocalypse Now le jugó en contra en su momento: ¿qué clase de genialidad debería dirigir Coppola en estos tiempos para que se acepte que una obra nueva puede estar a la altura de tanta mitología? Y sin embargo este Drácula es una película inmensa. Quizás no en el nivel de sus obras maestras, pero sin duda en lo más alto del grupo de películas intermedias -que las tiene brillantes: La conversación, Rumble Fish… En lo que sí destaca por encima de todas las demás es en un aspecto inequívoco: es la más bella historia de amor de toda su filmografía. Y una de las más conmovedoras, quizás por inesperada, de la historia del cine.
Al encarar el proyecto Coppola tomó una serie de decisiones creativas que le dieron un resultado sublime. En primer lugar, tal como el título original sugiere, no filmar ningunas de las versiones del Drácula conocido por vía del cine, sino mantenerse fiel a la novela original de Bram Stoker, que es menos un cuento de horror que la historia de un amor que es más fuerte que la muerte. En segundo lugar, contratar a Eiko Ishioka para que diseñase el vestuario. Difícil encontrar en la historia del cine un vestuario más memorable y mejor utilizado: la armadura roja de Vlad y el vestido de casamiento de Lucy Westenra forman parte del tejido de muchos de mis sueños. En tercer lugar, haber convocado a Wojciech Kilar para componer la música: en lo que a mí respecta, el score de este Drácula merece estar en el podio de las mejores músicas compuestas para un film fantástico, junto a la de Bernard Herrmann para Psicosis y la de John Williams para Tiburón.
En cuarto lugar, le agradezco a Coppola que haya sucumbido a un arranque de nepotismo -que a diferencia de la vez que puso a Sofia como hija de Michael Corleone en El Padrino III, le funcionó- y echado a todos los técnicos de efectos especiales para contratar a su hijo Roman. Aunque por entonces no llegaba a los 30 años, Roman Coppola entendió a la perfección la consigna de su padre: no utilizar trucos modernos, pantallas verdes ni animación digital, sino las mismas técnicas que utilizaron los pioneros del cine fantástico, como Georges Mélies. En este sentido, el disco de extras de esta edición en DVD es más rico que la mayoría, en tanto ilustra con perfecto didactismo aquellas técnicas -muchas elementalísimas- que al volcarse en la pantalla producen un resultado tan efectivo. Puestas una junto a la otra, Drácula se ve hoy como una película más moderna que Soy leyenda y su ejército de artistas digitales.
La quinta decisión inmejorable es haber elegido a Gary Oldman para interpretar al príncipe Vlad. Una gran actuación, aun dentro de los parámetros del Coppola que ha sacado lo mejor de un Pacino, un Brando y un De Niro. Algún pasaje del disco de extras permite -algo también inusual en este tipo de materiales- la visión de una discusión entre el actor y su director, dos egos, dos locuras en colisión. Pero también permite ver la forma en que Oldman se convirtió en un cómplice perfecto para la perversión que Coppola saca a relucir cada vez que lo necesita. Un registro del rodaje muestra al director instando a Oldman, vestido como el vampiro gigante, a decir cosas horribles en el oído de los actores que esperaban la voz de acción, para que su rictus de conmoción fuese real. No olvidemos que Coppola es el director que siguió filmando a Martin Sheen aun cuando se había cortado la mano al golpear un espejo en Apocalypse Now. Todavía recuerdo lo impactada que sonaba Winona Ryder, que interpreta a Mina Murray, durante un Festival de Venecia, cuando le pregunté por la experiencia. Me quedé con la sensación de que Coppola la había hecho sufrir y de que Oldman la había torturado -con la anuencia del director, hoy estoy seguro.
Por supuesto, la película no es perfecta. La ingenuidad de Keanu Reeves como Jonathan Harker debe haber sonado a buena idea antes del rodaje, y a pesadilla durante. Pero a pesar de todo este Drácula sigue siendo una de las películas que más me ha impresionado en mi vida. Más allá de los horrores que muestra de modo tan convincente, lo que la hace funcionar es el dolor tan conmovedor del amante que vuelve a perder, ¡por segunda vez!, el amor de la mujer soñada.