Javier Rioyo
Tenemos en nuestra historia muchos muertos sin sepultura. Desde hace años amplios grupos de la población, además de los familiares, están consiguiendo un digno entierro a sus muertos. A cada uno su propia muerte, a cada uno el lugar que quiera para ser recordado. Entiendo los levantamientos de cadáveres y el querer dar lugar dignificado a quién hemos querido. Entiendo lo que dice la estimada Enea. Lo entiendo pero yo no lo haría. Desde luego no con Lorca.
Hace bastantes años, en compañía del poeta Luisa García Montero, estuve en el Barranco de Víznar. Era un día invernal, la carretera de tantas curvas estaba casi tapada por la niebla. Cuando llegamos al lugar del crimen el día se fue levantando. Nunca olvidaré la emoción que sentí en aquél lugar. En el lugar dónde tantos muertos sin sepultura siguen señalando el odio, la crueldad y la maldad de los asesinos.
La no existencia de sepultura, el no levantar el más famoso de los muertos de nuestra guerra es un deseo de la familia. No tumbas, ni mausoleos, simplemente el recuerdo en un lugar de Víznar, en un barranco dónde unos huesos señalan para siempre la iniquidad de los asesinos.
Una vez estuvo visitando aquellos lugares dónde el poeta murió y fue enterrado, Margarite Youcenaur, contó que nunca había sentido tanta emoción, que la ausencia de tumbas, de lápidas, de recuerdos la emocionaron más vivamente que si hubiera estado ante una tumba. Desconozco que están haciendo con el barranco, con el suelo que cobija a Lorca y otras decenas de hombres decentes, espero que no cambien aquella desnudez que tanto me conmovió. No mover a Lorca del lugar de su muerte es la mejor manera de recordar el crimen.