Vicente Verdú
Esta época se ha hecho muy pesada e incluso insoportable en sus recomendaciones sobre el ejercicio físico pero es de lo mejor que ha procurado a la sociedad. Otras obsesiones contemporáneas referidas a la naturaleza, los animales, los bosques o el aire puro, parecen del mismo tenor pero son incomparablemente más culpabilizadoras y aburridas.
La invitación o incluso la conminación al ejercicio físico representan, sin embargo, cuando se experimenta, un impulso directo hacia el gozo y la alegría que la intelectualidad, especialmente la turca y la francesa, se negó siempre a considerar.
Estos años, no obstante, han demostrado que el buen conocimiento intelectual se halla directamente asociado al buen funcionamiento orgánico y que, en su extremo metafórico, la práctica de la natación es indistinguible del ejercicio de la imaginación.
La gimnasia abre los ventrículos y las sinapsis mientras la afluencia de aire a los pulmones brinda una oxigenación general cuya influencia bendice desde el corazón al pensamiento.
Enrarecidos en los humos del tabaco, ennegrecidos en el pesimismo, existencial, obsesionados por crear mediante el sufrimiento, llegamos a formar una cohorte de artistas y escritores tan enfermos como feos, tan sucios como broncos y bronquíticos.
El mundo de la creación recibe por esta vía supuestamente ajena, la atribuida al atleta bruto, la finura máxima para prosperar. Regresamos así a los idealizados tiempos transparentes de los griegos clásicos cuando su amor al olimpismo, nos parecía, visto desde los siglos recientes, una estampa beata y depilada, tan depilada de sexo como de realidad. Ahora vemos, por el contrario, sentimos, que la verdad, la obra maestra, la invención científica, la originalidad, la filosofía y la informática, se hallan más cerca de una lucidez con la piel oxigenada que de la tóxica observación de antaño, los ceños severos y las terribles jaquecas como inequívocos signos del saber.