Clara Sánchez
"El que quiera saber lo que es la vida que venga a un hospital", me dice un médico, veterano en ver todo tipo de calamidades y también en sufrir carencias y falta de medios. Y es verdad, se trata de una experiencia que por poco receptivos o sensibles que seamos nos obliga a mirar las cosas de otra manera, por lo pronto, a darnos cuenta de que dependemos de los demás mucho más de lo que creemos y que hay momentos en que la ayuda, se quiera o no, es imprescindible, y esto sirve para la vida en general. Por eso, cuando alguien dice con soberbia que no le debe nada a nadie, me hace pensar. Me hace pensar que nunca habrá estado enfermo, ni habrá tenido que pedir trabajo, ni le habrán hecho reír. ¿Cómo se puede estar seguro de que no se le debe nada a nadie? De acuerdo que unas personas atraen la ayuda más que otras y que el mundo les resulta más hostil a unos que a otros, pero el resentimiento que encierra la famosa frase de "no le debo nada a nadie" hace antipático a quien la pronuncia, le hace rencoroso, poco generoso, da la sensación de que nunca nadie le ha querido, y si no le han querido es que no se habrá hecho querer, y lo que más embellece y hace deseable a alguien es sentirse amado o por lo menos con la posibilidad de serlo.
Pero estas líneas no van de amor (ojalá, todo lo que necesitamos fuese amor), sino de hospitales, de ese mundo aparte, con su olor, su estética y su estilo de vida particular, que tan bien conoce el Dr. Montes, del Hospital Severo Ochoa de Leganés, y su equipo, tan injustamente tratados por el tan traído y llevado asunto de las sedaciones a enfermos terminales, acusaciones de las que han sido totalmente exculpados. Si hay alguien que necesita amor, pero sobre todo ayuda para no sufrir en los últimos momentos más de lo ya sufrido durante toda su vida, es el enfermo en trance de morir.