


La receta es simple: barro del mismo que se hacen las vasijas y los ladrillos, agua, algo de mantequilla vegetal, y sal a discreción. Las piezas se moldean en forma de obleas, se ponen en sartenes, y se meten al horno hasta que se tuestan. Son las galletas de lodo, que se venden en los mercados de Haití a falta de otros alimentos, cuyos precios se han elevado por las nubes, y que consume la gente miserable hacinada en cuartuchos como los de Cité Soleil, un asentamiento de los más pobres de Puerto Príncipe, que tiene nombre de lujosa villa de vacaciones.
Me entero de las galletas de lodo en un reportaje de Jonathan Katz. Muchos las comen por desayuno, pero para otros, la dieta de lodo se extiende a los tres tiempos de comida del día. Los cambios de clima imprevistos que arruinan las cosechas -tanto sequías como inundaciones-, los precios cada vez más inalcanzables del petróleo y de los agroquímicos, el desempleo crónico, y la constante alza de los precios de los víveres, obligan a crear esta gran ilusión de un sustituto alimenticio que se puede recoger del suelo con palas, y así buscan como engañar el estómago que se reciente al punto de intensos dolores.
Pero aún las ilusiones más engañosas tienen su límite: las galletas de lodo comienzan a subir de precio, y se vuelven prohibitivas para los bolsillos escuálidos. Hasta el lodo se encarece.
Aunque esta novela la escribió en 1960 salió a la luz en 1962, un año emblemático para las letras españolas que, con la publicación de Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos, trazó una línea en los libros de texto de renovación y audacia a la hora de abordar nuestra realidad. Así que con un comienzo de este calibre no es de extrañar lo que vino después: Ágata ojo de gato, Toda la noche oyeron pasar pájaros, En la casa del padre, Campo de Agramante. Sus libros de memorias: Tiempo de guerras perdidas y La costumbre de vivir. Pero antes que la novela fue la poesía, y eso se nota en su prosa, en las imágenes, en la facilidad con la que atrapa lo que pasa para no volver más. Cuando empezó con la novela él ya tenía un lazo bien preparado para cazar el tiempo, las miradas y esas palabras que se lleva el viento. El libro de Las adivinaciones es muy temprano, de 1952, al que han seguido diez más, entre ellos: Memorias de poco tiempo, Las horas muertas, Descrédito del héroe, Diario de Argónida o Manual de infractores.
Esa noche en Las escuelas Pías una cierta alegría flotaba en el ambiente porque hay personas con las que gusta estar, que tienen un magnetismo especial como José Manuel Caballero Bonald y su esposa Pepa Ramis, que ha tenido que sobrellevar toda su vida unos ojos verdes rasgados impresionantes.
Abro al azar y leo: "Joaquín estaba pálido. Se sentó en una silla del fondo, al lado del ventanuco. La anea de la silla se había desprendido por abajo y Joaquín arrancó un podrido y deshilachado cordón. Se lo metió en la boca y se quedó mirando una mancha que había en la pared, a la altura de sus ojos. Debía de ser una mancha reciente porque, según la miraba, parecía como si le desprendiera un hilillo de humedad hacia abajo. La anea empezó a saberle agria y se le formaba en la boca como una pelota de saliva. Empezó a sentir vértigo y dejó caer la silla para atrás, hasta apoyarla contra el saledizo del ventanuco. Le costaba trabajo pensar en lo que iba a hacer".
Artículo publicado en: El País 3, de febrero de 2008.
Si la realidad no existe objetivamente, todo lo real se creará, más o menos, a partir de nuestros estados de ánimo. Es una manera inmediata y general de expresarse.
Los días buenos y los días malos que vivimos no son, a menudo, artefactos perfectos o averiados desde el origen sino, simplemente objetos reelaborados negativa o positivamente a partir de nuestro sistema de animación. De nuestro modo de estar y recibir, del orden en nuestro organismo psicógeno, de nuestra salud inventada o reinventada y de nuestro punto de vista variable de acuerdo a su ángulo de observación.
No cabe decir que todas las jornadas nacen iguales al mundo, unos días llueve o estalla un terremoto, pero su definitiva coloración depende mucho de los reflejos que proceden de nuestra luminaria y sólo se complementan con la iluminación natural. De este modo, dependiendo en tal proporción el humor de nuestras decisiones, somos casi como dioses. No existimos como objetos o burdas criaturas expuestas al vaivén y la arbitrariedad de las circunstancias sino como parte eficiente de ellas.
La festividad se encuentra apilada en los almacenes del gran teatro del mundo pero su acción, su puesta en escena, tiene menos que ver con su deseo inerte que con nuestra disposición activa.
De este modo, día a día, será más probable coleccionar jornadas satisfactorias y fabricar, progresivamente, una colección propensa a generar un sistema de la felicidad que nos proteja de numerosos días sin brillo. Los rictus que a lo largo de la vida han quedado marcados en nuestros rostros, los gestos tristes que se nos escapan ante los demás son el resultado de un ejercicio repetido en las biografías. Pero también los rostros alegres, aquellos que traen consigo optimismo y amor son resultado de prácticas personales en el ámbito de la generosidad, el afecto, la bondad, la buena cosmética del alma, la cara gimnasia facial y, sobre todo, la obstinada codicia de felicidad.
Pocas cosas me angustian más que una obra de arte ignorada. ¿Cuántas maravillas, cuánta belleza se ha visto impedida de producir su magia por los imponderables de la vida? Días atrás, por obra y gracia de mi viejo reproductor de discos laser, volví a ver Map of the Human Heart, de Vincent Ward. Una de las más bellas historias de amor de la historia del cine -de la que casi nadie, ay, ha oído hablar.
Ward se hizo notar a fines de los 80 con un relato fantástico llamado Navigator. Cuando estrenó Map of the Human Heart -la fecha oficial es 1993, la habré visto poco después- yo estaba ansioso de ver qué nos había deparado esta vez. La película superó todas mis expectativas. Narraba la historia de Avik (Jason Scott Lee), un medio esquimal -su padre era blanco- que era trasplantado a Montreal en 1931 para curarse de su tuberculosis y quedaba transfigurado por el mundo occidental, y de Albertine (Anne Parillaud), otra mestiza, en este caso mezcla de blanco e indígena americano, que conocía a Avik en el mismo internado. Avik y Albertine batallan y se enamoran cuando niños. Separados después de un intento de fuga, vuelven a encontrarse años después, en Londres, durante la Segunda Guerra. Para ese entonces Avik es fotógrafo militar, parte de una tripulación aérea que efectúa vuelos de reconocimiento sobre territorio enemigo, y Albertine trabaja en el centro que recibe e interpreta esas fotos.
Su historia podría ser idílica de no ser por dos intervenciones del destino. La primera tiene la forma de Walter Russell (Patrick Bergin), el cartógrafo inglés que rescata a Avik y lo salva de una muerte segura al llevárselo a Montreal. Al reencontrárselo en Londres, Avik descubre que Russell se ha convertido en el amante de Albertine. Es el tercero en discordia, pero no cualquier tercero: tanto para uno como para otro, Russell representa la figura paterna que nunca han conocido.
La segunda intervención es la de la guerra misma. Avik es el único de su tripulación en sobrevivir al infame bombardeo de Dresden, que Vonnegut inmortalizó en Slaughterhouse-Five. Al caer en paracaídas en medio de las llamas, Avik tiene oportunidad de ver de cerca la clase de destrucción que hasta entonces sólo había visto desde el aire. Y allí cobra sentido lo que Russell le ha dicho antes de volar. Al intentar justificar la decisión del bombardeo sobre una población civil, Russell -que sabe o al menos intuye el amor entre Avik y Albertine- empieza dando razones militares para terminar revelando al menos parte de sus razones personales: años atrás amó a una mujer de Dresden que lo traicionó y despreció. ‘Hasta donde yo sé -confiesa Russell-, ella sigue viviendo allí'. Como todo padre, Russell ha dado la vida -y ahora da razones para rebelarse en su contra.
Creo, imagino, que Ward nunca se repuso de la módica repercusión que obtuvo Map of the Human Heart. Todo lo que sé de él a posteriori indica un sendero de caídas cada vez más profundas: lo echaron de Alien 3, filmó un mamarracho -ambicioso y personal, en tanto lidiaba con la necesidad de reconciliarse con la idea de la muerte, pero mamarracho al fin- llamado What Dreams May Come, y después de allí sólo filmó cosas que nunca se estrenaron, o por lo menos no trascendieron internacionalmente, como el film River Queen del año 2005. No me cuesta nada entender su espiral descendente. Cuando uno pone su alma en algo -y Map of the Human Heart tiene ese espíritu en cada fotograma-, aceptar que toda esa belleza será negada puede quebrar al más fuerte.
Si me encontrase con Ward alguna vez me gustaría contarle de mi hija Milena. Ella era pequeñísima cuando compré el disco de Map of the Human Heart, y por supuesto no entendía aún una sola palabra de inglés. Pero después de haber husmeado las imágenes y los sonidos del film por encima de mi hombro, se pasó meses y meses pidiéndome que se la enseñase otra vez. ‘Poné Avik', me decía. Ayer volvimos a verla juntos después de más de una década. Todavía recordaba la risa del niño y las escenas más indelebles: la abuela de Avik sacrificándose por amor, Avik y Albertine en la cúpula del Royal Albert Hall, o flotando encima de un globo aerostático.
Querido Vincent Ward, tu film es tan maravilloso que logró transfigurar el alma de una niña que ni siquiera entendía sus palabras. Ojalá quede en tu espíritu el deseo de producir el milagro otra vez.
Pese al supuesto proceso abierto en la cumbre de Annapolis, la paz basada en dos Estados, uno israelí y otro palestino, se aleja por razones coyunturales, y por razones demográficas. Hace unos años, varios analistas, en general de la derecha americana e israelí e incluso el laborista Shimón Peres, propusieron que se quedara un sólo Estado, Israel, y que Palestina fuera unida a Jordania. La crisis de Gaza lleva a algunos a dar un paso más en este tipo de solución: que la franja se incorpore en Egipto.
Daniel Pipes, un analista que algunas veces refleja puntos de vista próximos al Gobierno israelí presentó esta propuesta recientemente. "Washington y otras capitales deberían declarar fallido el experimento de autogobierno de Gaza y presionar a Hosni Mubarak de Egipto para que ayude, quizás proporcionando a Gaza tierra adicional o incluso anexionándola como provincia", lo que implicaría que El Cairo se haría responsable de su seguridad.
El presidente egipcio ya lo ha rechazado. Incorporar Gaza a Egipto (donde ya estuvo hasta 1967) conllevaría revisar los acuerdos de Camp David de 1978 entre Israel y Egipto, lo que no parece viable. Incluso habría que revisarlos para la opción de que Egipto se encargara de la frontera con Gaza. Podría ofrecer a los habitantes de Gaza más terreno en el Sinai para expandirse, pues la franja, con 1,4 millones de habitantes, es uno de los lugares con más densidad de población de la zona. Esta segunda opción sería una posibilidad que no se ve mal en un Israel que así podría cerrar sus contactos con la franja a cal y canto, y casi desentenderse aunque seguiría controlando las fronteras y al espacio aéreo y marítimo de Gaza.
El derribo hace unos días del muro en el paso de Rafah entre Gaza y Egipto fue una operación preparada con bastante antelación por Hamás -que reflejó la desesperación de la población de 1,4 millones-. Los servicios egipcios debieron estar al tanto, pues le pidieron al Gobierno de Israel que abriera otros pasos para quitar presión a lo que estaba a punto de ocurrir en Rafah. Pero Israel no movió un dedo. En todo caso, medios israelíes consideraron entonces que por ese agujero se colarían más terroristas. La cuestión no era si iban a atentar, sino cuando. Y la primera respuesta llegó ayer con el suicida en Dimona, que aunque Hamás no ha reivindicado, sí ha considerado "heroico" y "justificado".
Lo que ha ocurrido en Gaza en estos meses desde la victoria de Hamás en las elecciones al parlamento palestino a principios de 2006 ha servido, paradójicamente para impulsar el proceso con Cisjordania, aunque no haya dado ningún resultado concreto. Pero de no ser por Gaza y Hamás, nada se habría movido. Los que lo propugnan aún confían en que se produzcan mejoras económicas que los de Gaza vieran como el camino a seguir, y exigieran entonces nuevas elecciones. Pero lo que está claro es que sin Gaza no hay proceso de paz posible. Sólo el que llevaría a desestructuración de la idea de Palestina.
Los mabaans, una tribu del Sudán, tienen la menor tasa de sordera de todo el mundo, leo en la memoria de un congreso médico celebrado recientemente en Madrid. Viven en una región desolada, cercana al desierto del Sahara, que es como una cámara de vacío. No hay allí ruidos de ninguna especie, y por tanto no necesitan alzar la voz entre ellos, con lo que sus conversaciones discurren de manera plácida, en un continuo rumor.
Dichosos los mabaans que son dueños del silencio, y por tanto, del oído limpio y perfecto, sus canales acústicos lejos de toda contaminación, y que no conocerán nunca la maldición de la sordera provocada por los ruidos urbanos. El mismo informe dice que en el año 2020, un 10% de la población española padecerá de presbiacusia, que consiste en la pérdida de la audición por degeneración celular ligada a la exposición al exceso de ruido, discotecas, motores de autos y aviones, máquinas industriales, aparatos de televisión y equipos de sonido a todo volumen, además del natural proceso de envejecimiento.
El placer de conversar se frustra entre los ruidos. Si uno asiste a una fiesta y sale de ella con dolor en la garganta, por el esfuerzo de dejarse oír por encima de la música que atruena al máximo posible de los infernales decibeles de los altoparlantes, algo muere cada vez más dentro de uno, además de las células auditivas: la posibilidad de la comunicación llana y espontánea, el placer simple de la conversación.
¿Deberemos valernos pronto del lenguaje de manos de los sordomudos?
Galas y torturas discursivas aparte. Bromas de presentador- algunas- también aparte, la noche no estuvo nada mal. Se repartió bien la realidad de nuestro cine. Y casi con justicia poética se rescató del olvido una gran película pequeña. "La soledad", el segundo largo de Jaime Rosales, un raro outsider de nuestro cine, una hermosa, dura y doliente película que espero se reponga y puedan verla algunos buscadores de cine y no operaciones comerciales. Mejor ver su cine que seguir su discurso en los premios Goya. El escenario impone, creo que será eso. Muchas veces sorprende como gentes tan interesantes dicen cosas tan prescindibles. Ejemplo: Isabel Coixet. Hay otros pero no me entretengo más en comentar lo obvio.
Rosales está dentro de esos raros cineastas españoles que funcionan un tanto lateralmente. Periféricos del cine comercial que terminan por ser los más interesantes y exportables de nuestro cine. No es fácil ver una película española fuera, ni ver una buena película española dentro. Lo que merece la pena, desde el lado del amor al cine, dura poco y está en pocas salas. Así es. El cine es una cosa para buscar en "DVD" y ver en casa. Todavía existen coletazos de eso del cine en salas fuera de nuestro salón, pero está en franca decadencia. Algunos resistiremos.
Otras alegrías en los premios Goya. Al fin Maribel Verdú, otra vez se demuestra que de vez en cuando se hace justicia, se acierta. Gran actriz que ha sabido moverse en todos los papeles y con toda clase de cineastas. Ahora está a punto de Coppola. ¡Que vuelva!
Los premios a los actores Alberto Sanjuán y José Manuel Cervino. Dos actores, dos generaciones, dos maneras comprometidas de estar en el mundo y en el cine. Dos premios que poco, nada, gustarán a la carcundia beata. Ni a los hipócritas de doble moral. Me alegro.
Landa bien, muy bien, excelente. No me gusta pensar que cumpla su palabra y se retire de ésta profesión. Un oficio que se dignifica con actores como él. Capaz de haber supervivido a tantas mañas artes de nuestro peor cine. Que siga.
Y como petición, incluyendo la parte que me toca, que los premios documentales, de cortometraje y otros se den fuera de la Gala. O en una gala especial para intensos y pesados. ¿Para qué continuar dando en la Gala tantos premios a tanta gente? ¿Tenemos que seguir soportando esas soserías, o esos discursitos pedantes, familiares, pretenciosos y demás recuerdos a los seres queridos que se empeñan en mantener algunos de los que recogen el premio. ¿De verdad hay que afirmar en público el cariño a tu familia y tu equipo? ¡No lo dudamos! Por favor, ¿nos podrían ahorrar los lugares comunes?
La última y me callo. No tiene sentido no atreverse con la Gala de los Goya en tiempo real. No tiene gracia saber por otros medios media hora ante el resultado...O hay un poco de intriga o no hay nada. No vivimos en una ciudad que sepa mantener secretos. O volvemos a la Gala en directo o cada año se escaparán más de la pesadez habitual de esa fiesta.
Saber de periodismo es saber que hay artículos y artículos. Artículos que difunden un paquete entregado por fuentes para su publicación y artículos, al contrario, que suponen enfrentarse con varias fuentes en su intento de imponer una sola versión de una historia. El artículo "Cuando Fidel pidió ayuda a Aznar", publicado por Juan Jesús Aznarez en el diario El País del domingo pasado es un artículo de verdad. Para los periodistas que conocen Cuba, no falta nada: el desorden y la improvisación en el Palacio de la Revolución; la manera muy cubana de mezclar una postura orgullosa y de pedir ayuda sin vergüenza alguna; el talento para la amnesia cuando no se necesita al que ayuda; la mediocridad activa de Felipe Pérez Roque.
De manera fascinante este artículo cuenta, desde La Habana, la historia del golpe contra Chávez el 11 de abril de 2002 en Caracas. El susto tremendo, la renuncia (pues hubo renuncia) del comandante de la revolución bolivariana y la doble intervención del ejército venezolano: quitó al comandante del poder antes de ponerle de nuevo. En estos momentos de tensión, era tal el desconcierto en La Habana que se llegó al extremo de pedir ayuda a una presidente español de derecha, pensando en una salida de Chávez parecida a la de Fulgencio Batista en otra época. Cómo pasan los días...
Hay que pensar mucho en esta historia. Confirma lo que sabe cualquier persona que tiene informaciones sobre Cuba: el gobierno de La Habana necesita a Chávez, a su petróleo, a la puerta de salida que corresponde a las "misiones" para muchos médicos o entrenadores cubanos. Pero, como contrapartida, hay un gran desprecio cubano hacia Chávez. A los dirigentes cubanos les parece vulgar, insoportable este oficial con su afán de protagonismo y su actitud de "nuevo rico" del petróleo. Como víctima de un golpe militar, el chileno Salvador Allende era perfecto para Cuba. Su muerte, en su época, ayudaba a demostrar la imposibilidad de un gobierno de izquierda de imponerse por las armas. Entonces, los cubanos no hicieron nada para salvar a Pinochet (no creo tampoco en la tesis de que los cubanos llegaron a favorecer su muerte). En el caso de Chávez era al contrario: había que salvar al hombre como mero caso humanitario, derrotado, no importaba: la trayectoria de Chávez no dice más que el despilfarro de la renta del petróleo. Hay que guardar este artículo: es un momento de la historia, pero es también una profecía. Basta esperar. El comandante ya no tiene quién apueste por su papel a largo plazo.
(Hablando de artículos que son artículos, hay que leer, en inglés, el artículo de John Carlin en The Observer sobre los vínculos entre las Farc y Chávez y el papel del narcotráfico. Poco a poco, se va a entender lo que pasa en esta zona del mundo).
Si alguien se toma el trabajo de mirar el diseño del futuro túnel que atravesará la ciudad de Barcelona por el Ensanche con el fin de que el AVE tenga no sólo orificio de entrada sino también de salida, observará que dibuja una delicada herradura al llegar a los cimientos de la Sagrada Familia. Con extrema educación, el túnel se retrasa unos metros para no poner en peligro el tremendo adminículo. Lo tengo por un error y propongo que se unan todos los ciudadanos que así lo consideren y hagan llegar su voz a quien corresponda. El túnel debería pasar lo más cerca posible, por ver de dar con este templo en el suelo de una vez.
Comprendo que no es una propuesta fácil de colar, pero considérese que cuando comencé a trabajar en la Escuela de Arquitectura de esta noble ciudad, hará unos veinte años, los más afamados cerebros exigían la demolición inmediata. El éxito del mamotreto es reciente, desde que comenzó a dar dinero, pero cuando no lo daba expertos como Oriol Bohigas escribían que, tras la ampliación, era el peor edificio de Gaudí, ensuciaba la imagen del artista y sólo le gustaba a la gente de misa diaria. ¡Y eso era antes de que los propietarios le añadieran la cavernosa obra de Subirachs!
Uno de los mejores críticos artísticos del mundo y autor de un gran libro sobre Barcelona, Robert Hughes, también desea su derribo en todas las entrevistas que concede, pero ya George Orwell, en su homenaje a Cataluña, se lamentaba de que entre los muchos templos quemados por los revolucionarios durante nuestra tan añorada república no figurara el destacado capricho.
Si el túnel del AVE pasara un poco mas cerca, a lo mejor teníamos la suerte de hundir todo lo añadido por los papistas en este desdichado siglo, con los monigotes incluidos. Quedaría lo que en verdad puede decirse que es de Gaudí, o sea, las viejas torres, las cuales, un poco arregladitas, darían para un hotel, una discoteca y un par de restaurantes a la Adrià. De ese modo los japoneses podrían seguir usándolo y todos saldríamos ganando. Se admiten adhesiones.
Artículo publicado en: El Periódico, 2 de febrero de 2008.