Víctor Gómez Pin
He enfatizado a lo largo de estos textos el peso de la tesis según la cual el molde en el que el ser humano se forja no es otro que el lenguaje. Cabe decir que en todos y cada uno de los comportamientos que tienden a realizar plenamente sus potencialidades está presente el respeto al lenguaje, el respeto a la palabra dada o el respeto a la máxima de acción (la que da respuesta a la pregunta ¿qué hacer?) que nos configura como seres morales. Formulada o no en términos explícitos, tal convicción es seguramente antiquísima, tanto como lo es la reflexión del hombre sobre el hombre, lo que equivale a decir que se remonta al origen de los tiempos.
Y sin embargo en una de estas entregas me hacía eco de la tesis del investigador del M. I. T. Donald Brown, según la cual la instrumentalización de la palabra, el desprecio a la misma cuando se revela inoperante (con desvinculación de todo compromiso cuando sólo ella está en juego) y en general los usos falaces del lenguaje, constituirían una suerte de universal antropológico.
La historia de la reflexión filosófica está repleta de textos relativos a la verdad. A la verdad en el sentido epistemológico, por oposición a la falsedad, pero asimismo a la verdad en la acepción moral del término, esa verdad vinculada precisamente al hecho de no poner la palabra al servicio del encubrimiento y el simulacro. Sin embargo son mucho menos los textos consagrados a su polo dialéctico tò pseudós, en sus múltiples acepciones: inconsistencia, ocultación, impostura, usurpación, falsificación, fraude… que recubrimos con los términos falsedad y mentira.
Mi amigo, el filósofo y matemático Javier Echeverría se propuso, hace casi tres lustros escribir un ensayo sobre el tema, pero otros quehaceres le han distraído del mismo. Es una lástima porque se trata de una de las personas que conozco más lucidamente receptivas a tesis como las de Donald Brown, y hubiera podido aportar a las mismas un soporte conceptual, que fuera más allá de la constatación antropológica. Hay en efecto más de una razón para estimar no ya que ciertas sociedades tienen soporte en valores falaces, sino que la falacia es un ingrediente esencial de toda organización humana, de tal manera que las modalidades no verídicas del lenguaje, constituirían algo más que un accidente. Glosando las hipótesis de Donald Brown decía que difícilmente cabe un sujeto humano que simplemente no engañe de vez en cuando al hablar, mientras que eventualmente podría pasar su entera vida sin haber jamás proferido una locución que apuntara a lo real, apartando los velos que lo ocultan.
Hipótesis dura para los que, sosteniendo la inevitabilidad de la verdad (y concretamente de una verdad para la que el lenguaje sería instrumento), quisieran erigirse no sólo en héroes y modelos, sino también de alguna manera en profetas: al afirmar la veracidad de la existencia humana estarían literalmente clamando en el desierto.