Vicente Verdú
Los comerciantes, los directores de banco, los asesores fiscales van contando sigilosamente, día tras día, que la crisis económica reviste una extraordinaria gravedad. Las autoridades lo niegan o lo enmascaran pero aquellos que se encuentran en la brega, aparte de los asalariados y los parados crecientes, aseguran que apenas se ha mostrado una pequeña parte del iceberg. Casi todos se refieren a la temible metáfora del iceberg ante el Titanic imaginario.
Abajo, en el fondo que todavía no se ve, se habrían acumulado una bolsa explosiva o unos pesados materiales de podredumbre capaces de deteriorar al sistema por un tiempo que calculan en dos o acaso más años. Las estimaciones no se arriesgan a concretar demasiado. Ni hablan con claridad de las causas, ni aciertan a valorar su actualización, ni calibran con precisión las consecuencias. Un ancho enigma planea sobre la superficie de la economía mientras algunos periódicos desgranan, casi sin cesar, noticias aciagas. Unas veces se trata del número de parados, otras del descenso en las ventas y la inversión, a menudo aluden al descenso en los índices de confianza y, últimamente, resaltan los impagados, el incremento de morosos en particulares o empresas, y el regreso por todas partes de "el hombre del frac". Las deudas sustituyen a las revalorizaciones de hace unos meses y del pánico a la orgía.
La economía siempre se comporta como un ser animado que siente con extrema sensibilidad y enferma o sana siguiendo pautas que recuerdan a los seres vivos. Ahora se muestra como una alimaña herida que va ocultándose entre la maleza y apenas deja comprobar un creciente goteo de sangre, una huella de un cuerpo que lastimosamente se arrastra. Tras esa visión fragmentaria se hallaría el dibujo completo de la fiera, sólo entrevisto entre la emoción espantada. Los expertos aseguran que para la primavera sea ya imposible maquillar la fuerte hemorragia del animal. El animal que inexorablemente nos alimenta, nos envuelve, nos acecha. ¿Nos devorará, además?