Clara Sánchez
El hospital es un mundo cerrado como un barco, sirve en bandeja un espacio bien delimitado y lleno de detalles, con vestuario especial, una decoración a la que no hay que darle muchas vueltas, instrumental que sólo existe allí, aparatos y mucho movimiento. Nada más había que cargar un poco las tintas y la intensidad de las situaciones y tendríamos la serie de televisión Urgencias, que llenó de significado estético esas gafas, como de bucear, que los doctores se ponían en el quirófano y los gorros de retales de flores, que desentonaban completamente con la gravedad del entorno. A partir de aquí la tele se llenó de hospitales: Hospital Central, Doctor House, Anatomía de Grey, Doctoras de Filadelfia, Doctor en Alaska, otras series que no llegaron a cuajar, aparte de las más antiguas como la excelente MASH (sobre la vida de un equipo médico en la guerra de Corea), que se remonta a 1972 y que arranca de la película de R. Altman del mismo nombre, un inesperado exitazo de taquilla para los estudios. Si hay por ahí alguien leyendo estas líneas que recuerde más series y películas le animo a que completemos una lista relativamente aceptable. De todos modos, el cine ya había explotado esta veta en unos tiempos en que los médicos auscultaban al paciente mientras se fumaban un cigarrillo. Puede que exagere, pero desde luego en las habitaciones de los hospitales se fumaba con toda naturalidad, si no echemos un vistazo a La melodía de la vida, de Gregory LaCava, de 1932 para tranquilidad de todos.