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Los dinteles de la gloria

Para llegar a San Ignacio desde San Javier, uno debe sufrir cinco horas de un camino de tierra y lleno de baches. Llegué por la noche, mareado; en la plaza me esperaba Jesús, el guía, que me llevó a comer y luego al hotel Casco Viejo.
 
Me sorprendió que San Ignacio fuera tan grande (bueno, relativamente hablando: 25.000 habitantes). Había mototaxis, una tienda de lencería, algunos karaokes. Partimos con Jesús por la tarde, a conocer la misión de San Miguel, a casi 40 kilómetros. Por el camino, Jesús me entretuvo cantando. Una de las canciones parecía un valcesito peruano y tenía en su letra frases memorables como: "amarte a ti fue como tocar los dinteles de la gloria". Recordé la prosa de algunos escritores latinoamericanos de la primera mitad del siglo XX (cuando los personajes de Mallea entraban a una habitación, no encendían la luz; hacían que se hiciera "la lumbre en las tinieblas").
 
Jesús, que tenía 55 años, me contó que había vivido muchos años en Santa Cruz, pero que había fracasado y decidido volver a su pueblo. Era raro, escuchar a alguien hablando tan sin barnices de sus fracasos. Luego cantó: "San Ignacio, pueblo mayor, no te cambio ni por Nueva York".
 
En la puerta de la iglesia de San Miguel, Jesús se puso a cantar en latín y me dijo que de niño había sido monaguillo. Luego me contó que los habitantes de San Miguel tenían la particularidad de hablar un español muy alambicado; no decían "aquí hay gato encerrado", sino "aquí hay felino cautivo", y a los gallos de pelea los llamaban "plumíferos gladiadores".
 
Al final, pude apreciar la iglesia de San Miguel, convencerme de que los jesuitas evangelizadores estaban en lo cierto cuando escribían, admirados, de la capacidad de los indígenas de la zona para el tallado de madera. Pero lo cierto es que, por la noche, la iglesia se me fue difuminando, devorada por la presencia de ese gran personaje que era mi guía.
 
Por lo noche, al volver a San Ignacio, pude ver, en el mercado, que la licorería Bin Laden se hallaba al lado del bazar La explosión (o mejor: La exploción). Sonrientes, afables, los habitantes de San Ignacio tenían un sentido del humor muy negro.

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18 de julio de 2008
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Otra vuelta de Batman

Ya es la madrugada del viernes, y al término de un largo día -y de una larga semana, con viaje internacional incluido-, mi cabeza alumbra menos que una lamparita de 25 watts. Pero no quisiera irme a dormir sin consignar mi perfecta alegría (perfecta por infantil, e infantil por pura) después de haber visto The Dark Knight en la vastísima pantalla del Imax de Buenos Aires.

The Dark Knight es Batman releido por Michael Mann. O sea, como en casi todas las películas del autor de Heat y Miami Vice: una historia excluyentemente masculina, en la que dos personajes que no saben hacer otra cosa que descollar en su línea de trabajo -policía y ladrón, como Pacino y De Niro en Heat-, se resignan a no tener nada parecido a una vida privada y encuentran en el otro lo más parecido a una compañía -¡a un par!- que pueden concebir. Nada de esto implica menosprecio al verdadero director de The Dark Knight, Christopher Nolan. Por el contrario, es un reconocimiento a su buen gusto y al coraje con que transformó un símbolo pop en un espectáculo perturbador -casi tanto como los tiempos que corren.

No voy a entrar aquí en las discusiones maniqueas sobre la ‘ideología' de The Dark Knight. Cualquiera que se asome a las historias de Batman, desde el original de Bob Kane al pastiche de las serie de los 60 y los films de Tim Burton, sabe que Batman es en todos los casos lo que se llama ‘un vigilante', esto es un hombre que dice defender la ley colocándose por fuera de ella. En este sentido Batman es siempre fascista: lo tomas o lo dejas. Y si lo tomas, coincidirás conmigo en que pocas de sus encarnaciones -el Dark Knight de la historieta de Frank Miller, y esta versión de Nolan, homónima pero de anécdota tan diferente-, transparentaron esta naturaleza sin formular excusas.

Al comienzo de este Dark Knight, Bruce Wayne (Christian Bale) está considerando abandonar su capa para ceder el centro de la escena a un hombre de la ley: el fiscal de distrito Harvey Dent (Aaron Eckhart), que está haciendo su mismo trabajo con la Constitución en la mano y sin ocultar su rostro. Pero las andanzas nocturnas -insisto: y siempre ilegales- de Batman ya han iniciado una avalancha que cubrirá Gotham City, cobrándose una víctima tras otra. /upload/fotos/blogs_entradas/hannibal_lecter_med.jpgDigamos que la habilidad de Batman para burlar la ley inspira las acciones de su gemelo maligno, el Joker (Heath Ledger): ‘Tú me completas', le dice el Joker imitando al Tom Cruise de Jerry Maguire, a sabiendas que la frase encapsula todo lo que George Bush y Osama bin Laden tienen para decirse. Este Joker es el psicópata más perturbador del cine desde el Hannibal Lecter de The Silence of the Lambs. Lo que más le divierte de su proceder es la manera en que desnuda la hipocresía del enmascarado: la mera existencia de Batman es la prueba de la ineficacia de las instituciones, y sus presuntos códigos huelen más a justificación que a creencia verdadera. Por ejemplo la negativa a matar, tal como la establecía ya Batman Begins cuando el protagonista decía al villano: ‘No voy a matarte, pero tampoco te salvaré'. Los carceleros de Abu Ghraib tampoco matan. Lo hacen todo excepto eso, en nombre de unos fines que justifican (casi) todos los medios.

Por si no quedó claro: esta es la película del Joker. Aquí el Joker es el espejo deformado en que los ‘paladines de la ley' detestan verse, porque los revela en su impostura. Y entre ambos protagonistas, Harvey Dent funciona como la síntesis perfecta: ¿o acaso no se transforma en el hombre de las Dos Caras, héroe y monstruo a la vez, según el perfil que elija mostrarnos?

En fin, como ya dije: es muy tarde aquí en Buenos Aires. He visto una película magnífica, ambiciosa, compleja y oscura (aunque no tanto como debería: el ‘experimento social' que el Joker desarrolla con dos barcos debería haber concluido con ambas naves volando por los aires -y en simultáneo), producida por gente que suele financiar películas pensadas para infradotados. Se me ocurre que el mérito es todo de Nolan y de su hermano coguionista, con menciones de honor para Bale, Gary Oldman que hace de Jim Gordon y el malogrado Heath Ledger.

Tengo entradas para verla otra vez esta noche. No veo la hora de entregarme nuevamente al melodrama.  

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18 de julio de 2008
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Galería de espectros: Daniel Drevot

Fotograma

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, me ha parecido ver el espectro del hombre que pudo reinar

Delfín Agudelo: ¿Te refieres al protagonista de la novela de Kipling?

R.A.: Sí, me refiero a él, quien al mismo tiempo es el de una película que en su momento me encantó, filmada por John Houston sobre esa novela y con ese mismo título. Para mí resulta tanto en un caso como en el otro, un auténtico arquetipo de lo que es la narrativa de aventuras. Pero de una manera muy especial, me gusta la trayectoria del hombre que pudo reinar, de Daniel Drevot. Me gusta su trayectoria porque es alguien que en parte se ve empujado por el azar, empujado por el destino, pero que en parte, dentro de ese mismo empuje,  hace unos esfuerzos considerables para elegir libremente. Hay una especie de tensión magistralmente planteada en el texto de Kipling y recogida por Houston entre estos dos elementos: aquellos caminos por lo que te empuja la vida, como si fuera una necesidad irrefrenable, y cómo tú, a pesar de todo, intentas aún aceptando ese empuje, ir encontrado territorios de libertad en medio del camino. En el caso de esa aventura es extraordinario porque el protagonista y su compañero parten hacia el norte de la India, hacia lo que sería actualmente Afganistán, en busca de tesoros. Son dos aventureros que se desprenden del ejército colonial británico y al lanzarse hacia esto están a punto de morir. Después caen en otro plano de sus vidas: entran en contacto con unas tribus primitivas de las montañas, y al entrar en contacto con dichas tribus entran también en contacto con otra época, porque son tribus aisladas desde hace siglos. De repente es claro que esas tribus son bolsas culturales que quedaron de la época de la expedición de Alejandro Magno en montañas recónditas de Afganistán. A partir de allí el hombre que deseaba el tesoro lo deja de hacer en el sentido económico del término, para desear una especie de dignidad real que le vincula a esa civilización del pasado a través del amor de una mujer que se llama Roxana, la cual lleva el mismo nombre de la esposa que tuvo Alejandro Magno en esos países. Ese juego entre épocas, tiempos y culturas, esa especie de cadenas en que los eslabones del azar, la necesidad y la libertad se van enrollando unos con otros -que Kipling plantea también en su novela- me parece que son un extraordinario ejemplo de la narrativa de la aventura, dejándose llevar por esta a la vez que elegir dentro de lo posible, dentro de ese propio azar que significa la aventura.

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18 de julio de 2008
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Sonho Meu / y II

Pasada la mitad de los años cuarenta, destacaba un compositor carioca conocido como Maestro Fuleiro, menos por sus canciones que por las de su prima Ivone, que no podía firmarlas y se las endosaba, ya que no era bien visto entre los sambistas que una mujer se diera a componer canciones. Pero ella persistió y terminó firmándolas con su nombre completo: Ivone Lara.

     No muy lejos de ahí, otra carioca acostumbraba cantar en horas de trabajo, sin pensar que algún día pudiera ser aplaudida por nadie más que los patrones de la casa donde por veinte años fue empleada doméstica. Nacida en el principio del siglo XX, hija de esclavos, Clementina de Jesús difícilmente se imaginaba cantando en África y Europa, y hasta entendía que la dueña de casa se quejara a menudo de "sus maullidos". Con 48 años, la tremenda Quelé -la llamaban así sus allegados- se inició formalmente como reina del samba (término masculino, curiosamente).

     Paula Lima -pianista desde niña, imantada más tarde, como cantante ya, en dirección al soul y el funk- tampoco se esperaba una transformación como la que le trajo el siglo XXI. Y pasa que allá está, meciéndose y haciéndonos mecer durante un homenaje ritual que le exige invocar al fantasma de Clementina de Jesús, y más tarde traer al escenario a doña Ivone Lara en persona. Desafíos extremos para otras, tal vez, porque lo que es la Lima se transfigura y entra en el personaje con la elasticidad de una mujer múltiple. Por mucho menos que esto, la Inquisición hacía acopio de leña.

     Estamos bien atrás, pero igual no tan lejos. Cabrán quizá trescientos o poco más en este teatro donde las doce hileras de butacas parecen oscilar al ritmo de la Clementina rediviva que se mira capaz de hacer suyos cualquier canción y estilo, ser otras sin parar de ser ella, poseer el escenario y envolver a la audiencia bajo el látigo dulce de una voz que va y viene a su guapo capricho. Temo que está de sobra detenerse en las dosis de cachondería natural que la diva prodiga como su mismo aliento.

     Sé en realidad muy poco de doña Ivone, y todavía menos de Clementina (de los nueve álbumes que grabó, no queda ni una sombra en las tres tiendas FNAC de São Paulo). Ella, que es brasileña y me acompaña de concierto en concierto, lista para quitarme lo silvestre respecto a estas y algunas otras cuestiones, con trabajos recuerda haberlas visto en la televisión. "Detestaba esa música, de niña", confiesa por lo bajo, evidenciando alguna vergüenza retrospectiva, y acto seguido me recuerda la suerte que tenemos de estar ahora aquí en nuestras butacas, mirando a doña Ivone Lara caminar despacito del brazo de la diva, con sus años a cuestas y el carnaval por dentro, terco siempre.

     Ignoro si estas nupcias de samba, soul y funk evoquen el espíritu primigenio que hizo de Clementina la Rainha Quelé, pero es claro que hay una historia con mayúscula pasando por delante de nosotros, y acaso la mejor constancia de ello sea la electricidad en el ambiente, pleno de aplausos, gritos y carne de gallina. "¡Bravo!", le grito intermitentemente, con la voz cada vez más destemplada merced a la emoción y a esa alegría intensa que va creciendo dentro en esta clase de ocasiones -tan raras, singulares y afectivas que da pena meterlas en un mismo costal.

     No es exageración contar que a doña Ivone Lara el escenario le recarga las pilas. Si la vimos llegar con un esfuerzo casi doloroso hasta alcanzar su silla, diez minutos más tarde se le mira de pie, maciza, bamboleante. Gostosa, que dirían los locales. Y si la Lima no se cansa de recordarnos cuánto le honra cantar junto a la Leyenda, no parece un secreto que a ésta la retroalimentan la presencia y el vocerrón de su nueva heredera.

     Hay cámaras presentes que transmiten en vivo la ocasión, pero las mira uno con cierto desdén. Ninguna de ellas servirá de mucho para atrapar la magia de la diva contoneándose al lado de la leyenda en el nombre de aquella reina ausente, si bien las grabaciones que en cuestión de unas horas estarán ya presentes en uTube me dejarán al menos comprobar que nada de esto ha sido sólo un sueño. A la salida, abrazo a mi princesa con la epidermis aún electrizada y ella, que mejor que yo sabe dónde está parada, levanta el índice y señala en lo alto la Cruz del Sur.

     -¡O Cruzeiro do Sul! -añado, redundante, por el puro placer de decir cualquier cosa en el lenguaje de la cachondería cósmica y extender esta magia en cualquier dirección. Odiaría exagerar, mas en estos momentos no hay estrella que insista en parecer distante.

 Mítica Clementina.

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18 de julio de 2008
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V. Todos menos uno

/upload/fotos/blogs_entradas/garca_mrquez_med.jpgGarcía Márquez relata que uno de los diputados que viajaban con los guerrilleros hacia el aeropuerto, pues allí serían entregados a cambio de los prisioneros políticos traídos des las cárceles en todo el país, se mostró asombrado ante aquella explosión de júbilo popular en las calles. "Y entonces, el comandante Uno, que viajaba a su lado, le dijo con el buen humor de alivio : ya ve, esto es lo único que no se puede comprar con plata".

La plata entonces no estaba de por medio, y ningún guerrillero de aquel comando veía el asalto al Palacio Nacional como un negocio. Los que sobreviven siguen viviendo sin medios de fortuna, y los que ya murieron, vivieron siempre pobres. Ninguno de ellos  fue corrompido por el trastorno de los valores éticos, como años después, desgraciadamente, no pocos de sus camaradas de armas. Es la diferencia entre el ideal y el cinismo. El tráfico de drogas equipara al jefe guerrillero con el narcotraficante, y al anularse los ideales, se echa al trasto de la basura la ética, y no hay más romanticismo posible.

La guerrilla sandinista de aquel entonces ganó en el mundo respeto, apoyo diplomático, respaldo de gobiernos, de parlamentos, de escritores como Garcia Márquez, Graham Greene, Julio Cortázar. Hoy, en lugar de alegrarse nadie porque las FARC retenga aún rehenes, todo el mundo les exige que los libere de manera incondicional, desde Fidel Castro al Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos, donde están representados los gobiernos latinoamericanos. Un voto unánime, salvo por el del gobierno de Nicaragua, para que tomen nota.

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18 de julio de 2008
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En las misiones

De las misiones sólo tenía una imagen cinematográfica, la de la película La misión. Compruebo ahora que la realidad es harto más fascinante -como suele ser-, pero, claro, hay también muchos puntos muertos y el drama parece haber ocurrido en otro mundo. De hecho: era otro mundo.
 
La misión jesuítica de San Javier, fundada en 1691, se halla en la región de Chiquitos, en el departamento boliviano de Santa Cruz. Son un poco más de doscientos kilómetros desde Santa Cruz, y la carretera está en buen estado. San Javier es un pueblo desangelado, con un exceso de puntos de llamadas y almacenes para las flotas que se detienen por aquí. La gente te abre las puertas aunque tengas pinta de turista desubicado. Es invierno, pero el calor es sofocante. Los mosquitos se portan bien.
 
La iglesia, en la plaza, está restaurada y tiene un aire imponente: el barroco mestizo en toda su gloria. Eduardo, el guía, me abre la puerta principal sin permiso, "para que saque una buena foto". Contemplo algunos restos de los instrumentos musicales que el jesuita Martin Schmid creó sin tener experiencia alguna en su construcción, y que sirvieron para evangelizar a los pueblos de la zona. Veo los facsímiles de las partituras creadas por los jesuitas y los indígenas: música barroca de alta calidad, que ha dado lugar a un festival musical en la región, cada dos años.
 
Eduardo me muestra el lugar donde dormían los jesuitas. Me sorprendo: sólo había dos o tres por misión, los suficientes, parece, para "civilizar" a todos los indígenas de la región. Leo los textos fervorosos del buen Schmid, un suizo que cuando llegó a esta región utilizaba el latín para comunicarse con los indígenas. Todo huele a osadía, a locura, a bien intencionado fanatismo religioso. Sí, la iglesia católica es culpable de mucha barbarie en su larga historia, pero aquí, en San Javier, se encuentran los restos de una de las empresas que mejor la justifican. No por la conversión religiosa, sino por la creación de un arte sofisticado en el encuentro entre religiosos europeos e indígenas de la Chiquitania.
 
A catorce kilómetros de San Javier se hallan unas muy recomendables aguas termales. Esa noche, mientras me bañaba a la luz de la luna en pleno trópico, apareció una familia menonita. Se bañaron conmigo, me ignoraron.
 
Hablaban en lo que parecía ser una versión rudimentaria del alemán. Luego, un caballo apareció de la nada y se acercó a la poza natural en la que yo estaba. El caballo, los menonitas, el lugar desolado, la noche: pensé en un cuento de Carver, en uno de Alice Munro. Sí: esta vez, la realidad le ganaba la pulseada a la ficción.

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17 de julio de 2008
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1080 Recetas de cocina

/upload/fotos/blogs_entradas/1080_recetas_de_cocina_med.jpgTengo el libro de Simone Ortega, 1080 Recetas de cocina (Alianza Editorial) completamente desencuadernado y sobado de tanto usarlo, sobre todo durante la década de los 80 en que me dio por cocinar bien. Siempre que lo veo en la estantería junto a los frascos con especias, me hago el propósito de comprar otro nuevo, pero luego se me olvida porque ya no me tomo lo de guisar tan a pecho. Hasta hoy. De hoy no pasa rendir homenaje a su autora, fallecida hace poco, y agradecerle, comprando esta joya de la gastronomía y regalándola, los ratos íntimos y hogareños que he disfrutado gracias a ella.
 
Recuerdo con verdadero placer las tardes de los viernes en que mi hija me ayudaba a hacer la receta 969 (bizcocho de chocolate). Para ella era una fiesta y toda la casa se inundaba con aquel olor que relajaba la vida. Es el libro más serio y coherente que he leído sobre el asunto, sin tonterías, práctico y con buenos platos, algunos verdaderamente sofisticados. Cualquiera de ellos que se aborde, si se siguen las instrucciones, sale bien, lo digo por experiencia.
 
El otro día un famoso cocinero valoró la labor de Simone Ortega diciendo que había sido de gran ayuda sobre todo para las amas de casa. Yo les pediría a estos nuevos santones de los fogones un poco de humildad porque ahora los grandes cocineros tienen programas de televisión, escriben artículos de opinión, son mediáticos, pero ninguno ha escrito un libro de la enjundia de 1080 Recetas de cocina, ni una más ni una menos.

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17 de julio de 2008
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Cantar como en las trincheras

No me gustaba el sitio. No me gustan los guardias de seguridad. Pululando nerviosos,  buscando al gran culpable que hiciera una foto al ídolo. Y hablando detrás de nuestros cogotes. No me gustaban otras cosas pero estaba entregado a uno de los cantantes que más conmociones verbales y emocionales ha provocado en mis muchos años de escuchar cantamañanas y cantanoches. No soy crítico. Ni soy lírico. Me gustan algunas cosas suaves y otras cosas que raspan. De las que raspan, la voz de Tom Waits es de mis preferidas. Con él, en directo, me trasporté más fácilmente a mundos con cuentos crueles, con finales inciertos y con salidas que llegan a dudosos destinos. Hice carreteras que nunca conocí, navegué por ríos arriesgados y reposé en chimeneas de casas en las que nunca estuve. Fueron dos horas fascinantes, aunque hubiera algunos desajustes según comentan los críticos. Sentí que en la mayoría de las canciones estaba Waits con toda su carga de pasiones, pecados, viajes y diversiones que llegan con el circo itinerante. Llega como los cómicos llegaban a los pueblos perdidos, como el extranjero que entra por la carretera solitaria, como el mendigo que cuenta historias como el vendedor de pócimas en un pueblo de la fiebre del oro.
 
Y algunas veces, como él les dijo a sus músicos, tocaba, cantaba como si su "pelo  estuviera en llamas". Cantaba desde dentro, desde una cueva que muy pocos conocen y que ninguno explora como él.
 
Hermoso como el silencio en el último disco de Marcel Marceau. Genial impostura de un tipo que ya no rompe ventanas, ni se queda con el balón del vecino, ni fuma canutos, ni bebe hasta el amanecer. Un tipo que, incluso, ya ni detesta a los perros, ni a los niños. Un tipo que se traiciona tanto no puede ser tan malo. Tiene que ser uno de los nuestros aunque sea en los viejos, rescatados vinilos. Este verano me pienso dar un atracón de Tom Waits. Seguro que es tan peligroso como algunos mariscos. Pero no hay quién me retire del placer de ese ruido que me recuerda la música que nunca dejará de alegrar a los pueblos perdidos, y sin collar.
 
Después del concierto llegó el desconcierto, pero eso es otro tema. 

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17 de julio de 2008
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De la ilusión

¿Puede un Jaguar XK8 azul marino sustituir a una mujer? O mejor, ¿puede que el amor a un Jaguar XK ocupe el lugar del amor a una mujer? Las dos opciones no caben con gusto en un solo espacio porque ¿cómo creer que la mente puede albergar todo aquello que nos propongamos meter y el corazón toda la emoción que nos guste mover?
 
 Una devoción desplaza a otra, una ilusión ilusiona el ánimo y hallándose el ánimo acaramelado ¿cómo esperar que deje sitio a otra dulzura más? Sí podría lograrse sucesivamente, sustitutivamente pero nunca a la misma vez. En definitiva se tratará de dar de beber a un vacío con cualquier jugo lo bastante delicioso como para saborearlo bien y, como efectivamente ocurre con las bebidas dulces ¿cómo esperar que el paladar empapado de una azúcar se halle en disposición de pensar en otros edulcorantes  mientras las papilas de ocupan en esta absorción?
 
La vida es como una película que se impregna de múltiples y variados fotogramas pero uno tras otro. A la vez todo sucede en ese mundo visual como con los colores de la paleta que juntos ni siquiera llevan a la elegancia del negro sino sólo a lo que se llama "panza de burro", una pigmentación desalentadora, una visión del color tan aburrida como empachosa, tan sucia como entristecedora.
 
La ilusión se hila. Los encantos se biselan y se gozan en su perfil radiante. Nuestra percepción sensitiva se asemeja a la forma de una rendija  que toma una a una las vicisitudes para vivirlas. Varias a la vez o no entran y ciegan la visión, la obturan o la deslumbran.
 
(Esta enfermedad apenas se me cura). 

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17 de julio de 2008
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Cardinal Neuman

Suele recomendarse a los fans de un escritor no conocerle personalmente, para no ser víctimas de la decepción. Es un buen consejo: los escritores ponemos (o deberíamos poner, al menos) lo mejor nuestro en cada libro; lo demás es efectivamente lo que nos sobra, aquello que hemos tratado de ocultar de la manera más denodada. ¿Pero qué ocurre cuando conocemos a un escritor antes de leer sus obras? O para mayor angustia: ¿qué ocurre cuando conocemos a un escritor antes que a sus obras, y nos cae muy bien? Esa fue la razón por la cual casi no leo a Andrés Neuman. Nos encontramos en Ecuador, por culpa de la Feria del Libro de Guayaquil, y me pareció un tipo fantástico. Temí que leerlo equivaliese a decepcionarme, que sus libros no fuesen sino un triste remedo del autor. Pero me equivoqué. A veces equivocarse es una alegría.

¿Por qué no lo había leido hasta ahora? Por necio, como ya quedó claro. Pero también porque era argentino, aunque su pasaporte sea español, dado que vive en Granada desde su adolescencia. Ya se sabe, tiendo -por culpa de mi propio pasaporte, seguramente- a desconfiar de la visión que buena parte de mis compatriotas tiene de la literatura. /upload/fotos/blogs_entradas/bariloche1_med.jpgPor último, recordaba que dos de sus novelas, Bariloche y Una vez Argentina, estaban editadas por Anagrama. Temía, por ende, que como alguna otra gente que publica en la misma colección, Neuman fuese tilingo y pretencioso. Y ahora me consta que no lo es. En todo caso, me pareció sensible (uy qué miedo que da este adjetivo, en mi país críticos y escritores sacan los puñales cuando lo oyen) y ambicioso. Cosas que tienen todos los escritores que admiro. Sensibilidad y ambición. Qué tanto.

Leí Bariloche en el avión de regreso. Lo primero que me impresionó fue que un escritor tan joven -tenía veintipocos cuando salió finalista del Herralde de Novela, ahora tiene 32- supiese mantener tan cortitas las riendas del relato. Bariloche es un modelo de contención, un ejercicio rigurosísimo, más meritorio aún tratándose de una primera novela -género que, según es vox populi, suele invitar al desborde. Pero Neuman no se desborda nunca. Lo que se desborda, en todo caso, es el vertedero al que han ido a dar todas nuestras miserias. Bariloche es la historia de Demetrio Rota, un hombre que trabaja como basurero en Buenos Aires y en sus horas libres arma rompecabezas del paisaje sureño que se vio compelido a abandonar, y que ya no es más que un estado de su mente. Precisamente por el minimalismo de la anécdota, el relato reclama para sí la sugestión de un poema -o de un sueño, lo cual viene a ser lo mismo.

Se puede leer Bariloche como una analogía sobre el trabajo del escritor, que también recolecta desperdicios nocturnos. O como una profecía sobre la Argentina de la crisis, que todavía estaba lejana en el momento de su publicación. O como un relato en el límite entre la ciencia ficción y la fantasía, que me evocó a los Bradbury y Cortázar que yo leía cuando niño, sobre el destino de una civilización que no sabe qué hacer con lo que le sobra: ni sus desperdicios, ni su gente. Yo leí la novela de todas esas maneras, y también como la obra de este hombre tan encantador -y sensible, y ambicioso- de beatlemanía y luthiermanía aún mayores que las mías, al que conocí por azar y ya no pienso desconocer. Porque ahora tengo que leer Una vez Argentina, y los cuentos de Alumbramiento, y los aforismos de El equilibrista. Ah, pocos placeres más grandes que el de la anticipación.

No se pierdan al hombre nuevo.

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17 de julio de 2008
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El Boomeran(g)
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