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Mujeres obispos

En la iglesia católica ni siquiera se habla de lo que ya supone un problema en la anglicana: que las mujeres puedan ser obispos. En un artículo de El País sobre el tema se puede leer: "El código de conducta permitirá que quienes rechazan a las mujeres y están en una diócesis en la que una mujer es el obispo puedan solicitar a la obispo que no vaya a determinado acto y que envíe a un hombre en su lugar".

"Rechazar" a las mujeres para ser obispos o para cualquier otro cometido que desempeñen los hombres es un una actitud completamente rechazable por irracional, fruto de un impulso primario y cerril, que no produce ningún tipo de reflexión, sólo irritación. Alguien puede "rechazar" a las mujeres, a los negros, a los japoneses, el color lila y las amapolas del campo ¿y qué? ¿Hay que ser condescendientes con las manías y las neurosis? De verdad creo que el rechazo a las mujeres es una patología tan fuera de lugar en los tiempos que corren como la viruela. No sé por qué hay que seguir comulgando con el embrutecimiento.

Y además estoy harta de tener que pensar en estas cosas, me aburren soberanamente. Las mujeres, los hombres. También hay mujeres que rechazan a los hombres y que los miran con recelo. Y aquí me paro. Personalmente lamento que existan bastantes mujeres a las que no soporto y bastantes hombres a los que tampoco. Y me aguanto, no pretendo que los borren del mundo.

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10 de julio de 2008
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Dime cómo ves cine…

Hace algunos días Mayté sugirió tema para un post: cómo ha cambiado nuestra manera de ver cine, desde que a la original -en la sala de exhibición, con muy posterior revisionado en TV en versión doblada- se le agregaron múltiples variantes habilitadas por la tecnología.

Cuando yo era chico, el cine se veía en el cine. Las únicas posibilidades de volver a ver una película dependían del albur de una reposición -como ocurría con Ben Hur todos los años, a la altura de las Pascuas, en el cine Gaumont de la avenida Rivadavia. Si uno quería acercarse a los clásicos debía recurrir a los ciclos de la sala Lugones y de la Hebraica, o contar con la improbable exhibición televisiva. Recuerdo, por ejemplo, haberme pegado a la TV en blanco y negro seducido por Strangers On A Train, mucho antes de tener la menor idea de quién era Hitchcock.

La aparición del video fue luz en mi vida. ¿La posibilidad de ver todas las películas que quisiese, cuando quisiese y tanto como quisiese? A eso le llamo yo felicidad. Aunque claro, hoy no toleraría la espantosa definición de la mayoría de las copias. (Ah, la lamentable industria nacional...)

La aparición del cable también fue providencial. Como imaginarán, estoy suscripto a todos los canales de películas. No veo tanto cine de esa manera, pero me tranquiliza saber que las películas están allí, al alcance de mi control remoto...

/upload/fotos/blogs_entradas/map_of_the_human_heart_2_med.jpgDespués vino el laser. Imagen digital, prístina, maravillosa. Aunque me obligaba a cortar la película en la mitad, para dar vuelta el disco tal como se hacía antes con los de vinilo... Todavía conservo muchas películas maravillosas en ese formato, que no he encontrado en otro: Map of the Human Heart de Vincent Ward, por ejemplo.

Y después vino el DVD. A eso le llamo yo calidad de vida. Salvo, por supuesto, cuando uno alquila las copias que aquí se llaman ‘truchas', esto es: copiadas de un original o bajadas de Internet. Ahí empiezan a fallar los subtítulos, por ejemplo, complicándome la posibilidad de ver la película en pareja o con amigos.

El sonido digital también es importante. Cuando veo películas, conecto mi equipo de sonido: nunca es igual el sonido frontal de la TV al sonido envolvente que deriva de la multiplicación de los parlantes. Prefiero la sensación de estar dentro de la acción -y el sonido es vital a este respecto- que la de ver y oír a distancia. (Será por eso, también, que en el cine me gusta sentarme cerca de la pantalla.)

Supongo que mucha gente verá películas en DVD de la misma manera que ve televisión: a saber, conversando encima, desentendiéndose de trozos enteros o parándola para ir al baño o a la cocina. Pero en mi casa, claro, las películas se ven como películas: de un tirón, y en silencio. Bastante sufro ya cuando voy al cine y me topo con gente que se comporta en la sala igual que en casa, comentando estupideces en voz alta y haciendo ruido con la comida.

Fragmentar las películas termina alterando mi percepción. Eso me pasó hace poco con I'm Not There, por ejemplo. La empecé a ver demasiado tarde y dejé el final para el día siguiente. Y ya no fue lo mismo. Todos los directores coincidirían conmigo: los largometrajes están hechos para ser vistos de una sentada, a diferencia de las novelas, cuya lectura por partes suele agregar condimento a la experiencia. (En todo caso, el tiempo de la lectura de las novelas se parece más a la experiencia de seguir una serie, como por ejemplo Lost: la extensión ayuda a la sensación de ‘vivir' esa realidad alternativa y a potenciar la familiaridad con los personajes.)

Pero por supuesto, hay películas que corro a ver en el cine. (Cuento las horas que faltan para el estreno de The Dark Knight, que no veré en cualquier cine sino en un Imax, dado que Chris Nolan filmó seis secuencias de acción con las cámaras enormes de ese formato. En los cines convencionales, el impacto de esas escenas se verá recortado.) Otras que alquilo en DVD. Otras que termino viendo en TV, cuando las pasan al tiempo y no tengo nada más excitante a mano.

Y otras, por supuesto, que no veré nunca aunque me paguen. Las comedias de Will Ferrell, por ejemplo. (Con la excepción de Stranger Than Fiction.) Y cualquier cosa en la que aparezca Nicolas Cage... 

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10 de julio de 2008
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El cerco de Acho

En la ciudad de Lima hay un cerro conocido como San Cristóbal, en las laderas del cual, ya cerca del centro monumental e histórico, se encuentra la plaza de toros de Acho, una de las más antiguas del mundo y lugar emblemático en la historia cultural y social de la ciudad. En la plaza de toros de Acho se han fraguado pactos y ajustado cuentas determinantes para el país andino, todo ello con motivo de la fiesta del Señor de los Milagros, mientras los más grandes espadas se enfrentaban a las más seleccionadas reses españolas o americanas.

Las calles que circundan la plaza, prolongación hacia el cerro de la ciudad colonial, tienen casas de color albero y, por un prestigio de la imaginación, cabe ubicar en sus plantas establecimientos de comida, donde, antes de los espectáculos, el pueblo de Lima se congratularía por la simple promesa de una fiesta. Me complazco en la imagen, cuando menos anacrónica, de  una hostería popular, tentadora para cualquier segmento de la población, con profusión de ceviche de carne, de pescado o mixto, tiradito, cocoto, y la cerveza Malta (cuya fábrica se encuentra -o se encontraba hace unos años- en la zona) pisco y hasta vino de Ica; una hostería limpia y alegre, en un barrio cuyas calles de albero tendrían todas matriz en el templo en el que alcanza significado pleno la expresión Señor de los Milagros... Imagen sin duda dolorosamente mirífica:

No hay fiesta compartida en la ciudad de Lima; no hay el análogo de ese teatro en el que  los campesinos áticos contemplaban lo que les unía en destino a los ciudadanos más privilegiados de su ciudad. En Acho, las laderas del cerro San Cristóbal se han llenado (como las laderas de todos los cerros de Lima y prácticamente de todas las ciudades de la América Ibérica) de esas parodias crueles de las cabañas de los indígenas serranos a las que antes me refería, donde el plástico ha sustituido a la arcilla y la rata al lama.

Por las laderas del cerro, quizás un tiempo sobria referencia protectora, desciende sobre el entorno del templo de Acho un desolador caudal de indigencia material, generador, inevitablemente, de penuria espiritual. Y así, durante los festejos del Señor de los Milagros, un policiaco cordón, llamado a proteger a los que asisten al festejo de la amenaza colindante (y de la paranoia a la que sirve de coartada) separa la plaza de toros más vieja de América de las gentes del pueblo que le hubieran dado plenamente vida y para quienes la tauromaquia es hoy día, por la fuerza de la alienación social que no por los argumentos de los anti-taurinos, algo profundamente ajeno.  

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10 de julio de 2008
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Un artista del hambre

Ciertamente que Buscarini, Armando Buscarini, nos cae muy bien. Sobre todo si no hablamos del escritor, si tuviéramos que hablar de sus poemas, de su ficción biográfica, "El arte de pasar hambre", o de su correspondencia -esa vergonzante manera de humillarse para supervivir- el juicio sería una mezcla de burla y sorpresa. No se pueden tomar muy seriamente los escritos de este buen hombre alucinado, vanidoso, bohemio, pesado, desdichado, buenazo, paranoico y otras cualidades que adornan la vida y obra de este Antonio García Barrios que vivió entre la fatalidad, la locura y finalmente en el olvido de los hospitales psiquiátricos. Nos cae bien. Es un personaje más trágico que cómico y eso nos produce ternura. Por haber vuelto a su pueblo natal, por haber estado en Ezcaray he vuelto a pensar en él pobre destino de esos que sin talento, sin razón, ni sentido, se empeñan en vivir de sus poemas, de sus cuentos. No lo tuvo fácil. Seguramente algunos de su misma incapacidad tuvieron suerte distinta.

Me gusta que una pequeña, empeñada y bonita editorial de bolsillo, rescate su nombre. Incluso su obra. Todo se puede leer desde otra óptica. Y al final, gracias a los hermanos Martín, hemos conocido casi la obra completa de este olvidado de nuestra literatura maldita. No consiguió como pretendió en vida que Alfonso XIII, el Estado, le hiciera una "edición soberana" de su obra. Tampoco que a su muerte todos los escritores guardaran cinco años de luto. Nadie se enteró de su solitaria muerte en un manicomio de Logroño en 1940, después de una guerra de la que ni siquiera se enteró. "Ángel del arroyo" le llamó Juan Manuel de Prada, no tan angelical, pero sí inocente poeta que vivirá sin haber dejado de ser un mediocre artista del hambre. Ahora, además de la editorial con su nombre -muy interesante ese librito a tres manos Las musas de Roschach- tenemos publicados sus poemas (in) completos: ‘Orgullo'.

De un libro juvenil, aquí copio algunos versos:

"Yo soy un triste joven de ardiente sed carnal / porque como a Verlaine me devora ese mal / y busco en los burdeles sediento de lujuria/ las mujeres que calmen mi afrodisíaca furia: / esas mujeres propias mártires de sus vidas, / que tienen cadavéricos semblantes suicidas. / Y encuentro en las caricias de esas pobres rameras / como un florecimiento de muertas primaveras..."

Siguió escribiendo, no mejoró, pero nunca perdió la fe en sí mismo. Si le hubiéramos conocido creo que también estaríamos en la lista de los sableados, de aquellos que compraron sus poemas de venta en la calle o de esos otros que pagaron sus intentos de dejar de ser un artista del hambre.

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10 de julio de 2008
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Ahogos

A todo el mundo le pasa que un amor le deja. Nadie puede decir, a poco que haya vivido, que se haya librado de este tremendo ahogo. Pero ¿cómo atenuarlo?

El recurso por excelencia procede del campo de la atención. O de la desatención. La atención lleva la mente a la piel del objeto y la pega a él. Mediante ese apego, en principio sólo físico o metafísico, imaginario o metafórico, se produce inesperadamente un apego adicional. El apego de la mente a la atracción de la ausencia y de este hundimiento en el vacío brota  una espesa energía que busca rellenar el hueco de lo perdido mediante una sobreabundante segregación de fluidos que apegan y,  al cabo, una forma más insufrible de dependencia y dolor.

La liberación del ahogo no procede pues de la atención inteligente sino de la descuidada desatención. Tampoco provendrá del olvido que constituye una forma más o menos secreta de la memoria sino de la más boba desatención. La desatención da lugar a la distracción y ella cocina la receta más eficaz y casera para anular la atracción. Cuanta mayor distracción sea posible guisar y por los menores motivos, la atracción se aleja y a través de esa disipación se llega gradualmente al desapego.

La distracción, en el lenguaje de los cacos callejeros, no significa otra cosa que extraer del otro su mejor botín. Extraer del otro su botín que por su valor imanta. Nos imanta su recuerdo y nos atrae hasta que logramos saquear al sujeto de ese objeto y con ello su figura pierde valor, color y la venal tibieza que nos arroba, nos abraza y nos ahoga.  

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10 de julio de 2008
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Charlas sobre mi amigo Dios

Hace unas semanas, Tony Blair estuvo en Barcelona. Llegó sigilosamente, casi en secreto, y los convocados a la charla, empresarios, políticos y banqueros, acudieron a la sala donde tuvo lugar el acto con el mismo sigilo. El conferenciante cobró por su conferencia una barbaridad y los asistentes -o sus empresas, administraciones y bancos- pagaron por ella una cantidad de dinero que jamás pagarían en otras circunstancias, aunque, por ejemplo Shakespeare y Einstein peroraran al alimón. Al día siguiente, que es cuando trascendió la noticia en los periódicos, Blair ya estaba de vuelta a casa y los satisfechos espectadores se habían reincorporado a sus actividades con el aliciente de haber asistido a una efemérides.
Le pregunté a uno de los asistentes qué había dicho Tony Blair y no supo responderme. "Vaguedades", dijo. Cuando quise saber si no se hallaba un tanto decepcionado por haber pagado tanto por tan poco, el hombre, un tipo listo y medrador, me dio a entender que no podía faltar a un acto de tal calibre: nadie que fuera alguien podía faltar. Además, según mi interlocutor, Blair soltaba sus vaguedades con un énfasis extraordinario, y si mentía -cosa que él no sabía- "mentía con gran estilo".
Con respeto a este último punto no podía haber desacuerdo. Si comparamos la forma de mentir de los tres héroes que aparecieron en la celebrada fotografía de las Azores, al inicio de la guerra de Irak, comprobaremos que no puede compararse el glamour de Tony Blair con la zafiedad de Bush o la ridícula altanería de Aznar. Durante una decena de años, el una vez prometedor Blair ha vencido mintiendo con enorme clase, usando siempre este acento atiplado que tanto subyuga a los oídos norteamericanos.
De lejos, Tony Blair es el más elocuente de los tres protagonistas de la fotografía. Por eso es interesante seguir los pasos que ha dado desde que tuvo que dejar Downing Street: se ha convertido oficialmente al catolicismo, ha ganado cinco millones de euros en un año con asesorías y conferencias como la de Barcelona y, finalmente, ha puesto en marcha una Fundación de la Fe (Tony Blair Faith Foundation). Podría pensarse que estos hechos no tienen nada que ver entre sí, pero la personalidad de Blair hace que no se expliquen unos sin los otros.
Bush y Aznar ya tenían contacto privilegiado con Dios, uno a través de telepredicadores americanos y el otro de obispos españoles. Blair, agnóstico en su juventud, debía de sentir una sana envidia del alto sitial en el que estaban asentados espiritualmente sus amigos, y más cuando, según su propia confesión, "se apoyó en Dios" para ejecutar determinadas decisiones, como enviar las tropas británicas a Irak. Quizá al convertirse al catolicismo haya encontrado ese hilo directo con la divinidad que se le hacía tan necesario.
Sin embargo, la cercanía de la divinidad no tiene por qué alejar de los bienes terrenales. Si nos atenemos a la oratoria de que ha hecho gala como presidente, no podemos augurarle grandes perspectivas de conferenciante a George Bush cuando, próximamente, deje la presidencia. Lo veo más negociando el precio de las reses en su rancho que embaucando a un público de supuestos elegidos en Barcelona. En cuanto a Aznar, ya sabemos lo que puede dar de sí. Es mejor que olvide su incipiente carrera de conferenciante, sea en inglés o en español, da lo mismo, y se dedique a sus consejos de administración, la actividad favorita de los políticos retirados, tanto de derechas como de izquierdas.
Blair es otra cosa. Blair sí es un encantador de serpientes con futuro en el manoseo de las palabras. De ahí que, cobrando un promedio de trescientos mil euros por conferencia, aspire a doblar sus emolumentos el próximo año. Por si esto fuera poco, una editorial le pagará siete millones de euros por sus memorias. Esto, claro está, sin contar las asesorías propias de los políticos retirados y que, en su caso, le lleva a cobrar, entre otras empresas, del banco J. P. Morgan y de los seguros Zurich.
Por lo que puede observarse, Tony Blair ha trabajado bien en este breve periodo de tiempo posterior al abandono de Downing Street. Pero a diferencia de muchos de sus colegas, a él no le interesa sólo el poder sino la gloria, aunque en un sentido completamente diverso a lo que expone otro ilustre converso al catolicismo, Graham Greene, en su admirable novela El poder y la gloria. En Blair, aparentemente sin tormento alguno, el poder terrenal y la gloria divina son dos conceptos tan próximos que casi se identifican.
Nada tiene de extraño, por tanto, que Blair haya recurrido a la brillante idea de constituir una Fundación de la Fe que, en última instancia, demuestra que los bienes terrenales son el mejor alimento espiritual, todo, eso sí, en el nombre de Dios. Tampoco es extraño que Blair, acompañado de Bill Clinton -otro insigne conferenciante-, haya elegido Nueva York para presentar su fundación.
Durante sus años de primer ministro no ocultó su progresiva preferencia por el aliado americano y Estados Unidos ha premiado repetidamente su servicial lealtad, incluso con reconocimientos tan exóticos como el de la Universidad de Yale, que lo ha contratado como profesor de Religión.
Aunque quizá este nombramiento no sea tan exótico y Blair sea el adecuado profesor de Religión de nuestra época o el profeta que, a través de la Fundación de la Fe, quiere propagar una nueva religiosidad pública para la era global. En la actualidad, Blair dice sentirse guiado por un impulso que antes no tenía: la "amistad" de Dios. Esta "amistad", que comparte con su socio Bush, no le aclara lo que está bien o mal, sino que, de acuerdo con sus palabras, le "da fuerza para hacer las cosas" ¿Quiere esto decir que el amigo Dios no le especifica a Blair si está bien o mal que la guerra de Irak haya provocado centenares de miles de muertos, sino que le da fuerza para seguir justificándola?
No lo sabemos porque nos falta la amistad íntima con Dios que él ha conseguido. Como quiera que sea, más allá del tono de mesías -mesías bien remunerado- del que Blair hace ostentación, podríamos hallarnos ante una operación de gran envergadura para dar la puntilla definitiva a la tradición ilustrada y laica de la política europea. La Fundación de la Fe auspiciada por el ex primer ministro británico quiere volver a tener a Dios en el centro del escenario, y en este caso no está tan alejada de los fundamentalismos de otras religiones. Y no olvidemos que Blair es uno de los aspirantes a la presidencia de Europa. ¡Dios nos coja confesados!

 

El País,  22/06/2008

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10 de julio de 2008
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IV. Cetro y corona del reino

/upload/fotos/blogs_entradas/007_med.jpgMi padre se negó al principio con mucha vehemencia a permitirme que me hiciera proyeccionista. Ya me veía abandonando los estudios de secundaria que apenas empezaba, para ir después del bachillerato a hacerme abogado a la universidad. Era un plan que  meditaba cada día, aún en voz alta, su sueño despierto de todos los días.

Pero al fin los argumentos de mi tío Ángel lo persuadieron: podía estudiar, y trabajar, así me haría responsable desde niño; además, iba a ser como una distracción, si de todos modos yo vivía metido en la caseta. Y la extraña condición de mi padre, al aceptar, fue que yo no recibiría ningún sueldo.

Esa misma noche me instalé en la caseta, dueño del reino que estaba para mí. En aquella caseta de tablas, con sus ventanillas que se cerraban con postigos movibles clavados a un fiel para que el haz de luz de un aparato no estorbara al que lo reponía, yo tuve mi escuela de cine, y de escritor, porque la forma de narrar se emparentó desde entonces en mí con los encadenamientos, las disolvencias, los fundidos, los planos, los retrocesos en el tiempo, los diálogos. El postgrado lo hice en el Cine Arsenal, en Berlín, veinte años después, viendo por meses dos películas diarias.  

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10 de julio de 2008
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Negocio para viudas

Nancy es una mujer como tantas otras. Viuda y desamparada, debe aplicarse a fondo para sostener a los suyos. Ello incluye aceptar la inminencia de riesgos y peripecias cotidianos, como vivir un poco a salto de mata y eventualmente verse obligada a prender fuego a su propia casa. Cualquier cosa con tal de sostener el negocio familiar, que en el primer descuido bien podría venirse a pique, con todo y la esperanza de sus seres queridos. Nada conmovedor, a fin de cuentas, si tomamos en cuenta que es un negocio tan ordinario como lucrativo. Otros en su lugar usan pistolas y pistoleros; Nancy tiene un encanto personal que la hace ver desprotegida, frágil y apetitosa, de manera que nadie se atreva a suponer que su oficio consiste en proveer a su comunidad de marihuana.

     Weeds, se nombra la serie. Lleva tres temporadas y ya inició la cuarta, si bien su difusión es limitada. Para verla en el territorio mexicano, donde los traficantes de drogas no pueden aspirar a tanta fotogenia, es preciso comprar los dvds o suscribirse a larga distancia y plantar tres antenas de diversos tamaños en la azotea. Gracias a ellas, cada semana asisto a la vida de Nancy con una honda codicia de risotadas. Hoy mismo, mientras vuelo hacia el sur del continente justo cuando se está transmitiendo el capítulo cuarto de la nueva temporada, me tranquilizo bajo la expectativa de que la lluvia no haya echado a perder la señal y Weeds se haya grabado como Dios manda. A estas alturas, antes puede faltarles el material didáctico a los clientes de la buena de Nancy a que uno se quede un lunes sin Weeds.

     Es de creerse que si Weeds se transmitiera en México, pocos ingenuos tomarían en serio esa guerra a las drogas que por lo visto las leyes norteamericanas preferen librar en otros territorios. ¿O es que alguien se interesa en refundir en la cárcel a una pobre viuda y arrebatarle su modus vivendi? Capítulo a capítulo, Nancy Botwin va reduciendo las aristas de su ingenuidad y relajando esos viejos conceptos según los cuales ciertas cosas no deberían hacerse. ¿Cómo evitar entonces relajarse con ella uno mismo, si lo que menos quiere es que la atrapen y hasta se alegra cada vez que las ventas se elevan y la ve celebrarlo con la satisfacción del deber cumplido? Weeds es de esos programas indispensables que hacen de cada televidente un cómplice.

     Hasta el final de la tercera temporada, cada nuevo capítulo permitía una diferente banda sonora, con la misma canción -Little boxes, se llama- interpretada cada vez por diferentes músicos. Asistimos después a la vida cotidiana de Agrestic, una comunidad californiana donde ya se iniciado el proyecto de convertirla en un fraccionamiento nombrado Majestic. Nancy, con sus dos hijos y un cuñado más o menos disfuncional, va haciéndose de proveedores y clientes, amparada por esa bendición celestial que en teoría protege a las viudas desamparadas. A todo esto, valdría añadir que Judah, el marido fallecido, desempeñaba en vida un oficio íntimamente emparentado con el que ahora sostiene a su familia: agente federal de narcóticos. ¿Qué clase de infraespíritu mezquino se atrevería a sospechar de la viuda de un hombre de la D.E.A.? ¿Quién creería que su hijo adolescente distribuye la mercancía con tremendo éxito, ayudado por una novia fanática cristiana que a su vez se la vende a su comunidad de iluminados?

     Hoy día, con Agrestic-Majestic consumido por las llamas, Nancy y los suyos se han refugiado en casa de su suegro, cerca de la frontera que va a dar a Tijuana. Asociada con una banda de mexicanos, Nancy comienza a ir y venir por ella con cargamentos progresivamente comprometedores, mientras la policía comienza a ubicarla. Debemos de ser muchos, millones tal vez, quienes oramos para que no la agarren.

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9 de julio de 2008
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Joseph O'Neill: Netherland

Decidí leer esta novela por una razón muy simple: la reseña en el New York Times había sido muy elogiosa. No había oído hablar de este escritor irlandés, pero estaba dispuesto a que me sorprendiera. Netherland es una novela que pertenece a ese subgénero cada vez más amplio de libros relacionados con el 11 de septiembre; el gran logro de O'Neill es tratar el tema de manera indirecta, a través de los problemas conyugales de una pareja de europeos transplantados a Nueva York; Rachel quiere volverse a Inglaterra, Hans está fascinado por Nueva York. La novela es una descendiente directa de El gran Gatsby; aquí, se trata del gran Chuck, un caribeño lleno de artilugios que sueña con construir un estadio de cricket en los Estados Unidos. Hay en la novela un momento peligroso, en que parecería que O'Neill no va a ser capaz de desprenderse del fantasma de Scott Fitzgerald. Sin embargo, Netherland logra dar el salto e independizarse.

Una cosa curiosoa: el cricket, un deporte apenas existente en el país del fútbol americano, se convierte en la metáfora de los sueños de un inmigrante por adaptarse a su nuevo país. Eso demuestra lo inmenso del país-continente: no faltará, pronto, una novela sobre el fútbol (de los nuestros, no el soccer) como metáfora de encuentros y desencuentros en los Estados Unidos. ¿Por qué no? Para que se note lo fascinante del desafío, y se aprecie mejor el logro de O'Neill: tenemos muchos cuentos de fútbol en la narrativa en español, pero, ¿por qué no un cuento sobre el badminton en Colombia, sobre el jai alai en Paraguay, sobre el tenis de mesa en España? 

O'Neill tiene un gran talento para capturar la sicología de sus personajes, y es dueño de una prosa sublime. ¿Cómo hacen los irlandeses para escribir tan bien? Lo que sea: esta admirable tradición ya tiene una voz contemporánea más de primer nivel.

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9 de julio de 2008
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Las palabras de Petkoff

/upload/fotos/blogs_entradas/teodoro_petkoff_med.jpgHay un solo Teodoro Petkoff. El hombre que se sienta en la mesa del almuerzo se parece al dibujito que aparece al lado de su editorial en el diario Tal Cual. Los bigotes y las gafas dibujan el movimiento de su rostro juvenil. Tiene 76 años y no hay un reportero que pase por Venezuela sin hablar con él, pues es la cara, la voz y aún más -para hablar con referencias al pasado- la pluma de la oposición al presidente Hugo Chávez Frías.

A su manera el diario Tal Cual es un caso en la prensa del siglo XXI. Un diario que pide pago, y lo consigue, por entrar al santuario de su sitio: la reproducción de las páginas con el editorial de Teodoro Petkoff. Un texto insustituible, pues no hay en la oferta de los medios venezolanos algo que se puede comparar con la mezcla de autoridad, desafío y comentarios que propone cada día el columnista en la portada de su vespertino.  Ese poder del texto impreso sobre papel es lo que me interesa. Petkoff come rápido, aparta su plato vacío y habla de las próximas elecciones municipales, de la dificultad para conseguir la unidad de una oposición castigada por unas medidas de inhabilitación que impiden el acceso a la candidatura a personas que podrían ganar. Es la lucha de siempre entre chavistas y el otro bando en Venezuela. Pero lo de Petkoff como editorialista va más allá de Venezuela. Cuando se hace siempre la pregunta ¿van a desaparecer los periódicos de papel?, la actividad de Petkoff responde: no, si son imprescindibles para sus lectores.

"No hay otro soporte comparable para mantener una influencia política, reconoce Petkoff. Sin el diario, para mí habría sido imposible seguir haciendo oposición a Chávez." Su visión del líder venezolano es la de un hombre cuya posición ya pasó por su posición más alta. "Baja, dice Petkoff, no es una caída y se puede detener, pero es una dinámica que no va a conocer una marcha atrás: Chávez pierde fuerza por razones internas e internacionales". Siguen una serie de anécdotas, de bromas, de pequeñas informaciones y de fórmulas que me dan la sensación de que Petkoff utiliza la mesa del almuerzo para preparar su próximo editorial. Todos los que comen con nosotros le ayudan a arreglar su borrador. Al día siguiente, puedo comprobar que es cierto: el editorial de Petkoff es la versión editada de su intervención en nuestro almuerzo. Aún más: tengo en el sitio la versión vídeo, pues Petkoff lee su editorial. Pero del texto escrito, nada; en línea, sin pagar, no se consigue una sola palabra. El problema de la prensa escrita no es una supuesta competencia de los medios digitales. Es su relación con sus lectores. Es de imprimir algo que procura tanto placer y sorpresa que es imprescindible para sus lectores. Lo que hace Petkoff al escribir como un editorialista en la época de la tipografía en plomo.

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9 de julio de 2008
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