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Dime cómo ves cine…

Por 10 de julio de 2008 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Hace algunos días Mayté sugirió tema para un post: cómo ha cambiado nuestra manera de ver cine, desde que a la original -en la sala de exhibición, con muy posterior revisionado en TV en versión doblada- se le agregaron múltiples variantes habilitadas por la tecnología.

Cuando yo era chico, el cine se veía en el cine. Las únicas posibilidades de volver a ver una película dependían del albur de una reposición -como ocurría con Ben Hur todos los años, a la altura de las Pascuas, en el cine Gaumont de la avenida Rivadavia. Si uno quería acercarse a los clásicos debía recurrir a los ciclos de la sala Lugones y de la Hebraica, o contar con la improbable exhibición televisiva. Recuerdo, por ejemplo, haberme pegado a la TV en blanco y negro seducido por Strangers On A Train, mucho antes de tener la menor idea de quién era Hitchcock.

La aparición del video fue luz en mi vida. ¿La posibilidad de ver todas las películas que quisiese, cuando quisiese y tanto como quisiese? A eso le llamo yo felicidad. Aunque claro, hoy no toleraría la espantosa definición de la mayoría de las copias. (Ah, la lamentable industria nacional…)

La aparición del cable también fue providencial. Como imaginarán, estoy suscripto a todos los canales de películas. No veo tanto cine de esa manera, pero me tranquiliza saber que las películas están allí, al alcance de mi control remoto…

/upload/fotos/blogs_entradas/map_of_the_human_heart_2_med.jpgDespués vino el laser. Imagen digital, prístina, maravillosa. Aunque me obligaba a cortar la película en la mitad, para dar vuelta el disco tal como se hacía antes con los de vinilo… Todavía conservo muchas películas maravillosas en ese formato, que no he encontrado en otro: Map of the Human Heart de Vincent Ward, por ejemplo.

Y después vino el DVD. A eso le llamo yo calidad de vida. Salvo, por supuesto, cuando uno alquila las copias que aquí se llaman ‘truchas’, esto es: copiadas de un original o bajadas de Internet. Ahí empiezan a fallar los subtítulos, por ejemplo, complicándome la posibilidad de ver la película en pareja o con amigos.

El sonido digital también es importante. Cuando veo películas, conecto mi equipo de sonido: nunca es igual el sonido frontal de la TV al sonido envolvente que deriva de la multiplicación de los parlantes. Prefiero la sensación de estar dentro de la acción -y el sonido es vital a este respecto- que la de ver y oír a distancia. (Será por eso, también, que en el cine me gusta sentarme cerca de la pantalla.)

Supongo que mucha gente verá películas en DVD de la misma manera que ve televisión: a saber, conversando encima, desentendiéndose de trozos enteros o parándola para ir al baño o a la cocina. Pero en mi casa, claro, las películas se ven como películas: de un tirón, y en silencio. Bastante sufro ya cuando voy al cine y me topo con gente que se comporta en la sala igual que en casa, comentando estupideces en voz alta y haciendo ruido con la comida.

Fragmentar las películas termina alterando mi percepción. Eso me pasó hace poco con I’m Not There, por ejemplo. La empecé a ver demasiado tarde y dejé el final para el día siguiente. Y ya no fue lo mismo. Todos los directores coincidirían conmigo: los largometrajes están hechos para ser vistos de una sentada, a diferencia de las novelas, cuya lectura por partes suele agregar condimento a la experiencia. (En todo caso, el tiempo de la lectura de las novelas se parece más a la experiencia de seguir una serie, como por ejemplo Lost: la extensión ayuda a la sensación de ‘vivir’ esa realidad alternativa y a potenciar la familiaridad con los personajes.)

Pero por supuesto, hay películas que corro a ver en el cine. (Cuento las horas que faltan para el estreno de The Dark Knight, que no veré en cualquier cine sino en un Imax, dado que Chris Nolan filmó seis secuencias de acción con las cámaras enormes de ese formato. En los cines convencionales, el impacto de esas escenas se verá recortado.) Otras que alquilo en DVD. Otras que termino viendo en TV, cuando las pasan al tiempo y no tengo nada más excitante a mano.

Y otras, por supuesto, que no veré nunca aunque me paguen. Las comedias de Will Ferrell, por ejemplo. (Con la excepción de Stranger Than Fiction.) Y cualquier cosa en la que aparezca Nicolas Cage… 

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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