Rafael Argullol
Hace unas semanas, Tony Blair estuvo en Barcelona. Llegó sigilosamente, casi en secreto, y los convocados a la charla, empresarios, políticos y banqueros, acudieron a la sala donde tuvo lugar el acto con el mismo sigilo. El conferenciante cobró por su conferencia una barbaridad y los asistentes -o sus empresas, administraciones y bancos- pagaron por ella una cantidad de dinero que jamás pagarían en otras circunstancias, aunque, por ejemplo Shakespeare y Einstein peroraran al alimón. Al día siguiente, que es cuando trascendió la noticia en los periódicos, Blair ya estaba de vuelta a casa y los satisfechos espectadores se habían reincorporado a sus actividades con el aliciente de haber asistido a una efemérides.
Le pregunté a uno de los asistentes qué había dicho Tony Blair y no supo responderme. "Vaguedades", dijo. Cuando quise saber si no se hallaba un tanto decepcionado por haber pagado tanto por tan poco, el hombre, un tipo listo y medrador, me dio a entender que no podía faltar a un acto de tal calibre: nadie que fuera alguien podía faltar. Además, según mi interlocutor, Blair soltaba sus vaguedades con un énfasis extraordinario, y si mentía -cosa que él no sabía- "mentía con gran estilo".
Con respeto a este último punto no podía haber desacuerdo. Si comparamos la forma de mentir de los tres héroes que aparecieron en la celebrada fotografía de las Azores, al inicio de la guerra de Irak, comprobaremos que no puede compararse el glamour de Tony Blair con la zafiedad de Bush o la ridícula altanería de Aznar. Durante una decena de años, el una vez prometedor Blair ha vencido mintiendo con enorme clase, usando siempre este acento atiplado que tanto subyuga a los oídos norteamericanos.
De lejos, Tony Blair es el más elocuente de los tres protagonistas de la fotografía. Por eso es interesante seguir los pasos que ha dado desde que tuvo que dejar Downing Street: se ha convertido oficialmente al catolicismo, ha ganado cinco millones de euros en un año con asesorías y conferencias como la de Barcelona y, finalmente, ha puesto en marcha una Fundación de la Fe (Tony Blair Faith Foundation). Podría pensarse que estos hechos no tienen nada que ver entre sí, pero la personalidad de Blair hace que no se expliquen unos sin los otros.
Bush y Aznar ya tenían contacto privilegiado con Dios, uno a través de telepredicadores americanos y el otro de obispos españoles. Blair, agnóstico en su juventud, debía de sentir una sana envidia del alto sitial en el que estaban asentados espiritualmente sus amigos, y más cuando, según su propia confesión, "se apoyó en Dios" para ejecutar determinadas decisiones, como enviar las tropas británicas a Irak. Quizá al convertirse al catolicismo haya encontrado ese hilo directo con la divinidad que se le hacía tan necesario.
Sin embargo, la cercanía de la divinidad no tiene por qué alejar de los bienes terrenales. Si nos atenemos a la oratoria de que ha hecho gala como presidente, no podemos augurarle grandes perspectivas de conferenciante a George Bush cuando, próximamente, deje la presidencia. Lo veo más negociando el precio de las reses en su rancho que embaucando a un público de supuestos elegidos en Barcelona. En cuanto a Aznar, ya sabemos lo que puede dar de sí. Es mejor que olvide su incipiente carrera de conferenciante, sea en inglés o en español, da lo mismo, y se dedique a sus consejos de administración, la actividad favorita de los políticos retirados, tanto de derechas como de izquierdas.
Blair es otra cosa. Blair sí es un encantador de serpientes con futuro en el manoseo de las palabras. De ahí que, cobrando un promedio de trescientos mil euros por conferencia, aspire a doblar sus emolumentos el próximo año. Por si esto fuera poco, una editorial le pagará siete millones de euros por sus memorias. Esto, claro está, sin contar las asesorías propias de los políticos retirados y que, en su caso, le lleva a cobrar, entre otras empresas, del banco J. P. Morgan y de los seguros Zurich.
Por lo que puede observarse, Tony Blair ha trabajado bien en este breve periodo de tiempo posterior al abandono de Downing Street. Pero a diferencia de muchos de sus colegas, a él no le interesa sólo el poder sino la gloria, aunque en un sentido completamente diverso a lo que expone otro ilustre converso al catolicismo, Graham Greene, en su admirable novela El poder y la gloria. En Blair, aparentemente sin tormento alguno, el poder terrenal y la gloria divina son dos conceptos tan próximos que casi se identifican.
Nada tiene de extraño, por tanto, que Blair haya recurrido a la brillante idea de constituir una Fundación de la Fe que, en última instancia, demuestra que los bienes terrenales son el mejor alimento espiritual, todo, eso sí, en el nombre de Dios. Tampoco es extraño que Blair, acompañado de Bill Clinton -otro insigne conferenciante-, haya elegido Nueva York para presentar su fundación.
Durante sus años de primer ministro no ocultó su progresiva preferencia por el aliado americano y Estados Unidos ha premiado repetidamente su servicial lealtad, incluso con reconocimientos tan exóticos como el de la Universidad de Yale, que lo ha contratado como profesor de Religión.
Aunque quizá este nombramiento no sea tan exótico y Blair sea el adecuado profesor de Religión de nuestra época o el profeta que, a través de la Fundación de la Fe, quiere propagar una nueva religiosidad pública para la era global. En la actualidad, Blair dice sentirse guiado por un impulso que antes no tenía: la "amistad" de Dios. Esta "amistad", que comparte con su socio Bush, no le aclara lo que está bien o mal, sino que, de acuerdo con sus palabras, le "da fuerza para hacer las cosas" ¿Quiere esto decir que el amigo Dios no le especifica a Blair si está bien o mal que la guerra de Irak haya provocado centenares de miles de muertos, sino que le da fuerza para seguir justificándola?
No lo sabemos porque nos falta la amistad íntima con Dios que él ha conseguido. Como quiera que sea, más allá del tono de mesías -mesías bien remunerado- del que Blair hace ostentación, podríamos hallarnos ante una operación de gran envergadura para dar la puntilla definitiva a la tradición ilustrada y laica de la política europea. La Fundación de la Fe auspiciada por el ex primer ministro británico quiere volver a tener a Dios en el centro del escenario, y en este caso no está tan alejada de los fundamentalismos de otras religiones. Y no olvidemos que Blair es uno de los aspirantes a la presidencia de Europa. ¡Dios nos coja confesados!
El País, 22/06/2008