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Muerte y enamoramiento

Si el enamoramiento representa la mayor cima amorosa, el estadio de mayores recompensas, el nivel celestial de recompensas, tan altas que escapan de la explicación, tan vivas que no resisten la duración, tan mágicas que desbordan la historia real, ¿de qué nos valemos pues para ser más sino es precisamente de la ausencia?

De los elementos de realidad e irrealidad que componen el arrobamiento no hay sentencia que acierte a discernirlos. Sería sensato pensar que algo en el primer momento del encanto debe existir para actuar, al menos, como fulminante. Pero de qué se trata tal fulminante si no se ofrece nunca un cabal documento. Más bien las investigaciones neurológicas dejan siempre la holgura para lo inefable tal como sin se temiera -como en el caso de Dios- que una rotunda desmitificación bioquímica de la atracción no lograra dar cuenta del punto clave que logra el efecto espectacular de la fe o el ‘encoñamiento'. Lo espectacular de ese resultado actúa de hecho como un contrapeso a la medición científica puesto que si en casi todo asunto la pugna entre positivismo y romanticismo opera ¿cómo no esperar que en plena cancha romántica el equipo de casa no tuviera una clara ventaja? ¿Los enamorados se encuentran narcotizados? ¿Los enamorados se reconocen atontados? Más bien parece que, envenenados o tontos, los protagonistas se hallan en el kairos esencial de la existencia compuesto, en el peor de los casos, por mayor dosis de invención que de realización, de peso ideal que de peso material (o peso bruto). Pero, en este caso, ¿cómo no reconocer que gozan circunstancialmente si se quiere de una virtud extraordinaria? Lo material, lo mensurable, lo tangible o lo concreto se distribuyen popularmente a granel y se encuentran fácilmente a mano. Lo inusual, por el contrario, es sentirse en condiciones de degustar el jugo de lo inmaterial, la textura de lo inasible, la belleza de lo inmarcesible o lo imaginario. Tal capacidad excepcional corresponde de pleno derecho y en exclusiva al universo de la ausencia, ese universo que nace necesariamente y como una áurea exhalación de lo que no está y produce una majestad imbatible. Lo ausente gana incomparablemente al presente puesto que el no estar genera un espacio infinito y de construcción interminable. En ese ámbito se expande el gas enamorado que, al cabo, viene a ser la referencia más eximia del amor, sin importar los embates de la medicina.

El enamoramiento es. ¿Está? Habita de pleno en un transespacio desde el cual, como en otros asuntos de la ilusión, su aroma traspasa los muros del sentido común, barre las asperezas del carácter y adorna la vida con su causa. Perfume de ausencia, final de las pestilencias, liberación de los alientos, acabamiento de la temporalidad. Tiempo bruñido y dorado por la luz sin combustible sólido. ¿Qué más puede esperarse de la ausencia. La ausencia nos solicita como el agua purificadora y la muerte, precisamente condensación de ausencia, nos hace justicia al fin a través del efecto principal de desaparecernos.

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21 de agosto de 2008
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La desgracia de ser invisible

El personaje que aparece de noche en la fonda no es otro que Jack Griffin, el científico que ha logrado descubrir el procedimiento para lograr la invisibilidad, y lo ha aplicado a sí mismo. Ha descubierto que si el índice refractivo de una persona es reducido a la exacta  proporción que tiene el del aire, y por tanto su cuerpo no absorbe ni refleja la luz, entonces esa persona se volverá invisible a los ojos de los demás.

¿Qué es lo que han logrado los científicos de la Universidad de Berkeley? Que en torno del objeto, o de la persona,  no se creen ni reflexiones ni sombras, por medio de la capa de metamaterial, capaz de desviar la luz. Es decir, lo mismo que Griffin. Y no me cabe duda de que el doctor Xiang Zhang, y los miembros de su equipo científico, son devotos lectores de H.G. Wells, en el que han encontrado su fuente de inspiración imaginativa, porque la ciencia necesita de imaginación.

Lo único malo es que el pobre Griffin no goza de ninguna de las ventajas de su invento, ni puede darle uso militares, ni siquiera convertirse en voyeur para contemplar a mansalva mujeres desnudas en sus alcobas, ni para entrar en la cámara blindada de los tesoros de la reina Victoria y hacerse con todas las joyas de la corona. Le ocurre que tras experimentar con un gato, para no responder por la desaparición del animalito ante su dueña, se vuelve invisible él mismo, lo que se convierte más bien en una fuente de continuas desgracias, miseria, persecución, y desesperación, hasta la locura, porque ya no puede regresar a su estado original.

Pero sino no ha leído la novela, háganlo. Antes de que nos volvamos invisibles todos.

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21 de agosto de 2008
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Honrados nihilistas (2)

El arte está hoy casi exclusivamente en las  manos de los eruditos, es decir, de aquellos que son capaces de establecer lazos de signo a signo, signo-obra que remite a otro signo-obra; lazos estrictamente sintácticos, tras los que se hace difícil descubrir la referencia a esa disposición de espíritu que, desde el hombre de Herto hasta nuestros días, en  los trazos de Lascault o en el Parménides férreo de Eduardo Chillida, es el motor del trabajo del arte.

El arte, sí, se halla intrínsicamente vinculado al humanismo, entendiendo por tal la consideración del hombre como un singular e irreductible momento de la historia evolutiva, que es efectivamente medida de todas las cosas y a la vez causa final de todas sus acciones. Mi amigo Felix de Azúa, de quien tantas vacuas querellas me han separado, me indicaba a propósito del trío Duchamp, Picabia, Man Ray (cuya esencial complicidad era admirablemente recogida en una exposición en el MNAC de Barcelona) que, perdida la referencia al hombre como fin en sí, sólo quedaba consignar la defunción y entierro de lo que se había entendido por obra de arte.

Siempre sonó a algo pretenciosa, y en última instancia falsa, la afirmación por Hegel de que el arte (innecesario cuando todo se reduciría a determinación conceptual) se había convertido en "una figura del pasado". Pues dejando aparte el hecho de que en modo alguno el concepto ha alcanzado su destinación final (que no hay saber absoluto, ni conveniente para la exigencia misma del saber es que lo haya), sigue pareciendo clave la tesis kantiana de que la disposición del ser de razón que apunta a la creación o recepción de la obra de arte... es de otro orden que aquella que apunta al conocimiento (siempre confrontado a alguna modalidad de objetividad).

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21 de agosto de 2008
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Cocineros y cocineras

Hay algo que no puedo soportar tanto de la llamada alta como de la baja cocina y es que los dedos de los cocineros y cocineras manoseen los alimentos más de lo debido. He comido los platos más exquisitos salidos de las manos de mi madre, que no era cocinera profesional pero que sabía hacer auténticas delicias, la he observado elaborando los platos horas y horas y jamás la vi toquetear tanto con los dedos como veo que hacen los grandes cocineros un hojaldre o lo que sea para quede muy bonito en el plato. De acuerdo que un cocinero constantemente se está lavando las manos o limpiándoselas con un paño, pero tampoco hay que olvidar que nuestra piel siempre está desprendiendo células muertas sin parar y que están las uñas, que por maravillosamente bien cepilladas que estén no deja de haber un hueco entre uñas y carne. Los cocineros se permiten hacer cosas que yo no hago en mi casa con las cosas que me voy a comer yo misma.

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21 de agosto de 2008
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Marche otro White Russian

Un lugar común de la intelligenzia crítica es alabar cualquier cosa de los hermanos Coen. A esta altura del partido, yo tiendo a desconfiar de cualquiera de sus películas ‘serias' con excepción de Blood Simple, su debut. Lo cual equivale a decir que no me trago ni Barton Fink ni No Country For Old Men. (La película, porque la novela original de Cormac McCarthy me parece increíble.) Lo que sí me gusta, sin embargo, son la mayor parte de sus comedias: Raising Arizona, The Hudsucker Proxy, Fargo, O Brother, Where Art Thou? -y por supuesto, The Big Lebowski.

A menudo el mecanismo que pone a andar una comedia de los Coen es una traslación, o entrecruzamiento, entre géneros. ¿Qué pasaría si mezclo una historia policial negra al estilo de las de James M. Cain con un personaje digno de las comedias televisivas de los años 50 -lo que va del Fred MacMurray de Double Indemnity al de My Three Sons? Algo muy parecido a Fargo. ¿Qué pasaría si intentásemos reescribir La Odisea durante la Depresión de los años 30? Algo muy parecido a O Brother, Where Art Thou? ¿Qué pasaría si intentásemos reescribir The Big Sleep de Raymond Chandler, en tiempos contemporáneos y con un stoner en lugar de Philip Marlowe? Algo muy parecido a The Big Lebowski.

/upload/fotos/blogs_entradas/the_big_lebowski___jeff_bridges_med.jpgThe Big Lebowski es una película que para mí está llena de placeres. Empezando por la actuación de Jeff Bridges, uno de los verdaderamente grandes del cine de hoy, nunca reconocido a la altura de sus merecimientos. Su Jeff ‘the Dude' Lebowski existe en el film con tanta naturalidad -fumón, felizmente desempleado, devoto del bowling y del cóctel White Russian-, que resulta fácil confundirse y creer que Bridges simplemente ‘es' the Dude. Por lo demás, el retrato de Los Angeles a comienzos de los 90, un mundo donde todo es pretensión a excepción de the Dude y su psicótico amigo Walter (John Goodman), es sencillamente desopilante y alcanza un paroxismo kitsch en la versión de Hotel California interpretada -en algo que tan sólo parece español- por los Gypsy Kings.

En otras de sus comedias, a los Coen el pastiche se les va de las manos. Pero en The Big Lebowski todo existe en su justa medida. Una comedia ideal para ver con los amigos, bien tarde por la noche y después de haber bebido unos cuentos White Russians de más -vodka, Kahlúa y crema.

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21 de agosto de 2008
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Mentiras, mentirosos

/upload/fotos/blogs_entradas/los_mares_de_wang_med.jpgLeyendo el magnífico viaje por China de Gabi Martínez, Los mares de Wang, entiendo aquello de "esto es un cuento chino", frase ahora en decadencia pero que usábamos mucho cuando no nos creíamos algo. Siempre he pensado que hay que saber mentir. Y para saber mentir hay que tener cualidades y no viene nada mal tener práctica. No se hace uno mentiroso en un día. Ni en un curso rápido. Saber mentir es un arte antiguo, una dedicación que no se preocupa de aparentar nobleza. La mentira no será noble pero debe ser inteligente.

Cuenta Gabi Martínez que los chinos son el pueblo que mejor miente, el que más orgulloso está de su capacidad para engañar, para mentir no por mentir sino con voluntad de prosperar."Engañar para prosperar", un lema que me parece admirable.

Siempre he sido un mentiroso vocacional. No se si un gran mentiroso pero al menos lo he intentado. Me he pasado una no corta vida contando mentiras. He practicado bastante y sigo en ello. Y, de alguna manera, vivo de ello. Vivo de mis mentiras. De la mentira de las mentiras. Hermana pequeña y menos pretenciosa de la verdad de las mentiras de Vargas Llosa y los grandes mentirosos. Los pequeños no pretendemos la verdad.

Mentiroso de vocación. No hay que descubrirse pero tampoco hay que ocultarse. No hace falta reivindicarnos, somos mentirosos porque hemos querido ser así. Yo me recuerdo mentiroso desde pequeño. Y recuerdo el placer que proporcionaba hacer pasar una mentira como si fuera una verdad. ¡El insoportable prestigio de la verdad!

Los mentirosos tenemos poca fe, en eso no mentimos. El sagaz, certero y descreído de Paul Valéry escribió: "La fe es un vigor que se toma por una verdad". Pues eso, la verdad para los que tengan fe. Yo con los chinos. Con esos que consideran que para ser un héroe no hay que correr riesgos. Con esos que llevan siglos practicando el engaño sistemático y el arte de la mentira.

Escribe Gabi Martínez: "China ha dado gente muy capaz de driblar reglas, en cierto modo porque adoran los inventos y el juego, los desafíos en fin." También destaca otra gran cualidad de este pueblo tan simulador, una característica que también admiro y a la que tanto debe nuestra literatura: la picardía, la picaresca. También son maestros en ese disimulo, ese engaño de sentidos y sentimientos que usan los pícaros.

Tengo que escaparme a China. Vivir experiencias entre chinos esos olímpicos campeones de la mentira. Hay que ser mentiroso para todavía considerarse un país comunista. Unos genios. Una suerte de triunfo de la poesía sobre la realidad.

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20 de agosto de 2008
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Tipografía

Cualquier persona que sabe algo de tipografía sabe también que no se debe escribir esta palabra en internet. El código HTML que despliegue el contenido de una página en su pantalla es un error para la tipografía. No permite un arreglo fino de los espacios entre las letras y tampoco entre las palabras. Aun peor, según el navegador utilizado, modifica de manera distinta el espacio entre las líneas. Un texto en una pantalla es un regreso de la tipografía, una muestra de progreso al revés.

Francamente, pocas veces he tenido la posibilidad de disfrutar de la tipografía en Internet. Una excepción fue hace unos días al recibir el enlace de un vídeo en inglés. Se trata de una pequeña obra de teatro cuyos personajes son familias tipográficas: Times New Roman, Futura, Baskerville Old Face, Arial Narrow, etc. Debaten sobre la posibilidad de reconocer como miembro de su cofradía a Zapf Dingbats. Es la cosa más cómica que he visto pues cada familia de caracteres tiene un traje, un acento, una manera de hablar que corresponde a su tipografía.

Como un regalo no viene solo, tengo también algo muy raro: muestras de caligrafía de grandes creadores de tipografía. Lo que más me gusta es lo que hace Marina Bantjes (en la imagen que viene con este post). Demuestra su capacidad para escribir de tres maneras definidas y distintas. Una hazaña. Pero Bantjes es un caso aparte: no produce fuentes, solo obras con letras. Una artista.

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20 de agosto de 2008
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Honrados nihilistas

En el mundo del arte contemporáneo hay sin duda algunos cínicos, que utilizan el desconcierto de los ciudadanos ante la proliferación de sofisticados productos culturales y sus complejos por la imposibilidad de estar al día, para literalmente venderles aire. Mas en este universo mercantil, en esta feria de algo más que vanidades en la que se forja la urdimbre y la trama del intercambio artístico, hay sobre todo nihilistas, nihilistas perfectamente honrados, es decir gente a la que en nada afecta la obra de arte pero que, con respecto a la misma hablan con propiedad.

Hablan con propiedad porque de la obra de arte lo saben todo, entendiendo por saber esa forma desvirtuada que consiste en ser reflejo subjetivo de las conexiones entre las obras mismas, tanto entre las que se forjan contemporáneamente a nosotros, como entre éstas y las que las preceden en la historia del arte.

Hablan con propiedad porque entienden allí donde la mayoría ni entendemos nada, ni puñetera falta que nos hace entender. Entendía el comisario del evocado evento sevillano que su ocurrencia de reificar (de erigir literalmente en obra) las opiniones de los ciudadanos tiene un nexo con alguna ocurrencia precedente, la cual, por razones que yo desde luego ni husmeo, fue considerada en algún lugar y por alguien con autoridad (es decir, con el grado de erudición suficiente) como susceptible de ser subsumida bajo la rúbrica obra de arte.

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20 de agosto de 2008
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La confianza

El otro nos pide que le devolvamos nuestra confianza pero la confianza, tan importante y delicada de conceder, no puede ofrecerse nunca con una garantía mínima sino es a cambio de actos netos. Toda la retórica para rescatar o ganar la confianza por imploración cae en una u otra farsa sin la correspondencia de la acción. O, expresado de otro modo: no es la intención la que ilumina la confianza sino la concreta revelación quien mueve nuestra intención. Intención para dar una confianza proporcionada o incluso añadir un segmento más a partir de lo ya izado. Sin realización no hay modo de entrega. Sin obra no hay fe, al contrario de lo que las religiones predican respecto a una figura divina que no ha hecho todavía nada pero ante el cual se exige rendir nuestra creencia. Creer en el otro sólo es eficaz, por mezquino que parezca, tras haber verificado sus creaciones o sus conquistas. Las auténticas promesas, cuando se aceptan, incluyen siempre un imprescindible, aún procedente de un territorio diferente al que corresponde la petición. Hay gentes de mala calidad a las que no puede concedérseles confianza en lo principal pero acaso sí en algunos detalles de calderilla pero a causa de sopesar que la posible pérdida no nos quebrará. Sobre las demás peticiones del otro no servirá comportarse con holgura o magnanimidad porque todo el don que se anticipe correrá el riesgo de corromperse, falto de la esperada contraprestación que lo fertilice.

Perdida la confianza en el otro su recuperación se hace tan ardua como si se tratara de resucitar, tiempo después, un tejido necrosado y, como consecuencia, cualquier injerto, cualquier bálsamo lírico, cualquier imaginario o reconstituido ideal será tan frágil que una mínima decepción sucesiva matará mutuamente. Carboniza y desleal y radicalmente asesina el corazón de quien confiaba puesto que ambos padecen la maldición recíproca de un fracaso numénico: el terrible fracaso de lo bienintencionado que no es sino el más amargo revés de la malla humana. Necesitamos trenzarnos con los demás para la supervivencia común pero ¿qué será de nosotros si esa red está podrida o mal remendada, de tan barata calidad que cede ante cualquier intensidad de la vida?

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20 de agosto de 2008
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Conan es bárbaro

Los argentinos que quieren ver televisión a la hora de la cena se enfrentan a un grave problema (y si no tienen servicio de cable, ni les digo): la sobreabundancia de estupidez. Una vez terminados los noticieros, los canales de aire locales se dedican a los concursos de baile, o a discernir quién logra atravesar o no un muro de telgopor -no lo estoy inventando, se los juro- o a los culebrones latinoamericanos. Hasta no hace mucho yo recalaba un rato en un programa llamado RSM (la sigla de Resumen de los Medios), pero el título de la emisión terminó por volverse profecía autocumplida y ahora lo único que hace es refritar las estupideces que ocurren en los otros programas. Y yo que me paso la vida esquivando personajes como la Tota Santillán (un animador de veladas cumbieras), Belén Francese (sex symbol de cabotaje que acaba de editar... un libro de poemas) y Karina Jelinek (otro sex symbol de escaso wattaje, que cuando se le presentó la opción entre Ortega y Gasset eligió a Gasset), no quiero que me los mezclen en el guiso como si fuesen ingredientes nuevos. Para peor, todas las series buenas han terminado sus temporadas. (Gracias a Dios por HBO y The Wire...) /upload/fotos/blogs_entradas/veronica_mars_med.jpgEn estos días, lo que hago para entretenerme es ver ¡por segunda vez! las tres temporadas de Veronica Mars...

Por fortuna este páramo encontró un alivio en el canal de cable I-Sat, que ahora emite de lunes a viernes a las 21 Late Night with Conan O'Brien. El programa es un clásico de los talk-shows nocturnos de los Estados Unidos: emisión en estudio, banda en vivo, monólogo de apertura, dos breves entrevistas en el piso y músicos invitados para el cierre. Un formato que allí es más común que el agua -definido por Johnny Carson y establecido, entre otros, por David Letterman y Jay Leno- pero que en Latinoamérica es bastante inusual, a excepción de los shows de Roberto Pettinato en la Argentina y de Ya es mediodía en China del canal Sony.

O'Brien empezó escribiendo para Saturday Night Live. Entre 1991 y 1993 -la época dorada, para mucha gente- fue productor y guionista de The Simpsons. Ese último año debutó como conductor de Late Night reemplazando nada menos que a Letterman. Sus comienzos no fueron nada auspiciosos. El pobre de Conan se veía tan nervioso y fuera de lugar, que la misma presentación del show -una animación- lo mostraba sudando y tirándose del cuello de la camisa. Es verdad que sigue siendo un hombre extraño: altísimo y con una indomable mata de pelo rojo, se mueve de tal forma que uno busca los hilos de fondo para entender si está o no viendo un episodio de Capitán Escarlata. Pero por lo menos no perdió nunca el sentido del humor respecto de sí mismo. Cuando el show cumplió una década en el aire, Mr. T le regaló una cadena de oro con el número 7. O'Brien le recordó que celebraba 10 años, Mr. T le recordó que ‘sólo había sido gracioso durante siete'.

Sus monólogos y su presencia en cámara siguen haciéndome reír. Por lo demás, preferiré toda la vida ver una entrevista a Michael Caine, Gary Oldman o Liam Neeson que a la Tota Santillán hablando de sus romances.

Gracias a I-Sat y a Conan O'Brien, pues, por hacer más llevaderas mis noches.  

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20 de agosto de 2008
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El Boomeran(g)
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