Marcelo Figueras
Una vez copié la cabeza del David de Miguel Ángel, inspirándome en la foto de un libro que mis abuelos habían traído de Italia. Para ser sincero, estaba orgulloso del dibujo. Me había dado mucho trabajo: ¡tantos ricitos en esa cabeza de mármol! Se ve que mi madre también estaba orgullosa, porque en una reunión se lo mostró a sus amigos y uno de ellos, Felipe, el ingeniero, emitió el siguiente dictamen: ‘Esta parte está bárbara’, dijo, aludiendo al rostro -la parte por la que siempre empiezo a dibujar. ‘Pero acá se empezó a cansar’, dijo, señalando la parte superior de la cabellera. ‘Y a esta altura -concluyó, mostrándole a mi madre los ricitos de la nuca- ya estaba hinchado las pelotas’.
Felipe tenía razón. ¿Pero puedo atribuirle a esa crítica aguda mi defección como dibujante? Claro que no. Supongo que con el correr del tiempo y el acrecentarse de mis ambiciones, opté por aquello que creía hacer mejor. Es más fácil escribir: ‘El ejército de mil samuráis asomó en la ladera de la colina’, que dibujar a los mil guerreros en posición de ataque. Pero tampoco se lo atribuyo a la dinámica del trabajo menor: imagino que ilustradores y dibujantes encontrarían igualmente difícil contar la historia que visualizan tan sólo con palabras, que pueden ser dificultosas como la silueta de un millón de guerreros. Y en mi caso yo elegí que las palabras fuesen el germen de todas mis historias, cosa que siguen siendo, aun cuando escribo para el cine.
¿Me habré perdido muchas cosas al dejar de dibujar? ¿Cuántas cosas habrán perdido ustedes, desde que archivaron sus crayones y sus lápices?
Nunca dejé de apreciar ese arte, que sigo considerando tan difícil como magnífico. Con el tiempo me sedujeron Pratt, Frank Miller y muchos de los ilustradores de las historietas de Alan Moore: Dave Gibbons, Brian Bolland, Kevin O’Neill…
Lo que hoy me pregunto es si se puede volver a dibujar. ¿Podrían ustedes ir más allá de los corazones, rayos y culebras que garabatean mientras hablan por teléfono? En estos días me ha dado por ahí, y con lápiz y papel comprobé que en buena medida es como andar en bicicleta: más allá de que estoy oxidado, las líneas y las formas se parecen a aquellas que solía dibujar -más aún, es como si hubiese retomado en el preciso punto en que dejé. Lo cual no deja de ser extraño. Supongo que, aunque no hubiese escrito ficción desde mi adolescencia, si lo intentase hoy mi voz sería totalmente diferente. En cambio mis dibujos son los dibujos de aquel adolescente… ¿Podré ‘remozar’ mi habilidad de entonces, empezando a dibujar cosas que me representen hoy? ¿O es que a la hora de dibujar seguiré siendo siempre ‘aquel’ Figueras, el chico que se pasaba horas dibujando superhéroes? A esta altura de mi vida, cualquier cosa que me haga sentir joven otra vez merece ser considerada.
Por supuesto, no es que me puse a dibujar porque sí. Estoy metido en un proyecto que si todo va bien conocerán el año próximo. Y por una serie de razones, empecé a preguntarme si para completarlo tal como se debe no sería necesario que volviese al tablero, los lápices y las tintas.
Por ahora estoy experimentando. Después les cuento…