Clara Sánchez
En esta nueva película se han conservado algunos detalles, golpes de efecto, pero se ha eliminado la sensación de conspiración, por lo que Mulder y Scully pasan a ser dos detectives corrientuchas que no llegan ni a ceseís. El entusiasmo de Mulder ya no es creíble ni aun quitándose la barba, y el agotamiento existencial de Scully resulta bastante aburrido. La mirada le ha languidecido y toda ella se ha vuelto tan esbelta, estilizada y elegante que en este nuevo cuerpo aquellos toscos abrigos beige parecen de alta costura. ¡Por Dios!, donde quiera que estés, Scully vuelve. Sal de esta mujer sofisticada de pelo largo que se empeña machaconamente en no creer en nada. Por cierto, no me quedó muy claro en qué no creía. Puede que en la propia historia en que están envueltos que más rocambolesca no puede ser, algo que nunca importó en la serie, en que uno se dejaba llevar por sus idas y venidas sin preguntar, pero que en esta entrega nos parece chocante. Y eso que introducir la presencia de la iglesia en los turbios asuntos que ocupan a la pareja es un acierto. Esto me recuerda la declaración que hizo recientemente el Vaticano aceptando la posibilidad de vida inteligente en otros planetas, de que existan mundos habitados por otros hijos también de Dios, lo que viniendo de una institución que recela y se pone en guardia ante cualquier novedad o síntoma de progreso resulta sorprendente. ¿Nadie tiene nada que decir de esto?