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Del verbo novelar / y IV

IV. Del principio a la culpa. 

Muy poco se conoce la historia que se cuenta mientras aún no se encuentra cómo contarla, y en ese no encontrar se van los días, algunos de ellos tan secos y contemplativos que pronto desembocan en la culpa. Tan mexicana ella. Menudean los quejosos por su intromisión, algunos llegan hasta el psicoanalista con tal de sacudírsela, pero otros preferimos encomendarnos a su protección. Es nuestro capataz, no podemos dejarla. Cada vez que abandono la novela, alguien dentro de mí le prende veladoras a Iscariote Mártir.

     No me interesa hacer una declaración de principios, entre otras cosas porque ya pasé de la página 500 y sigo sin saber dónde queda el principio. Tampoco sé muy bien cuál es el objetivo, suponiendo que lo haya, como no sea el de por fin salir de los meandros que llevo sabrá el diablo cuántos años construyendo. El problema es que antes necesito terminar de construirlo y a estas alturas todavía ignoro dónde empieza y termina esa novela a la que llamo mía solamente porque soy todo suyo. Voy, pues, sobre mis huellas. Si no puedo saber, por el momento, dónde inicia mi historia, por lo menos sabré desde cuándo la escribo... Hago cuentas y encuentro que el origen de lo que quiero contar es todavía más impreciso. Cuando a uno se le ocurre la idea a todas luces insensata de sentarse a escribir una novela, no hace sino atender al más reciente de una hilera de signos en la carretera, a saber dónde y cuándo habrá visto el primero. Es un aullido viejo, en todo caso. Podría ser incluso un impulso primitivo, si no incluyera la comezón de contar.

     Cuento así cuanto ignoro, aun y sobre todo cuando pongo cara de saberlo. Soy un intruso y voy por mi historia sin ser visto. Mi meta es no existir en esos dominios, una vez que ellos dejen de existir en mí. Me gustaría ser el constructor anónimo de una ciudad perdida en lo hondo del desierto. Las Vegas, por ejemplo. Apostarme completo a una historia imposible, y por tanto probable, a ojos periféricos. Apostar a perder y terminar quebrando a la banca, que es lo que al fin sucede cuando uno llega al fin de la novela y se sorprende vivo. ¿Qué escribí?, se pregunta al día siguiente. ¿Qué conté? ¿Qué pasó? ¿Qué me pasó? ¿Qué hace ahí ese león muerto? Desde la periferia de la periferia de la periferia, me viene a la memoria la salida común de una antigua serie de televisión. "En la confusión", solía decir Mike Connors al final de cada capítulo de En la cuerda floja, "un hombre escapó: yo". Vuelvo a la madriguera. Si preguntan por mí, nadie me ha visto.

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25 de noviembre de 2008
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Raúl Marcial Pérez

El 8 de diciembre de 2006, los pistoleros entraron a la redacción del diario El Grafico ubicada en Juxtlahuaca, Oaxaca. Buscaron al columnista y le dispararon 28 veces con armas calibres 22 y 9 milímetros. Murió en el acto, frente a María de Jesús una abogada que en ese momento platicaba con él y que resulto herida. Fue muy crítico con el gobierno del cuestionado gobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz. Publicaba tres veces por semana su columna "La otra cara de la moneda" donde había denunciado últimamente las terribles violaciones a los derechos humanos cometidas por el Ejecutivo y su gente. Fue fundador de la organización indígena Unidad para el Bienestar Social de la Región Triqui (UBISORT). Las autoridades descartaron el móvil periodístico del crimen y no lo resolvieron.

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25 de noviembre de 2008
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El verdadero misterio de la historia evolutiva

Suponía que la identidad lingüística de nuestro comensal se reducía al grado de actualización de su capacidad de hablar que ha puesto de manifiesto ante su interlocutor de la casa de comidas; suponía que su bagaje lingüístico se reducía a esos pobres esbozos de aprehensión de las cosas y las circunstancias; suponía, en definitiva, que ninguna otra lengua forja ya su espíritu y que lo que es capaz de pensar en la lengua del de la casa de comidas constituye su único pensamiento digamos no meramente animal, es decir su único pensamiento mediatizado por el lenguaje. (Precisión necesaria, pues pensar no implica hablar, de lo contrario habría que negar el pensamiento a los animales, cosa absurda; simplemente los animales tienen un pensamiento a- lingüístico). Se imponía entonces el paralelismo con la situación de un niño que meramente está aprendiendo a hablar. Pues un niño no puede servirse de una lengua anterior para archivar, como se archiva la representación de un objeto, el conjunto de frases que configuran el diálogo en el restaurante arriba expuesto. /upload/fotos/blogs_entradas/hablarbebes2_med.jpgEl niño que aprende a hablar se enfrenta a la lengua tan sólo con su naturaleza lingüística, aun casi en estado virginal, y el deseo - innato en toda especie viva- de que esta naturaleza se despliegue. Pues lo que es virtual pugna por abrirse paso, por hacerse acto y mediatizar el mundo.

Careciendo-por definición- de lengua preexistente el in-fante que está dejando de serlo no archiva frases en su memoria lingüística; más bien construye tal memoria liberando (si alguna circunstancia trágica, o canallesca, no lo impide) su potencia de fundirse en nuevas palabras y sobre todo en un conjunto de imprevisibles combinaciones de las mismas; conjunto cuya cardinalidad crece exponencialmente, trascendiendo lo finito y lo enumerable y reduciendo a magnitud ínfima el número de combinaciones de átomos del universo.

Aquí reside el verdadero misterio de la historia evolutiva: el mundo ha dado pie a algo que parece un código de señales pero que se empobrecería si se limitara a señalizar cosas del mundo... el mundo se ha hecho pequeño para la palabra.

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25 de noviembre de 2008
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Regás y seguimos con extravagantes

El primer libro de Rosa Regás fue una manera de entender a una de las más peculiares ciudades europeas, Ginebra. Ciudad tranquila, adinerada, aburrida, ordenada y sin embargo llena de interés. El libro, otra vez en librerías ésta vez rescatado por la editorial Herce, es un pálpito real de los secretos e intrahistorias de esa ciudad. Algo así como una novela, una biografía de la ciudad. Al final hay un catálogo de extravagantes que vivieron a lo largo de la historia de la ciudad. Escritores, políticos, obispos, pintores, inventores y alguna hermosa y desconocida artista. Sorprende la vida de una hija de una hermosa bailarina, Carlota Grissi, que nunca pudo vivir el amor con Théophile Gautier porque no la encontró. Su marido la debía tener muy escondida. Gautier, entonces, se casó con su hermana y tuvo dos hijas. Una de ellas, Judith a los dieciocho años "despertó el amor violento de Wagner, que entonces tenía 56 años, y a los 22 años tuvo un romance con el septuagenario Víctor Hugo".

Inquietante ésta Judith. No estoy seguro si le gustaban mayores o famosos, en cualquier caso anima mucho pensar en el amor a edad madura y además con jovencitas. Siempre es complicado el amor pero lo hombres- e imagino que las mujeres aunque conocemos menos casos- tenemos esa tentación permanente de seguir a la Lolita. Aunque quizá, la hermosa Judith, ya no era "lolita" a los 18 años, desde luego no a los 22. No deja de ser inquietante y atractiva una historia amorosa con esa diferencia de edad. No se si halaga o ridiculiza a los mayores pero desde la imaginación resulta una apasionante complicación.

No consigo que Judith se vaya de mi imaginación. Intentaré averiguar algo más de ésta extravagante y enamoradiza joven. Se admiten pistas.

Nota: por error se ha publicado un post hoy por la mañana que fue escrito hace dos años en torno a Rosa Regás. Rectificamos con el nuevo.

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25 de noviembre de 2008
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El cartero siempre llama dos veces

Anoche cundo llevaba unas tres horas durmiendo me desvelé, y empecé a darle vueltas a los problemas, y las preocupaciones se agigantaban y parecía que nada tendría nunca solución. Entonces eché mano a la librería que hay cerca de la cama. Me daba igual cualquier libro, sólo quería no pensar./upload/fotos/blogs_entradas/el_cartero_siempre_llama_dos_veces_med.jpg Saqué El cartero siempre llama dos veces, de James M. Cain. Hacía por lo menos diez años que no había vuelto a leerlo. ¿Seguiría gustándome? Empecé. Frank baja del camión de heno y llega a la fonda de Los Robles Gemelos. Primero ve a Nick, el griego, y luego descubre  a Cora:

"Entonces fue cuando la vi. Hasta ese momento había estado en la cocina, pero entró en el comedor para levantar la mesa. Quitando el cuerpo, la verdad es que no era de una belleza arrebatadora, pero tenía la mirada hosca, y unos labios abultados que me dieron ganas de aplastarlos con los míos".

No pude parar hasta terminarla, y eso que me sabía la historia de memoria y que iba reconociendo cada una de las palabras según las iba leyendo. Pero esta novela es como una canción que uno no se cansa de escuchar. Y llegó el alba y aquí me tenéis, sin pegar ojo.

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25 de noviembre de 2008
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La divinidad del cambio

Desde hace más o menos tres décadas todos los políticos, de izquierda, de centro o de derechas, proclaman en sus eslogan ser los auténticos representantes del cambio. Con ellos las cosas cambiarán. Gracias a su elección el cambio sobrevendrá o habrá sobrevenido de súbito en el momento del escrutinio triunfal. Desde la campaña del primer Felipe González hasta el último congreso del PP o el reciente rally de Barack Obama la oferta fundamental dirigida al electorado ha sido el cambio. El cambio y el cambio sin más. No esto o aquello a cambiar en concreto sino simplemente la idea de acceder a cambiar.

Cambiar ha adquirido así el máximo valor. Simbólico, político, electoral. Probablemente porque las cosas parecen ir mal o muy mal desde hace tiempo, pese a todo el crecimiento, y, en segundo lugar, porque nada puede adquirir verdadero valor si no se mueve. O si perdura especialmente ahora en una sociedad eminentemente variable, sustantivamente trufada de la imponente cultura de consumo cuya clave se apoya precisamente en reemplazar. En sustituir cualquier cosa (objetos, conceptos, parejas, trabajos, destinos) viejas o no por otras. La ideología de cambiar ha crecido tanto que se confunde con el crecimiento o el progreso. Y si ciertamente todo progreso conlleva cambio no necesariamente cualquier cambio conducirá ineluctablemente al progreso. La identificación de progreso y cambio es del mismo orden que la ecuación mental que une cambio a mejora. La justicia, la sanidad, la educación, el bienestar mejoran si alguien promete que los va a cambiar. ¿Prueba de que todo está tan mal que suspiramos para que no siga igual? ¿Prueba de que cambiando, no importa qué ni cómo ni hacia qué propósito prosperaremos? Sin duda esto compone nuestro arrière- pensée. El cambio anida en nuestra conciencia como la piedra filosofal que todo lo logra, el detergente que todo lo limpia, la termomix que todo lo trata, la medicina que cualquier mal cura. De este modo no hace falta al candidato otro elemento coadyuvante, además de la retórica, que la verosimilitud de su imagen cambiaria. Así McCain sería la estampa de lo establecido, el cuerpo sin posibilidad de cambiar/mejorar, mientras Obama, de piel presidencial inédita, de rara composición biográfica, de suficiente aforo para las sorpresas representaba la figura proclive a la variación. El cambio nos revitaliza, el cambio nos reemplaza una vida por otra, un paisaje por una secuencia más. El cambio o lo nuevo interaccionan entre sí para fundirse en la mística de lo mejor. La base de esta idea procede acaso de diferentes coyunturas siglos atrás pero jamás como en estos momentos su enunciación ha sido tanto el lema de la derecha como de la izquierda, de los conservadores o de los progresista, de quienes defienden el orden establecido o de quienes lucha por alguna revolución. ¿Consecuencia? El cambio se vuelve un depósito sin rellenar , un continente donde flota una abstracción y en cuyo centro imaginario reside una ficción de cuyo luminaria cada cual se sirve para encender su personal ideal de lo mejor.

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25 de noviembre de 2008
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El amigo alemán

Después de haber hecho una lectura de La batalla del calentamiento en Waldbronn (que a esta altura es lo más parecido a un segundo hogar que tengo en Alemania), llegué a Frankfurt, la ciudad que los escritores registramos ante todo como sede de la Feria más importante del mundo en materia de libros. Y allí conocí a la gente de la Sociedad para la Promoción de la Literatura Africana, Asiática y Latinoamericana. ¿Qué es lo que hacen estos alemanes tan delirantes como maravillosos? Pues lo que su augusto nombre propone, dado que están convencidos de que la ficción literaria no se agota en Europa ni en los Estados Unidos: promueven las traducciones al alemán de autores de los tres continentes mentados (en este año, sin ir más lejos, han colaborado económicamente con editoriales para traducir novelas del peruano Daniel Alarcón, de Martín Kohan y de la uruguaya Cristina Peri Rossi, entre otros autores -como yo, por ejemplo), /upload/fotos/blogs_entradas/cuando_me_muera_quiero_que_me_toquen_cumbia_med.jpgcompilan material informativo sobre nuestras letras asesorando a editoriales y medios alemanes, mantienen al día un banco de datos al que todos pueden acceder (me encanta descubrir allí a Der Robin Hood von San Fernando, que es como rebautizaron al maravilloso libro de Crstian Alarcón Cuando me muera quiero que me toquen cumbia) y organizan lecturas y encuentros, además de colaborar con la mismísima Feria.

Conversando con una de sus representantes, Corry von Mayenburg, le cuento que en América Latina ni siquiera podemos coordinar entre nuestros propios países para difundir la literatura que hacemos. Los colombianos no conocen la inmensa mayoría de lo que hacemos los argentinos, los chilenos no saben de los mexicanos, los uruguayos desconocen a los ecuatorianos -y viceversa, en todos los casos. ¡Y eso que ni siquiera tenemos que sortear la dificultad de que alguien nos traduzca!

Espero que Corry haya entendido que las desventuras latinoamericanas de las que le hablé (nuestros países no parecen tener gran interés en fomentar el intercambio cultural) eran un elogio indirecto al interés que ellos ponen en conocer y difundir voces distintas de las suyas, y también de las predominantes en inglés.

Por la noche, al término de mi lectura en un pequeño castillo que lleva el apropiado nombre de Gotisches Haus, conozco a Roland Spiller, un profesor de la Universidad de Frankfurt con particular debilidad por la literatura latinoamericana en general, y argentina en particular. Me dice entusiasmado que viajará a la Argentina en mayo, para participar de un coloquio sobre el tema. Poco después me entero de un encuentro que también ocurrirá en la Argentina entre traductores alemanes que trabajan sobre originales en español. Es obvio que esta gente tiene un interés militante en el otro: otras voces, otros ámbitos, diría el viejo Truman. Y que ese interés los dignifica, en tanto muestra cuán abiertos están a nuevas experiencias.

A este respecto, al menos, me gustaría que alguna vez caminásemos en sus huellas.

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25 de noviembre de 2008
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Genio político, individuo universal

Obama presentó ayer su equipo económico. Todo lo que ha hecho hasta ahora va en la misma dirección: las expectativas cada vez son mayores, casi tanto como las dificultades que van surgiendo o que se anuncian. Quiere ser el Gobierno de los mejores. También el Equipo de los Rivales: cuatro candidatos a las primarias presidenciales se sentarán en el gabinete: Joe Biden, Bill Richardson, Hillary Clinton y el propio Obama. Esta expresión viene de los tiempos de Lincoln. Como el Banco de Cerebros (Brain Trust) de Roosevelt. O los mejores y más brillantes (The Best and the Brightest) acuñados por David Halberstam para la Administración Kennedy. Hay ambición, hay talento y, sobre todo, hay un proyecto de rectificación histórica que requiere el concurso de todos lo esfuerzos, republicanos incluidos.

Alto, muy alto está el listón. Enormes son las esperanzas de los votantes y ahora ya de los ciudadanos. También del mundo. Y extraordinarias las ilusiones de los socios y amigos. Las comparaciones de los comentaristas son colosales, fácilmente presa de la exageración. El espacio para el desencanto y la decepción, que muy rápidamente se traduce en rencor y desprecio, es ancho y largo. Ya vemos quienes dan la pauta para medir su talento y su comportamiento, los mejores presidentes de Estados Unidos, tres personajes que han dejado una marca indeleble en la historia del país, todos ellos situados en la parte más alta de lista de las grandes personalidades y uno de ellos, Lincoln, probablemente el mejor y el de una presidencia más transformadora. Dos murieron asesinados, el tercero murió de enfermedad. Los dos mayores hitos de la historia trepidante de Estados Unidos se asocian a dos de ellos. El otro ha sido el que más ha hecho soñar y el que más promesas y esperanzas suscitó. 

Pero ahora quiero tomar nota aquí del mayor y más profundo elogio que yo haya leído sobre el presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, porque ha sido publicado el domingo en el diario madrileño conservador Abc con la firma de alguien tan respetado y respetable como el filósofo barcelonés Eugenio Trías. Obama "ha sabido descifrar el código genético de nuestro tiempo"; "...la aparición de este personaje en el escenario político parece revalidar el Principio Esperanza"; "el viejo sueño de una Edad del Espíritu que sirve de idea regulativa resplandece en el horizonte". El artículo de Trías es toda una lección de filosofía de la historia, que le permite presentar a Obama como encarnación de lo que Hegel llama el ‘individuo universal', que es precisamente quien sabe interpretar y dar voz a su tiempo, de la misma forma que su ‘doble siniestro' también interpreta su tiempo pero impone de forma atroz esta interpretación al servicio de intereses particulares.

Julio César y Napoleón Bonaparte son las figuras que le sirven a Hegel para explicar esta figura histórica. Para Trías son Roseevelt, Kennedy y ahora Obama, que en su caso lo consigue con "una maestría deslumbrante". El doble siniestro se encarna en Hitler y Stalin en el siglo XX, que imponen los intereses particulares de raza o de clase y, atención, en el siglo XXI George W. Bush, que lo hace con "los delirios de su pequeño equipo ultramontano". No voy a decir más: léase el artículo "Donde arrecia el peligro", porque constituye una pieza también histórica, por quién la escribe, dónde la escribe y para quién la escribe, pero sobre todo por el qué, la calidad intelectual del texto y sus conclusiones, muy convincentes, aunque quienes nos dedicamos al periodismo nos veamos obligados a seguir como si fuera un juramento hipocrático una profesión de escepticismo que afecta a todos, Obama incluido, por supuesto.

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25 de noviembre de 2008
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Colección particular: El escritor ubicuo

Rafael Argullol: ¿Has visto, Delfín, esta fotografía colectiva?
Delfín Agudelo: Se trata de una foto más de todas aquellas que retratan la relación entre Hemingway y España.
R.A: Sí, la foto podría trasladarnos a todo un capítulo de la historia de España, porque a Hemingway lo vemos aquí brindando con Luis Miguel Dominguín y con Ava Gardner. En un momento determinado de la España cerradísima de Franco parecía ser que los únicos toques cosmopolitas que realmente funcionaban era por un lado Gardner como actriz y Hemingway, que reunía una extraña paradoja: por una lado era un escritor antifranquista, que había escrito una novela claramente antifranquista -Por quién doblan las campanas- ,pero por otro lado se convirtió en una especie de ícono del franquismo, en el sentido en que se le presentaba como el escritor norteamericano que vivía las delicias y autenticidad de España. Pero sobre todo lo que me hace recordar esta foto, además de el ambiente de esa época, es que  Hemingway tiene una extraña historia kafkiana en la geografía española: uno puede encontrar restaurantes y hoteles con placas de "Aquí estuvo comiendo Hemingway", o "Aquí estuvo durmiendo Hemingway" en toda España. Uno diría que se hubieran necesitado varias vidas para que realmente todas estas placas relataran un hecho cierto. Con esto nos encontramos casi un episodio novelesco protagonizado por Hemingway, que era una especie de fantasma, que estuvo al mismo tiempo en toda la geografía española.

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25 de noviembre de 2008
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II. Un Clinton negro

¿Quién es este negro blanco?, se pregunta con deje irónico Lévy. Un Clinton negro, se responde. Y uno no puede dejar de recordar que Toni Morrison, con apasionada compasión, dijo una vez que Clinton había sido tratado como un presidente negro, cuando un fiscal de vestiduras puritanas lo perseguía de manera implacable por causa de un aguado affair amoroso.

Obama cuatro años atrás a los ojos de un filósofo francés que se ha puesto los zapatos de Tocqueville en busca de explorar los Estados Unidos contemporáneos, y como buen francés austero de modales y temeroso del ridículo, sufre de vergüenza ajena al ver a los convencionales demócratas reunidos en el Fleet Center, ensombrerados con réplicas de cabezas de mulas, el símbolo de su partido, y rascacielos que recuerdan a las torres gemelas derribadas por un ataque terrorista.

Pero a la medianoche, cuando Obama sube al podio para pronunciar su discurso, Lévy se olvida de los sombreros de carnaval para apuntar el ligero paso de danza con que el desconocido camina por el escenario bajo la luz de los reflectores, la sabiduría de los gestos histriónicos, en los que calcula todo,  "la más ligera de las entonaciones debidamente calibrada, y aparentando improvisar hasta los suspiros".

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25 de noviembre de 2008
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