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Bolonia y los estudiantes

Desde que nuestros hijos no son tan contestatarios, ni revolucionarios, ni emprendedores como nosotros creemos que fuimos, los miramos con desilusión porque damos por hecho que no van a cambiar el mundo. Desde que les dejamos este caos de mierda y sin sentido y no encuentran estabilidad laboral, ni siquiera trabajo, nos parecen excesivamente perdidos y sin fuelle. No como nosotros, que tampoco lo tuvimos fácil, a decir verdad mucho más difícil, y aquí estamos dándoles ejemplo, y sin embargo, nada, como predicar en el desierto.

Desde que viajan con sus mochilas y saben idiomas y comprueban que el mundo es ancho, pero sobre todo ajeno porque los puestos, los huecos, las sillas ya están ocupados y porque no encuentran la manera de canalizar lo que han aprendido, tendemos a pensar que todo es culpa de su comodidad y que lamentablemente no han heredado nuestra capacidad de lucha.

Desde que de pequeños les dimos lo que nosotros no tuvimos y les rodeamos de juguetes, zapatillas de marca, cortes de pelo exclusivos, videojuegos, comida con colesterol y cincuenta mil chorradas, se lo estamos echando en cara. Desde que fracasan masivamente en la escuela porque enseñanza y aprendizaje no acaban de casar, por mucho que se cambien los planes de estudio de modo bastante absurdo por cierto, empezamos a añorar el viejo lema de "la letra con sangre entra".

Desde que no quieren largarse de casa de cualquier forma y no están dispuestos a pasarlas canutas por esos mundos de Dios y prefieren la seguridad de sus cuartos de adolescentes aun con un par de canas que les están robando la juventud, no podemos mirarles con orgullo. Desde que hemos decidido que nuestra juventud fue más interesante e intensa, les hemos vaciado de heroísmo y energía. Pero cuando estos mismos hijos se lanzan a la calle protestando, en este caso contra el proceso de Bolonia,  nos empiezan a poner bastante nerviosos.

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2 de diciembre de 2008
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De Marsé para Marsé

Era mi segundo candidato preferido para el Premio Cervantes, aunque igual de merecido que mi candidato perdedor. Yo había pensado que la frecuencia lógica era, primero premiamos a Caballero Bonald, que tiene los ochenta pasados, que tiene una obra en prosa, memorias y poemas incontestable. Y que es el último resistente de la generación poética de los cincuenta, más conocida como "generación del alcohol". Pero está visto que a los premios no se les pide lógica. Aunque a veces, éste año no vamos mal, tengan el acierto de premiar a alguien tan necesario para nuestra letras, para nuestra narrativa y para otras aventuras de nuestra literatura y alrededores como Juan Marsé.

Con Juan Marsé, con "Ultimas tardes con Teresa", "Encerrados con un solo juguete" o "La oscura historia de la prima Montse", nos dimos cuenta que nuestra literatura, nuestra narrativa no tenía que hacernos huir a otras francesas, americanas del norte o del sur o italiana. Narradores como Marsé hicieron posible que la novela española fuera leída con la misma, o mayor, pasión que habíamos leído a los de "fuera".

No olvidaré la avidez para encontrar aquella novela de madurez, de confirmación, "Si te dicen que caí". Una novela que estaba prohibida en España. Había que conseguirla en edición mexicana. Y ya estábamos en el año 73. Aquí no se pudo comprar hasta la muerte del innombrable. Novela realista y genial dónde los protagonistas son los mundos degradados de la posguerra, tan cruel, tan injusta, tan amoral.

Ya siempre quisimos a Marsé. En sus novelas, sus colaboraciones cinéfilas o sus retratos. No se podía retratar mejor que él con unas cuantas palabras. Incluso cuando es un autorretrato:

"...No ha tenido mucho gusto en haberse conocido, habría preferido pasar de largo de sí mismo, pero acepta resignado el saludo hipócrita del espejo y la broma pesada de la vida: al nacer se equivocó de país, de continente, de época, de oficio y probablemente de sexo. Hay en los ojos harapientos, arrimados a la nariz tumultuosa, una incurable nostalgia del payaso de circo que siempre quiso ser. Enmascararse, disfrazarse, camuflarse, ser otro...

Pero no hay nada que le aburra tanto como hablar de sí mismo, así que basta. Vestido de diablo y ligero de equipaje- algunos discos, algunos libros (ninguno de Baltasar Porcel, por supuesto), algunas fotos- se va por fin el infierno. Abur."

También yo soy ese autorretrato. Soy Marsé, escrituras aparte.

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2 de diciembre de 2008
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Adolfo Sánchez Guzmán

Desapareció el 28 de noviembre del 2006 y encontraron su cuerpo dos días después tirado en la colina Rica Santa Rosa de Ciudad Mendoza, Veracruz. Investigaba los nexos de bandas criminales con el poder político. Era corresponsal de Televisa y reportero de periódicos digitales. El 5 de diciembre la policía detuvo a Julián y Juan Carlos Rosas Palestino como autor intelectual y cómplice del asesinato, pero el procurador se apresuró a decir que el asesinato "fue circunstancial".

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2 de diciembre de 2008
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Democracia o muerte

Se ve pugnar y pugnar a los países latinoamericanos por alcanzar la democracia representativa entre fracasos sucesivos y nace la pregunta -desde Europa o desde Estados Unidos (donde la democracia ha llegado a esta insatisfactoria calidad)- si merece continuar marcándose como meta un sistema agotado tras más de 200 años de vida y enfermedad. O dicho de otro modo: ¿puede considerarse de razón luchar por la plena instauración, en el siglo XXI, de un sistema fundado y desarrollado para las circunstancias del XIX? ¿Es cordura seguir esperando un "incremento de la calidad democrática" de unos fundamentos organizativos creados para otro tiempo y tras haber extendido su experiencia hasta el momento de funcionar peor? ¿Cuál es su actualidad?: la Justicia manipulada por el Ejecutivo, el Legislativo en manos de los grupos de presión, el Gobierno en manos de los demagogos, los intereses económicos y los oportunismos electorales? En consecuencia ¿quién puede confiar que añadiendo tiempo al tiempo este noventacentista gane nuevo vigor? Más cabal sería, de acuerdo a la magnitud de los cambios sociales y tecnológicos, económicos y políticos, orientarse hacia un orden acorde con todo ello, coherente con una ciudadanía instruida, crítica y avezada en elecciones de todo tipo, consecuente con una economía de multinacionales o con una política, en definitiva, cuya contemporaneidad repele el poder de largas legislaturas, rechaza la rigidez de las leyes, la ineficiencia de las jerarquías, la verticalidad del Gobierno y su cualidad de poder. ¿Cómo no ser consciente del peso, antes inexistente, de la interconexión social, de los instrumentos de conocimiento y posible control crítico, de las posibilidades de participación y democracia directa tal como consigue en diferentes campos y formas la comunicación en red? ¿Cómo ignorar el profundo cambio de mundo? O ¿cómo reconocer ese cambio del mundo, tan diferente al siglo XIX, y seguir suspirando en Latinoamérica -por ejemplo- por el sistema de un tiempo extinguido y sepultado ya?

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2 de diciembre de 2008
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El viejo gorila todavía cena con nosotros

¿Se acuerdan ustedes del gorila? "Hay un gorila de 800 libras sentado en la mesa con nosotros". Esta fue la frase que le lanzó a la fama. La pronunció Condoleeza Rice el 7 de diciembre de 2005, en una cena en Bruselas con los ministros de Exteriores de la Alianza Atlántica. La secretaria de Estado norteamericana culminaba con este encuentro un viaje que la llevó a varios países europeos y que estuvo rodeado de una fuerte controversia. La señora Merkel acababa de instalarse en el Gobierno de coalición con los socialdemócratas, después de ganar las elecciones, y el propósito del viaje de Rice no era otro que enmendar en lo posible el pésimo estado de las relaciones transatlánticas después de la penosa situación en que habían quedado como resultado de la guerra preventiva de Irak y de la pelea entre Washington y París, con el apoyo de Berlín, en el Consejo de Seguridad.

Pero el propósito del viaje se fue al garete porque justo en aquellos días se conoció la existencia de cárceles secretas en territorio europeo y de vuelos clandestinos sobrevolando cielo también europeo y con escalas en sus aeropuertos, organizados por la CIA para interrogar a los sospechosos de terrorismo fuera del ámbito de protección legal de la justicia norteamericana. Antes de salir para Europa, al pie de la escalerilla del avión en la base de Andrews, la señora Rice tuvo que leer una solemne declaración, preparada por sus asesores legales, para cubrirse bien las espaldas.

Ahora todo parece un juego trivial, lleno de sobreentendidos y restricciones mentales, pero entonces produjo su efecto. Estados Unidos no violaba ninguna ley propia ni ajena, no torturaba y se mantenía siempre dentro de los cauces estrictamente legales, decía la señora Rice. Y también lo repitió en la cena de Bruselas. Pero a continuación vino la explicación sobre los nuevos tiempos que requieren nuevos conceptos, la necesidad de ayudar a Washington para ser ayudado, la caracterización de los terroristas como combatientes ilegales sin cobertura por parte de las convenciones internacionales. El gorila estaba ya sentado en la mesa.

Los vuelos, las cárceles y la cena trascendieron. Ha habido procesos y en algún caso condenas en Canadá, en Italia y en Alemania por el secuestro y tortura de sospechosos de terrorismo que eran perfectamente inocentes y tuvieron la fortuna de poder denunciarlo. También hubo investigaciones en el Consejo de Europa y en el Parlamento Europeo, todo lo inconclusivas que suelen ser en estas instituciones. Y se acabó. Hasta este fin de semana, en que el apestoso olor que acompaña al gorila ha regresado de nuevo.

Tal como acreditan los documentos secretos publicados por El País, en sus ediciones del domingo y del lunes, el Gobierno de Aznar colaboró con Estados Unidos en la organización de vuelos militares que transportaban a sospechosos de terrorismo a Guantánamo, en una acción que vulnera la legislación europea y española, y que constituye un avance de los posteriores vuelos de la CIA, éstos de carácter civil pero igualmente ilegales, realizados tanto bajo gobierno de Aznar como en la etapa de Zapatero.

La revelación viene al pelo, justo unas semanas antes de que se produzca el relevo en la Casa Blanca. Todos estos vuelos, los militares de la primera época y los civiles de la CIA de la segunda, nos indican que varios países europeos han estado colaborando con la guerra sucia de Bush, incluso cuando se han negado a participar en la guerra de Irak. Y nos llevan a concluir con la obligación que tenemos todos, parlamentarios europeos y norteamericanos, periodistas y opiniones públicas de las dos orillas del Atlántico, de hacer toda la luz sobre las vulneraciones de los derechos humanos y del Estado de derecho efectuadas bajo el amparo de la Guerra Global contra el Terror.

El Gobierno español ha mirado hasta ahora hacia otro lado: ahora tiene la oportunidad de demostrar que efectivamente no tiene nada que ver con todo esto. No es lo que piensan muchos observadores. En territorio europeo ha habido cárceles secretas, presumiblemente en Polonia, Rumania y en la Macedonia protegida por la UE. Numerosos aeropuertos europeos, españoles entre ellos, han sido utilizados para transportar prisioneros en vuelos militares y secuestrados en vuelos civiles. ¿A qué esperamos entonces para abrir una gran investigación sobre las complicidades europeas con la guerra ilegal contra el terrorismo declarada por George W. Bush?

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2 de diciembre de 2008
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Colección particular: la supervisora de los beneficios

Rafael Argullol: Mira, Delfín, esa imagen tan exuberante.
Delfín Agudelo: Se trata del cuadro "Benefits supervisor sleeping" de Lucien Freud que se vendió por 21,7 millones de euros en Christie's de Nueva York el pasado mes de mayo.
R.A.: Sí, pero no se llegó a vender exactamente por esa cantidad si no que se vendió por algo menos de esa cantidad tan franciscana y humilde. Lo mejor del caso es que ese ejemplo ha servido para relacionar la actual crisis económica con el peligro de que el arte se desmorone. Me hace gracia eso porque la paradoja está contenida no solamente en el título sino en el propio contenido del cuadro. Me gusta comprobar cómo esa opulenta supervisora de los beneficios artísticos es al mismo tiempo la protagonista de la pintura más cara que existe actualmente por parte de un artista vivo. Y lo mejor es que Lucien Freud le haya puesto ese título a un cuadro en el cual al mismo tiempo se anuncia claramente la identificación entre arte y mercantilismo. No deja de ser sintomático de nuestra época que todos los medios de comunicación que se han referido a ese evento hayan relacionado el hecho de que el cuadro debió venderse por un poco menos de 21 millones de euros con el hecho de que el arte esté en peligro. Eso nos introduce al desvarío en que nos encontramos, en que la creatividad artística está puramente medida en términos de oferta y demanda, y además creo que es una manera muy irónica, a través de una ironía mordaz y negra por completo, Lucien Freud traslada eso a la pintura con esa especie de Venus deformada y completamente extravagante, que nos presenta con el extraño título de "La supervisora de los beneficios mientras duerme", y quizás soñando, o quizás trasladándonos sus pesadillas.

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2 de diciembre de 2008
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Cantar de ciegos

Participé en una mesa sobre la obra de Carlos Fuentes en la feria del libro de Guadalajara. Me pidieron que hablara sobre un libro de Fuentes. Escogí Cantar de ciegos (1964). Esto es lo que leí: 

En "La muñeca reina", cuento publicado en Cantar de Ciegos, asistimos a múltiples viajes temporales. El narrador, ya un hombre maduro, encuentra en un libro de su infancia una tarjeta en la que se halla escrita una frase en caligrafía infantil: Amilania no olbida a su amigito y me buscas aquí como te lo divujo. Esa tarjeta es una magdalena proustiana que despierta en el narrador la memoria del tiempo perdido de su infancia. En ese tiempo, el narrador era un joven al que no le interesaba la educación tradicional y se pasaba las horas leyendo en el parque. Allí, una niña de siete años, Amilania, se hace amiga de él. Cuando la recuerda, Amilania carece de movimiento, y aparece fijada para siempre, como en un álbum de fotos: "detenida en su carrera loma abajo... sentada bajo los eucaliptos... boca abajo con una flor entre las manos... viéndome leer, detenida con ambas manos a los barrotes de la banca verde".  Que la memoria tenga la fijeza de las fotografías prefigura el desenlace del cuento: diversos críticos (Morin, Barthes, Sontag, Cadava) han escrito acerca del vínculo entre fotografía y muerte: la fotografía es una presencia que ya es ausencia, un instante detenido en el tiempo, destinado a sobrevivir en una placa de nitrato mientras el tiempo sigue fluyendo y acumulando edades y llevándose consigo a los seres fantasmales que pueblan las imágenes fotográficas.

El narrador y Amilamia dejarán de verse y seguirán caminos distintos. Alrededor de quince años después, la tarjeta encontrada en el libro hará que el narrador regrese al parque. Allí, descubrirá eso que Proust sabía tan bien: la memoria es capaz de dotar a la realidad de una patina de gloria de la que ésta carece. El recuerdo mitificado es superior a la realidad: "detenido ante la alameda de pinos y eucaliptos, me doy cuenta de la pequeñez del recinto boscoso... Y la colina... Apenas una elevación de zacate pardo sin más relieve que el que mi memoria se empeñaba en darle".

El narrador, intrigado, comienza a averiguar hasta dar con la casa de Amilamia cerca del parque. Allí descubrirá a dos seres -los padres de Amilania- presos del tiempo, de los recuerdos: Amilamia está muerta. El narrador se pregunta: "¿Cuántos años habrá vivido el mundo sin Amilamia, asesinada primero por mi olvido, resucitada, apenas ayer, por una triste memoria impotente?" Los padres, desesperados, le preguntan tres veces cómo era su hija, y el narrador descubre que, en cierta forma, los seres humanos están hechos de tiempo, son las memorias que guardamos de ellos: "Cierro los ojos. Amilamia también es mi recuerdo. Sólo podría compararla a las cosas que ella tocaba, traía y descubría en el parque. Sí. Ahora la veo, bajando por la loma. No, no es cierto que sea apenas una elevación de zacate".

Cuando el narrador entra al cuarto de Amilamia, descubre que los padres lo han convertido en un recinto mortuorio: "al frente, al alcance de mi mano, el pequeño féretro levantado sobre cajones azules decorados con flores de papel, esta vez flores de de la vida, claveles y girasoles, amapolas y tulipanes, pero como aquéllas, las de la muerte, parte de un asativo que cocía todos los elementos de este invernadero funeral en el que reposa... ese rostro inmóvil y sereno, enmarcado por una cofia de encaje, dibujado con tintes de color de rosa..."

Amilamia está representada por una muñeca-reina de porcelana, un "falso cadáver" entre las sábanas y junto al acolchado. La Reina de las fantasías del narrador ha adoptado la máscara inmóvil de la muerte. Casi un año después, el narrador descubrirá que si los padres de Amilamia continuarán para siempre atrapados en el culto de la muerte, él, más bien, podrá volver a la afirmación de la vida: "La verdadera Amilania ya regresó a mi recuerdo y me he sentido, si no contento, sano otra vez: el parque, la niña viva, mis horas de lectura adolescente, han vencido a los espectros de un culto enfermo".
 
Toda la obra de Carlos Fuentes se pregunta: ¿cuál es la edad del tiempo? El cuento "La muñeca reina" responde: aquella que muestra nuestro paso de niños vivaces a muñecas mortuorias de porcelana, de jóvenes perdidos en los libros a imágenes congeladas y frías en un féretro. La edad del tiempo es la edad de la muerte. ¿Qué hay detrás de las máscaras de las muñecas, de la inmovilidad de las fotos en el álbum? La vida, que, a través de los recuerdos, gracias a nuestra memoria, es capaz de vencer a la muerte. Instalados en el tiempo, los seres humanos están condenados al fin; pero en el transcurso de ese tiempo tienen muchas oportunidades, fugaces todas, para liberarse de sus ataduras y trascenderlo.

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2 de diciembre de 2008
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II. Sacerdotisa todopoderosa

Consumes o te consumo. Si compras antes que yo, te mato. Si pasas antes que yo, debes atenerte a las consecuencias. Mi carrito es más rebosante que el tuyo. Las rebajas son para mí, no admito desafíos ni competencias, el altar de la diosa Consumo me está reservado, solamente yo, tarjeta de crédito en mano,  puedo orar ante su altar. Me estorban tantos feligreses. Compro, luego existo.

En una tienda gigante de Wal-Mart en Valley Stream, estado de Nueva York, un empleado fue arrollado por la multitud ávida que pasó rauda sobre su cuerpo, cada quien decidido a llevarse la mejor presea, y la más barata. Olvídate de los cadáveres.

La economía de los Estados Unidos depende de que todo el mundo compre lo que se fabrica, aunque sea ahora en China, o en Singapur, o en Guatemala, prendas de vestir, juguetes, relojes, discos, videocámaras,  carteras, chucherías infinitas que desbordan los estantes. 470 mil millones es el cálculo de las ventas de esta temporada navideña, que empieza en el viernes negro, un 2 por ciento mayor que el año pasado.

La manera de reactivar esa economía en apuros es entregando subsidios a los compradores, para que gasten en las tiendas,  no importa en lo que sea, lo importante es gastar, y gastar a toda prisa, aunque eso cueste vidas. La diosa del Consumo, desde su pedestal de acrílico, vestida de seda artificial, vigila que las cajas registradoras funcionen expeditas, mientras las multitudes encandiladas por las rebajas, pululan alrededor de su altar.

La tarjeta de crédito, sacerdotisa de la diosa. El reino del consumo es vasto e inagotable, y sus creyentes más que las arenas del mar, aunque no se reconozcan entre ellos, y se atropellen frenéticos.

Y la crisis, ¿cuál crisis? 

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2 de diciembre de 2008
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El valor del trabajo

La semana pasada compartí una charla en la librería El Astillero con los escritores Aníbal Jarkowski y Elsa Drucaroff. La convocatoria la hizo la revista El Interpretador, a partir de un interesantísimo artículo de María Vicens que ligaba tres de nuestras novelas (El trabajo en el caso de Aníbal, /upload/fotos/blogs_entradas/el_infierno_prometido_una_prostituta_de_la_zwi_migdal_med.jpgEl infierno prometido, una prostituta de la Zwi Migdal de Elsa y mi primer libro, El muchacho peronista) bajo el título Territorios de placer, dinero y anarquía: notas sobre el trabajo en la narrativa argentina contemporánea. El texto de María vale por sí solo, es fácil de encontrar en internet. Lo que incluyo a continuación son algunas ideas sobre el tema inspiradas por las vueltas de la charla.

El conflicto está expresado -o quizás sería mejor decir enterrado: algo que, inevitablemente, sólo puede ser extraido con esfuerzo de la materia original- en el relato fundante de nuestra civilización. El ser omnisciente a quien se atribuye la inspiración de la Torah, de la Biblia y del Corán crea el universo entero de la nada, en el lapso de seis días. Al séptimo, dice la narrativa, descansa. Pero cuando la primera criatura humana desafía sus órdenes, el ser omnisciente la destierra del Edén y formula una condena que pretende, por cierto, perpetua: ‘Ganarás el pan con el sudor de tu frente'.

La frase es simple, lo cual significa ante todo que será muy efectiva cuando se la use, como ocurrió durante la entera historia de la especie, para inducir al equívoco. No introduce el trabajo como parte de la condena -después de todo, ganarse el pan es la mitad de la frase que coincide con lo dado, con la asunción de la existencia como un esfuerzo tan natural como el del corazón al latir-, sino la modalidad en que sí opera como castigo: la recurrencia del sudor, esto es, del trabajar con un esfuerzo que se padece, que se hace sentir sobre el cuerpo, que lo lastra en contradicción con la levedad del ser. No creo que Dios, Yahweh o como quieran llamarlo estuviese sugiriendo que la creación del universo no fue un trabajo digno de encomio. Por algo se anota el descanso del séptimo día. Creo, más bien, que para Dios fue ante todo un placer, quizás inesperado. Que la necesidad del descanso sólo se impuso una vez que el trabajo había terminado. Y que al pensar en el peor de los castigos posibles para el hijo rebelde, se le ocurrió que nada lo haría rechinar más los dientes -que nada sería un infierno mayor- que el trabajar sin disfrute.

Una maldición que como suele ocurrir, opera no sólo sobre su víctima sino también sobre aquel que la pronuncia. A partir de entonces, Dios ya no consigue hacer su propio trabajo sino con enorme esfuerzo, y frecuentando el fracaso. En la versión cristiana de su historia se intenta, incluso, asumir el fracaso como parte inevitable de la existencia: Jesús muere para vivir, sucumbe para triunfar. Pero ni siquiera esa desmesura le alcanza a Dios para retomar la iniciativa política. La mera existencia de la especie humana es para Dios un telegrama de despido, o si se quiere, una permanente consulta popular que le recuerda que sí, aunque su claque y su oficina de prensa le juren lo contrario, la gente demanda que formalice su renuncia.

                                                   (Continuará.) 

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2 de diciembre de 2008
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¡Cursifíquenlo!

Corny. Cafona. Cursi. Kitsch. Todos lo somos, en algún rincón. No sirve avergonzarse, como no sea para subrayarlo. ¿Cursilón y además sonrojado? Thanks but no thanks. Sé que sobran ingenuos que aseguran haber sido criados con Stravinsky y esperan que este perro corra tras ese hueso. Toma tiempo aceptar las zonas de la educación sentimental que a uno le parecen impresentables, y a menudo le escuece la idea de que sean públicamente reveladas.

     A mi madre tal vez le habría gustado contar con una institutriz inglesa que en su ausencia cuidara de mi formación artística, pero al cabo debió conformarse con ponerme en manos de la cocinera y la recamarera, en cuya compañía tantas veces vibré escuchando arrebatos melódicos que a mi entender resumían entera la pasión de este mundo. Canciones de mal gusto, puede ser, pero a todos nos consta que el mal gusto de pronto sabe bien. Se le prueba como una ponzoña impaladeable, hasta que en un descuido va adormeciando las papilas gustativas -esas señoritingas- y nos permite entonces atragantarnos de aquello que tendría que habernos asqueado. ¿Cómo ostentar, al fin, verdadero buen gusto si nunca antes se ha compartido el malo?

     Hace ya tiempo que está de moda coolificar lo cursi, como otros cursifican lo que creíase cool. Quienes sufren, no obstante, de estos vicios culposos, tienden a revelarlos con cuentagotas, si no a guardarlos bajo doble llave. Querer que esas bajezas del instinto estético resulten socialmente aceptables equivale a empeñarse en perderlas para siempre. Muy al contrario, quiero que sean pecado. Que estén fuera de moda, que sean antiguallas y de lejos se note su low definition. Que su existencia implique la premura por saltarse una barda más allá de la cual viven sólo las ánimas chocarreras del desprestigio.

     ¡Atrévase a ser cursi!, podría intitularse un manual de autoayuda. Pero entonces habría que lanzar el antídoto: ¡Pare de ser cursi! En cualquier caso, siempre, los cursis son los otros. ¿Cursi yo? No jodas, ni me jodas, ni la jodas. Pero si la cursilería es perversa, ¿por qué no habría la perversidad de ser cursi? Cualquier defensa vale para explicar por qué uno realmente no es lo que parece que es y por supuesto nunca jamás sería.

     Afortunadamente, no es precisa la licencia. Prefiere uno que este asunto ampuloso de la cursilería permanezca dentro de los dominios de la ilegalidad. Que insista en dar vergüenza la mera tentación, de modo que el pecado conserve el sabor ácido del sacrilegio. Lo que llaman un upgrade. No es por tanto tan raro que el mal gusto, bien llevado, conduzca a parapetos más altos que el mal llamado bueno. Llegados a este punto, encuentro ya insalvable la confusión entre ambos gustos antagónicos, pero al primer llamado de mis prejuicios sería capaz de identificar un centenar de ejemplos según yo de mal gusto -el verdadero, digo, sin pizca de autocrítica- que me parecen imperdonables. Y allí estriba el deleite, quisiera uno decir, escuchar, gritar cosas que nadie nunca fuera a perdonarle, si llegara a enterarse.

     Estoy exagerando, como todos los cursis. Siento la tentación de escribir, en mi defensa, algún amago de existencialismo casual. Ay, qué hueva me doy, por ejemplo. Pero lo cierto es que me da más hueva obligarme a mentir sólo para que un puño de cursis discretitos no se rían de mí de dientes para afuera. ¿Se equivocan los cursis o los mesurados? Es de temerse que jamás lo sabremos. Vive uno condenado a ser las dos cosas y no identificarlas ante el espejo.

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1 de diciembre de 2008
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El Boomeran(g)
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