Víctor Gómez Pin
Suponía que la identidad lingüística de nuestro comensal se reducía al grado de actualización de su capacidad de hablar que ha puesto de manifiesto ante su interlocutor de la casa de comidas; suponía que su bagaje lingüístico se reducía a esos pobres esbozos de aprehensión de las cosas y las circunstancias; suponía, en definitiva, que ninguna otra lengua forja ya su espíritu y que lo que es capaz de pensar en la lengua del de la casa de comidas constituye su único pensamiento digamos no meramente animal, es decir su único pensamiento mediatizado por el lenguaje. (Precisión necesaria, pues pensar no implica hablar, de lo contrario habría que negar el pensamiento a los animales, cosa absurda; simplemente los animales tienen un pensamiento a- lingüístico). Se imponía entonces el paralelismo con la situación de un niño que meramente está aprendiendo a hablar. Pues un niño no puede servirse de una lengua anterior para archivar, como se archiva la representación de un objeto, el conjunto de frases que configuran el diálogo en el restaurante arriba expuesto. El niño que aprende a hablar se enfrenta a la lengua tan sólo con su naturaleza lingüística, aun casi en estado virginal, y el deseo – innato en toda especie viva- de que esta naturaleza se despliegue. Pues lo que es virtual pugna por abrirse paso, por hacerse acto y mediatizar el mundo.
Careciendo-por definición- de lengua preexistente el in-fante que está dejando de serlo no archiva frases en su memoria lingüística; más bien construye tal memoria liberando (si alguna circunstancia trágica, o canallesca, no lo impide) su potencia de fundirse en nuevas palabras y sobre todo en un conjunto de imprevisibles combinaciones de las mismas; conjunto cuya cardinalidad crece exponencialmente, trascendiendo lo finito y lo enumerable y reduciendo a magnitud ínfima el número de combinaciones de átomos del universo.
Aquí reside el verdadero misterio de la historia evolutiva: el mundo ha dado pie a algo que parece un código de señales pero que se empobrecería si se limitara a señalizar cosas del mundo… el mundo se ha hecho pequeño para la palabra.