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Construcción de un poema

Dispongo de tres sintagmas singulares para formar el armazón sobre el que construir un poema. Como acompañamiento otros sintagmas, de cosecha propia.  

 

El primero de los sintagmas singulares es ‘Tu hijo, acaso trapecista', que inicia el poema “La milagrosa” del libro Quién anda ahí de la poetisa cubana Ketty Blanco Zaldívar  (Guáimaro, 1984).

 

El segundo es ‘Sigo siendo un gregario, un vulturejo’ declaración escrita en un mensaje de facebook por el poeta Joaquín Fabrellas Jiménez (Jaén, 1975).

 

El tercero, ‘Simón, el delator del Tesoro', remite al Antiguo Testamento, al Segundo Libro de los Macabeos.

 

En cuanto al acompañamiento propongo 'muchacho tremendo, híbrido, visitante', 'agónico circense', 'gente sapiencial', 'ligures ungidos', 'simio impío', 'confusa muchedumbre', 'alada oveja', 'síntomas malos', 'Dositeo Espermio', 'territorios imaginarios', 'he sido una palabra en un libro', 'su aliento era plaga', 'musique d’ameublement' y 'obradores de la iniquidad'.

 

Ahora solo resta atinar; experiencia y fortuna.

 

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24 de enero de 2020
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La fiscal

Cuatro días después de la exhumación del Generalísimo presenté con Almudena Grandes, Luisgé Martín y la librera y editora Mili Hernández un concienzudo estudio sobre el Derecho Penal franquista en lo tocante a la represión de los "estados sexuales peligrosos", obra del catedrático Guillermo Portilla. En primera fila del público se sentaba Dolores Delgado, en funciones entonces de titular del Ministerio de Justicia, impulsor del libro. Acabado el acto, la ministra se acercó a saludar, y creo no haber sido el único que se moría de ganas de oírle el relato en vivo de su rol destacado en Cuelgamuros y en el helicóptero mudo. Delgado fue muy discreta, aunque sí se refirió a algo visto por quienes seguimos la transmisión en directo aquel 24 de octubre: sus esfuerzos, a mi modo de ver logrados, por mantener en la salida del monasterio un semblante serio pero no apenado, propio de quien, como tantos millones de españoles, veía cumplido el traslado de un usurpador desde un sitial de honra a un lugar de reposo.

Me faltan conocimientos para dudar de los jueces opuestos a su designación de Fiscal del Estado, pero recelo de los hirientes ataques de los políticos, antes incluso de que la señora Delgado haya tomado posesión; por sus decisiones habrá que juzgarla si incurre en dolo. De momento lo propio es confiar en un currículum que parece adecuado y en iniciativas como la del compendio del profesor Portilla, que escarba y saca a la luz, comparándolas históricamente con las del nazismo, las persecuciones y condenas brutales llevadas a cabo por algunos magistrados de la dictadura de Franco, narradas con una hábil mezcla de cuento de terror y esperpento grotesco. No vaya a resultar a la postre que lo que a Delgado no se le perdone sea, más que su cargo de fiscal, su papel de notaria de uno de los hechos más dignos y justos de la democracia española.

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24 de enero de 2020
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Lo que no es tuyo no es tuyo

 

 

 

Aunque Helen Oyeyemi es en sí misma una adelantada capaz de escribir a los 18  años una novela que de inmediato la puso a la cabeza de los novelistas británicos de su generación, por suerte para ella entonces era demasiado joven para que le afectase aquel recurso universal que consistió en calificar de “experimental” toda escritura que no se atuviese a las reglas de juego establecidas. Pero como la manía de clasificar sigue intacta, ahora ronda sobre ella el peligro de ser despachada como una suerte de actualizadora, o moderna versionadora de viejos  cuentos infantiles universales. Novelas como El señor Fox  (2013) y Boy, Snow, Bird (2016), que tenían como referentes más obvios y cercanos a Barbazul y Blancanieves, respectivamente, la  pusieron al borde del encasillamiento.

Pero a Helen Oyeyemi no parece fácil  pillarla en falso. Lo que no es tuyo no es tuyo  es su séptimo  libro y ya ha dado suficientes muestras de su capacidad de inventiva como para andar ahora dando explicaciones o inventando excusas. Durante la promoción de su última novela, Gingerbread (2019), una periodista insistió en ver determinadas alusiones simbólicas en el título pero de inmediato fue llamada a capítulo  sin contemplaciones: ”Me alegra que a usted le sugiera todas esas cosas, pero Gingerbread es pan de jengibre, sin más”. En otras ocasiones  ha dejado muy claro que a ella lo que de verdad  le interesa es escribir historias que dan paso a otras historias sin que el orden narrativo dentro de las mismas, o su jerarquía, o la coherencia, deban imponer siempre su propia lógica.

                En el presente libro Helen Oyeyemi ha dado un salto adelante tan importante en su desarrollo como narradora  que parece como si hubiera encontrado la clave (o esa llave que va saltando de un relato a otro sin que se llegue a dilucidar bien cuál es su función en cada caso) con la que abrirse al futuro.  Para no seguir dando más vueltas en el aire y dejar claro de qué estamos hablando, pongo como ejemplo el relato  titulado “¿Tu sangre es tan roja como esta?”. La cosa empieza como una declaración de amor: “Tú siempre decías, Mirna Semiónova, que no estábamos hechas la una para la otra”. A partir de ese arranque la cosa se complica, como cabe suponer, pero es debido a la aparición de un hermano al que la voz narradora idolatra  aunque tiene la virtud de que nada de lo que se diga lo va a retener más allá de cinco o diez minutos. Casi sin solución de continuidad, resulta que la protagonista sólo hablaba hasta entonces con ese hermano desmemoriado y con una fantasma (bastante alarmista, por cierto), pero en una fiesta a la que asiste conoce a la Mirna Semiónova que de entrada parece ir a ser el motivo central del desarrollo narrativo pero que pasa de inmediato a segundo plano debido a  la  prueba de aptitud que la narradora  debe pasar para ingresar en una escuela de marionetas, un examen al que se presenta con un títere  de guante de piel marrón  dotado de un maletín negro y peinado con raya en medio  y al que le compra un sombrero de copa porque le hace sentirse más cómoda. Poco antes de empezar la prueba ella entabla conversación con una chica muy guapa cuya marioneta es  una pieza de ajedrez de porcelana, “una reina color ciruela con una corona como único rasgo distintivo y una ligera ondulación que indicaba la existencia de caderas y pecho”. Y la marioneta plantea de inmediato la pregunta clave: “¿Tu sangre es tan roja como esta?”.

                Y ahí es justamente donde quería llegar yo: el gran poder narrativo de Helen Oyeyemi reside en su capacidad  para que el lector admita con toda naturalidad un diálogo patafísico entre un títere que es una pieza de ajedrez y otro que es un guante de piel marrón y peinado con raya en medio, con el agravante de que, sin que nada lo justifique, justo antes de la audición a la aspirante le cambian su títere por otro de latón que resulta llamarse Gepetta, quien no tardará en pasar a ser su mejor amiga.  

Sé que esta enumeración de pequeños y vertiginosos desconciertos  (y conste que me he callado muchos otros) puede inducir a pensar que los relatos de Helen Oyeyemi son simples pasatiempos o excusas para exhibir sus notables recursos creativos. Pero no hay tal. Ella es nacida en Nigeria de padres nativos pero criada en Londres, y aunque por desgracia carezco de la más mínima moción acerca de la cultura yoruba, no parece creíble que los mitos, creencias e incluso las modulaciones propias de la narración oral no estén detrás de algunas de las peculiaridades que personalizan la prosa de esta autora. Pero es que, además, quien conozca otras de sus narraciones sabe que entre las aparentes frivolidades y diversiones (se nota que se divierte horrores desarrollando historias y de ahí su capacidad para transmitir su propio entusiasmo) resuena una voz profundamente femenina, la voz de todas las mujeres que viven de cerca el racismo, los malos tratos, la exclusión social y cultural por un simple matiz de la piel, las difíciles y muchas veces mágicas relaciones de unas madres con sus hijas,  o la soledad del transgénero.

                Es decir que resulta positivo para el lector dejarse de prejuicios y gozar de los relatos tal y como se le ofrecen, pero sería una gran pérdida para él que mientras tanto no vaya prestando atención a esa otra voz misteriosa y transversal que le da un sentido general a la trabajada  narrativa de Oyeyemi, capaz de transformar en cuestión de unas pocas líneas a un odioso padre maltratador y bestial  en una madre brutalmente violada y que ha decidido transformarse en su verdugo. Pero todo ello, insisto, dotado de un tono lúdico muy de agradecer.

 

Lo que no es tuyo no es tuvo

Helen Oyeyemi

Traducción, María Belmonte

Acantilado

 

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22 de enero de 2020
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Mucho ojo, porque detrás de cada metete hay un guardia de la porra
 

Vivir bajo el caudillaje de Franco tenía graves inconvenientes, pero gozaba de una ventaja: si hacías todo lo que te mandaban, no te pasaba nada. Era muy simple, se trataba de obedecer. En algunos asuntos no costaba mucho, había que creer en la sabiduría de los ministros, someterse ciegamente a las autoridades, no salir a la calle con pancartas diabólicas, y así sucesivamente. Había otras, sin embargo, que eran más arduas de cumplir. Aguantar las lecciones de Formación al Espíritu Nacional era duro, y las de Religión un pestiñazo. Más duro aún obedecer órdenes antojadizas. No les gustaba que los chicos llevaran el pelo largo, era gente que tenía algo contra el pelo masculino. Les disgustaba que las chicas usaran faldas cortas o camisas abiertas o piernas sin medias. En fin, había una enorme cantidad de deberes muy crueles de cumplir porque eran idiotas. Jurar los Principios del Movimiento lo hacía cualquiera, pero raparse el pelo a cepillo era una humillación.

Una palabra casi desaparecida designaba a este tipo de gente, eran los metetes. La señora que miraba indignada a otra que entraba en la iglesia sin pañuelo, el caballero que se chivaba al policía de que unos chicos decían palabrotas, la dama que paraba la música porque la gente bailaba apretada, estos eran los metetes. La tradición española de metetes es descomunal porque aquí a una religión le sucede otra. A veces se atenúa, pero vuelve con más fuerza. Así que les daré un consejo a las madres murcianas. Obedezcan, agachen la cabeza, se sometan. De momento las autoridades ya las han tachado de "homófobas" y "fascistas". Pueden imaginar que los metetes no se van a contentar con eso. Mucho ojo, porque detrás de cada metete hay un guardia de la porra.

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21 de enero de 2020
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Formas de la inmortalidad

El 24 de junio de 1935, Carlos Gardel murió calcinado dentro de un avión que buscaba despegar del aeropuerto de Medellín, y su leyenda se prolongó más allá de su muerte, al punto que se contaba cómo había sobrevivido a las llamas, y, el rostro desfigurado, iba por los puertos cantando siempre con su voz incomparable, oculto bajo el ala gacha del sombrero. Era una manera de otorgarle la inmortalidad.

Enterrado en el cementerio de San Pedro en Medellín, ciudad que lo veneraba tanto como Buenos Aires, dos meses después el cadáver fue exhumado para ser llevado a Argentina, en un periplo primero por tierra, la mayor parte del trayecto en tren, un trecho por caminos de herradura, a lomo de mula, hasta ser embarcado en el puerto de Buenaventura, en el Pacífico.

El buque que transportaba el ataúd atravesó el canal de Panamá para alcanzar el Atlántico, y siguiendo una ruta inversa tocó puerto en Nueva York, donde fue velado una semana, y luego Río de Janeiro y Montevideo, para llegar a Buenos Aires el 5 de febrero de 1936. El funeral fue apoteósico, como correspondía, hasta ser sepultado en el cementerio de La Chacarita.

Pero dos décadas antes hubo otro viaje funerario igualmente memorable, el de Amado Nervo, muerto el 24 de mayo de 1919 en Montevideo. El transporte del cadáver se hizo en una corbeta de guerra argentina, escoltada hasta el puerto de Veracruz por barcos mexicanos, venezolanos, cubanos y brasileños. En cada puerto que tocaba se celebraban demostraciones de duelo popular, hasta que seis meses después, el 14 de noviembre, Nervo fue por fin sepultado en olor de multitudes en la Rotonda de los Hombres Ilustres del panteón de Dolores, los funerales encabezados por el presidente Venustiano Carranza.

No menos suntuosas habían sido las exequias de Rubén Darío, celebradas en León de Nicaragua en 1916. Su cuerpo fue velado durante siete días en distintos recintos de la ciudad, y enterrado en la catedral, al pie de la estatua de San Pablo, vestido de peplo griego y coronado de mirtos. Delante de la procesión fúnebre, las canéforas regaban pétalos de rosas sobre el empedrado de las calles donde ardían los cagajones de los caballos de tiro.

Los magnos funerales eran un tributo pagado a la poesía, que en los dorados tiempos del modernismo tenía su propia música colorida, sonora y vistosa, y de cuya matriz nacieron las letras de los boleros y los tangos; Agustín Lara, enterrado también con merecida pompa, y Alfredo Le Pera, el autor de las mejores letras de los tangos cantados por Gardel, fueron ambos poetas modernistas.

¿Cómo llegaba la poesía a las multitudes que rendían culto a los poetas? Las tiradas de los libros de poemas eran limitadas, como aún lo siguen siendo; pero tenían espacio en los periódicos, y, sobre todo, se recitaban en las veladas literarias y en las aulas, porque el arte de la declamación, ahora ya en el olvido, era muy extendido. Las poesías entraban, pues, por el oído, por su virtud musical, igual que las canciones, y se aprendían de memoria gracias a la rima.

Pero poesías y letras de canciones iban por parejo. Le Pera desafió a Amado Nervo al reescribir el poema El día que me quieras, publicado en el libro El arquero Divino en 1919, y lo convirtió en la letra de uno de los tangos más célebres de Gardel, grabado en 1934; y si se comparan ambos textos, la paráfrasis de Le Pera le saca ventaja al original.
Le Pera, lector de Rubén Darío, de Amado Nervo, de Leopoldo Lugones y de José Asunción Silva, fue el poeta de los tangos de Gardel, y se quedó a la sombra de la voz prodigiosa del "zorzal criollo". Y como le tocó morir en el mismo accidente aéreo de Medellín, su nombre también entonces resultó opacado. Pero sin Le Pera no existiría Gardel.

La poesía modernista hereda su estética y sus decorados a las canciones que en las primeras décadas del siglo veinte se difunden por los discos y por la radio, y la devoción popular por los poetas pasa a los cantantes de boleros y tangos; una devoción que tiene su apoteosis a la hora de la muerte. Los funerales de Gardel, los funerales de Lara, "el músico poeta"; y también los de Pedro Infante y Jorge Negrete.

Y de allí el culto pasó a los héroes de la música de abrirse las venas, bien llamada "corta pulsos", capaz de convertir la pasión amorosa en necrofilia, que lo diga sino el entierro de Julio Jaramillo, el rey de las sinfonolas, celebrado en Guayaquil en febrero de 1978, un carnaval fúnebre que duró tres días, y al que asistió una multitud frenética de doscientas mil personas.

Como se ve, los poetas no solían ser tan lejanos a la gente, que los celebraba hasta en la muerte, igual que a los cantantes.

Son formas de la inmortalidad.

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20 de enero de 2020
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Vacuidad, precariedad, estructuras ausentes

En esta época de narcisismos extremos se está produciendo una gran paradoja, pues se trata de un narcisismo sin cimientos, sin sustento, sin fundamento real, ya que la individualidad ha desaparecido y ha sido sustituida por un montón de imágenes rotas.

Ahora mismo llamamos individualidad a una argamasa tosca de lugares comunes, palabras huecas y precariedad existencial.

Ahora mismo llamamos individualidad a un recipiente vacío.

Algo parecido ocurre con la sociedad y con las organizaciones políticas que pretenden gobernarla, haciendo creer que pueden hacerlo y omitiendo una verdad clamorosa: que el poder está ya en otra parte, que los estados se desvanecen, y que por encima de ellos crece una hidra que los ahoga y los convierte en estructuras ausentes.

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18 de enero de 2020
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Ameztoy

No era un pintor olvidado pero sí amortiguado en el sentido más irrevocable, pues Vicente Ameztoy murió a los 55 años en 2001. En otoño su arte floreció de nuevo en el Círculo madrileño, donde puede verse hasta el 26 de enero, antes de que, muy ampliada, la exposición se instale en el Museo de Bellas Artes de Bilbao a partir del 12 de febrero. 
 
Integrante de un grupo de artistas vascos surgido en los 60, entre los que destacaban Marta Cárdenas, Andrés Nagel, Carlos Sanz o Mari Puri Herrero, la figuración de Ameztoy no se parece a ninguna, conteniendo ecos de tantas: pop art, surrealismo, post-prerrafaelismo místico-pagano, paisajismo alegórico. Tangencias. El donostiarra fue un creador demiurgo, y pocas trayectorias ofrecen un universo tan original como el suyo. Ameztoy fundó un paraíso tal vez perdido, lo diseñó en varias dimensiones, le dio colores que están entre los más vivos de la pintura contemporánea, y después, como un dios del pincel, lo pobló de habitantes para que su adán y eva primigenios no estuvieran solos en un jardín ameno tan inquietante. Una galería humana, o quizá sobrehumana, de la sensualidad, de la sacralidad laica, de lo siniestro, que brilla en piezas extraordinarias como la conversation piece vegetal procedente del Artium de Vitoria, el retablo de Remelluri o los retratos imaginarios de Virginia Montenegro y del pintor Goenaga: obras miniadas de un manierismo aumentado por la lente del ingenio irónico.
 

Muchos de sus dibujos y sus cuadros parecen fantasías realizadas al despertar. Y aunque Ameztoy no era hombre de programas, su arte coincide con lo que André Breton predicaba en el Primer Manifiesto: la búsqueda de lo maravilloso en la confluencia de las "ruinas románticas" y los "maniquís modernos". Ameztoy o el romanticismo de las marionetas que saben más soñar que razonar.

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17 de enero de 2020
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¡Ánimo!

Temo el día en que un anuncio de compresas me interrumpa la lectura de Marx y Engels
 

Ahora que tenemos a un comunista al frente del Ministerio de Consumo, ocurrencia en verdad homérica, es el momento de entrar a cuchillo en la industria más alienante (¡qué hermoso adjetivo!) del capitalismo tardío, colonial e imperial. Me refiero, claro, a la publicidad.

Mi historia con la publicidad es de manual. La amo, no quiero arriesgarme a ser fusilado. La publicidad es la actividad más sustancial, global, estratégica y nuclear del capitalismo tardío, etcétera. Atacar a la publicidad es como aserrarle una pierna a Messi. Todo se viene abajo. Así que, una vez creo haber salvado la vida declarando mi amor por la publicidad, paso a contarles lo que debo agradecer a esa práctica vital del capitalismo.

Dejé de ver televisión porque cortan los programas a lo bestia, en medio de una frase y durante un cuarto de hora. Últimamente rompen la película en el momento en que el asesino va a matar a la chica. Dejé de oír la radio cuando descubrí que en mis programas favoritos había más anuncios que información. Me fui a las radios estatales, pero eran todas ellas mera publicidad de mercancías gubernamentales. Me han dicho que ahora en el cine hay publicidad hasta media hora antes de que comience la película, pero hace años que no hago cola a la intemperie. Y los periódicos, como saben, no pueden sobrevivir sin la publicidad, de modo que regalan productos repletos de anuncios como si fueran una tómbola.

En resumen, gracias a la publicidad, ahora cuido el silencio, pienso un poco, hablo con la familia, leo libros y únicamente temo el día en que un anuncio de compresas me interrumpa la lectura de Marx y Engels. Por eso confío en los principios del señor ministro: él sabe que el mayor enemigo del pueblo no es la banca, es la publicidad. Puro opio.

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14 de enero de 2020
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Mi lista de mejores películas del 2019

1. Parásitos. Bong Joon-ho. El teatro de la crueldad de la lucha de clases.
2. Érase una vez ...en Hollywood. Quentin Tarantino. Documental ficticio basado en (algunos) hechos reales.
3. Largo viaje hacia la noche. Bi Gan. Escritura automática de la más dislocada belleza (o "es locura, pero metódica", la frase de Polonio sobre el príncipe Hamlet).
4. Agnès por Varda. Los testamentos nunca traicionados de la mayor cineasta bipolar de la historia
5. Dolor y gloria. Pedro Almodóvar. Resonancias magnéticas de un cuerpo herido y memorioso.
6. La balada de Buster Scruggs. Hermanos Coen. Desigual película de episodios, con algunas de las más geniales bufonadas de estos dos comediantes del cine.
7. Un hombre fiel. Louis Garrel. Delicadísima miniatura de aparente "marivaudage". Y el mejor guión firmado en su larga carrera por Jean-Claude Carrière.
8. El peral salvaje. Nuri Bilge Ceylan. Densidad turca envuelta en una bruma poética de arrolladora personalidad.
9. Madre. Rodrigo Sorogoyen. Un cortometraje brillantísimo expandido en una ambigua y fascinante misa laica.
10. Si se me permite, le doy medio punto compartido a las dos mejores comedias románticas del año, Un día de lluvia en Nueva York de Woody Allen y Historia de un matrimonio de Noah Baumbach. Allen se fija aquí mucho en Donen, y Baumbach remeda con gran talento a Allen.
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14 de enero de 2020
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Bizet en la era del reality televisivo

Han pasado más de cincuenta años desde la última vez que se montó en Barcelona la ópera juvenil Los pescadores de perlas de George Bizet, el autor de Carmen. Bizet tenía 24 años cuando la compuso, y fue en 1964 cuando se vio por última vez en el Liceu, en italiano como era común en esa época, con el inolvidable Nadir de Alfredo Kraus.

Todo había cambiado en este 2019: ahora se cantó en el francés original, y la instrumentación y el orden de escenas volvió a como el joven Bizet las creó, pero lo principal fue que la rompedora puesta en escena usa la trama débil y pasada de moda de dos pescadores de perlas en Ceilán enamorados de la misma sacerdotisa para iluminar con gracia e inteligencia un fenómeno propio de nuestro tiempo.

La propuesta de la joven directora Lotte de Beer era bien osada: transformó la trillada historia de los libretistas Eugene Cormon y Michel Carré en un típico reality televisivo: “Los pescadores de perlas: ¡El desafío!” Con esta obra de Beer obtuvo en 2014 su primer gran éxito en el Theater an der Wien de Viena. En España el modelo en el que se basa su puesta es bien conocido: la cadena Telecinco la explotó hasta la saciedad, desde unas de diez ediciones de jóvenes salvajes urbanos encerrados en una casa (Gran Hermano) hasta famosos en decadencia escupidos en una playa hondureña (Supervivientes).

El show en el que se centra esta versión tiene lugar en una exótica isla que podría ser la original Sri Lanka, con Leïla, Nadir y Zurga entre los concursantes. En el giro más gracioso y maligno del argumento, el Supremo Sacerdote Nourabad, que condena a muerte a los que osan incumplir las estrictas leyes de la tribu, se ha transformado en el vanidoso conductor del supuesto concurso de la tele. Sus iracundos monólogos frente a la cámara son para llorar de risa.

Vi el segundo elenco: Olga Kulchynska era una apasionada, atractiva Lëila, con una voz cristalina y un fino legato sopranil; Dmitry Korchak personificó un delicado y augusto Nadir, cantando con técnica depurada y vibrantes notas altas; el barítono Borja Quiza fue menos cumplidor vocalmente como Zurga, pero se reveló como excelente actor de carácter en el rol más complejo de la obra. Por su parte, Fernando Radó desató la hilaridad del público con una creíble y punzante versión del pomposo rostro televisivo, mientras su cavernoso basso profondo proyectaba todo el poder y la dignidad de un Supremo Sacerdote.

El coro funcionó mejor actoralmente que como fuerza vocal; a veces perdieron el ritmo y sonaron algo nublados, pero cada uno se adueñó de un típico personaje de universo telespectador, repitiendo hasta el hartazgo actos y gestos en un buen juego de teatro danza. La orquesta sonó potente y precisa bajo la atenta batuta del experto en ópera francesa Ives Abel.    

Pero toda la sorpresa estaba puesta en la creativa escenografía y el movimiento de teatro dentro de la tele. ¿Qué pasará? ¿Cómo se iría transformando el relato de amistad, traición, fuga y muerte en un programa de telebasura?

El escenario se dividió en tres niveles: adelante, en la playa arenosa que parece un escenario para Lost, un ejército de cámaras, técnicos y productores persiguen a los concursantes. Las arias de Zurga y de Nadir (la de este último es la famosa, delicada y misteriosa Je crois entendre encore) se presentaron en ese clásico género del reality televisivo que es el monólogo en el confesionario.

Detrás de la playa de mentiras, una pantalla iba mostrando los resultados de los votos de los televidentes.

¿Quién debe ser el nuevo líder? – “¡Zurga!”

Leïla y Nadir deben ser perdonados o ejecutados por su amor prohibido? – “¡Ejecutados!”

Y cuando el coro es llamado a comentar la acción, una cortina transparente detrás de la pantalla da paso a una colmena de pequeñas salas de departamento donde los televidentes gritan y susurran. Algunos se afanan en sus labores domésticas o sus discusiones mientras la tele los acompaña; otros están pegados a la pantalla.

Al final, todos descienden a la playa con sus smartphones como antorchas, para ejecutar ellos mismos el sacrificio final.

Una versión en inglés de la crítica de esta obra, presentada en mayo de 2019 en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, salió en el número de setiembre de la revista Opera News.

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13 de enero de 2020
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El Boomeran(g)
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