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Axilas y otras historias indecorosas

Javier Fernández de Castro

El 15 de abril de 2029 moría Rubem Fonseca en su apartamento de Río de Janeiro. Aunque sólo le faltaban unos pocos días para cumplir noventa y cinco años aún se encontraba en activo. Pero su corazón no aguantó más y se paró para siempre. Rubem Fonseca era, para decirlo de forma suave, un tipo singular.

Tras graduarse en Derecho y ejercer como abogado durante un tiempo, en 1952 ingresó en el cuerpo de policía de Rio de Janeiro, dedicándose fundamentalmente a ejercer tareas diplomáticas y de mediación. Aun así, seguir muy de cerca el quehacer de sus compañeros le proporcionó un profundo conocimiento del submundo del hampa que luego se ha visto reflejado en su abundante y muy original producción literaria.

Durante los años que pasó en Estados Unidos pudo profundizar en los métodos policiacos más avanzados, pero aprovechó para cursar estudios tan alejados de su profesión como puedan ser la administración de empresas, la sociología o la psicología, prestando especial atención a diversas ramas de la medicina. Y no hay más que ver la variada, muchas veces ingeniosa y  siempre depravada tendencia al asesinato de sus personajes para constatar que, de haberse puesto del otro lado de la ley,  Fonseca podría haber sido un consumado homicida.

            Sin dejar de reconocer su gran influencia en la literatura brasileña posterior a la gran Clarice Lispector, sus contemporáneos siempre miraron a Fonseca con cierta prevención porque, como guía o ejemplo a seguir podía ser peligroso: su personaje más famoso, el abogado Mandrake, es un tipo cínico, rijoso, amoral y muchas veces difícil de diferenciar de los criminales a los que persigue. El suyo, el de Fonseca/Madrake, es un universo despiadado, inhóspito y marcado por la lujuria y los apetitos sexuales más inconfesables, aderezado todo ello con una violencia sin otro freno ni horizonte que el presidio. En las pocas entrevistas que concedió, y en eso mantuvo una actitud muy similar a la de su buen amigo Thomas Pynchon, Fonseca sostenía que al no estar condicionado por la verdad o la necesidad de ser objetivo, como les ocurre al historiador o al periodista,  un escritor debe tener el valor de decir lo que nadie más se atreve a decir, incluyendo las miserias corporales (heces, olores, secreciones, sangre, semen o supuraciones varias) y las miserias morales (ambición, afán desmedido de riqueza, celos y demás mezquindades que en los relatos “polticamente correctos”, se obviaban).

            Es de suponer que la irrupción de Quentin Tarantino en el universo de las imágenes narrativas inconvenientes fue un alivio para todos (ya fueran críticos o partidarios) porque si visualmente el director estadounidense y el escritor brasileño no son equiparables, por ejemplo en el caso de la violencia extrema y el uso que hacen ambos de la sangre a chorros y las vidas gratuitamente truncadas, sus respectivas operaciones son similares: en ambos casos la violencia y el dolor se subliman  hasta el paroxismo, logrando presentarlos como algo cómico y por lo tanto apto para todos los públicos. Y como ejemplos señeros basta recordar al personaje de Leonardo DiCaprio en “Érase una vez en Hollywood” quemando con un  lanzallamas a la hippy dispuesta a vaciarle la barriga a Sharon Tate armada con un cuchillo de cocina, o a algunos de los cuentos incluídos en la presente antología y en los que un asesino aficionado va matando gente por encargo hasta descubrir que la próxima y última víctima es él. Saber que la zona más negra y tóxica del ser humano encierra en sí misma un algo de cómico ayuda a conjurar sus aspectos más nocivos y no digo yo que el lector acabe aceptando con gusto a los protagonistas pero es de agradecer a Rubem Fonseca que al darles voz y rostro haya hecho más próximas y tolerables sus historias indecorosas.

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AXILAS Y OTRAS HISTORIAS INDECOROSAS

Rubem Fonseca

Traducción de Pablo del Barco

Francisco Ferrer Lerín, En dos palabras

Ed. Días Contados

 

 

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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