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La cólera de los hombres

Por 1 de mayo de 2020 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

Hace unas semanas, sin duda velando por la salud general, la presidenta de la Comunidad Europea sugirió que, dadas las circunstancias actuales de efectiva pandemia, los que presenten síntomas o tengan alguna enfermedad susceptible de ser agravada por la infección se mantuvieran confinados hasta nueva orden. Pero añadía que para aquellos que hayan alcanzado cierta edad fatídica (administrativamente fijada), el confinamiento debía realizarse con toda independencia de sintomatología y estado general de salud. Daba para ellos como fecha indicativa de levantamiento el año próximo.
 

Como de costumbre sus palabras fueron ulteriormente matizadas (se habían interpretado fuera de contexto etcétera), pero dejaron huella. En España "nuestros mayores" podrán salir de casa, pero a unas horas especiales. Habrá pues momentos en los que las calles estarán pobladas de niños y "adultos", y otras en las que se cruzarán ancianos, es decir personas para las que se ha cortado el lazo que vincula al ciclo de las generaciones y que a menudo son aparcados en uno de esos subterráneos del alma que son las llamadas residencias de la tercera edad.

Sea o no persona de edad avanzada, el que tenga casa pero experimente desarraigo en medio de su propia comunidad urbana, vecinal o familiar, es decir, si no ve posibilidad de volcar su afecto sobre personas, debe buscar sustituto en un animal de compañía que, en caso de retorno de la pandemia, le otorgará el derecho a pasear, siempre que evite cuidadosamente dirigir la palabra a otra persona, e incluso acercarte en exceso a la misma.

En su pequeño paseo el "adulto" percibirá quizás personas sin animal de compañía, niño, disposición deportiva o paquete de la compra, pero se trata de sombras aisladas, humanos que buscan asilo en algún recoveco, furtivos que, carentes de casa, no han querido siquiera aspirar a encontrar refugio en un albergue saturado e insalubre. El que camina legalmente ha de evitar escrupulosamente la proximidad de estos seres, aunque raramente será necesario, pues ellos mismos (en general atemorizados y sabiéndose provocadores de fobia) se apartarán del trayecto.

¿Y cuando el paseante regresa al interior? No ha de olvidar que los suyos también contaminan y pueden ser contaminados. Así que, aunque se hallen en la habitación contigua, conviene comunicar con ellos a través de móvil u ordenador. Se ha de intentar asimismo no compartir la hora de comida. Y en materia de sexualidad, el lazo telemático es de rigor, pues el virus que nos afecta, por ahora no se despliega en el mundo de los dígitos. Así que cada uno en su virtual cueva y los "Señores del aire" (según la expresión de Javier Echeverría), en la de todos.

¿Y si todo esto pareciera contrario a la aspiración de la vida humana a algún tipo de celebración? ¿Si, entre otras cosas, el "aire" de estos dueños de la atmósfera telemática nos pareciera insano y lo que nos espera en el exterior atentatorio para nuestra dignidad? Pues recordar que en su encíclica llamada Evangelium vitae (aún bien presente en las almas de nuestros gestores, profesen o no alguna fe) el papa Juan Pablo II lanzaba ya anatema contra nuestra incapacidad para enfrentarse al dolor asignándole un sentido positivo. Así que ha dar prueba de entereza, por la cual de ser anciano o niño (propuesta del presidente de Aragón el sábado 18 de marzo) te darán un "diploma de confinamiento".

¿Y en qué consiste tal entereza? Pues fundamentalmente en una disposición psicológica de comprensión ante algunos mandamientos (más o menos explícitos) que rigen en nuestras sociedades. Ilustro la cosa:
El hecho de tener un trabajo, por puramente mecánico y hasta embrutecedor que pueda ser, ha de ser considerado un privilegio (disposición de ánimo que implícita o explícitamente son invitados a adoptar todos los concernidos). Y al que le toque se mantendrá en él hasta que las fuerzas flaqueen. La única excepción la constituirán los casos en los que la tarea sea "excepcionalmente penosa, peligrosa, tóxica, insalubre o con elevados índices de morbilidad". Pero los criterios para delimitar cuando se da tal caso son fluctuantes y dependen en realidad del número de personas dispuestas a asumir resignadamente esas tareas, o sea: los criterios dependen del mercado de potenciales esclavos.

Algunos (investigadores de institutos científicos oficiales, profesores universitarios, etc.) habrán tenido la fortuna de que el trabajo haya sido para ellos algo más que un "ganapán", pero tendrán castigo compensatorio mediante el siguiente procedimiento: se les mirará el diente, no para consignar la salud, sino la edad, y si esta es la administrativamente fatídica serán considerados inválidos para proseguir su tarea, siendo indiferente que hasta la víspera la hubieran realizado con plena eficacia, sintiendo que cuerpo y mente respondían, y evitando precisamente con ello que dejaran de hacerlo. Y mientras sus facultades se van progresivamente bloqueando serán (como los demás considerados ya inutilizables) desplazados a los arcenes de la sociedad. 

Tener casa por mísera que sea y disponer realmente de la misma será considerado por cada uno también un privilegio, pues de lo contrario, cuando llegue el turno de ser declarado inútil, se le someterá al ya evocado castigo: corte horizontal que escinde de las nuevas generaciones y confinamiento geriátrico. En caso de calamidad mayor el destino de tales personas está a la orden del día: ante la impotencia de cuidadores, familiares recluidos en sus casas, y de los propios responsables de los centros, los retóricamente llamados "nuestros mayores", aislados incluso de los que comparten centro, supondrán una cantidad de víctimas sin proporción a su peso en la población.

No se trata de dirimir qué supone para una civilización una situación que acabo de describir. Se trata más bien de contemplar todas las implicaciones de la misma y resistir en la medida de las propias fuerzas a todo lo que no es de recibo. Pues la tragedia (correlativa de nuestra frágil condición natural) no debe ser confundida con la miseria (de orden social y tantas veces evitable). Cabe pedir a los hombres que muestren entereza ante la primera, no es justo que se les exija ser pacientes ante la segunda.

Pues en este Horizonte de aislamiento mucho más que físico, en el que cada individuo viene a ser una caricatura de mónada leibniziana, no sólo está excluido todo duelo efectivo (cuya función es evitar que el dolor se congele) sino asimismo toda "celebratio", palabra latina que supone afluencia, abundancia, solemnidad y en definitiva fiesta. No hay por definición celebración yerma, celebración en solitario o en esa modalidad encubierta de soledad que supone que cada uno sólo vea la bondad de la vida en los suyos, eventualmente exclusivamente en sí mismo. Lo propio es a la riqueza como el onanismo a la sexualidad efectivamente celebrada. Pues siendo el hombre un animal intrínsecamente social no hay riqueza exclusivamente propia, no hay fertilidad real en un huerto aislado. Me permito citar el final de un artículo propio en el diario El País:
Además de la peste que transcurre en Orán, en su parábola de 1948 "El estado de sitio", Albert Camus evoca una segunda Peste, encarnada en un político a ella identificado, que asola la ciudad andaluza de Cádiz. Camus parecía señalar a Franco, pero muchos son los gestores del mundo que hoy podrían sentirse aludidos. Los ciudadanos de Cádiz se pliegan con resignación, excepto el protagonista Diego, que lanza a la tiranía: habéis olvidado la rosa salvaje, los signos del cielo, las rostros del verano, la gran voz del mar, los instantes de desgarro y ¡la cólera de los hombres!".

 

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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