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Uniformados

Por 30 de abril de 2020 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Vicente Molina Foix

 

Cuando lo crucial es el babero que el enfermo lleve mientras respira en la UCI, o las batas del personal sanitario, otra ropa ha cobrado importancia entre los que dicen actuar según altos principios cuando solo miran por sus propios fines. Primero fue Pablo Iglesias, un republicano legítimo e inteligente que hace tontadas frívolas: meterse, por ejemplo, con el traje de gala militar de Felipe VI, que también representa al pueblo así vestido, como los reyes y reinas de otros estados democráticos del norte de Europa, nunca subordinados a sus ejércitos, que, ahora se ha visto claro, son más asistenciales que beligerantes, y mueren víctimas. 

En tanto que izquierdista chapado a la antigua, yo detestaba el correaje y la gorra de plato que me tocó llevar casi 15 meses en el Ministerio del Aire, un paraíso de dandies comparado, decían rencorosos los de Tierra, con el chusquerismo de sus mandos y el marronazo de su uniforme. Acabada la mili, en el verano de 1975 viajé de turista a Portugal con una pareja de amigos, y en Elvas, nada más cruzar la frontera, encontramos albergue ya entrada la noche en una pousada histórica; el recepcionista era un joven suboficial armado. El muchacho se hizo un lío con las llaves y no se daba maña con la factura al irle a pagar, pero sacó el clavel del fusil en la despedida para regalárselo a la chica rubia que nos conducía a su novio y a mí. ¿Franquistas nosotros? ¿Representante de la bota marcial aquel sargento que un año antes había hecho la revolución sin pegar un tiro?

Después de la simpleza de Pablo Iglesias, lo de los generales. Es bueno que no vuelvan al podio de las inacabables ruedas de prensa. Iban también ellos como jefes de un estamento de servicio a la comunidad al que llegaron por su saber estratégico o sus dotes de mando. No por su bien hablar. La elocuencia a un militar no hay porqué suponérsela. Picos de oro electos oímos muy embaucadores. Menos mal que a nosotros nos queda la última palabra, cuando toque darla.

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Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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