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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La voz cantante (2)

El otro nombre que busqué en la lista de los cien mejores cantantes propuesta por la Rolling Stone fue el de Bob Dylan. Imagino que habrá muchos -empezando por Santiago Roncagliolo- que se sorprenderán ante la simple presunción de que Dylan pueda ser considerado un buen cantante. Y sin embargo, aun cuando entiendo que Dylan carece de todas las características que suele atribuirse a una voz melodiosa, debo decir que su decir me resulta absolutamente convicente. Cante lo que cante, no puedo evitar creerle.

A diferencia de Lennon, Dylan no pretende habitar cada emoción, cada estado del alma; en este sentido, no es lo que tradicionalmente se llama un intérprete. Yo creo, más bien, que canta del mismo modo en que predicaban aquellos profetas desquiciados que se pasaban temporadas eternas en el desierto. Exigidos al límite de lo humano, lo han visto todo y lo han entendido todo y lo han experimentado todo, y al volver no pueden hacer otra cosa que comunicar la verdad entrevista -con un toque de desdén, como si supiesen que nadie va a hacerles verdadero caso, como si estuviesen convencidos de que la gente los toma por locos, como si el mismo acto de comunicar la verdad fuese un contrasentido.

Y sin embargo uno sigue escuchándolos. Porque la voz de canciones como Not Dark Yet transmite el valor de alguien que ha ido por propia voluntad a un sitio donde nosotros sólo iremos cuando no quede más remedio; y oírla equivale a sentir que cuando llegue el momento, no andaremos del todo ciegos.

/upload/fotos/blogs_entradas/thom_yorke_med.jpgPor lo demás, la lista de la Rolling Stone no está exenta de los inevitables disparates que derivan de la matemática de toda encuesta. ¿Whitney Houston mejor cantante que Jeff Buckley, que Kurt Cobain, que Brian Wilson? ¿Cristina Aguilera mejor cantante que Bjork, que Thom Yorke, que John Fogerty? ¿Mariah Carey mejor cantante que Tom Waits, que Patti Smith, que Morrissey? Es un error común en lo que hace al arte todo: confundir el instrumento con el intérprete. El instrumento puede sonar celestial, pero el quid de la cuestión pasa por otro lado -por el para qué se lo usa. Por eso Dylan afónico y Thom Yorke con anginas sonarán siempre mejor que la mejor canción de Houston y Aguilera y Carey, porque usan lo que tienen -poco en el caso de Dylan, mucho en el de Yorke- para transmitir algo más importante que ellos mismos, y que por cierto no tiene nada que ver con el rango de agudos o la capacidad de producir tantos gorgoritos por minuto.

Lo que importa no es el sonido, sino lo que cuenta.  



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30 de diciembre de 2008

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El jardí de Volpi

No solo el jardín sino el mar, Jorge Volpi se diversifica. Fuente: casamerica Rompiendo con su ciclo de novelas extensas, la nueva novela de Jorge Volpi, Jardín devastado (Alfaguara) es una pequeña música de cámara. Espero que la vendan en Bogotá para poder leerla. Aunque en cierto modo ya la leí, porque la novela fue apareciendo en fragmentos (100 microcapítulos) en un blog que Jorge administraba en El Boomerang. Dijo Volpi:"Ha sido un proceso doloroso porque desde el principio me plantee explorar el dolor. Creo que la novela es una exploración del narrador, un proceso de liberación, en busca de un libro sobre la indiferencia, sobre el egoísmo como algo circunstancial del ser humano", dice Volpi. A la tarea de analizarse, añadió el cansancio que produce escribir cada capítulo a mano antes de volcarlo en su bitácora. "Escribir a mano cambia bastante el ritmo de la prosa por lo que se cansa la propia mano o por la velocidad que es menor, me gustaba esa combinación entre lo más primario y lo más tecnológico", explica. Capítulos de dos líneas, que más parecen aforismos, intercalados con imágenes narradas en dos páginas, en una prosa que destila poesía. En El jardín devastado, Volpi juega con el halo de ventana a la intimidad que le ofrece la herramienta del blog.



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29 de diciembre de 2008

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Kafka en clave chilena

Pato Fernández, de gris, junto a algunos de sus personajes incluida su esposa. Fuente: moleskine Cuando llegué a Santiago de Chile, a raíz de ser jurado de la revista Paula, compré en la primera librería que vi Los nenes de Patricio Fernández, de quien no conocía nada y me llamó la atención verlo en Anagrama. Luego descubrí que se trataba de quien fue director de The Clinic, una especie de periódico de humor muy exitoso (y jamás reproducido, pese a los intentos, en otros países). Pero luego ocurrió otro fenómeno: cada vez que me encontraba con alguien, y le comentaba -sin leerla aún- que la tenía, me decía con orgullo: "Ah, y soy personaje de la novela". Y así ad infinitum. La novela ha tenido una crítica bastante irregular, según sé, en Chile. Pero en España, J.J. Armas Marcelo cuenta en "La Intemperie" que se ha reído mucho. Seguro porque no es personaje de su novela. Dice Armas Marcelo que es "una novela sumamente divertida" y luego agrega (extrañamente):Es una novela "en clave" pero su lectura remite a Kafka tan claramente que uno puede reírse a carcajadas sin reconocer a ninguno de sus personajes que se mueven en sus páginas.Kafka en clave chilena. Ahí sí que me dio un escalofrío. Vamos a ver a qué se refiere JJ Armas Marcelo con esa frase (yo pienso que los únicos kafkianos latinoamericanos son los aduaneros). Voy a terminar la novela aunque, lamentablemente, mi lectura no será tan virginal porque ya sé quiénes son algunos personajes.



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29 de diciembre de 2008
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III. El destino ciego

¿Es legítima o no la participación creativa del lector? Lo es. Leer un texto literario es ya un acto creativo, algo que Julio Cortázar llamaba el papel del "lector hembra". Y el padre de Cortázar, ya sabemos, fue Borges. Pero hoy se va aún más allá respecto a Borges.

/upload/fotos/blogs_entradas/borges_ramirez_med.jpgEn un artículo de principios de este año en The New York Times, titulado "Borges y el futuro predecible", Noam Cohen alega que el autor de Historia de la eternidad es el padre del intertexto, y el hombre que descubrió Internet en su cabeza, antes de que ésta se hiciera realidad. Cohen cita a autores contemporáneos, como Humberto Eco, que respaldan esta afirmación, o Perla Sassón-Henry, quien en su libro Borges 2.0: del texto a los mundos virtuales, analiza la conexión entre los medios electrónicos "descentralizados" como YouTube, los blogs y la Wikipedia, con los cuentos de Borges en los que el lector es un participante activo; lo llama "alguien del mundo antiguo con una visión futurista". Y un libro de ensayos publicado este año por la Universidad de Bucknell sobre el mismo tema, se llama precisamente Cy-Borges.

No hay duda que Borges imaginó las enciclopedias infinitas y las librerías infinitas, que se parecen a Google y a la Wikipedia, e imaginó a los seres de memoria infinita, como Funes el memorioso. Nunca puso los dedos sobre el teclado de una computadora, ni movió un ratón debajo de su mano, pero todo estaba ya en su mente, dispuesta precisamente a la idea de lo infinito, y de lo asombroso.
No creo, sin embargo, que hubiera dejado que alguien interviniera en cambiar el destino de sus personajes. El destino ciego, en manos de un escritor ciego capaz de tocar el universo, no podía quedar sujeto a las votaciones.

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29 de diciembre de 2008

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El año que dejé de creer en Woody Allen

Hace tiempo que tengo dudas con los reyes, incluso con los magos, pero nunca había dejado de creer en Woody Allen. Siempre me había gustado ese rabino en topless, ese judío sin casquete, con su leal oposición a Dios. Curioso tipo que confunde el paraíso con Radio City Music Hall. Me gustaban sus películas desde Toma el dinero y corre hasta que se empeñó, le empeñaron, le pagaron, y tomó el dinero, para hacer esa postal sobre Barcelona con escala en Oviedo. Menos mal que dentro están Javier Bardem, Penélope Cruz  y otras chicas del montón de hermosas que siempre han rodeado a este pequeño, tramposo, genial y descreído. Un tipo sagaz, no preparado para conocer la nada eterna por no estar seguro de estar bien vestido para la ocasión. Brillante seductor, capaz de hacer cada año la película que nos compensaba del aburrimiento, la pedantería y nadería previsible de tantas noches de cine y humo. Excepciones, y Robert Mulligan, aparte,  Woody Allen era el seguro, la cuota, la isla inteligente que puntualmente nos permitía estar en Manhattan, y alrededores, como en casa. Nos cambió el decorado. Tragamos Venecia, Londres y algunas oscuras calles de Europa. Hasta que llegó a Barcelona y nos hizo bajar. Ahora vuelve por el principio, por lo de tomar el dinero y tocar. Y seguir corriendo. Nuestro artista dice adiós al año españolizando, en salón público y con orquesta de nochevieja para amenizar despedidas. El genio tocará el clarinete mientras los paganos comen las uvas, brindan por el final de la crisis y por los milagros de Obama.
 
No es la primera vez que Allen tiene miedo a la falta del dinero, las crisis y la falta de liquidez. Mi entregada fe en sus discursos cinéfilos me hizo creer  que eran temores de  buen hijo,  deseo de cuidar al  padre, de pagar por un buen sitio en la Sinagoga y que no le hicieran sentarse lejos de Dios, en esos lugares de atrás. Esos bancos traseros,¡ tan lejos del sitio  dónde suceden las cosas! Ahora debe correr a tomar el dinero por sus ex, sus hijos o por su espíritu no santo. Despedimos el año de la decepción con Woody Allen, sin conseguir que nos caiga mal.
 
El puñetero año en que nos tocó la crisis, el mismo que no nos tocó la lotería, y en el que nos despedimos, sin querer, de Rafael Azcona. Adiós al año en que nos volvió a engañar el poeta Ángel González. El año en que dejó escrito que lo suyo no era nada grave. Y el amigo fingidor se murió con una sonrisa. Hay años mejores, no estaban en éste, aunque me resisto a despedirme sin una esperanza. Tendré que volver a Woody Allen. Le perdono y le robo una cita optimista. "En suma, me gustaría tener algún tipo de mensaje positivo que dejarles. Pero no lo tengo.¿Aceptarían dos mensajes negativos?" Daremos otra oportunidad a Woody Allen. Sin clarinete.
 
Artículo publicado en: El País, 28 de diciembre de 2008.



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29 de diciembre de 2008
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El pasado ya no es lo que era

A punto de terminar el fatigado y oneroso espectáculo del nacimiento más distinguido de nuestra civilización, he recordado aquellos años en los que un grupo de gamberros aquejados de ideas grandemente progresistas íbamos por las calles del pueblo cantando a voz en grito un célebre villancico cuyo estribillo decía: "A la mierda los pastores, se acabó la Navidad". Creo que era invención poética del llorado Carlos Trías, uno de los hombres mejores que ha dado la ciudad de Barcelona, tan parca en los últimos decenios. Aquella canción, violenta, sí, pero algo menos radical que el himno nacional catalán con sus hoces sobre las gargantas españolas, quería manifestar una viva simpatía hacia el niño Jesús, y un feroz odio a la venta del evento y la enajenación de la clientela.

/upload/fotos/blogs_entradas/losenemigos..._med.jpgPasados los años, la izquierda catalana ha recuperado incluso Els pastorets, la comedia pía más amada durante el franquismo, y cualquier rechazo de la Navidad, o incluso de Santa Claus, ese juguete chino, es altamente impopular. Las radios, las televisiones, los diarios, no digamos las revistas sacan humo para complacer a los mercaderes que Jesús expulsó del templo, como explica con admirable erudición el último libro de Antonio Escohotado, cuyo título lo dice todo: Los enemigos del comercio (Espasa).

Se ha producido una transformación admirable y magnífica. Quienes ahora atacan los fastos navideños no son ilustrados izquierdistas, laicos luminosos que también exigen eliminar los crucifijos de las escuelas, sino hatillos de marginales que ponen en riesgo la ganancia y con ello los puestos de trabajo que genera el espectáculo sacrificial. Son hostiles al gasto chiflado y por tanto asociales. Son enemigos, no de la explotación mercantil, sino del capitalismo tout court. Son antisistema.

Magnífico retorno del cristianismo al paganismo que aplaudimos todos los que, con nuestro presidente, consideramos antipatriotas a cuantos afirmen que hay crisis económica o que la Navidad es un peñazo. ¡Otro triunfo del absolutismo de la bondad ecuménica!

Artículo publicado en: El Periódico, 27 de diciembre de 2008.

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29 de diciembre de 2008
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El hombre que no soporta al hombre

Marx anunciaba el "hombre total", el hombre que liberado del mal provocado por causas sociales contingentes, pondría  sus capacidades materiales y espirituales al servicio de lo que precisamente singulariza al hombre, esa inteligencia que marca lo exaltante y a la vez lo trágico de su destino. El problema no reside en que Marx haya errado en sus previsiones, ni siquiera en que el proyecto emancipador se haya traducido históricamente en máquina paranoica, que canalizaba sus energías en el control de los suyos y que, finalmente exhausta, acabaría rindiéndose incondicionalmente. Lo que realmente desazona, lo que realmente "sofoca y oprime" es cuando el propio espíritu se rinde a la idea nihilista de que el fracaso estaba realmente anunciado, que constituía una certeza a priori, imponiéndose el sentimiento de que nuestro destino social objetivo es el de esos seres que la nietzscheana Genealogía de la Moral  nos presenta como hijos del encubrimiento y el oscurantismo: seres amantes de la falacia y resentidos contra todo aquello que les recuerde su obligación esencial de estar por encima de la vida inmediata y de la salvación individual.

Del "hombre total" que asumiría con entereza su condición trágica, hemos pasado al hombre que antepone el ideal samaritano al ideal de justicia; hombre que diluye la dura exigencia de amar (y en consecuencia luchar por la dignidad) de los seres de su especie, en una ternura abstracta por la vida en general en la que no tendría papel privilegiado la vida del hombre. Hombre para el cual la ecología no consiste en proteger cuidar y enriquecer la naturaleza a fin de que esté en condiciones de  amamantar de manera sana al hombre (es decir, al único ser susceptible de medir las cosas, otorgarles valor y arrancarlas a su insignificancia) sino en erigir a esa naturaleza  en deidad (¡que tendría valor aun en ausencia del hombre!) y fin último de nuestra acción previsora.  Hombre que se autoproclama moral e ilustrado, y que literalmente repudia a quien presenta rasgos de veracidad moral y lucha realmente por restaurar la dignidad humana. Hombre que no quisiera haber nacido tal; hombre que, simplemente, no soporta al hombre.

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29 de diciembre de 2008

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Luz de Vísperas

Mauricio Wiesenthal

Edhasa

Objetivamente, a Luz de Vísperas no le faltan ambición, ni recursos, ni aliento (1137 páginas) para llegar a ser lo que su autor, Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943) pretendía ofrecer: una epopeya de la Europa del siglo XX.

/upload/fotos/blogs_entradas/luz_med.jpgEl personaje central y  encargado de ofrecer la sensibilidad a través de la cual se irá encarnando el espíritu de la época es Gustav Mayer, un escritor de origen judío nacido en Viena a finales del siglo XIX.  La familia Mayer ha aprendido desde hace varias  generaciones que para triunfar en la sociedad centroeuropea es necesario renegar del judaísmo (empezando por el nombre, que deja de ser Mayr para convertirse en Mayer), hacerse cristiano y casarse con damas de alcurnia y apellidos cristianos, rematando todo ello con una saneada posición económica, no importa si a través de las finanzas, el comercio o la industria.

Es muy buena toda la fase de antecedentes familiares, con la abuela Regina de origen español-colonial y la madre de Gustav, Ana María Hofer, hija de un médico austríaco destacado en Venecia al servicio del ejército imperial.  Esas dos poderosas influencias femeninas y sus respectivos entornos vitales (una estancia en América del Sur parcialmente reproducida en Europa, en el caso de la abuela, y un palacio en Venecia en el caso de la madre) marcan todo el primer tercio de la narración, y corresponde a lo que en la novela tradicional eran los años de formación. El autor parece conocer bien el ambiente y los pormenores de Austria en vísperas del hundimiento imperial y se mueve con toda soltura por Praga, Viena y Berlín,  las ciudades que marcaron la infancia, la adolescencia y la primera juventud de Gustav Mayer. La progresiva inclinación de este por la escritura va haciendo entrar en escena a escritores como Stefan Zweigt, Romain Rollland, Reiner María Rilke, Thomas Mann y hasta el propio Tolstoi, al que el joven escritor en ciernes visita en su dacha para hacerle una entrevista. Es de destacar una conferencia sobre el espíritu de la Grecia clásica pronunciada en la Universidad de Berlín por el  filólogo  Ulrich von Wilamowitz- Moellendorf y que marcará decisivamente el destino del  hasta entonces desorientado estudiante Mayer.

Los primeros triunfos literarios del futuro escritor y premio Nobel quedan en suspenso con el estallido de la Primera Guerra Mundial, sin duda alguna el momento más vibrante y creativo de la novela.  El anuncio de la catástrofe que se avecina tiene lugar en paralelo con el despertar de la conciencia histórica y de los sentidos del personaje,  y esa dialéctica simbólica resulta ser un recurso literario de gran eficacia. De mero espectador y vigilante de la fortuna familiar en ausencia del hermano mayor, llamado al frente, Gustav Mayer pasa a engrosar las filas de esos ejércitos imperiales cuyas derrotas en todos los frentes son un presagio de la hecatombe que le aguarda al Imperio Austro-húngaro, encarnada aquí en el héroe por las graves heridas que recibe en el frente. Paralelamente, la relación que entabla con tres mujeres de caracteres y sensibilidades muy diferentes crean un laberinto sentimental que el herido solventa al terminar la guerra uniendo su vida a una de ellas, Carlota, madre de dos niñas y que aceptará prohijar a una huérfana de la guerra y formar entre todos una familia que refleja bastante bien la imagen de esa Europa destrozada por la catástrofe y que lucha por rehacerse y recuperar el espíritu que la llevó a crear una civilización universal.

Hasta aquí, lo que parecía ser la ambición inicial del autor se cumple sobradamente. Por lo que sé de él, Mauricio Wiesenthal es un hombre que ha viajado toda su vida, que ha ejercido toda clase de oficios en el mundo de la cultura y que posee una curiosidad intelectual que le ha llevado a centrar su atención en universos tan variados como la historia, la medicina o la enología, aparte de poseer una clara inclinación por los idiomas. Todo ello, sin duda, son armas poderosas y que le han ayudado decisivamente en la elaboración de su gran novela.

Pero en plena posguerra europea se produce un cambio de registro narrativo muy notable. El lector sabe que no van a tardar en dar señales de vida los movimientos sociales e ideológicos que acabarían  dando paso a los regímenes totalitarios comunistas y nazi-fascistas. Y sabe por tanto que toda estrategia de futuro y todos los planes que realicen unos personajes en su plenitud social van a quedar irremisiblemente marcados por el ascenso al poder de Hitler y las consecuencias posteriores del triunfo de los nacionalsocialistas.  Curiosamente, en lugar de lanzar a sus personajes contra el destino común que les cupo en suerte a todos los europeos en general (debido a la guerra) y a los judíos en particular (incluidos los renegados), Wiesenthal prefiere aislarlos en una burbuja milagrosamente intacta (Suiza) y tratar de ofrecer un reflejo del fin del mundo a partir de las vicisitudes de esos náufragos encerrados en una especie de isla cuyo centro espiritual es el pueblo de Sils Maria, tan estrechamente vinculado al Nietzsche del Eterno retorno.

Debo decir que la elección me parece desafortunada y que la tensión narrativa, la riqueza de imágenes y las metáforas culturales que tanta altura habían alcanzado en la primera mitad de Luz de Vísperas sufren un notable bajón. Y el microcosmos suizo, con los amoríos pequeño burgueses del escritor y sus vínculos con la resistencia no alcanzan ni por asomo a transmitir una pálida idea de lo que mientras tanto le estaba ocurriendo a esa Europa cuya historia parecía que se nos iba a contar.



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29 de diciembre de 2008

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Una luz en la tiniebla

¿Una luz en la tiniebla? Sí, la luz de la conmoción y el pavor. La blanca faz de los muertos. Los trescientos sudarios y las vendas que envuelven al millar de heridos. Esa es la única luz que nos ilumina en la oscuridad y nos conduce hacia el abismo, esa luz que es el abismo mismo en esos días peligrosos en la que nos hemos sumergido. En dos días el mundo ha revivido escenas que parecen llegadas de otra época. Una población civil indefensa, secuestrada por unos y otros, escudos humanos de los de un lado y objeto de castigo colectivo de los del otro, sin que nadie se responsabilice de su seguridad y de sus vidas frágiles. Ciudades donde un poder detestado esconde sus cuarteles y arsenales, que son bombardeadas desde el aire como escarmiento por sus enemigos. En nuestra época, precisamente en el momento en que todos acordamos que así no debe actuarse, con razón o sin ella, con razones o sin ellas. Ya no vamos a dar aval ahora a Dresde y Hamburgo, a Hiroshima y Nagasaki, a Hanoi o Grozni, a Ashkelon y Sderot, aunque sea bajo bombas rudimentarias pero de igual perversidad, ¿cómo podríamos darlo a Gaza bajo las bombas?

¿Quién responde por la vida de esos niños, de esas mujeres, de esos ancianos? ¿Quién en sus cabales considera culpables y condenados de antemano a esos pobres cadetes que juraban sus cargos en los cuarteles de policía de la franja? No es Hamas, por supuesto, que manda e impone su orden terrorista en el territorio, incapaz de resolver el dilema entre la obligación de gobernar y proteger a su población y su obsesión por matar israelíes en cualquier momento. No es el gobierno israelí, sólo faltaría, que cuenta con un ejército de poder infinito y tiene todos los apoyos internacionales para hacer y deshacer con acciones como ésta y muchas otras, pero sólo se responsabiliza de la población israelí, de su población, y nada quiere saber de su responsabilidad como fabricante de exilios y de desesperación de esa otra población con la que vive yuxtapuesta.

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No son ni siquiera sus vecinos árabes, que miran hacia otro lado o incluso coordinan sus militares y sus servicios secretos: Hosni Mubarak estaba perfectamente enterado de lo que se llevaban entre manos los israelíes; también Jordania y Arabia Saudita estaban en el ajo: nada les preocupa más que el poder creciente de Hamas y su disposición a convertirse en servomecanismo del fundamentalismo chiíta e iraní. La propia ministra de Exteriores Tzipi Livni informó personalmente al rais egipcio en un viaje de urgencia pocas horas antes del ataque. Tampoco se responsabilizan la primera potencia mundial y la comunidad internacional, con la Unión Europea al frente y Naciones Unidas en el vértice. ¿Dónde queda la responsabilidad de proteger? ¿Dónde la nueva política de Obama hacia las poblaciones indefensas?

Esa operación ha sido preparada minuciosamente por los políticos israelíes, unánimes y apoyados por un amplio consenso social y político interno, desde hace seis meses, según informa Haaretz. Con el propósito de rebajar los humos de Hamas y degradar su poder sobre la franja. Están los objetivos militares: 40 túneles que comunican con Egipto, donde pasan mercancías y armas y se cobran impuestos oficiosos; los cuarteles e instalaciones militares; las prisiones y los estudios de televisión; algunas mezquitas. Pero está sobre todo el objetivo central: esa conmoción y ese espanto que había que difundir entre sus dirigentes y sus bases sociales para que se persuadieran de que con Israel no se juega.

El debilitado y dimisionario Ehud Olmert, procesado por supuesta corrupción política y denostado por su mala conducción de la guerra del Líbano, ha querido quitarse esa gran espina clavada antes de irse. El ejército de Israel debía recuperar su capacidad disuasiva y su imagen invencible fuertemente dañadas en aquel trágico verano de 2006. Nada más claro que buscar un enfrentamiento bien medido con Hamas que condujera al partido fundamentalista a una derrota nítida. Por difícil y miserable que sea vivir en Gaza bajo la férula de los fundamentalistas islámicos, éstos vienen apuntándose tantos ante su población desde hace tres años.

En verano de 2005 Israel desalojó las colonias de la franja con sus 2.000 habitantes. En enero de 2006 Hamas ganó las elecciones legislativas palestinas, superando en el día a día el boicot internacional contra un Gobierno que juega a la vez a las urnas y al terrorismo. En junio de 2007 Hamas arrebató el poder con las armas a Fatah en Gaza y un año después accedió a declarar este alto el fuego, a instancias de Egipto, ahora roto. Para los extremistas islámicos cada uno de estos pasos eran premios y estímulos a seguir en el camino violento, que iban acompañados de mayor rearme y reclutamiento.

Por eso la operación empezó a prepararse justo cuando Egipto consiguió arrancar la tregua de seis meses: Israel los ha utilizado para organizar esta guerra de fin de año, localizar y fijar los objetivos, buscar las complicidades internacionales, echar las redes de espionaje... Sabía que al terminar la tregua sería imposible que Hamas siguiera conteniéndose: la provocación estaba asegurada. Y así fue: 300 cohetes en apenas seis días, un muerto y varios heridos, la población fronteriza aterrorizada y una fuerte presión sobre el Gobierno para una respuesta rápida y dura. El siguiente paso fue la desinformación: dar a entender que todavía no se había decidido atacar, mientras empezaban a funcionar los canales internacionales oficiosos para preparar el ataque.

Todo ha salido, hasta ahora, a pedir de boca. Sólo falla el factor humano. Esas molestas víctimas cuyas fotos revuelven las conciencias, esas historias de muerte y dolor que quiebran los ánimos y enajenan las simpatías. El escritor israelí Amos Oz ha reivindicado el derecho de Israel a defenderse; pero también ha asegurado que estos bombardeos son un crimen de guerra y un crimen contra la humanidad. Un destello de luz rasga la oscuridad, y esta vez no viene de una explosión sino de una voz honesta y libre.



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29 de diciembre de 2008

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Galería de espectros: el bufón Don Sebastián

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el espectro del bufón Don Sebastián
Delfín Agudelo: Te refieres sin duda al bufón de cara ambigua retratado por Velázquez.
R.A.: Sí, me refiero a este cuadro de Velázquez y a la obsesión que tuvo Velázquez por pintar bufones. Ahora no recuerdo la proporción exacta pero Velázquez, que fue un pintor no muy prolífico, tiene unos diez o doce bufones; es decir, tiene una proporción dedicada a retratos de bufones bastante impresionante. Es equiparable a la misma importancia que se da a la figura del bufón en la obra de Shakespeare: mientras que Velázquez los pintaba, Shakespeare los poetizaba en sus dramas. Creo que en los dos casos, y concretamente en el de Velázquez, lo que hay en el caso de bufón y bufones se entiende como una contrafigura del poder, como alguien que vive el ambiente de la monarquía absoluta, el ambiente del poder absoluto. Velázquez es perfectamente consciente de que el único gran contrapunto al poder del rey es el bufón del rey; el único gran contrapunto al señor absoluto es el bufón. De manera que el bufón, en cierto modo, encarna y arrastra una sustancia de libertad que muchas veces en la vida diaria de un rey o de una sociedad no se puede dar. Por eso todos sabemos que en los medios de extrema censura, por ejemplo en las dictaduras, sólo la ironía escapa a la red de la censura, y a las redes del totalitarismo. El bufón era un personaje muy libre, y eso debía seducir mucho a Velázquez; esta libertad se debía a que era el portador monstruoso del único espacio de real libertad bajo los poderes absolutos.



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29 de diciembre de 2008
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