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Eder. Óleo de Irene Gracia

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AM Homes autobiográfica

A.M. Homes. Fuente: un apéndice del ocio Juan Manuel de Prada no es, como reseñista, uno de mis favoritos. Al contrario, normalmente me disgustan mucho sus críticas, casi tanto como sus últimas novelas (¿alguna vez volverá el autor de El silencio del patinador?) Pero ahora veo una reseña suya a la última obra de AM Homes publicada por Anagrama, La hija de la amante, que empecé a leer hoy por coincidencia, y no puedo menos que estar de acuerdo y entusiasmado por este párrafo:No nos hallamos, como avanzábamos más arriba, ante una novela, ni siquiera en su variante de "autoficción" (tan en boga hoy), sino ante una confesión descarnada. Recién alcanzada la treintena, los padres de la autora le revelan que, en realidad, es una hija adoptada, y que su madre biológica, Ellen, desea conocerla. La conciencia de la escritora se convierte desde ese momento en un nido de víboras: por un lado, el deseo de restablecer su identidad la impulsa a entablar contacto con Ellen; por otro, algo parecido al rencor -tal vez tan sólo un dolor sin consuelo- le impide aceptar el acercamiento de esa madre "sobrevenida", que no tardará en convertirse en algo similar al asedio. La primera parte del libro es, sin duda, la más lúcida y terrible, la más cuajada literariamente también. Homes renuncia a los alardes retóricos, en un ejercicio de despojamiento que soslaya la búsqueda de una identificación emocional con el lectorSigo leyendo con más ganas...



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7 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Rafael Lemus sobre Un lugar llamado Oreja de perro

Una foto mía más para que se escandalice Rafael Lemus. Delante del cuadro "El amigo" de Luz Letts en la galería Lucía de la Puente. Fuente: moleskine Esta es la crítica que más estaba esperando. Me habían comentado que Rafael Lemus iba a reseñar mi novela para Letras Libres. Conozco sus textos, es una persona seria, inteligente, culta, que busca ubicarse en el lugar que los grandes críticos mexicanos están dejando abandonado. Más allá de lo que dijese de bueno o malo sobre mi novela, quería aprender algo a través de su crítica. Algo sobre mi libro, pero también algo sobre literatura. Pero, qué pena, no ha sucedido. Más allá de estar de acuerdo con la conclusión: "Un lugar llamado Oreja de Perro es una buena novela. Es sólo que a veces uno quiere algo más que pasar un rato agradable", solo me queda parafrasearla y decir: "Lemus ha hecho una buena reseña. Es sólo que a veces uno espera que una reseña sea algo más que un rato agradable". Ya desde el comienzo, Lemus parte del prejuicio al comentar irónicamente mi participación en Bogotá 39, como si fuera un pecado sonreír para una foto o estar feliz de ser parte de un grupo extraordinario de personas (escritores, ya veremos):Está, primero, la fotografía. 39 escritores (o menos) de 39 años o menos en Bogotá, Colombia. Alguno sonríe y posa, otros sonríen y posan, todos sonríen y posan. En el extremo izquierdo, el escritor peruano Iván Thays (abrigo negro, bufanda gris) sonríe y posa. ¿Qué celebran? Imposible saberlo. Uno sólo quisiera creer que no se festejan a sí mismos ni el hecho de estar allí, juntos y felices, satisfechos de haber sido nombrados, oh, losmejores39escritoreslatinoamericanosetcétera.Luego, su prejuicio se alimenta con lo que opina sobre mi blog de manera distorsionada, como si todos los blogs tuvieran la obligación de ser "intelectuales" como los de Letras Libres. Pero lo que es peor, Lemus intenta hacer una intersección entre los libros autores que cito en mi blog y mi propia novela. Lo suyo no ha sido un intento de entender la novela en su propio contexto y autonomía, sino una pesquiza de fuentes y correspondencias, que en mi caso son supuestamente públicas porque comento mis lecturas en Moleskine, como si un reseñista tuviera la fortuna de ingresar a las bibliotecas de los autores y de ahí deducir sus fuentes:(...) Thays, sensible y atento a la actualidad literaria, aprovecha cierta escritura contemporánea en vez de explorarla. Un ejemplo: son pocos los riesgos formales y nada es radical en esta novela ?el laconismo no es extremo, el tono desencantado no lo es tanto, la violencia es esencialmente temática. Los elementos de una buena novela contemporánea están allí, pero un tanto apagados, a un paso del lugar común; dispuestos cautelosamente, sin atrevimiento alguno, como para que nada destaque y distraiga, o apueste y pierda. Tampoco es extraño: conocemos el blog de Thays y sabemos que sus apuntes literarios ?es decir, la manera en que lee? jamás son insólitos ni radicales. ¿Por qué habría de serlo su narrativa?Pero vayamos al núcleo central de la reseña, apenas tres párrafos positivos pero mediatizados siempre por esa mirada-con-el-rabillo-del-ojo que un crítico como Lemus tiene sobre un escritor-con-blog-personal:Hay que escribirlo de una vez: Un lugar llamado Oreja de Perro es una buena novela. La trama es clara y, si se quiere, atractiva: un periodista peruano ?que perdió hace poco a su hijo y está por perder a su esposa? viaja a Oreja de Perro, una miserable ciudad andina destruida por el terrorismo, para cubrir la visita del presidente Alejandro Toledo; allí se involucra con una ?chola?, padece la violencia del Perú profundo, escribe las líneas que leemos. Hay un juego, más o menos obvio, con el tema de la memoria (un hombre amnésico, otro incapaz de olvidar y un país decidido a recordar los crímenes pasados), así como un descenso, no demasiado intenso, a los bajos fondos. Hay, sobre todo, oficio, una factura casi intachable: nada desentona, todo fluye y los cabos son atados. Si el desarrollo dramático depara pocas sorpresas, algunos fragmentos son de veras notables. Esto no es poca cosa. La novela es tan ágil y legible, se asimila tan fácilmente, que podría decirse que es ejemplo de cierto buen gusto contemporáneo. Lejos están, por fortuna, las convenciones decimonónicas, el fervor por la trama, el didactismo de temperamentos más pesados. Lejos, también, el modernism del Boom y los juegos, pastiches y riesgos de la minoría posmoderna. Lo que prevalece es una narrativa algo cinematográfica y más o menos usual en las buenas novelas contemporáneas. Se sabe: el fragmento, el laconismo, el ritmo veloz, el tono desencantado, la clemente ausencia de paja. En algunos momentos, incluso, la escritura detiene un segundo su marcha para reflexionar levemente sobre sí misma (?qué aburridas son las palabras?), como si se quisiera mostrar que el narrador está al tanto de la crisis de la narrativa. Esto tampoco es poca cosa. Es necesario escribirlo: Un lugar llamado Oreja de Perro es una buena novela porque se parece, más de lo habitual, a algunas grandes novelas. Uno piensa casi de inmediato en Mario Vargas Llosa. Parecería, en principio, que la anécdota de un periodista abatido por la violencia peruana está demasiado cerca de, por ejemplo, Conversación en la Catedral, pero el ánimo narrativo es muy distinto: allí donde Vargas Llosa crea murales, Thays se limita a dar algunas pinceladas, con frecuencia contundentes. Uno piensa, luego, en J.M. Coetzee y justo eso: la novela debe mucho, demasiado, a la obra del sudafricano. Puede decirse, casi sin exagerar, que Un lugar llamado Oreja de Perro es una cruza de, digamos, La edad de hierro y Desgracia. Son obvias las coincidencias temáticas: un humanista inmerso en un ambiente hostil; su relación con una mujer que le repele físicamente; la presencia de algunos nihilistas; una escena de violencia extrema; incluso un perro famélico. Son obvias, también, las coincidencias formales: la narración en primera persona, el tiempo presente, los párrafos breves, las frases lacónicas, las preguntas retóricas. ¿Hay que decir que Un lugar llamado Oreja de Perro es capaz de mucho pero incapaz de reproducir el aura de aquellas novelas?Me pregunto cómo hubiera leído mi novela Lemus si yo fuera un fotofóbico como Coetzee o un escritor comprometido intelectualemente como Vargas Llosa; si hubiera mandado una carta pública rechazando asistir al B39 por considerar ese evento un ejercicio de vanidad extrema; si no tuviese un blog personal de manías sino un blog de ideas como el de Christopher Domínguez Michael o el de Gustavo Faverón. Me queda claro que si yo fuera un fóbico social, mi novela quizá le hubiera parecido un descenso a los infiernos y la apuesta más arriesgada de la literatura latinoamericana contemporánea. Si me negase a publicar mi foto en la contratapa, y Herralde hubiera tenido que robarse una del anuario escolar del Hans Christian Andersen, Lemus se vuelve loco y me coloca como autor de culto y secreto mejor guardado de la literatura latinoamericana. Si se entera de que en mi biblioteca solo existe una Biblia y La Divina Comedia en lengua original, ¿estaría comentando Lemus las concidencias del perro famélico de la carátula de mi libro y de la edición de Desgracia en Mondadori? Pero, sobre todo, me pregunto: ¿Por qué a Lemus le cuesta tanto aceptar lo que de manera obvia está diciendo? Es decir, si una novela de un escritor contemporáneo a mí me trae a la memoria dos autores espléndidos del siglo XX como Mario Vargas Llosa y JM Coetzee, y novelas tan extraordinarias como La edad de hierro, Desgracia o Conversación en la Catedral, solo puedo asumir que estoy ante una novela extraordinaria sin reparos. Brincos diera porque fuera cierto. Por otra parte, por qué esperar que mi novela "reproduzca" el aura de esas novelas milagrosas, ni más ni menos que la obra fundamental del escritor más importante de América Latina y el mejor premio Nóbel de las últimas décadas, y no intentar entender cuál es, por dónde va, la propia aura de mi novela, si acaso la tiene.En fin, es un viejo truco de los reseñistas el comparar las obras de sus contemporáneos con obras geniales afines para luego rebajarle el mérito declarando que una, obviamente, no tiene la resonancia de aquellos otros. Es un viejo y aburrido truco de los reseñistas, pero de alguien que pretende llegar más lejos como crítico literario como Rafael Lemus uno espera otra cosa. Insisto: La reseña es buena, cierto, incluso agradable, pero uno a veces quiere leer un ejercicio intelectual más interesante y productivo de lectores agudos como Rafael Lemus.



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7 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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After the first death, there is no other.

Dolor. Un padre lleva a su hijo muerto en brazos en Franja de Gaza. Fuente: afpA Refusal To Mourn The Death, By Fire, Of A Child In LondonDylan ThomasNever until the mankind makingBird beast and flowerFathering and all humbling darknessTells with silence the last light breakingAnd the still hourIs come of the sea tumbling in harnessAnd I must enter again the roundZion of the water beadAnd the synagogue of the ear of cornShall I let pray the shadow of a soundOr sow my salt seedIn the least valley of sackcloth to mournThe majesty and burning of the child's death.I shall not murderThe mankind of her going with a grave truthNor blaspheme down the stations of the breathWith any furtherElegy of innocence and youth.Deep with the first dead lies London's daughter,Robed in the long friends,The grains beyond age, the dark veins of her mother,Secret by the unmourning waterOf the riding Thames.After the first death, there is no other.



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7 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Aberración sin esperanza

Si prescindimos del dilema de razón, renunciando a nuestra responsabilidad política, y evitamos encontrarnos con la hora del juicio, sin llegar a discernir quién debe ser condenado -Israel por bombardear a la población civil o Hamás por romper la tregua, si Israel por cercar la franja de Gaza o Hamás por lanzar cohetes, si Israel por multiplicar los asentamientos en tierra palestina o Hamás por desear la extinción de los judíos, si Israel por su superioridad militar o Hamás por su estrategia terrorista, si Israel por su ideología expansionista o Hamás por su doctrina integrista, si Israel por levantar el muro o Hamás por aprovecharlo...- nos veremos obligados a dar un paso atrás y a contemplar el espectáculo de una matanza perpetua: la ley del más fuerte y el derecho a la venganza prolongando un ciclo de dolor y humillación. Quizás el modelo de desintegración política que nos espera a todos.



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7 de enero de 2009
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Cuba, flojito

La revolución cubana empezó ya su segundo cincuentenario. Como muchos otros, escribí mi pequeña contribución a un aniversario poco común (aguantar cincuenta años en el poder es una hazaña que los hermanos Castro no comparten con nadie). Al final, después de leer todo, saco tres ideas:

1. El aniversario no es un evento a pesar de todo, pues la revolución es agota como tema. Ya se ha dicho todo a favor y en contra, hasta tal punto que nadie se entera del vacío total de cualquier pregunta relacionada con su porvenir. Desde el principio, se percibe muy bien en un amplio reportaje del New York Times titulado "The end of the end of the revolution". ¿Quién se interesa en el final del cuento de nunca acabar?

2. La misma mitología revolucionaria es también una película que pasó tanta veces por la pantalla que no provoca interés. El excelente trabajo de la BBC con versión española es tan atractivo como un vaso de agua tibia.

3. Fidel Castro tomó la decisión de no acudir a la celebración. Pareció flojito al celebrar el evento. A la siete de la tarde, su hermano mandó 16 palabras al pueblo cubano: "Al cumplirse dentro de pocas horas el 50 Aniversario del Triunfo, felicito a nuestro pueblo heroico." Menos imposible. La web del diario Granma fue de una discreción fenomenal, tanto como el diario en papel con una fotografía de los dos hermanos el 1 de enero de 1959.

No hay nada peor que el cumpleaños de una revolución que sobrevive a su propia muerte.

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7 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Vidas paralelas

Es un ejercicio muy antiguo, que ha proporcionado uno de los grandes monumentos de la literatura. Si sirvió entonces y ha seguido sirviendo durante muchos años, no entiendo que haya nada que desautorice a que siga sirviendo ahora. Me refiero a la comparación biográfica, una forma sencilla pero útil de resaltar el carácter y los trazos de las vidas de los personajes por efecto del contraste con otras vidas. Así empieza el conocimiento: primero por la imitación e inmediatamente después por el descubrimiento de las semejanzas y de las diferencias. Pero la comparación es también, según parecen creer algunos, una ofensa: a la unicidad de cada una de nuestras vidas y a la excepcionalidad de las vidas que se toma de referencia. Yo no lo veo así, al contrario. Comparar en periodismo y en historia es, además de un ejercicio útil, una de las fuentes de placer intelectual que proporcionan estos oficios.

/upload/fotos/blogs_entradas/merkel_berlusconi_y_sarkozy_med.jpgBlair y Obama como ayer. Zapatero y Obama, como hace unos días. Sarkozy y Berlusconi, o Berlusconi y Putin como hace unos meses. ¿Por qué no? Estas son comparaciones sugeridas por el propio paisaje contemporáneo, pero hay otras, quizás todavía más sugerentes -y ofensivas, para los espíritus pacatos- que son las que nos murmura la historia con sus inevitables referencias cíclicas. Ahora mismo Obama tiene como referencias comparativas a dos presidentes excepcionales como Abraham Lincoln y Franklin Delano Roosevelt, mientras que Bush tiene que contentarse con Herbert Hoover, el presidente al que se asocia con la incapacidad de gestionar el Crash del 29 para impedir que se convirtiera en la Gran Depresión.

Hay ejercicios fáciles y extremados: Putin y Stalin, Berlusconi y Mussolini, Aznar y Franco. Pero el mayor interés no está en estas últimas comparaciones tan de carril, sino en las que son fruto de una buen conocimiento y una reflexión profundas sobre el propio pasado, tanto por parte de los políticos como de los comentaristas, y van surgiendo casi por generación espontánea del debate y del diálogo político. Por ahí van los tiros en el caso de Estados Unidos, país de vida política e intelectual muy sólidas y ricas, sin comparación con las de otros países desmemoriados e incultos qure yo me sé. Para que haya memoria histórica hace falta también tener cultura histórica y sentido de las continuidades y de las rupturas. Hay pasados políticos, ricos en experiencias y personajes, que no tienen utilidad contemporánea alguna cuando han dejado de existir en la conciencia pública o se han convertido en la historia de un país que ya no existe, que es como decir, otro país o todavía peor un país muerto.

(Son odiosas, según el adagio, pero más odiosas son las simetrías, sobre todo cuando están fuera de cualquier dimensión razonable. Las más perversas son las morales. Sobre todo cuando se construyen sobre la cuantificación del mal y de la muerte, el calibre de las armas del diablo o el tamaño de las causas que defendemos. Luego hay paradojas extraordinarias: elementos contrapuestos y odiosos en su simetría pueden llegar a convertirse en idénticos y equivalentes. Un ejemplo, la desaparición del Estado de Israel y la creación del Gran Israel, que es lo que quieren respectivamente los extremistas palestinos e israelíes, pueden llegar a confluir en un futuro gracias a la evolución demográfica.)



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7 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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París. La vida secreta de las ciudades

Rafael Argullol: Así que, Delfín, has estado un período en París. Imagino que no has encontrado ese lado de decadencia a la que se alude tan frecuentemente en España, sobre todo en estos últimos años, al hablar de París como si hubiera una necesidad de hacer hincapié en la pérdida de capitalidad cultural. ¿Cuál ha sido tu pulso reciente?
Delfín Agudelo: Mi pulso reciente, contemplado como capitalidad creativa, consiste en precisamente su calidad de atemporalidad: la ciudad de los encuentros, la ciudad del azar. En esa medida, el azar es un elemento inmarcesible y al serlo así, jamás va a privar a aquél que fue sujeto de un encuentro de la creatividad. Ahora bien, es una creatividad que está enmarcada en esa misma poética que genera París.
R.A.: Esto está muy bien visto. En general cuando se debate en nuestros días sobre la capitalidad cultural de una ciudad o el hecho de que en nuestros días no hay claramente dibujada una capital cultural del mundo, por lo general los medios de comunicación, los sociólogos o los estudiosos aluden a muchos datos de infraestructuras, datos estadísticos, pero en cambio olvidan ese elemento al que tú has aludido y que es absolutamente central: en el fondo la creatividad de una ciudad se mide por su capacidad de ofrecer una gran densidad de encuentros en medio del azar. Yo creo que la ciudad más desolada creativamente es aquella a la que tú te acercas, a la que te adentras, y tienes la completa convicción, luego contrastada, de que allá no puede ocurrir nada, de que allá no puede haber ningún encuentro especial, ninguna singularidad: que el azar de ninguna manera se puede mostrar generoso. En cambio, por el contrario, donde existe aquella densidad posible de encuentros a la que he aludido, entonces evidentemente nos hallamos ante un escenario de gran creatividad.
Si siguiéramos este criterio deberíamos descartar muchos prejuicios. Por ejemplo, es muy posible que ciudades en las cuales pensamos poco como capitales mundiales de creatividad, como pueden ser actualmente Estambul, o como podría ser Calcuta, sean ciudades en las que efectivamente exista una creatividad subterránea porque ofrece eso. Y en esa dirección creo que París, a lo largo de los siglos, ha logrado asentar, casi diríamos con estratos geológicos, esa capacidad para que el visitante llegue a tener una especie de duelo muy intenso con el azar; no un duelo débil y flojo, sino muy intenso. Claro que podríamos hablar de infraestructuras y de influencias, y en ese sentido naturalmente en el siglo XIX París jugaba un papel mucho más desnivelado respecto a otras ciudades del mundo, en cuanto a esa creatividad cultural; y quizás en la segunda mitad del siglo XX ese papel ha correspondido a Nueva York, y ahora o nos alegramos o nos lamentamos por tener que decir que en el fondo hay una especie de visión poliédrica, una pluricapitalidad: no hay ninguna ciudad que sea efectivamente determinante en el sentido del presente, donde esté alojada la industria editorial o cinematográfica, donde esté sobre todo alojada la gran creatividad de artistas. No hay probablemente ninguna que destaque de manera extraordinaria sobre las demás, como lo habían hecho París, Londres o Nueva York en el pasado. Pero creo que deberíamos acostumbrarnos a medir lo que llamamos creación a partir de esos otros criterios, criterios mucho más vivos, que están mucho más presentes en la vida secreta de las ciudades, y en nuestra propia vida secreta cuando nos internamos en ella



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7 de enero de 2009
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Poder y…tranquilidad de conciencia

Decía hace unos días que ver el destino moral propio en la caritativa compasión ante el muñón ajeno es incompatible con todo auténtico ideario de fraternidad. Mas, como toda mentira, la falsa fraternidad tiene efectos en relación al mal del que se nutre. La consideración de seres humanos como objetos de pasiva atención asistencial, no sólo es en general inútil para hacerlos escapar a su postración, sino que introduce una  asimetría generadora de odio (cuando hay conciencia de la misma) y de resentimiento (en el caso de ceguera). Trasmito sin mayor comentario párrafos de un artículo de Michel Galy, publicado recientemente en Le Monde Diplomatique:

"En la República Democrática del Congo las asociaciones humanitarias occidentales disponen de importantes medios. Pero en Kinshasa, los miembros de éstas viven todos juntos. Hasta el punto de formar una micro-sociedad cuya presencia desordena la vida social...¿Es que los humanitarios formarían lo que los sociólogos denominan una "sociedad paralela", con sus ritos,  sus códigos y sus redes mundiales?... En Goma y en Bukavu, allí dónde se encuentran los campamentos de refugiados y por ende responsables humanitarios que llegan de todo el mundo, los hoteles de lujo y las residencias de la ONU brotan como hongos en medio de un paisaje magnífico, hasta el punto de que ha aparecido una mafia local que se enriquece y se destruye...

¿No hay nada nuevo bajo el gran cielo africano? Se puede comparar esta gesta con la de los "oficiales de asuntos indígenas" de antaño, pero al menos estos últimos estaban al tanto de las costumbres y lenguas locales en la famosa escuela colonial (EFOM)...Mal que bien existen numerosas asociaciones de desarrollo congoleñas. Les falta reconocimiento y a veces desarrollan un fuerte rencor contra un ‘humanitarismo occidental' con tanto poder y tranquilidad de conciencia".

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7 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El móvil o celular (1)

Lo más parecido a un móvil que vi por primera vez en mi vida estaba en manos del capitán Kirk, de la mítica serie de televisión Star Trek, un aparato que ahora resulta grande y primitivo. También los botones de los paneles de control de la nave Enterprise, que conducía a Kira, Spoke, McCoy, Scotty, etc. a través del espacio interestelar a la búsqueda de nuevos mundos, ahora nos resultan toscos, porque desde entonces todo se ha hecho más pequeño, extraplano y digital, menos material, casi inexistente. Precisamente el encanto de aquellos legendarios episodios crece con el tiempo por la mezcla de imaginación, visión de futuro y limitación a la hora de escapar de la moda, la época y de los materiales de diseño. Todo recuerda a los sesenta aunque sus personajes estuvieran viajando permanentemente por los confines del universo en el siglo XXIII, y aunque fueran capaces de teletransportarse de un lugar a otro.



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7 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El año entre manos (2)

Como dice uno de los poemas más famosos de W. B. Yeats, The Second Coming: ‘...el centro no puede sostenerse... y en todas partes / La ceremonia de la inocencia resulta ahogada; / Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores / Están llenos de apasionada intensidad'.

¿Acaso cabe duda alguna de que la historia del hoy está escrita por los peores? ¿Aquellos que llevados por su voracidad infinita procedieron sin reconocer límite alguno, demoliendo el mismo sistema que los hizo ricos y obligando a pagar los platos rotos a los mismos de siempre -los que menos tienen? ¿Aquellos que bombardean poblaciones civiles como parte un cálculo para ganar elecciones, jugando con la convicción de los votantes de que tan sólo la violencia garantiza la tranquilidad? Este argumento no resiste el menor análisis. Por más que estén muy mal organizados y sean pobres, los musulmanes que viven en lo que solemos llamar Medio Oriente -sin necesidad de contar a aquellos de la diáspora- son muchísimos más que los habitantes de Israel; y el maltrato sistemático de las mayorías explotadas a manos de minorías ricas u tecnocráticas nunca ha terminado bien en los libros de Historia. Tiemblo al pensar qué ocurriría si un día los musulmanes se organizan y deciden imitar la ferocidad de sus vecinos...

La dinámica de la Historia parece irreversible. Nuestros líderes -que suelen formar parte del bando que Yeats denomina ‘los peores'- apelan a nuestra parte más mezquina para llegar al poder, y una vez allí actúan a favor de los más ricos aun cuando eso suele significar un perjuicio cierto para sus votantes; en este sentido, no podemos alegar que no merecemos nuestra suerte. Nada me gustaría más que sugerir que la elección de Barack Obama marca un cambio de curso: aunque creo que en efecto triunfó porque millones de votantes privilegiaron su esperanza a su miedo (como viene pasando desde hace algunos años, dicho sea de paso, en la mayor parte de América Latina), no imagino a Obama rompiendo con los factores de poder que han cooptado la institución presidencial en los Estados Unidos; en el mejor de los casos, supongo que se limitará a hacer un uso más blando del poder que Bush & Co. emplearon en todo este tiempo como el látigo del esclavista.

                                                                          (Continuará.)



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7 de enero de 2009
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El Boomeran(g)
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