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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fuguet, no Caicedo

Lectura en Starbucks de Trujillo. Foto: moleskine 1.-Primera confesión: En 1994, un amigo escritor colombiano que moriría unos meses después, autor de Opio en las nubes, me regaló en Barquisimeto su propio ejemplar de Que Viva la Música en la que, sospecho, era una primera edición. Fue un gesto de desprendimiento insólito motivado solo por una conversación en la que me declaré fan de los Rolling Stones. Leí la novela en Lima apenas regresé de aquel encuentro, y la encontré muy mala. Unos meses después, la vendí en un lote de libros viejos a un precio miserable ignorante de la celebridad que luego adquiriría Andrés Caicedo. Sin embargo, lo único que en realidad lamento es haberme desprendido de un objeto que le perteneció a Rafael Chaparro. 2.- Segunda confesión: Apenas supe por internet de la aparición de Mi cuerpo era una celda (Norma) supe que era un libro que jamás me interesaría leer. Las fotografías de Caicedo como hippie o como nerd me hartan -Norma ha mandado hacer una ridícula publicidad con la silueta de Caicedo cogiéndose los huevos-, su novela y sus cuentos me parecen malos, su actitud suicida me parece parte de una mitología adolescente de la que ya tuve bastante con Luis Hernández (quien, a diferencia de Caicedo, por lo menos era un buen poeta). ¿Por qué tendría que leer un libro dedicado a un autor que considero menor y sobrevalorado? Lo único que me tentaba era que se trataba de un libro de Alberto Fuguet, amigo mío al que respeto como escritor, y la curiosidad del método de composición que Alberto había elegido -a manera de montaje a partir de la correspondencia y los artículos de Caicedo- para redactar el libro. Pero eso no era suficiente para comprarme un libro. Y desde que dejé Vano Oficio ya no me regalan nada, así que debo pensar bien qué comprar y qué no. Y este libro era un no rotundo. 3.- Tercera confesión: Nunca entendí aquella fascinación que tiene Alberto Fuguet por los personajes looser de la literatura. Por recomendación en su blog vi Californication y su ídolo-modelo de escritor Hank Moody me parece un completo imbécil. Siempre he pensado que Alberto se defiende mucho de lo "literario" porque en el fondo le teme. Porque siente que en un mundo de lectores cultísimos y escritores virtuosos, él es un salvaje que no puede competir ni le interesa. Es como si todo el tiempo estuviera esperando que Donoso lo eche de su taller por no haber leído a Dostoievski. Incluso su desprecio por la obra de ficción de los autores, que lo conduce a sobre estimar las obras de no ficción de muchos, me parece sospechosa y sintomática de alguien que teme ser rechazado por el mundo -mucho más complejo y con reglas más imprecisas que el de los diarios personales- de la poderosa ficción. A pesar de eso, Fuguet no sólo es un buen escritor de ficciones sino, además, una persona capaz de crear generaciones y lectores como lo hizo con McOndo. No es fácil hacerlo. Existen decenas de editores y escritores y prologuistas y agentes literarios y periodistas que han intentado crear una promoción de autores, un grupo identificable y reconocible, y no lo han logrado jamás. A Alberto le bastó una palabra, McOndo, para conseguirlo. Eso es más de lo que se puede decir de cualquiera. Pero, pese a ello, ese obsesivo comedor de sushi que es Alberto Fuguet desconfía de la literatura y prefiere meterse en un mundo definitivamente más competitivo, frívolo y menos complejo por lo general, como es el del cine. Una contradicción aparente. Por eso no me llamó la atención que Fuguet finalmente escogiera como ídolo literario ("amigo imaginario" lo llama en el libro) a un escritor menos talentoso que él como Caicedo. Es el camino inverso al de Mario Vargas Llosa (ídolo literario de Caicedo y del mismo Fuguet) quien le dedica años de investigación a obras auténticamente transgresoras, fundamentales y casi prometeicas como las de Víctor Hugo, Flaubert, Gabo u Onetti. Fuguet en cambio prefiere dedicarle su tiempo a autores cuya discreta obra no ha influido en nada al mundo literario al que Fuguet pertenece aún sin quererlo. 4.- Cuarta confesión: Estaba con calor en Trujillo. Una persona con la que debí encontrarme me falló, y otro amigo me dijo que lo espere unas horas. Me metí en una librería y compré Mi cuerpo era una celda para leerlo, para más mcondianismo, en un Starbucks de aire acondicionado. ¿Por qué compré ese libro y no otro? Bueno, sí compré otros libros, pero de pronto pensé que sería bueno leer lo de Fuguet con todas las expecatativas en contra, y dejarlo olvidado en una mesa cuando mi amigo viniese a rescatarme. Sin embargo, el libro me atrajo. No ha logrado convencerme de que Caicedo es un buen escritor (no es esa la intención del libro), y no comparto la opinión de Alberto de que sus críticas de cine o su correspondencia es mejor que sus textos de ficción, pero hay algo en ese libro que rescata al personaje. Y es el método de composición. Curiosamente, lo que Fuguet ha descubierto es algo que jamás pretendió hacer: que la vida de cualquier sujeto puede resultar atractiva e incluso intensa cuando detrás de él hay un buen montaje. Este libro es lo más Puig que he leído en mi vida. Las cartas intrascendentes, las lamentaciones en los diarios y las impresionistas críticas de cine empiezan a adquirir sentido al aparecer montadas una sobre otras, del mismo modo como las fotografías más anodinas de alguien adquieren significado épico si son filmadas por un director genial, con un soundtrack maravilloso y un montaje inteligente. No voy a decir que no me ha conmovido el personaje: aquel muchacho ingenuo que a los 21 años pretende vender un guión de cine en Los Angeles; aquel chico edípico que le pide plata a su madre, que anda enamorado de sus hermanas, y le envía cartas llenas de temor al padre; el cinéfilo solitario y rabioso; el hippie nerd; el amante de la música que lo mismo cita a los Rolling Stones que un bolero de Leo Marini; el indeciso bisexual no por lascivia sino por lo contrario, porque anafroditismo y soledad furibunda; el enamorado de una casquivana que al final lo desprecia y lo cornea y el que, antes de cumplir con su tantas veces anticipado suicidio, se da tiempo de escribir una carta llena de comentarios técnicos sobre películas a un amigo. En todo ese espectro, el Andrés Caicedo escritor está muy por debajo de la línea, algo anecdótico casi. El empeño de Alberto Fuguet de convertirlo en el eslabón perdido entre el Boom y McOndo es fallido. Sin embargo, no lo es el convertirlo en un personaje real, complicado, entrañable, un ser humano lleno de contradicciones luminosas, de aquellos que solo parecen existir justamente en las mejores ficciones y jamás en la realidad. En este libro, escrito con las palabras de otro, Alberto ha firmado algo más que un método de composición o un homenaje a un ídolo literario. Lo que ha hecho, en realidad, es escribir una de las más sensibles, transgresoras e inteligentes obras de ficción escritas en castellano en los últimos años.



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9 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El martirio de Eluana

Una batalla feroz y cruel se está librando sobre el cuerpo exánime e intubado de Eluana, la muchacha italiana que se halla en estado de muerte cerebral desde hace 17 años sin que la familia haya conseguido todavía que se cumpla su deseo de morir en paz. Aunque los tribunales han dado razón a la familia, que ha batallado siempre legalmente para conseguir autorización para que cese la alimentación y la hidratación artificiales, tanto el Gobierno de Berlusconi como la Iglesia italiana se han empeñado en obstaculizar la decisión médica aún a costa de forzar la legalidad e incluso de romperla. Para Berlusconi es una prueba de fuerza muy conveniente para sus propios intereses y su curriculum procesal, pues nada molesta más al Cavaliere que atender a la división de poderes, someterse a la jurisdicción de los tribunales y respetar la Constitución. Para la Iglesia es un 'tour de force' que le permite exhibir el ejemplo de cómo debe actuar un gobierno según su teoría sobre el sano laicismo, que significa someter el entero Estado laico a sus principios morales, por más ultramontanos que sean o por más que desborden la legalidad.

Me temo que lo único que no les importa a ambos en absoluto, Gobierno e Iglesia italianos, es el cuerpo martirizado de Eluana, tras 17 años de postración en un estado que no es vida, como no les importa ni el dolor ni los sufrimientos de sus familiares. Su padre, Beppino Englaro, ha invitado a quienes se oponen a la desconexión a que conozcan de cerca el caso y visiten a su hija, para que sepan cómo es un cuerpo conectado a la alimentación artificial y desconectado del mundo y de la vida después de tanto tiempo. Pero esto no parece interesar a los responsables de estas altas instituciones, que no se están distinguiendo precisamente ni por su compasión humana ni, por supuesto, por su caridad cristiana.

El caso Eluana ilumina y clarifica las ideas que mueven actualmente al gobierno vaticano respecto a las relaciones con el Estado mucho más que todas las conferencias del cardenal Bertone sobre el 60 aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos: o el Estado laico se somete a su juicio moral intransigente de única intérprete de los derechos universales y de la ley natural o es reo de un laicismo radical condenable e intolerable. Cuando esta Iglesia medievalizante habla de Derechos Humanos ya sabemos qué quiere decir: qué hay de lo mío, cuidado con quitarme el poder que tengo, seguid pagando sin rechistar. Para que vaya aprendiendo Zapatero.



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9 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Obama se la juega

Atención a lo que suceda en las próximas horas. Obama lleva apenas dos semanas y media en la Casa Blanca y, después de una salida espléndida, se encuentra con las primeras dificultades serias, que van a servir para ponerle a prueba sobre sus capacidades para convencer y dirigir a los norteamericanos. Prohibir la tortura y las cárceles secretas, anunciar el cierre de Guantánamo o criticar a los directivos de empresas en dificultades que cobran bonus ha estado muy bien, como su espléndida campaña o la rapidez con que ha preparado el equipo presidencial (salvando los pequeños accidentes de recorrido que le ocurren a cualquier presidente a la hora de que sus nombramientos pasen las pruebas de confirmación parlamentaria). Pero ahora le llega la hora de la verdad, con la entrada en el Senado del paquete de ayudas económicas frente a la crisis, que Obama debe sacar en buenas condiciones a riesgo de recibir un primer revés serio para su autoridad y para su promesa de un cambio creíble. A medida que vaya tomando decisiones, además, la responsabilidad sobre el curso de los acontecimientos será suya: si no pone freno, aunque sea relativo, a la recesión, pronto será el nuevo presidente el principal responsable que deberá rendir cuentas por el estado de su país.

Obama parte de una situación parlamentaria complicada por la mayoría insuficiente en el Senado, donde los demócratas tienen 58 votos y les falta los dos necesarios para evitar el bloqueo. Pero tan complicado como conseguir esos votos es que lo hagan también los congresistas y senadores demócratas más hostiles a la intervención del Estado y a los impuestos. El paso de un paquete legislativo presidencial por la Cámara de Representantes produce casi siempre adherencias clientelistas o ideológicas. Pero la autoridad presidencial se demuestra en la capacidad para sortearlas, cosa que por el momento Obama no está superando con mucho éxito. El problema más serio es que los republicanos y los ‘blue dog democrats' (nombre con el que se conoce a la derecha económica del partido progresista) quieren un paquete tan recortado como sea posible en inversiones e incrementado en cambio en exenciones de impuestos. Se trata de decantar hacia la derecha el mix de estímulos, cuando el problema es quizás la propia envergadura del paquete de inversiones que debiera ser mucho mayor según economistas como Paul Krugman.

El paquete se halla ahora en la friolera de 920.000 millones de dólares, pero el corte que preparan los senadores es de unos 80.000 millones, lo que vuelve a situarlo casi en las mismas cifras con que entró en el Congreso. Obama está echando toda la carne en el asador para conseguir su rápida aprobación, intentando imitar, aunque hasta ahora sin mucho éxito, lo que hizo Roosevelt solo llegar a la Casa Blanca en plena Gran Depresión. El legendario presidente tardó sólo cinco días desde la toma de posesión en conseguir la aprobación de su primera medida legislativa, pero el consenso suscitado en aquellas circunstancias especiales apenas permitía distinguir entre las posiciones de los demócratas y de los republicanos. Uno de sus colaboradores aseguró entonces. "El capitalismo se ha salvado en ocho días".

Obama está encontrando muchas más dificultades a la hora de crear el consenso bipartidista, a pesar de que los datos que se van conociendo sobre la evolución de la economía norteamericana y mundial son cada vez más preocupantes y requerirían superar los partidismos. Pero además, como señala el propio Krugman, ha encarado la crisis de forma excesivamente prudente y conservadora, sin romper la dialéctica entre la derecha contraria a los impuestos y la izquierda socialdemócrata en un momento en el que lo que interesa es un incremento brutal del gasto público que actúe como un gigantesco revulsivo contra la depresión. David Brooks, en el New York Times, asegura que Obama constituye una auténtica novedad en cuanto a estilo, al que llama transformacional, pero es muy tradicional en cuanto a contenidos políticos propios de un demócrata. Brooks lo dice para pedir más recortes de impuestos y menos impulso a la economía con inversiones públicas, es decir, para argumentar a favor de seguir las políticas que han llevado a la actual situación; pero su diferenciación entre estilo transformacional y contenidos convencionales me parece bastante acertada y útil para comprender las dificultades que está encontrando para imponer una política propia por encima de las tendencias y grupos de presión demócratas: la apelación a la claúsula Buy American (compra productos nortamericanos), luego matizada, es una buena muestra.

Tanto se la juega Obama estos primeros días que ya ha empezado un debate soterrado, y totalmente prematuro, sobre si será un presidente de un mandato o de dos. Hay quien considera que sólo si saca a Estados Unidos de la recesión podrá presentarse por segunda vez y quien piensa en cambio que será la universalización del derecho a la salud prometida en su campaña la que le abrirá las puertas a una estancia de ocho años en las Casa Blanca o le condenará si no se consigue a quedarse con un único mandato. De momento lo único que sabemos es que encara los primeros momentos realmente decisivos de su presidencia.



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9 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La harina y la mohína

Donde no hay harina todo es mohína. La economía mundial va a crecer apenas medio punto durante 2009. De una punta a otra del planeta llegan las mismas noticias: despidos, cierres de empresas, disturbios sociales. Y análogos reflejos nacionalistas. La culpa siempre es del otro, el extranjero, el competidor, a quien se convierte en chivo expiatorio. Época, pues, propicia para irracionalismos y demagogias. En que el común de los mortales se siente a la intemperie y busca refugio en lo que mejor le envuelva, bandera, religión, ideología, hasta la creencia más absurda. La vida nos está proporcionando, en su clase de historia, un ejercicio práctico. No era lineal, ni viajábamos en la nave del progreso infinito, al contrario: ahí está como una bofetada el eterno retorno, la repetición de la tragedia, amplificada y con el technicolor de la dimensión de nuestro mundo. Los espectros de la Gran Depresión, de la oleada de nacionalismo y de xenofobia, desfilan en blanco y negro ante nuestros ojos. No tienen nada que ver, no queremos verlas, nosotros somos distintos: pero ahí están en nuestras pesadillas la hambruna en Ucrania, el gulag, los campos de exterminio, Europa devastada, Hiroshima y Nagasaki.

La legislación a la que han apelado los congresistas en su enmienda al paquete de estímulo económico de Barack Obama es la Buy American Act, aprobada en 1933 dentro de otro paquete de urgencia, el que lanzó Roosevelt para atacar la recesión de entonces. Aquella medida, como otras vinculadas al New Deal, permitió al vasto país americano súbitamente empobrecido sobrevivir a la mayor crisis económica y política desde la guerra civil. Al otro lado de los océanos avanzaban los totalitarismos fascistas, por lo que la recuperación se convirtió en el zócalo sobre el que construyó su intervención militar y su victoria en la Guerra Mundial. Las medidas de Roosevelt fueron la respuesta a una recesión que ya había tenido en el proteccionismo su detonante, específicamente en la Ley de Tarifas de 1930, conocida como Smoot-Hawley, por el nombre de los dos congresistas que la promovieron, que impuso derechos de aduana sobre 20.000 productos y contribuyó a una caída en los flujos comerciales del 50%. Evocar e imitar ahora tales medidas, en los primeros pasos de una presidencia como la de Obama, es todo un mal presagio, además de un disparate.

Según un estudio citado por el Financial Times (a cargo de Gary Hufbauer y Jeffrey Schott, del Peterson Institute for Internacional Economics), serían medio millón de toneladas de acero y alrededor de 1.000 empleos los que se salvarían con la aplicación de la Buy American Act a las compras para obras públicas. Es ínfimo su peso dentro de los 150.000 trabajadores del acero o de los tres millones de empleos que pretende crear el conjunto del paquete de estímulo presentado; y enorme en cambio el riesgo de que las represalias comerciales de los perjudicados (Brasil, India, China, Corea del Sur y Unión Europea) produzcan una pérdida de puestos de trabajo mucho mayor. Es la clásica decisión que impulsa el círculo vicioso: el proteccionismo crea proteccionismo y deprime los mercados; lo contrario de lo que sucede con el círculo virtuoso de la caída de fronteras y tarifas.

La insondable profundidad de la crisis es tal que ahora no hacen más que surgir este tipo de políticas, alentadas a veces por políticos aparentemente responsables. En vez de permitirles la demagogia y las malas excusas, hay que exigirles que propongan y apliquen con toda urgencia medidas para salir de la crisis, no para meternos más en ella. La buena lección de hace 70 años, impartida por Roosevelt, es que hay que actuar y actuar enseguida, aunque aplicada ahora quiere decir actuar concertadamente y no cada uno por su lado.

Ésta es la primera recesión global, que afecta a todo el mundo por igual aunque en distinto grado y activa los reflejos defensivos de forma similar en todas partes. Todos vamos a salir perjudicados y el perjuicio será mucho mayor si la única reacción es defenderse con uñas y dientes a costa del vecino, política que se practica de muchas formas posibles: protegiendo y ayudando a los propios bancos y compañías, alterando las reglas de competencia, contratando sólo a los nacionales, imponiendo barreras comerciales y arancelarias, o devaluando las monedas cuando hay capacidad para hacerlo. Nunca tendremos harina si seguimos con la mohína.



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9 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Partes de guerra

Ignacio Martínez de Pisón (Ed.)

RBA

 

Este libro reúne una treintena de relatos sobre la Guerra Civil española contados unas veces por actores o testigos directos de la misma y otras por quienes la vivieron indirectamente. Pero es algo más que una mera recopilación de cuentos con un tema común. Pese a los setenta años transcurridos desde que estalló el conflicto, la Guerra Civil española está muy lejos de haber sido superada, así como tampoco han llegado a cerrarse totalmente sus heridas. Y basta ver lo ocurrido con esa desdichada ley de Memoria histórica para ver hasta qué punto el tejido sensible continúa estando a flor de piel. En este sentido debe ser bien acogido cualquier libro que contribuya a ampliar el conocimiento de aquellos hechos y que permita entrar ráfagas de aire fresco en tan enrarecido ambiente. Y mucho más si se trata de un libro bien hecho y con una clara voluntad de calidad literaria por encima de ideologías y ajustes de cuentas.

                El antólogo, Ignacio Martínez de Pisón, contaba con una ventaja para realizar su trabajo: si todo conflicto bélico suministra un material literario extraordinariamente valioso porque sus protagonistas viven y mueren sometidos a situaciones extremas, si encima se trata de una guerra civil la tensión emocional es todavía mayor por las excepcionales circunstancias humanas que afectan a los actores de uno y otro bando.

                Pero al mismo tiempo, y hablando estrictamente desde el punto de vista del antólogo, en el caso concreto de la Guerra Civil  española se da una circunstancia que no puede decirse que sea un inconveniente pero sí una dificultad añadida: la inmensa cantidad de material acumulada no surgió como resultado de una dialéctica equilibrada entre vencedores y vencidos. Bien es verdad que nunca ha ocurrido tal equilibrio porque el vencedor tiene por costumbre quedarse con todo, empezando por la épica de la victoria.  Pero en el caso de España ese desequilibrio es tanto más notorio debido a que el bando ganador mantuvo intacta su intransigencia para con el vencido hasta el último día de sus (interminables) cuarenta años en el poder. Como resultado, quienes pertenecían al llamado bando nacional contaron con toda suerte de facilidades y apoyos para publicar sus testimonios bélicos mientras que los partidarios del gobierno republicano, dispersos por medio mundo y en unas condiciones de vida harto precarias, encontraron graves dificultades para dejar su propia visión de los hechos.  Y en este sentido provoca auténtico dolor pensar en la cantidad de contribuciones valiosas que se habrán perdido para siempre o que andarán acumulando polvo en bibliotecas públicas y archivos particulares de acceso imposible.

                  La situación de desequilibrio y parcialidad era tan patente que hace aún más meritoria, a la par que justa y necesaria, la clara voluntad por parte del antólogo de ofrecer una visión global del conflicto. Y lo que es todavía mejor: porque es novelista, Martínez de Pisón es muy consciente del diálogo que los relatos van entablando en la mente del lector, no muy diferente de lo que ocurre con los capítulos de una novela, y de ahí que, a la hora de seleccionar y ordenar el material de que disponía, haya seguido varios criterios: porque buscaba que el libro tuviera un carácter verdaderamente global, los autores seleccionados lucharon indistintamente en uno u otro bando, o bien vivieron la guerra desde perspectivas contrarias. Tal es el caso de Ramón J. Sender, Mª Teresa León o Arturo barea, todos ellos conocidos republicanos que pagaron su pertenencia al bando la legalidad vigente con largos años de exilio, o bien Miguel Delibes, López Anglada o García Serrano, cuya implicación  con el bando vencedor fue muy diversa. Y para acentuar ese carácter global, el orden responde a un criterio cronológico, no con respecto a la fecha en que fue escrito cada relato sino al momento en que tiene lugar la acción, lo cual permite ir viviendo el desarrollo del conflicto entre julio de 1936, fecha de inicio del golpe de Estado de Franco, y abril del 1939 en que la guerra se dio oficialmente por acabada. El orden de aparición responde también a criterios geográficos, sociológicos, regionales y culturales, pues algunos fueron escritos originariamente en gallego, euskera o catalán; unos son netamente urbanos y otros rurales, en algunos predomina el aspecto puramente bélico del momento mientras que en otros destaca el  carácter humano de la situación.

                Cabe decir que el tiempo transcurrido desde aquella guerra ha obrado un efecto claramente benéfico en lo que respecta al aspecto literario. Una vez temperadas las pasiones - fundamentalmente en lo que se refiere al propio lector -  las ideologías y los afanes reivindicativos o propagandísticos han desaparecido casi por completo y los relatos de valoran por lo que son, y los que estaban bien escritos han resistido mejor el paso del tiempo que los malos, como debe ser.

                 Sin embargo, y partiendo de la base de que una antología nunca es del todo justa con los posibles elegidos - entre otras razones porque es materialmente imposible dar cabida a todos - llama la atención la ausencia radical de un hombre como Juan Benet, probablemente el autor español de la posguerra que más páginas haya dedicado a la Guerra Civil, hasta el extremo de que ésta figura como trasunto de sus narraciones incluso cuando no son directamente bélicas. A pesar de lo cual su nombre no aparece ni siquiera citado en el prólogo.  Y es una pena porque Partes de guerra es un libro muy completo y de gran calidad, y por un poco más no le hubiera costado nada incluir un guiño a Juan Benet.



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9 de febrero de 2009
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Naturaleza perdida

El hombre no puede dar marcha atrás, no puede remontarse a la condición previa al lenguaje, no puede reencontrar la animalidad, ni puede retornar a la naturaleza en su forma virginal. Por eso, sus comportamientos más brutales y estúpidos siguen siendo propia y exclusivamente humanos. Pero si no puede volver atrás, sí puede negarse a desplegar lo que le marca: a este lado de la frontera que le separa de la animalidad puede quedarse justo en la orilla. Y de tal pusilanimidad dan cuenta prácticamente todos los hombres con los que tomamos a diario. Es entonces cuando los humanos parecen efectivamente masas provistas de vida y de agujeros por los cuales introducen reservas para perpetuarla. El tiempo se ceba entonces en tales seres, aunando a sus efectos corruptores la connotación suplementaria de verse reflejado. De alguna manera a lo que Marcel Proust y el Narrador de su Recherche nos mueven es a pensar en la posibilidad de dejar de ser sujetos pasivos del tiempo.

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9 de febrero de 2009
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Síntomas de crisis

Hay que mirar cuidadosamente los cambios de consumo en los momentos de crisis. Dicen mucho sobre el ánimo colectivo. La semana pasada, al hablar con un amigo, presidente de unas de las agencias de publicidad en París, me entero de que los dos productos que mejor se comportan en Francia en este momento son el carmín de labios y el chocolate. "Son productos síntomas de la auto-indulgencia, me explicó mi amigo; cuando los tiempos son difíciles, uno intenta poner buena cara pero a la vez se autoriza un pequeño placer culpable que le puede hacer engordar". Me gusta la palabra: vivimos tiempo de auto-indulgencia.

Al escuchar esto (es verdad que tenemos una crisis cuyo tamaño desconocemos) me acuerdo del curso de un profesor de historia de la ideas políticas, Raul Girardet, un hombre de derecha, en el Instituto de Ciencias Políticas. "Francia, decía este señor, no quería combatir en la Segunda Guerra Mundial. Su pueblo quería la vida fácil como lo vemos en la tres publicidades más presentes de los años 30: Banania (un chocolate), Cadum (un jabón) y la Vache qui rit (un queso industrial). Estos productos y sus publicidades mostraban un negro alegre, un bebé alegre y una vaca alegre. No se prepara un país al combate con este espectáculo".

La pregunta ahora es: ¿cuál será el icono de la crisis económica? Ya modifica los comportamientos pero no tiene una imagen como resumen de su gravedad.

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9 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Burdeles, bares y secretos de artistas

Algunos de los grandes artistas del pasado fueron frecuentadores de burdeles, esos escenarios de chicas alegres y carnes tristes. Espacios de otros tiempos donde los burgueses dejaban el sombrero a la entrada y los obreros el dinero. El mejor pintor de la carne de burdel fue Picasso. Cliente infiel, amigo y pintor de putas. "Rey de los burdeles", dice Fernando Castro y republicano director del Museo del Prado. Al lado de la madrileña plaza de Tirso de Molina vivió su tiempo de bohemia madrileña. Después del Prado, los cafés y los burdeles, se cruzaba en su portal con un vecino, un joven de su estatura, llamado Pepe Isbert. No sabemos si Isbert frecuentó algún burdel. Era muy catolicón -lo que nada quiere decir- y nada desparramado en su pulsión erótica. Se cuenta que se pasó años guardando el último polvo para su legítima. Así se lo hizo saber a una señorita que le pretendía: "No puedo, lo tengo prometido a mi mujer". Años sin viagra. ¿Cómo habría sido la vida sexual de Picasso con viagra?

El mejor pintor de la carne de burdel era Picasso. Años sin viagra. ¿Cómo habría sido su vida sexual ahora?

Después de ver a Francis Bacon en el Prado pensé en Picasso. Al museo le sientan bien sus cuadros, sus montañas de carnes, sus hombres que aman, se degradan o gritan. Se les nota bien rodeados en esas salas con unos vecinos, esos tan queridos monstruos. Nuestros semejantes, nuestros hermanos. Abierta la puerta para Bacon habrá que hacer sitio a Picasso. Dos monstruos.

Madrid es un bar abierto donde conviven algunos genios que han sabido extraer arte de los horrores. Capital de monstruos, bares y burdeles. Ciudad donde Buñuel pateó bares y burdeles: "Los mejores del mundo, sin duda". El cineasta que fue otra de las claras influencias españolas de Bacon.

En las ya poco secretas maletas y papeles del pintor- Elena Ochoa de Foster y otros cazadores de buenas piezas han puesto público precio a sus objetos privados- se encuentran las películas de Buñuel, La edad de oro y Un perro andaluz. Lya Lys chupa eróticamente el dedo gordo de la estatua de Diana. Y una navaja corta un ojo en primer plano. Imágenes que conviven con Velázquez , Goya, Eisenstein, Fritz Lang o Abel Gance. Nombres que unen las obsesiones de Buñuel y Bacon.A Bacon también le gustaban los bares. En sus últimos años algunos de nosotros fuimos compañeros de barra y nocturnidad en un bar que había frecuentado Buñuel, El Cock. En los años treinta fue discreto refugio trasero del moderno, elegante y prostibulario Chicote. El mismo bar que, antes de su tranquila muerte madrileña, frecuentó el pintor con sus amigos. Así, rodeado de carne, perdido y encontrado en Madrid, después de su paseo por el Prado, el noctámbulo artista, disimulando su edad, con su peinado de rockero años cincuenta y con su chupa de cuero, nos pintaba su leyenda de poco santo y bebedor.



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9 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Morir joven

No les recomendaría cinematográficamente esa película de Brad Pitt que nace viejo y sigue hasta su muerte rejuveneciendo sin reposo pero a lo largo de esa cinta vi alrededor, escuché alrededor, intuí alrededor, una abundante suma de reflexiones sobre la experiencia de vivir, sus peripecias, sus melancolías, su final irremediable y de qué modo cuanto nos pasa posee poca trascendencia y vale sólo la pena atenderlas como un espectador de una película que -como ésta- tiene garantizado de antemano el fracaso. La sala volvió a parecerse a un templo español de hace medio siglo donde el cura seguro de sí, pero torpe de expresión, hablaba de la fatuidad de este mundo, sus pompas y honras para situar ante los asistentes la única esperanza verdadera del más allá. Porque, en resumidas cuentas, cuanto sucede aquí (bueno, malo regular, extraordinario, ordinario, imperceptible, fatal) no es otra cosa que un leve episodio que se lee y se olvida. Un cuento como este basado en relatos de Scott Fitzgerald que discurren para desvanecerse sin pena ni gloria en la vanidad de la distracción.



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9 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mickey no es ningún ratón

El artículo que Mariana Enríquez escribió sobre Mickey Rourke para el suplemento Radar del diario Página 12 me trajo a la memoria la entrevista que le hice aquí en Buenos Aires. En aquel entonces -no me pregunten fechas, la memoria es la más infiel de mis amantes- ya ni siquiera era Mickey Rourke el protagonista de películas que yo amaba, desde Rumble Fish de Francis Coppola a la polémica Year of the Dragon de Michael Cimino; más bien era el Mickey Rourke ‘retirado' de la actuación, que había aceptado dinero para boxear en un match de exhibición organizado, si mal no recuerdo, por un programa de TV local.

No conservo el texto de mi entrevista y supongo que tampoco la grabación original. (También es posible que esté tirada en algún rincón, como tantos cassetes de audio para las que ya no se encuentra uso.) Pero sí recuerdo que nos llevamos bien, y que la entrevista formal -que si no me equivoco fue en el Tattersall del Hipódromo- se prolongó en la informalidad de su suite y en una sucesión interminable de copas de whisky. No escribí ni escribiré nunca sobre lo que vi y oí entonces por una razón muy simple: entendí que se me había franqueado una puerta en calidad de ser humano, y no de periodista.

En algún momento escapé de allí, a pesar de que Rourke insistía en que me quedase; seguramente prioricé mi estúpido sentido de la responsabilidad y mi todavía más estúpida noción del deber familiar. El instante en que decidí partir fue, no tengo dudas, el mismo momento en que me perdí una experiencia profunda de vida: la posibilidad de pasar la barrera del personaje para en cambio conocer, por más fugazmente que fuese, a un ser humano que estaba en carne viva y debía sentirse más solo que Dios.

Enríquez cita estremecedoras declaraciones de Rourke a la revista Arena en 2006, que trajeron a mi mente al hombre que intuí entonces. ‘Mi infancia fue un desastre. Por eso jamás se me cruzó por la cabeza tener hijos... Mi infancia fue tan horrible que si alguien me da a elegir entre volver a elegirla o nacer muerto, elijo nacer muerto. Mi madre es una persona débil que no nos protegió a mí y a mi hermano Joe, y aunque la quiero no me gusta, no la aguanto... Cuando era chico solía sentarme en mi cama y pensar: ‘¿Por qué no puedo vivir en la casa de la vuelta? ¿Por qué estoy atrapado en este purgatorio?' Es cierto que te da personalidad. ¿Pero quién quiere personalidad a ese precio?'

Ojalá el éxito de la película The Wrestler le conceda mucho más que un Oscar o la segunda oportunidad de desarrollar una carrera. Ojalá represente más bien la consecuencia natural de haber hecho las paces con sus demonios y permitirse a cambio algo parecido a una oportunidad, aunque más no sea por haber dejado atrás para siempre, y sin necesitad alguna de revisitar, el purgatorio de aquella infancia dickensiana.



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9 de febrero de 2009
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El Boomeran(g)
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