Víctor Gómez Pin
Desde 1906, saliendo de una cura en un sanatorio, con treinta y seis años de edad, y hasta su muerte en 1922, Marcel Proust vive en situación psicológica de reclusión, primero en su piso del parisino Boulevard Haussmann y desde finales de1919 en un estudio de la rue Hamelin, dedicado a la redacción de lo que (tras varias remodelaciones) acabaría siendo A la Recherche du Temps Perdu.
La reclusión a la que aludo no significa que Marcel Proust no salga de casa. El aislamiento no será efectivo más que en los dos últimos años. En los anteriores, por el contrario, hace numerosos viajes a la localidad normanda de Cabourg, recorre paisajes de Francia en automóvil, visita ciudades y acude a exposiciones en las que puede nutrir su enorme interés por el arte religioso, relee a Beaudelaire y Gerard de Nerval, lee a Dostoievski y entabla relación con nuevos escritores. No amenazado de movilización en razón de su enfermedad crónica, vive sin embargo, con profunda conciencia de la calamidad, el París de una guerra en la que caen algunos de sus mejores amigos. En la ciudad cercada frecuenta en la noche un oscuro hotel, una suerte de lupanar, que observa con minuciosidad de entomólogo, sin que sea posible asegurar que sólo le movió esta preocupación analítica. Finalizada la guerra lucha por abrirse paso en la vida literaria, concretamente intentando encontrar un editor. Asiste a la opera, interesándose por los Ballets Russes. En 1819 recibe el Premio Goncourt y un año más tarde la Legión de Honor. En 1922, último año de su vida, frecuenta aun el Ritz, dónde un día de mayo tiene un encuentro con Joyce. Y desde luego durante esos años no faltarán las visitas a galerías, conciertos, conferencias y… salones mundanos, esos salones con los que está tan familiarizado todo lector de la Recherche.
Y sin embargo no deja de ser cierto que Marcel Proust era un hombre que vivía recluido, recluido en cualquier circunstancia. Varios de sus interlocutores señalaban la palidez de su rostro, su aspecto cansino y sus silencios, pero esto no es excesivamente importante en una persona de salud delicada. A propósito, quizás, del evocado episodio de la visita al lupanar en noche bélica, Paul Morand escribe: "Proust, ¿ a qué festines acudes en la noche, para retornar con ojos tan cansados y tan lúcidos? (traducción libre de "Proust à quel raouts allez-vous donc la nuit / pour en revenir avec des yeux si las et si lucides")