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Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

Whilliam Shakespeare

Pedro Pérez Prieto

Nivola

 

Junto con Hamlet, los Sonetos son la obra más  estudiada y controvertida de Shakespeare. Ello se debe, antes que nada, a la extraordinaria calidad de las 154  composiciones publicadas por vez primera en 1609. Pero si tanto interés y controversias suscitan los Sonetos también es debido a lo poco que se sabe de cierto sobre William Shakespeare, circunstancia que todavía se complica más por las deliberadas ambigüedades y pistas falsas dejadas por el propio dramaturgo. Curiosamente, a día de hoy sigue sin saberse de cierto quién es el Fair Youth al que están dedicados los 126 primeros sonetos, quién era la Black Lady que suscita  los impulsos amorosos de los poemas 127 al 152, ni quién sería el Rival Poet de trae a mal traer a la voz lírica hasta el final.

                Si la lectura de los Sonetos es un empeño que bien puede durar toda una vida, no digamos nada de lo que debe de ser traducirlos, encima rimados y conservando la métrica original, es decir, el pentámetro yámbico inglés o su equivalente castellano, el endecasílabo. Y eso es lo que ha hecho el traductor de la presente versión de los Sonetos, Pedro Pérez Prieto, que encima incluso ofrece el original inglés para ayudar a la mejor comprensión del poema, aunque también es una forma de mostrar que no hay trampa ni cartón y que el artista trabaja sin red. Sólo la enormidad del empeño ya suscita la simpatía inicial del lector. Pero es que en este caso es de valorar el notable resultado final de tan descomunal esfuerzo.

                 Cabe recordar que un inglés medianamente culto encuentra tantas dificultades para alcanzar una cabal comprensión de los textos de Shakespeare como pueda tenerlos su equivalente español actual para disfrutar del Quijote. Y en el caso de los Sonetos dicha comprensión es notoriamente más complicada porque el lenguaje amoroso gusta del secretismo y el doble sentido, la complicidad íntima y la deliberada transposición de significados a fin de crear un lenguaje ininteligible para los demás. A lo cual, cómo negarlo, hay que añadir unas dosis variables de porcheria que en los momentos más cálidos contribuye a subir aún más la temperatura amorosa. Y cómo extrañarse de que quinientos años y pico más tarde el lenguaje se haya vuelto críptico para el lector actual y obligue al traductor a echar mano de la (en muchos casos piadosamente llamada) libertad creativa.

                Aprovechando que el propio autor pone un ejemplo muy claro en su prólogo, reproduzco el cuarteto final de ese mismo soneto 20 que él mismo comenta. Ese tercer cuarteto y el pareado final del soneto original inglés dicen:

 

And for a woman wert thou first created,

Till Nature, as she wrought thee, fell a-doting,

And by addition me of thee defeated,

By adding one thing to my purpose nothing.

 

But since she prick´d thee out for women´s pleasure,

Mine be thy love and thy love´s use their pleasure.

 

He aquí la traducción que propone Pérez Prieto:

 

Primero te creo mujer Natura

y, desvariando mientras te esculpía,

de ti me separó en la añadidura

de una cosa que a mí ya no servía

 

Si su placer envergadura puso,

mío sea tu amor, de ellas el uso.

 

Al llegar al pareado final, y más que nada por intuición, dices." ¡Ep!", aquí falta algo. Pero quizás no. Buscando un poco por ahí he encontrado estas dos versiones del pareado final que cito sin dar nombres porque el propósito es sólo ilustrativo, no crítico:

Versión 1:

Si para ser gozo de la mujer te ha hecho,

Sé mi amor y ellas usen tu amor en su provecho.

 

Versión 2:

Si es tu fin el placer de las mujeres,

Mío sea tu amor, suyo tu goce.

 

Volviendo al original resulta que la clave está en la palabra Prick, una acepción del miembro masculino que significa, literalmente, polla. Actualmente las mujeres educadas no suelen usarlo en la vida corriente si necesidad tienen de nombrarlo, recurriendo por lo general en esos casos al término penis. En el dormitorio, en cambio, hay momentos en que es incluso obligado, pues sonaría hasta ridículo hablar allí como un urólogo.  Sin embargo, y aunque en este caso la alusión sexual es muy explícita, en ninguna de las tres versiones citadas se hace una alusión evidente al objeto del que se habla. Aunque quizás sí, sobre todo en la propuesta de Pérez Prieto, y he aquí lo que él mismo dice en el prólogo:

"Después de desechar diferentes opciones di con esta palabra: envergadura.  Siendo la palabra clave del soneto, no podía ser de otra manera. […] Lo que realmente hace que se produzca el juego verbal es la posición en el verso, pues, siguiendo el esquema rítmico, debería llevar el acento en la 6ª sílaba:

            Si a su placer envergadura puso

                La consecuencia es que la palabra (envergadura) que vemos, al ser leída, y debido a que el acento rítmico recae en la sílaba "ver", aparece al mismo tiempo como tres palabras: "en verga dura". [En ella] confluyen el nivel fónico, el semántico y el morfosintáctico".

                O se que ya se ve  la de vueltas que hay que dar para encontrar un término que refleje el lenguaje erótico sin caer en la cursilería ni el la grosería. Y ello, verso por verso, durante 154 sonetos. Qué locura.

 

 

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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