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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ciudad Juárez: Una historia de violencia

La violencia que sacude a México estimula a los novelistas (pienso en Elmer Mendoza, en Eduardo Antonio Parra, en el Bolaño de la cuarta parte de 2666). Lo que hace falta ahora es un impulso similar en la "no ficción". Hay muy buenos trabajos (Huesos en el desierto, de Sergio González Rodríguez), pero falta más. No debe ser fácil: un editor me contó que no había podido encontrar a un periodista que se animara a  hacer preguntas incómodas o meterse a colonias peligrosas en Tijuana o Ciudad Juárez. Había que esperar un poco, a que pasara la guerra abierta entre los cárteles.

En este contexto, el libro de Francisco Cruz, El Cártel de Juárez (México: Planeta, 2008), es un trabajo arriesgado y valiente. En El Cártel de Juárez hay mucha información valiosa, lamentablemente diseminada sin orden ni concierto. Cruz, un periodista mexicano de larga trayectoria, comete varios errores. Para comenzar, el título es engañoso: en realidad el libro cuenta la historia oscura de cómo Ciudad Juárez se convirtió en una ciudad tan importante como violenta, núcleo de irradiación del narcotráfico en el norte de México; por sus páginas pasan los empresarios en busca de fortuna rápida, los políticos corruptos, los asesinos desalmados, los policías indistinguibles de los narcotraficantes; el Cártel es parte de esa historia, y el libro la narra pero no se enfoca en ella.

Cruz se enfoca en anécdotas coloridas, pero escasea el análisis. La prosa, de retórica excesiva, no ayuda ("la lengua crecía en forma insistente con un enorme arsenal de palabras eficaces dotadas de un veneno que aniquila más que las armas de fuego convencionales"). Y el intento de que el juicio en El Paso a una ex-reina de belleza juarense, por su complicidad en el lavado de dólares, se convierta en el hilo conductor del relato, fracasa por la disonancia entre las escabrosas historias que cuenta Cruz, y el tibio desenlace del drama de la miss (condenada a sólo cinco años de cárcel).

En lo que es muy útil el libro es en dotar de un contexto, una historia a la violencia actual en Ciudad Juárez. Para los que leen asombrados las noticias de la prensa y piensan que las decapitaciones y balaceras son un invento reciente, Cruz muestra de manera contundente cómo, hace ya un siglo, Juárez comenzó a despegar económicamente cuando los años de la Prohibición en Estados Unidos hicieron que se asentara en esta ciudad fronteriza una industria de licorerías capaces de proveer clandestinamente al país del norte. En ese mismo período, hubo un gran influjo en la zona de inmigrantes asiáticos, en su mayoría desplazados de California debido al terremoto de San Francisco de 1906. Los asiáticos trajeron consigo el cultivo y la comercialización del opio. Una vez terminada la revolución, la década del veinte produjo una lucha sin cuartel entre diversas bandas dispuestas a tomar las riendas del negocio del opio, la marihuana y la heroína. Cruz sitúa el asesinato de once chinos a mediados de la decada del veinte, a manos de pistoleros contratados por la temible Ignacia Jasso (una mujer que, junto a su esposo, El Pablote, controlaría durante un largo tiempo el negocio de la droga en la región), como el inicio de la cuenta de muertos relacionados con el narcotráfico.

Ya en la década del cuarenta el gobierno mexicano emprendía campañas de lucha contra la droga. Era inútil. El narcotráfico siguió creciendo, hasta que, a mediados de los setenta, desde la ciudad de Ojinaga, Pablo Acosta consolidó al Cártel de Juárez en una organización moderna, sofisticada, "con capos, brazos armados, pistas de aterrizaje". El negoció se globalizó gracias a que el Cártel comenzó a usar aviones para el transporte de droga. Hoy el Cártel manda, y es capaz de matar con saña a cualquiera que se le ponga en el camino, desafiar al Estado y comprar policías con impunidad, pero hay en la ciudad "al menos quinientas pandillas dedicadas al homicidio, el asalto, el tráfico de armas, el tráfico de seres humanos y la venta de drogas al menudeo". Todo hace pensar que la violencia, la triste historia de Ciudad Juárez, no cesará.

(Qué Pasa, La Tercera, 14 de febrero 2009)

 



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19 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Susi

Si yo pudiera, cerraría todos los zoológicos del mundo. Si yo pudiera, prohibiría la utilización de animales en los espectáculos de circo. No debo ser el único que piensa así, pero me arriesgo a recibir la protesta, la indignación, la ira de la mayoría a los que les encanta ver animales detrás de verjas o en espacios donde apenas pueden moverse como les pide su naturaleza. Esto en lo que tiene que ver con los zoológicos. Más deprimentes que esos parques, son los espectáculos de circo que consiguen la proeza de hacer ridículos los patéticos perros vestidos con faldas, las focas aplaudiendo con las aletas, los caballos empenachados, los macacos en bicicleta, los leones saltando arcos, las mulas entrenadas para perseguir figurantes vestidos de negro, los elefantes haciendo equilibrio sobre esferas de metal móviles. Que es divertido, a los niños les encanta, dicen los padres, quienes, para completa educación de sus vástagos, deberían llevarlos también a las sesiones de entrenamiento (¿o de tortura?) suportadas hasta la agonía por los pobres animales, víctimas inermes de la crueldad humana. Los padres también dicen que las visitas al zoológico son altamente instructivas. Tal vez lo hayan sido en el pasado, e incluso así lo dudo, pero hoy, gracias a los innúmeros documentales sobre la vida animal que las televisiones pasan a todas horas, si es educación lo que se pretende, ahí está a la espera. Se podrá preguntar a propósito de qué viene esto, y responderé ya. En el zoológico de Barcelona hay una elefanta solitaria que se está muriendo de pena y de las enfermedades, principalmente infecciones intestinales, que más pronto o más tarde atacan a los animales privados de libertad. La pena que sufre, no es difícil imaginarlo, es consecuencia de la reciente muerte de otra elefanta que con la Susi (este es el nombre que le pusieron a la triste abandonada) compartía en un más que reducido espacio. El suelo que pisa es de cemento, lo peor para las sensibles patas de estos animales que tal vez tengan todavía en la memoria la blandura del suelo de las sabanas africanas. Sé que el mundo tiene problemas más graves que estar ahora preocupándonos con el bienestar de una elefanta, pero la buena reputación de que goza Barcelona comporta obligaciones, y ésta, aunque pueda parecer una exageración mía, es una de ellas. Cuidar a Susi, darle un fin de vida más digno que verla acantonada en un espacio reducidísimo y teniendo que pisar ese suelo del infierno que para ella es el cemento. ¿A quién debo apelar? A la dirección del zoológico? ¿Al ayuntamiento? ¿A la Generalitat? Postdata: Dejo aquí una foto. Igual que en Barcelona hay grupos ? gracias - que se apiadan de Susi, en Australia también un ser humano se ha compadecido de un marsupial. La foto no puede ser más emocionante.



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19 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Caravana de reseñas internacionales

Adriana Lisboa se da un tiempo para pasear y sostener para la foto mi novela. ¡Gracias, Adriana y Daniel! Foto: Daniel Mordzinski.Hace una semana, la editorial Impimenta me mandó su catálogo de novedades que se abría con la siguiente frase lapidaria (y más para mí, dado el tema de mi novela), de Truman Capote: "Acabar un libro es como sacar un niño fuera y pegarle un tiro". No se puede competir con una frase así de contundente. De inmediato descubrí que, como mi narrador, debía enterrar a ese hijo abaleado llamado Un lugar llamado Oreja de perro y seguir adelante con la próxima víctima. Por otra parte, y siempre bajo la influencia de lo que acabo de leer de Capote, útimamente siento tantos ladridos de perros alrededor mío que me he dado cuenta de que la caravana ya se echó a andar. Y debo apresurarme si quiero seguir a su ritmo, no puedo quedarme detenido en Oreja de perro. Por eso, me entusiasma cada vez menos poner reseñas de mi libro. Pero lo haré, en estricto orden de fechas, para cumplir con los lectores que aún tienen interés en leerlas. Pero intentaré no hacer ningún comentario más, más allá de los elogios o de las críticas. Me limitaré, como me enseñó a hacerlo del indigente blog "Luz de Limbo", a subrayar las partes importantes -buenas o malas- para que se enteren de que los estoy manipulando. Antes de pasar a las reseñas, agradezco infinitamente a la guapísima escritora brasileña Adriana Lisboa (compañera de B39) y a mi hermano Daniel Mordzinski por el regalo de esa foto hermosísima que ilustra mi blog. Una imagen vale más que mil palabras de amistad.Esta reseña es del 18 de diciembre del 2008, apareció en El Heraldo de Aragón, diario de Zaragoza, y está firmada por Julio José Ordovás:Un lugar llamado Oreja de perro (finalista del Premio Herralde de Novela, Angrama, 2008, 212 pp) es mucho más fácil de digerir [que Casi nunca de Daniel Sada], lo que no quiere decir que sea menos sustanciosa. Iván Thays ha escrito una novela del siglo XXI, mientras que la novela de Sada es un producto muy siglo XX, cargado de humor pero inflado de retórica. La novela de Iván Thays está escrita con tiralíneas y, aunque promete mucho más de lo que al final ofrece, sus personajes están realmente vivos y cuando se muerden, se acarician y follan, muerden, acarician y follan de verdad. No son marionetas que se ensartan al ritmo impuesto por el piano del estilo.Quizá Un lugar llamado Oreja de perro no funcione como novela social, pero tampoco creo que fuera ese el principal propósito de Iván Thays. La podredumbre andina y la corrupción de Perú de Fujimori y Toledo forman parte de la escenografía, remota y violenta para una historia de amor que acaba con una carta de despedida y una carta en blanco. Scamarone, el fotógrafo que acompaña al ?mareado? (por el soroche y por las hostias que le ha dado la vida?) periodista encargado de cubrir una visita política de Toledo que no llegará a efectuarse, es un personaje memorable, que recuerda en su cinismo al Louis Renault de Casablanca. Y no es el único personaje memorable. Casi nunca es una novela perfecta. Un lugar llamado Oreja de perro no. Pero al que procuraré no perder de vista es a Iván Thays.La siguiente reseña, la más positiva y extensa de todas, es de la sección cultural de Diario de Terrasa. Está firmada por el reconocido J.A. Aguado y se publicó el 31 de diciembre del 2008, mientras yo estaba rumbeando en Colombia:?Hoy apareció otra vez la noticia del hombre que perdió la memoria luego de matar en un accidente a su esposa y su hijo? Así comienza la novela más interesante de las publicadas últimamente por la casa de Jorge Herralde. Se trata de una novela al servicio del periodismo de investigación, finalista del prestigioso Premio Heralde 2008, titulada ?Un lugar llamado Oreja de perro? (Anarama), una aventura narrativa que supuso una ?expiación personal? para el autor y en la que cruza reflexiones del protagonista, un periodista destinado a una destruida ciudad andina, con los acontecimientos en Perú a raíz del gobierno de Fujimori. Más allá de Vargas Llosa y Bryce Echenique hay vida en Perú y se llama Iván Thays (Lima 1968) (...) La prosa de esta novela es directa. De alguien que sabe su oficio y no se pierde por sendas equivocadas, sino que nos hace pensar en fotografías, recortes de periódicos, cartas, vídeos de documentales televisivos, testimonios. (...) El mundo entrañable de los recuerdos y los laberintos de la memoria sostienen este magnífico ejemplo de arquitectura verbal. El narrador se nos muestra como un periodista en caída libre que acepta el encargo del periódico para olvidar la muerte de dos seres queridos en su vida. Acepta visitar los Andes peruanos, un lugar llamado Oreja de perro, golpeado por el terrorismo en los años ochenta y donde los militares han sido causantes de violaciones a los derechos humano. El escritor convierte el lugar en una zona de reconciliación nacional, en una metáfora de la violencia de la pérdida, de la descomposición social y personal: ?Llegué a la conclusión de que lo peor que podría pasarnos es acostumbrarnos a la muerte, a la impunidad, al horror, al Mal? (...) Como los perros con hambre desentierran cadáveres para saciar su necesidad de alimentarse, así el lector desentierra la tristeza que recorre las doscientas y pico páginas de esta novela que conmueve doblemente. Por un lado, el drama humano de un colectivo y otro el ejemplo particular de un periodista, un oficio que exige a quienes lo practican comportarse como un observador imparcial de la realidad, aunque todos sabemos que la objetividad pura no existe, sí una cierta actitud no participante en lo que se cuenta. Uno puede vivir para olvidar su pasado como ser individual y como miembro de una colectividad quieres recordar para no olvidar. En semejantes paradojas de la existencia se mueve esta gran novela. En los blogs de "El Mercurio", en Chile, apareció una reseña firmada por Rodrigo Pinto el 24 de enero de 2009. Me gusta especialmente que haya empezado con buen tino refiriéndose a un cuento mío, "Primer Encuentro con Tomás", que, en efecto, es el germen de esta novela. pPinto considera que el lenguaje lacónico de mi novela es una decisión errada:Iván Thays (Lima, 1966) figura en las tres antologías importantes de cuentos latinoamericanos publicadas entre 1997 y 2008. Ello muestra la temprana repercusión continental de su obra, que, sin embargo, es de muy difícil acceso fuera del Perú. De manera que la aparición de su tercera novela en una editorial española permite, por fin, apreciar algo más que las muestras incluidas en las mencionadas antologías; y, sin embargo, hay que partir por una de ellas. El cuento ?Primer encuentro con Tomás? pone en escena a dos escritores en Venecia: el narrador, fracasado y asediado por los fantasmas de la derrota, la ruina de su familia al otro lado del océano y, sobre todo, la prematura muerte de su hijo Paulo, y Tomás, el exitoso, el hombre de mundo, que juzga con dureza la obra del narrador: ?Tampoco Lima la entendiste. Mira, Sendero estaba ahí, la sangre, la tragedia... y tú escribiendo sobre ti mismo, el infinito regodeo del yo?. La cita viene a cuento porque es tentador aplicar ese juicio, sin más, a la novela de Thays. Sendero está ahí: el libro está escrito sobre el gran fondo de la tragedia que vivió el Perú en los ochenta y los noventa, cuando senderistas y militares se turnaban para masacrar a las mismas poblaciones atrapadas en una guerra que no entendían. De hecho, cuando mejor funciona la novela, cuando parece por fin levantar vuelo, es en el momento en que el narrador deja que una de las protagonistas, Jazmín, cuente la historia de la desaparición de su madre. Pero el libro tiene otro derrotero: la estadía del protagonista y del resto de los personajes en Oreja de Perro, un caserío perdido en la sierra que fue teatro de la violencia y la represión, es, a su vez, el fondo en que se inscribe la tragedia personal del narrador, que ha perdido a un hijo ?llamado Paulo? y se ha separado de su mujer. Es decir, lo que un crítico mordaz podría llamar ?el infinito regodeo del yo?, porque no hay un intento serio de vincular ambos dolores, de poner en línea ambas tragedias, de lograr que la pérdida individual (y tan terrible como la muerte de un niño) abra la caja de resonancia de la tragedia colectiva, de las muertes arbitrarias, del ensañamiento de la tortura. El tono monocorde del relato abusa ya no del punto seguido, sino del punto aparte, y parece apostar a que el registro de nimiedades se constituya en la crónica de una pasada por los infiernos. Pero lograr ese efecto es muy difícil con párrafos como ?escucho una voz que anuncia las condiciones del tiempo en Lima, que nos advierte que no debemos levantarnos de nuestros asientos cuando hayamos tocado tierra y que esperemos a estar detenidos antes de abrir los compartimientos sobre nuestras cabezas?. Aparte: ?Empieza el descenso hacia Lima?. Hay que suponer que la pobreza del estilo y del lenguaje son deliberadas, puesto que Thays al menos tiene oficio como escritor y se tomó ocho años para escribir la novela, y hay que concluir que fueron decisiones erradas.Una nueva reseña apareció el 31 de enero de 2009, en el diario "La Voz de Galicia" y está firmada por Toni Silva. Lleva como simpático título "David Lynch en el Perú".Iván Thays (Lima, 1968) es un osado. Ha vivido una sequía de novela ?que no literaria- de ocho años desde que publicara La disciplina de la vanidad. Después de esa etapa de cambios vitales (matrimonio, paternidad, divorcio) Thays regresa al mundo editorial con Un lugar llamado Oreja de perro donde dibuja de forma paralela dos historias completamente ajenas entre sí: la transición de Toledo a Alan García en el Gobierno de Perú, con el terrorismo de Sendero Luminoso de fondo, y el viaje interior de un periodista desplazado a un pueblo peruano para cubrir un acontecimiento político (...) No es el mayor valor de la novela, pero Thays no puede negar tintes autobiográficos en el personaje principal (experiencia televisiva, hijo muerto-alejado) ?Yo estaba en ese momento en una etapa muy oscura de mi vida en los que veía muchas películas de David Lynch, entonces dije: ?Voy a hacer que Oreja de perro sea una ciudad de David Lynch? señaló Thays. Y lo consigue. Por la dureza de los que allí viven, por la esperpéntica aparición del gobernante, por la rudeza y la inconexa relación de los personajes. El reportero parece vivir en una bruma de la que no quiere despertar ?Como en una película de David Lynch, tú no llegas a saber si lo que está pasando es un sueño, una pesadilla exteriorizada o si es una realidad? Conocido por su blog Moleskine Literario, así como por su programa de entrevistas a escritores, Thays ha regresado con contundencia al estante de las novelas. Esta le ha valido el ser finalista del Premio Herralde, un certificado muy valioso para los escritores sudamericanos.Finalmente, en la "Revista de Libros" editada en España, en este número de febrero del 2009, aparece una nueva reseña generosa de Martín Schifino sobre la novela. Ahí se me vincula con el "realismo minimalista" junto a autores de mi generación que admiro, como el de Rodrigo Rey Rosas y Alejandro Zambra.En la literatura latinoamericana, tan celebrada por las expansiones del realismo mágico, hay una corriente menos caudalosa pero igualmente interesante que podría llamarse realismo minimalista. Realismo porque se aboca a situaciones concretas y contemporáneas; minimalista porque las observa de manera elusiva e indirecta, casi alegórica, recurriendo a estilos verbales de una descarnada lucidez. El gran innovador de esa tradición es Rodrigo Rey Rosa (Guatemala), pero recientemente escritores como Eusebio Rosero (Colombia), Daniel Sada (México) y Alejandro Zambra (Chile) han contado historias sencillas que nos llevan a intuir complejas realidades sociopolíticas. Aunque situada en las antípodas del alegato, esta literatura se distancia prudentemente de la autonomía fantástica. Libre de moralina, es una literatura moral. Lo mismo puede decirse de la de Iván Thays (Lima, 1968), cuentista, novelista, profesor universitario, presentador de televisión y flamante finalista del premio Herralde de novela. Un lugar llamado Oreja de perro transcurre en el Perú de nuestros días, donde se repiten las dinámicas más básicas del deseo y la desdicha. El narrador sin nombre, el ex corresponsal de guerra y ahora periodista televisivo, llega al pueblo andino para cubrir un ?intento populista? del presidente de turno: establecer una Comisión de la Verdad. Oreja de Perro, donde hay fosas clandestinas, fue muy golpeado por el terrorismo de los años ochenta, y conmemorando la tragedia, el gobierno busca erigirlo en un símbolo de la reconciliación. La memoria, personal o social, es uno de los ejes temáticos del libro. Abundan las simetrías. Uno de los habitantes del pueblo no recuerda nada desde el accidente automovilístico en el que murieron su esposa e hijo [sic] .El narrador, mientras tanto, querría olvidar la muerte del suyo y el derrumbe de su matrimonio. Un tercer personaje, Jazmín, esconde una relación violenta con un militar, al tiempo que planea una venganza. Mediante tópicos conocidos pero finamente calibrados, Iván Thays arma un relato cuasipolicial en el que un observador de fuera presencia las taras de una sociedad, y en el proceso, se redime a sí mismo. La escritura es frugal pero fibrosa, los personajes reconocibles, la trama hondamente satisfactoria.



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18 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Una ciudad de la Nada

 

El 21 de abril de 2010 hará cincuenta años que Brasilia surgió de la nada. He aquí un mote interesante para bautizar la voluntad política del Presidente Kubitschek. Nada es lo que había en este lugar abierto entre el Matto Grosso y Minas Gerais. La rala vegetación del sertao y quizá algún estrecho sendero de nómadas cazadores. Sin toponimia, sin ruinas: sin Historia. Ningún otro arquitecto ha recibido un encargo semejante: levanten una nueva ciudad. Quizá el de San Petesburgo fuera un arrebato semejante. Aunque la diferencia es notable: el Zar quiso imitar a Paris, Viena, Venecia. Y en Brasilia el modelo fue una quimera: la ciudad ideal, sin precedentes. Oscar Niemeyer y Lucio Costa la construyeron en menos de tres años. La idea pura, pitagórica, corbuseriana, todavía da forma a la ciudad hierática. Hay que recorrerla con una voluntariosa perplejidad. En la puerta del Palacio de los Arcos, sede del Ministerio de Asuntos Exteriores, conocido como Itamaraty, no hay guardias. Un bedel te deja entrar y tú deambulas absorto admirando la elegancia de un edificio que anticipó algunos propósitos del pensamiento urbano: lo transparente, lo diáfano, el minimalismo. Si se permitiera un cambio de uso al edificio oficial yo propondría dedicarlo a una neoclásica Academia de Filosofía. Viendo el discreto deslizamiento de las secretarias sobre el suelo de mármol pulido me pregunto si la arquitectura visionaria modifica o refuerza los hábitos de la clase política que la habita desde hace (casi) cincuenta años. Quién sabe. El gobierno de Brasil formula su influencia en la región y en el escenario global como el más decisivo vector de mediación. Los Estados tienen carácter y pasiones, a veces coléricas. Brasil ofrece su cordialidad a modo de arte diplomática. En este aspecto, la voluntad del Presidente Lula encuentra su vínculo con los discursos de Obama y Zapatero. Quizá la celebración de los 200 años de la independencia de los países americanos (prevista para el 2010) permita dar a este estilo de pensar la política internacional un espacio tan amplio y luminoso como el de la propia ciudad.



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18 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Dan Simmons por Rodrigo Fresán

Una de las carátulas de las novelas de Simmons. Fuente: crucialaunt Debo reconocer que esta reseña de Los cantos de Hyperión, de Dan Simmons, me ha dado risa, me ha parecido escrita no por Rodrigo Fresán sino por Sheldon Cooper, el divertido geek de la sit-com The Big Bang Theory. Soy un absoluto ignorante -pero no indiferente- del género de ciencia ficción, a pesar de algunas lecturas insuficientes y, muy propablemente, mal digeridas. Igual, la coloco aquí con la esperanza de que el lecto Daniel Salvo me saque de la ignorancia o, por lo menos, disfrute la reseña publicada en el ABCD Las Letras. Dice:A la hora de lo icónico y estelar, para mí la figura del Alcaudón -esa suerte de golem metálico que custodia las Tumbas del Tiempo- está casi a la misma altura de aquel ominoso monolito negro en 2001: Odisea del espacio. Y claro: casi es aquí la palabra clave y capaz de contener en su brevedad millones de años luz de distancia entre un punto y otro. Pero me reafirmo: Los cantos de Hyperion hacen por la space opera lo que el filme de Kubrick por la space symphony, y ambas se elevan hasta los confines del universo, sólo habitados por los clásicos. De ahí que esta más que merecida reedición de luxe de Los cantos de Hyperion -que reúne en un solo volumen las novelas Hyperion (1989) y La caída de Hyperion (1990)- sea ocasión de regocijo. Muy superior a lo que en su momento hicieron Isaac «Fundación» Asimov y Frank «Dune» Herbert -y acaso tan solo superada por Gene Wolfe y su vasto ciclo de los tres soles-, la multipremiada Los cantos de Hyperion desafía toda posibilidad de sinopsis argumental. Suele ocurrir con lo mejor de la sci-fi: resumir equivale a perderse en una jungla de jerga y tecnicismos que suenan absurdos e infantiles fuera de contexto. (...) El más que versátil Simmons -no hay territorio que se le resista; lo último fue el monstruo ártico de El terror, lo nuevo es un thriller victoriano con Charles Dickens y Wilkie Collins de protagonistas titulado Drood- abandonó los conflictos galácticos para regresar en 1999, brevemente, con el relato hyperiónico «Orphans of the Helix», y a lo grande con el monumental díptico compuesto por Ilion (2003) y Olimpo (2005), donde androides fans de Homero escenifican en Marte la caída de Troya con ayuda de las memorias de Shakespeare, Proust y Nabokov.Todo muy bueno; pero todo sale de aquí, de Hyperion, y de la pasmosa habilidad de Simmons para ordenar y hacer apasionante la complejísima trama panorámica -narrando toda una época en la que la política se confunde con la religión- y revolucionando un género a la vez que lo respeta. No es fácil (hay que lamentarse por cómo falló ese noble intento de Neal Stephenson que es la reciente Anathem), pero Simmons lo consiguió, en dieciocho meses de trabajo, para ganar 25.000 dólares. Eran otros tiempos y otros precios. Mucho más costará la anunciada adaptación a la pantalla grande de Los cantos de Hyperion (aunque lo mejor sería que el proyecto aterrizara como miniserie en HBO o el Sci-Fi Channel). En cualquier caso, el que aquí gana es el lector. Ya se sabe: en tiempos de crisis, nada más sabio que viajar lejos, lo más lejos posible. Para fugas así se inventó la mejor literatura de evasión. Y cuando nos encontremos con el Alcaudón, bueno, ya se nos ocurrirá algo.



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18 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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100 años del futurismo

Filippo Tomasi Marinetti. Fuente: britannica El Futurismo, esa escuela de vanguardia creada hace 100 años por el poeta italiano Filippo Tomasi Marinetti, tuvo una larga nfluencia en la poesía peruana. Basta mencionar a poetas como Juan Parra del Riego o Carlos Oquendo de Amat para valorar su importancia. Se cumple este año una centuria desde que el Futurismo lanzó su larga, provocadora y renovadora estela en Europa y el resto del mundo. Así lo recuerda El País:A finales del año 1908 Marinetti, uno de los principales protagonistas del vanguardismo europeo, es arrojado por su coche a una zanja llena de agua tras un rocambolesco viraje para evitar a dos ciclistas. Será el primer accidente moderno que dará lugar a una narrativa mítica, la de los orígenes (...) Marinetti va a perder la vida en su accidente, o por lo menos la vida que conoce hasta aquella tarde. Como si de un bautismo laico se tratara -cuenta la leyenda que más circula- reemerge de la zanja futurista. No está mal el nombre acuñado para la ocasión, pues no hay pasado ni hay ancestros: sólo el futuro por delante. Se pone a la tarea sin perder ni un momento, porque el futuro va muy deprisa, y apenas unos meses después está concluido el texto que aparece en Figaro hace ahora 100 años, el 20 de febrero de 1909. Es un escrito programático en el que no caben dudas respecto a lo que se espera del porvenir y con ese Primer manifiesto del futurismo se inaugura mucho más que el amor a la velocidad. Con él se da el pistoletazo de salida para la vanguardia como va a entenderse y a organizarse a partir de entonces: una actitud renovadora en el terreno artístico y, sobre todo, existencial. Hay que ser sobre todo modernos, como dijeran los poetas franceses de finales del XIX. Y Marinetti se propone serlo desde sus orígenes decadentistas que apenas un año después, en 1910, le llevan a escribir -casi a destiempo- una novela indescriptible, Mafarka el futurista, paroxismo de desenfreno colonial africano pese a dedicarse el protagonista, en ese colmo de las paradojas que acarrea el movimiento, a "la construcción de pájaros mecánicos"Pero más allá de lo que sucedió en aquellos años, ¿cuál es el legado del Futurismo? ¿Fue solo una corriente de época, como lo enseñan en las academias, o su luminosa velocidad ha calado luego de cien años? Dice la nota:(...) hoy día el Futurismo tiende a leerse como un soplo de arte fresco, al menos en lo que a las propuestas artísticas se refiere. Si personajes como Boccioni o Balla trataron de mostrar el movimiento en la escultura, el cine y la foto de Bragaglia y sus sobreimpresiones dinámicas -la ilusión óptica de atrapar el movimiento mientras ocurre- se enraízan con la famosa obra de Duchamp Desnudo bajando una escalera, que convulsionaría la escena de los primeros años diez. No sólo. Es posible que todas y cada una de las provocaciones de la vanguardia, su fascinación por convertir el arte en la vida y la vida en el arte, por romper las fronteras entre ambos, deban volver la mirada hacia las primeras performances marinettianas. Por eso, tratar de encontrar la herencia futurista en la actualidad no parece de ninguna manera desatinada. Los planteamientos de los futuristas siguen vivos tanto en nuestra pasión de hoy por la técnica como en la crítica cultural a los museos, si bien, más mediocres que ellos, no terminamos de quemarlos. Dejando a un lado las radicalidades vanguardistas, está claro que el Futurismo nos enseñó algunas cosas esenciales de la modernidad: a vivir deprisa, por ejemplo, pues como dijo Lacan, la realidad no nos espera.



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18 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Noticia buena, noticia mala

Podría ser un ejercicio diario. Destinado sobre todo a equilibrar nuestras percepciones y nuestro ánimo. Para mejorar el realismo de unos y evitar la depresión de los otros. Lo realicé el lunes pasado, en relación al estado del periodismo, ese oficio que al decir de algunos se nos está muriendo en los brazos (y no lo he colgado hasta hoy porque antes quería ocuparme de Hugo Chávez). Y ahí está el resultado. Noticia buena: que el New York Times publique tan campante una excelente información sobre Carlos Slim, el mayor accionista de la compañía editora. Noticia mala: la evolución en las dos últimas décadas del cuerpo de periodistas acreditado en Washington, según un estudio de una prestigiosa institución como el Project for Excellence in Journalism.

La primera demuestra que se debe y se puede escribir con libertad e independencia sin importar el medio en que se haga, incluso cuando la información afecta a la propia propiedad del periódico: lo ha hecho ahora el gran periódico liberal neoyorquino, pero también lo hizo el Wall Street Journal cuando Murdoch se hizo con la compañía editora del diario conservador. La segunda demuestra que los medios de referencia norteamericanos dedican cada vez menos esfuerzos e inversiones a la información política mientras crece el interés y el número de periodistas destacados por los medios especializados y por los extranjeros.

Sostienen los autores del estudio, con todo el fundamento, que los recursos y esfuerzos dedicados a cubrir la información de Washington por parte de los medios generalistas -los que han recortado sus corresponsalías- son una inversión en el control del Gobierno, mientras que los que dedican los medios extranjeros y los especializados -los que han visto crecer sus oficinas en la capital federal- tienen una función menos sustancial para la democracia. El caso es especialmente claro y alarmante respecto a los diarios norteamericanos que se han quedado sin oficina o incluso sin corresponsal en Washington. Dice el estudio que los ciudadanos de los estados sin prensa destacada en la capital, más de la mitad, tienen menos medios para conocer las actividades de sus parlamentarios que los numerosos 'lobbies' que allí actúan.

Esto sucede en Estados Unidos. En algún momento habrá que hacer idéntico ejercicio respecto al periodismo que se hace en Europa y en España. Sospecho que las cosas no andan mucho mejor entre nosotros.



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18 de febrero de 2009
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Sobre el alma y el cuerpo

El contraste entre la vieja pintura que sólo quería representar el orden del mundo para un puñado de aristócratas e ilustrados capaces de entenderlo, y la actual pintura que más bien da cuenta del orden de un individuo genial enfrentado al desorden del mundo, ha encontrado un ámbito efusivo en el museo del Prado. La exposición de Francis Bacon es una grata aventura para quien se acerca a ese viejo arte del conocimiento con ánimo de aprender algo nuevo.

     Es cierto que Bacon ha sido ya tan estudiado como para que apenas podamos añadir una coma a lo ya sabido. No obstante, volver a constatar la radical expresión de su tragedia personal y cómo logró elevar una vida sórdida al más alto registro de nuestra efímera dignidad, sobrecoge. No podemos dejar de insistir, por ejemplo, en esos rosas pálidos y esos amarillos cenicientos, colores que su esposa Doris lució el día de la boda y que le había rogado a Bacon que eligiera en los almacenes Harrod's de Londres. Es casi mítica la historia de cómo Bacon escapó una hora y cuarto de su agobiante trabajo en la empresa de seguros Lloyd's sin advertir al jefe de personal, para recorrer las ofertas de febrero de los populares almacenes hasta encontrar ese rosa diáfano, ese leve alimonado cristalino, que transformarían a Doris, mujer de complexión fuerte y recias piernas, en la nube de madreperla sobre la que tantas veces habló Bacon en sus entrevistas. A su regreso, el jefe de personal le hizo acudir a su despacho y tras escuchar las explicaciones de Bacon, rebajó la penalización de 30 libras a 12. Bacon ha eternizado esa escena en su serie de "obispos aulladores" con una ternura que invita a llorar.

     Sin duda la claustrofobia de su trabajo cotidiano en las pequeñas celdas de la empresa británica (la estudiosa Ingrid G. Laminioni ha demostrado que en el Lloyd's previo a la remodelación de Foster el volumen de cada despacho rebajaba la capacidad respiratorio en casi un 8%) influyó decisivamente en la presencia de líneas clausuradoras, escenografías cerradas y edículos giottescos, que son la marca de agua del artista. Como muestra la mesure-data de Gertrude Katescu, apenas hay imagen encerrada que no se corresponda con el tamaño exacto (a escala) de los despachos de la aseguradora Lloyd's. Es uno de los signos extremos de la convicción ideológica que marcó a Bacon desde niño, cuando vio grupos de empleados con bombín caminando hacia la city y comenzó su rebelión contra el laborismo. Votante del partido conservador durante toda la vida, excepto durante un breve lapso liberal cuando probó sus primeras cervezas, las celdas que encierran sus figuras transmiten un poderoso manifiesto político no menos violento que los frescos de Siqueiros.

     Es quizás el regreso una y otra vez del icono del retrete, sin embargo, lo que más ha cautivado a la crítica. Sólo hace veinticinco años que sabemos la historia que se oculta tras esa imagen turbadora. En un viaje de veraneo a la Costa Brava, Bacon, Doris y los niños, fueron a dar a un hotel de Lloret de Mar donde trataron de acomodarse a las tradiciones mediterráneas. Acosados por la agresiva dieta de lechuga y pescado congelado, el matrimonio y los niños sufrió en silencio la humillación, conscientes de que no estaban en un lugar donde los derechos humanos tuvieran cobertura. Una fatídica noche de julio, los dos niños, Lizbeth y Miles, así como el matrimonio Bacon, sufrieron agudos ataques de diarrea y se vieron obligados a turnarse en el uso del WC. Alertado el personal del hotel y temiendo un escándalo mundial (por entonces Bacon ya gozaba de cierto prestigio), trataron de comprar al matrimonio Bacon con un viaje en autobús hasta el monasterio de Poblet. Cuando Bacon se negó a aceptar el chantaje, los dueños del hotel (y sus empleados, no nos engañemos, porque la sumisión de los trabajadores en aquella parte es absoluta) tuvieron palabras de befa sobre los británicos, el gobierno de su Majestad e incluso la palidez de los niños ingleses. Una iniquidad que perturbó el ánimo del matrimonio y que a la larga conduciría a la muerte a Doris, cuando un repetido ataque de fiebre intestinal la llevara a la disipación y el colapso. Bacon nunca se repuso de aquella experiencia de totalitarismo mediterráneo y plasmó en negras pinturas las torturas de la familia en la taza del retrete. Se les ve por parejas, en solitario o en masas confusas, agonizando en un mundo insolidario. Arte muy duro, pero sublime.

     Entre los más admirables cuadros que se exponen en el Prado se encuentran los retratos de su jefe de personal, malignamente deformado, el patrón del pub donde Bacon daba cuenta del almuerzo cuidadosamente envuelto por Doris en papel Albal (¡ese platino oxidado sólo comparable al de Watteau!) y también los autorretratos en forma de loncha de panceta como homenaje a su padre. En todos ellos se observa el dolor inmenso de un genio que no soporta verse asfixiado por la masa de clase media, con una vida ayuna de todo interés, una sexualidad mediocre, dos niños de escaso talento y una mujer que a duras penas comprendía los titulares del News of the World. Son pinturas que encogen el ánimo y nos asoman a uno de los abismos más oscuros del arte del siglo XX. Ahí está la Verdad, sin embargo.

     Para nuestro escándalo, todo esto es reciente. Durante años y siguiendo las enseñanzas de las vanguardias europeas, tan arteramente defendidas por Greenberg en los EEUU, la vida del artista era un elemento despreciable para el análisis de la obra. O bien ésta se sostenía por sí misma, o bien se trataba de un fenómeno pasajero ligado a la insignificante vida de un ciudadano. Un átomo en la inmensidad del universo. Lo cierto es que la obra de arte debía de ser autónoma y soberana: ningún mortal podía aspirar a ser su fundamento. Y eso es consecuente con una concepción del arte, no como producto humano, sino como producto de la historia, del zeitgeist, el alma del mundo, la forma sensible del momento histórico-social. O bien la obra de arte encarnaba contenidos que pertenecían a la sociedad como ser viviente (en concurso con el magisterio de Karl Marx, el gran experto en arte africano), o bien eran un mero capricho personal, algo así como una serie de ilustraciones tomadas del fichero de Freud. Si la obra de arte podía ser interpretada a partir de la vida del artista, entonces, decían, el valor de un Picasso o de un Bacon dependerá del valor de ese átomo vital. Lo cual conducía a la paradoja de que un garabato trazado por alguien con una experiencia vital suprema podía defenderse frente a los productos de un artista de vida estúpida. Por fortuna, este tipo de sofísticas teorías está en total descrédito. El artista vuelve a ser el fundamento de la obra y eso nos ha permitido clarificar un sinnúmero de piezas clásicas que habían sido muy mal comprendidas.

     Concluyo con uno de los últimos casos, pero uno de los más chocantes. Cuando Carmen B. Palomares descubrió el acta de nacimiento de Diego Velázquez en un archivo de la villa D'O Bonzo y constató con perplejidad que había sido inscrito como Isabel Velázquez, no daba crédito a sus ojos. Una exhaustiva investigación posterior en obispados, hospitales y cárceles portuguesas constató que Velázquez era una chica, que nunca aceptó su identidad sexual, que desde la adolescencia usaba bigote de guías subidas (pegado con resina de pino), que tuvo altercados constantes con el párroco de D'O Bonzo hasta que éste la puso en manos del guardia municipal. Su huída de la ergástula, su aparición en Sevilla ya muy maquillado (aunque nunca pudo disimular las caderas, harto abultadas incluso para un pintor), su vida posterior con matrimonio de provecho incluido, todo hasta el célebre episodio en que el rey le pinta la cruz en la solapilla (una evidente deconstrucción del bigote), son cosas que sólo se han sabido en los últimos cincuenta años. Desde entonces la obra de Velázquez y sobre todo la célebre Venus del Espejo, en el cual se refleja el rostro sin afeites del pintor, han sufrido un verdadero cataclismo. El mismo que usted puede ahora constatar en la exposición Bacon.

Publicado el lunes 16 de febrero de 2009.

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18 de febrero de 2009
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Las leyes de su vida

A los ojos del Narrador los diferentes actos de las vidas de las personas que frecuenta o conoce parecen vinculados, más que por la cronología, por el hecho de tener a la vez matriz y confluencia en este libro de cuya tesis se convierten en una suerte de capítulos expositivos. Las adolescentes de Balbec, frívolas y más bien cursis, los ociosos frecuentadores del salón Verdurin, los que, presas de sus pasiones, arruinan sus vidas, los que por el contrario las han puesto al servicio del conocimiento o la creación, los que están presentes en el "guiñol científico-filosófico" que el epílogo del libro constituye, los que sólo son allí evocados (en razón quizás de haber ya sucumbido ), los que el Narrador ha conocido personalmente y aquellos de los que tan sólo ha oído hablar, los que fueron o son entonces sus contemporáneos y los que pertenecen a épocas pasadas... todos serán finalmente homologados por el hecho de ser cómplices del Narrador en lo que él llama "exigencias de mi demostración". Homologados por tal función y también redimidos por ella. Todos, incluidos Madame Verdurin y los deleznables yerno e hija de la Berma (la intérprete de tragedias que la ruindad moral de sus próximos conduce a la tumba), se salvan por el hecho de tener la suerte de haber sido seleccionados y de contar con una aparición, ya sea alusiva, en el libro:

"En el fondo sólo lo hacía (Odette contando al Narrador sus peripecias sentimentales) para procurarme lo que ella creía ser temas, novedades. Se equivocaba, aunque siempre había sido fuente de alimento para mi imaginación, ello había ocurrido de manera más bien involuntaria y era como por un acto que emanaba de mi mismo que las leyes de su vida eran, sin que ella se diera cuenta, destiladas." (p. 1023.)

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18 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Panero escupe de nuevo

Yo vi escupir al joven Leopoldo María Panero. No era ya tan joven, siempre fue algo mayor, casi un lustro, de alguien tan mayor cómo yo. Y además tenía una cara que anunciaba que con el tiempo se podría ir pareciendo a Antonin Artaud. Siempre me impresionó. Cuando era un veinteañero, ya era uno de "los novísimos", y era el autor de esa entrada de la modernidad en nuestra poesía que se llamó "Así se fundó Carnaby Street". Queríamos ser ingleses y pop. También queríamos ser parisinos y descreídos ácratas del Barrio Latino después de las juergas del 68. Y, por supuesto, queríamos ser de Nueva York, llevar chicas al hotel Chelsea y fumar algo con Nico. Pongamos que nos quedamos en Madrid, sin que nadie nos pueda quitar nuestras escapadas.

Leopoldo, salvo aquellas juveniles fugas londinenses y los paseos parisinos- algunos vimos en directo- siguió escribiendo, sufriendo, viviendo, bebiendo y recorriendo España de manicomio en manicomio. Hasta la lucidez final.

Nunca le han abandonado las iluminaciones, a pesar de su adicción a la coca-cola y otras adicciones, ha seguido siendo el poeta lleno de rabia y luz. Un poeta que escribe sobre su padre, sus dioses, sus demonios, sus ruinas y sus patrias malqueridas. Un español a su pesar que acaba de publicar su último libro. Gracias a Calambur- y gracias por José Luis Puerto, Pilar Paz Pasamar y ese poeta del que hablaremos llamado Juan Carlos Mestre- por atreverse con "Escribir como escupir" de Leopoldo María Panero.

Y escupir, escribir poemas como éste:

"La vida es solo una estupidez y dichos de un idiota.
De un idiota que solo sabe rezar
Y de un mar sin cabeza
Hecho solo para caer como el viento
Sobre el rito de la página,
De la página en blanco,
De la página"



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18 de febrero de 2009
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El Boomeran(g)
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