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Laboratorio Erice (Sueño relatado 3)

El crítico Jos Oliver, en la realidad gran amigo de Víctor Erice, me lleva en mi sueño a visitar el laboratorio misterioso donde trabajaba el cineasta. Era una nave desordenada y no muy limpia, con pastelitos rancios y tazas rotas por el suelo, que enseguida abandonábamos los tres para salir a la calle, a observar un cataclismo solar, o bélico, o nuclear, que iba a producirse. En la calle pierdo al grupo, pero llego a ver de lejos a Erice filmando con una pequeña cámara los primeros fenómenos, los mismos que poco después yo veré como único espectador en una proyección privada: imágenes espectaculares aunque no dramáticas, parecidas a las ‘stravaganzas' de los números musicales de Busby Berkeley, un poco modernizadas por los efectos digitales. En la filmación los cielos los cruzaban grandes máquinas y relámpagos fulgurantes, pero no se veía peligro alguno para las masas pululantes por la gran ciudad retratada. Más tarde volvía yo solo al laboratorio, donde el actor Juan Diego Botto estaba caracterizado de Víctor Erice con un maquillaje ‘gore': sangre seca, forúnculos, magulladuras, hinchazones y apósitos de monstruo en el rostro. Pienso mientras lo veo en Antonin Artaud, en sus guiones de cine no-realizados, que me gustaría que Erice realizase y estoy dispuesto a encargarle o incluso a producirle yo mismo; el problema ahora es que Erice (o su sosias Botto) aparece y desaparece entre risotadas macabras y tazas de porcelana que se rompen contra el suelo. Uno de los dos, o ambos, me muestran sus trabajos fílmicos amateurs, que no recogen, para decepción mía, la hecatombe atmosférica ocurrida. En realidad, esas pequeñas películas caseras no representan nada, ni ofrecen imágenes visibles. ¿Por una extrema radicalidad cinematográfica del cineasta o porque mi cabeza ya se ha despegado de ellos y está ahora, encima de mi cuerpo, en la terraza de un café en el que, segundos antes de sonar el despertador, oigo a mi (existente) amiga Domitilla Cavalletti ordenar perentoriamente una consumición al camarero? 

 

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20 de abril de 2009
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¿Y ahora qué?

Estaba en Miami el miércoles pasado, es decir, antes de la cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, y ya se podía escuchar en las radios consejos sobre la manera de viajar a Cuba (el nivel altísimo de los precios, la existencia de dos monedas, el peso y el peso convertible, la seguridad en la calle, etc.). Es cierto, los cubanos de EE. UU. lo van a tener más fácil en el momento de viajar a Cuba. Pero este alivio no se puede confundir con un acercamiento rápido y hondo entre los dos países. Andrés Oppenheimer, el analista del Miami Herald, expresa sus dudas en la edición del domingo  sobre la voluntad cubana de acercarse a su vecino del norte. Y parece que los propios cubanos comparten su actitud cautelosa.

Si miramos al sitio de Juventud Rebelde, el único diario cubano que sale el domingo en Cuba, vemos que el análisis del evento viene con  una fotografía de Chávez regalándole al presidente Barack Obama una copia de Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano. El libro se publicó en 1971. Corresponde al análisis clásico, en su época, de que la culpa de todas las dificultades del continente la tienen los de afuera. La revolución cubana y Chávez, su suministrador de petróleo, parecen viejísimos frente a Obama, y estancados en el pasado cuando hay que responder a la pregunta ¿y ahora qué

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20 de abril de 2009
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Volver a leer los nuevos libros

A una edad temprana, cuando la arcilla todavía húmeda sólo se sostiene si gira velozmente, conocí a un personaje notable. Era el heredero del pintor Rusiñol y aunque quizás entonces no contara ni cincuenta años, me parecía un anciano al borde de la muerte. Coincidíamos en verano, época en la que mis abuelos me llevaban consigo a un balneario del Pirineo. Rusiñol júnior, larguirucho, filiforme, de presencia gótica, era allí celebrado por hablar con los gansos del estanque. Más tarde me diría que tenía por más inteligente la conversación de los gansos que la de los veraneantes. Conmigo hacía una excepción. Al parecer mis abuelos habían comentado con aquel caballero que la familia andaba inquieta porque yo no hacía más que leer cuando mis compañeros destacaban ya en el fútbol y los Ejercicios Espirituales. Creo que llegaron a preguntar, a él que era hombre de lecturas, si se le ocurría algún remedio.

    Lo que le hacía más gracia es que yo leyera en francés (los motivos no vienen al caso), pero de aquella amistad entre niño y anciano me vino el tener a disposición su biblioteca, una de las pocas de Barcelona saturada de libros prohibidos. En domingos alternos me acercaba hasta la Diagonal y tras una breve conversación durante la cual era tratado como una persona mayor, Rusiñol tanteaba los rimeros y al fin daba con un libro que me cedía, siempre con la misma advertencia: "Sobre todo, que no lo vean tus padres". Así pude leer, sin apenas enterarme, a Sartre, a Camus, a Aragon y tantos otros con los que volvería a coincidir al cabo de los años como si fueran amigos del colegio. Ninguno, sin embargo, le avivaba tanto como Malraux.

    No puedo asegurar que entendiera gran cosa de La condición humana, aunque la fascinación es algo ínsito en los niños y cuando se une al juego imaginativo da unos resultados explosivos. Debí de leerlo como si fuera una película de Fu Man Chu. La fe de Rusiñol en las futuras generaciones, sin embargo, llegaba tan lejos que cuando le devolví la gran novela indochina, algo hubo en mi comentario que iluminó su fino rostro. Tomó un volumen, lo puso solemnemente en mis manos y dijo: "Este da lo mismo que lo vean". Era El museo imaginario, de Malraux en la edición de 1947.

    No recuerdo haber entendido gran cosa, pero de inmediato advertí que en aquellas páginas se encerraba una sabiduría que había seducido a gente tan imponente como el señor Rusiñol y si algo define a los niños es el deseo de apropiarse de todo cuanto de valor ven en sus mayores. Lo leí con ahínco, tropecé, despellejeme, me fui de bruces sangrando por ojos y oídos, quizás no logré terminarlo. No siendo un volumen fácil de disimular, me contrarió que mis padres no se alarmaran sino que incluso vieran mi dedicación con indulgencia. De modo que no cejé porque adivinaba la ironía con la que tratarían de reducirme: "¡Ah! ¿Pero ya lo has dejado?". No lo dejé. Sin duda porque era un volumen muy bien ilustrado (la soberbia selección fotográfica la había dirigido Malraux en persona) y es admirable lo que se puede desatar en la fantasía de un crío cuando ve unas fieras devorándose según el arte de las estepas asiáticas del siglo primero. En mi cuarto, junto a las inevitables fotos de Brigitte Bardot, figuraba un descendimiento de Van der Weyden en igualdad de condiciones, aunque con diverso ensoñamiento.

    Pasaron los decenios y acabé como profesional de la teoría del arte . Para entonces ya conocía el descrédito que había caído sobre Malraux a partir de la colaboración con De Gaulle y su desprecio por Mayo del 68. Para los expertos, además, los trabajos sobre arte eran un capricho de aficionado y aquel ensayo que me hizo sudar tinta había sido machacado por profesores ingleses (Gombrich) y franceses (Duthuit) hasta no dejar ni ruinas. El método, tachado de "impresionista" a pesar de que Merleau-Ponty lo había alabado, carecía de valor científico. El viejo Malraux, patético morfinómano que apenas podía controlar los ataques nerviosos que le contraían el rostro de modo grotesco, era pasto de burlas y crueldades por la izquierda de salón apoltronada en el poder, excepto Bernard-Henri Lévy, lo que le honra.

    Esta Semana Santa hizo frío y llovió con impertinencia en Madrid. Procesiones muy populares, la del Cristo de Medinaceli en particular, hubieron de suspenderse. La gente lloraba desconsolada. Habrá quien se burle de estas masas devotas que poco tienen que ver con la religión católica y mucho con el arte primitivo. A mi no me provocan ningún sentimiento de superioridad sino más bien lo contrario, la certeza de haber perdido la inocencia del dolor, esa capacidad para mudar el sufrimiento inútil, la pasión absurda, en fuente de sentido que alivie nuestra desesperada mortalidad.

    Tenía conmigo Las voces del silencio, al que no había regresado en el último siglo y del que forma parte aquel Museo imaginario del señor Rusiñol. Sobre los rostros contritos de los creyentes oía la potente voz de Malraux contándome con esa intensidad cegadora que sólo da el resplandor de la verdad, cómo transformamos a los dioses una y otra vez, infatigablemente, porque el dolor, el sufrimiento, la insensatez y la desesperación son nuestros peores enemigos. Y contra ellos sólo cabe alzar la dignidad de la poesía.

 

Artículo publicado el domingo 19 de abril.

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20 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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TODOS LOS JÓVENES TRISTES Y LITERARIOS

 

Cuando Jonathan Franzen leyó la novela de Keith Gessen tuvo deseos de volver a ser joven, sin pedir perdón por la tristeza. Todos los jóvenes tristes y literarios es una novela melancólica donde se mezclan los letraheridos con el espíritu de la generación Google. Durante la comida que congrega a los libreros de viejo con algunos amantes de esos mundos nos miraba a nosotros mismos ya no jóvenes, ni tan tristes, pero todavía extrañamente literarios, recordé personajes de esa novela tan contemporánea, tan extemporánea. Sentí que éramos una ficción de raros alrededor de los libros. Sospechosos de alguna nostálgica y moral enfermedad que todavía nos hace encontrarnos en lugares ni tan limpios, ni tan bien iluminados. Esos cementerios misteriosos llenos de vidas inventadas donde los excéntricos libreros guardan sus tesoros. En primavera sacan sus animales imaginarios en tenderetes y los ofrecen entre la lluvia y la intemperie. Hace tiempo algunos pensaron que los libreros de viejo eran un oficio en saldo, en trance de desaparición. Sin embargo, ahí siguen, resistentes, renacidos, reinventados entre la covacha e Internet. Selectos y escasos como algunos vinos, a veces excelentes y minoritarios como los que hace Benjamín Romeo, el único español con dos puntuaciones centenarias en la Biblia del pope Parker.

Los libreros de viejo son soñadores de obras únicas que viven saldando lo que otros han desechado

Libreros de viejo, soñadores de obras únicas que viven saldando lo que otros han desechado. Me gusta ese rastreo en el que te puedes encontrar Últimas tardes con Teresa, con aquella foto de Maspons donde una rubia lánguida y moderna nos miraba. O con esa de Marsé, joven, delgado, rizado, fumador de Chester, como un Pijoaparte con menos descaro y más lecturas. No me perderé su paseíllo por calles y plazas de mi Alcalá, quevedesca, buscona, amparadora de clérigos rijosos, expulsadora de ingenios y de republicanos burgueses e ilustrados. Rogelio Blanco, director del Libro, leonés -y representativo milagro de conservación en un cargo, así que pasen varios ministros-, se sentirá aliviado cuando verifique la vestimenta del premiado. Está visto que un director general tiene que saber de todo, incluidos sastres, alquileres y etiqueta. No hablamos de mudos. Orgulloso estará Blanco por haber conseguido que escritor tan descamisado quede encerrado en ese solo juguete en forma de esmoquin necesario para disfrazar actuaciones cortesanas. Lo cervantino es otra cosa.

Marsé, como Gore Vidal pero desde otro frente, siempre ha estado cercano al cine -lengua franca del siglo XX-, sabe que la fama de un escritor es cosa de poco. Que nunca será rubio como Marilyn. Ni lucirá como Cary Grant. Pero con más kilos y menos whiskys, puede tutear a Faulkner, también bajito y cinéfilo, que comparó a los amantes de la literatura con los criadores de perros: escasos pero apasionados. Somos algunos más. Ladramos menos.

 



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20 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La vena rebelde de América Latina

Para seguir con lo de los tesoros que aparecen donde menos se los espera…
    Voy a Amazon.com a ver la lista de best-sellers. ¿Y cuál es el título que ocupa el segundo lugar, entre los más vendidos de la más grande de las librerías virtuales? Open Veins of Latin America: Five Centuries of the Pillage of a Continent, ‘by’ Eduardo Galeano. Es decir el clásico de Galeano Las venas abiertas de América Latina, que en su edición en inglés lleva el ilustrativo subtítulo de Cinco siglos de pillaje de un continente.
    Un libro que no leo desde mi adolescencia, pero que entonces se convirtió en parte esencial de mi formación como americano. Que tantos años después adquiera notoridad porque Chávez se lo regaló a Obama durante la cumbre de Trinidad Tobago resulta sorprendente, pero para nada injusto.
    Eso sí: ojalá el venezolano le hubiese regalado una traducción al inglés. De esa manera, además del gesto por el gesto mismo Obama habría tenido oportunidad de enterarse de manera directa de la historia de abusos a manos de poderes imperiales que hace de nosotros, los latinoamericanos, una gente curtida pero siempre rebelde.
    Pero en fin, aunque Obama no pueda leerlo es obvio que hay mucha gente que está comprando el libro vía Amazon para enterarse de lo que Chávez quiso decirle al presidente de los Estados Unidos.
    ¿Será Obama mismo uno de los compradores?



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20 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Exhibicionismos

Palabras como discreción, reserva, recato, pudor o modestia todavía se encuentran en cualquier diccionario. Temo, sin embargo, que algunas de ellas acaben teniendo, más pronto o más tarde, el triste destino de la palabra ergástula, por ejemplo, barrida, como otras, del diccionario de la Academia portuguesa por una manifiesta y pertinaz falta de uso que había hecho de ella un peso muerto en las eruditas columnas. Yo mismo no recuerdo haberla dicho alguna vez y mucho menos haberla escrito. La palabra reserva, aunque va en camino de perder la acepción que me hizo incluirla en la lista de más arriba, tiene garantizada una vida larga por eso de la reserva de pasajes o de lugar sin los que servicios fundamentales como los transportes aéreos simplemente no funcionarían. Y eso sin olvidar otra reserva, la mental, inventada por los jesuitas como explicación última de decir primero una cosa y hacer después la contraria, operación, por otra parte, que cuajó y prosperó hasta el ponto de acabar difundiéndose en la sociedad humana como condición de sobrevivencia. No tengo intención de moralizar, aparte de que si lo hiciera perdería mi tiempo y sospecho que algunos lectores. Demasiado bien sabemos que la carne es flaca y que todavía lo es más el espíritu por mucho que acostumbre a presumir de sus supuestas fortalezas, que el ser humano es el territorio por excelencia de todas las tentaciones amables posibles, tanto las naturales como las que va inventando a lo largo de siglos y milenios de prácticas reiteradas. Buen provecho tengan. Que tire la primera piedra quien nunca se dejó tentar. La cosa comenzó por desabrochase la ropa, por usarse más leve y reducida, también más transparente, poniendo a la vista un número cada vez mayor de centímetros cuadrados de piel hasta llegar al nudismo integral cultivado con franqueza absoluta en ciertas señaladas playas. Nada grave, en cualquier caso. En el fondo, hay en todo esto, como escribí en otro contexto, una cierta inocencia. Adán y Eva también andaban desnudos y, contra lo que la Biblia dice, lo sabían perfectamente. Al poner en marcha el vigente espectáculo universal que concentra y al mismo tiempo dispersa las atenciones del mundo, no parece que hayamos previsto que estábamos alumbrando una sociedad de exhibicionistas. La división entre actores y espectadores se ha acabado, el espectador va a ver y oír, pero también a ser visto y oído. El poder de la televisión, por ejemplo, se alimenta en gran parte de esta simbiosis malsana, sobre todo en los llamados reality shows, donde el invitado, para eso pagado y a veces regiamente, va a poner al descubierto las miserias de su vida, las traiciones y las vilezas, las canalladas propias y ajenas, y, si fuera necesario al espectáculo, las de la familia y de sus próximos. Sin discreción ni reserva, sin recato ni pudor, sin modestia. No faltará quien diga que menos mal que es así, que debemos abandonar aquellos trastos lingüísticos, puertas abiertas aunque la casa huela mal, algunos, no nos quepa duda, llegarán al extremo de afirmar que se trata de un benéfico efecto de la democracia. Decir todo, con la condición de que lo esencial se quede escondido. Sin vergüenza.



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20 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Obama mueve el tablero internacional

Es un cambio de era. Definitivamente. Muchos eran los elementos que permitían sostenerlo: el final de un ciclo conservador, la crisis de Wall Street, el cambio de ideas y modelos económicos, la llegada de un afro americano a la Casa Blanca? Ahora estamos viendo cómo se construye una nueva geometría de las relaciones internacionales, en la que la gran superpotencia abandona la actitud que la había caracterizado prácticamente desde 1898. Estados Unidos quiere recomponerlas a partir del respeto mutuo y el diálogo entre países de igual a igual, arrumbando una tradición imperial de interferencia y de aleccionamiento especialmente lacerante en América Latina. Ya se vio en el viaje europeo de Obama, pero ha quedado mucho más claro todavía en su participación en la Cumbre de las Américas, celebrada en Trinidad y Tobago.

En los últimos gestos de Obama, sobre todo en la apertura política hacia Irán y Cuba, no hay que ver únicamente esta nueva política internacional que se despliega con el arranque presidencial. Son también movimientos muy calculados de una larga jugada destinada a cambiar el paisaje de Oriente Próximo. El encuentro y el intercambio de frases y libros con Chávez no tiene influencia únicamente en el Caribe; también la tendrá en el golfo Pérsico, pues no hay que olvidar las relaciones estrechas que unen al caudillo venezolano y al presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad. El discurso en Praga sobre el desarme nuclear y la opción cero tiene repercusión en todas las direcciones, pero suscita especial preocupación en los países que mantienen un arsenal clandestino no reconocido, como es el caso de Israel. Lo mismo cabría decir de la especial deferencia con Turquía, país clave para el futuro de Irak, pero a la vez interlocutor de Irán y de Israel a la vez. La ambición de la nueva política es evidente. Ha terminado ahora totalmente la guerra fría, pero también han terminado muchas cosas más que se remontan a tiempos todavía anteriores, a la época de la Doctrina Monroe incluso. Y como consecuencia, son evidentes los peligros que no tardarán en desplegarse frente a cada uno de los gestos. De momento Obama tiene un caudal enorme de confianza y su imagen no cesa de crecer a ojos vista, en América Latina ahora, después de Europa. Hay que tener en cuenta que las fuerzas del statu quo también actuarán: las pingües rentas que produce el antiamericanismo no desaparecerán de la noche a la mañana. La primera reacción ante las aperturas de Obama suele ser recordar el recuento de las fechorías norteamericanas y la petición de perdón: lo hizo Ahamadinejad y lo han hecho los Castro. Pero no tiene credibilidad alguna que se le pida responsabilidades a un presidente demócrata y afro americano de una historia que él mismo ha rechazado en sus escritos, sus discursos y su campaña electoral. Es difícil que alguien le dé lecciones de democracia, y menos que nadie un coronel golpista venezolano que se halla en la pendiente hacia la dictadura. No les será fácil a estos regímenes rechazar la mano tendida. De cara sobre todo a sus propios ciudadanos, entre los que Obama tiene muy buena imagen. De ahí que sea más previsible alguna provocación, destinada a poner a prueba la determinación y la fortaleza de Obama, para intentar presentarlo luego como un Bush con piel de cordero. El régimen norcoreano ya lo ha intentado. Moscú también, aunque de forma más pacífica y verbal. De Oriente Próximo puede llegar también alguna provocación. O de Pakistán, donde los drones norteamericanos continúan realizando acciones punitivas contra los talibanes. La nueva era significa que Estados Unidos abandona su clásica arrogancia y esa filosofía que hace tratar como a servidumbre a quien se considera como el amo del mundo. Pero también que desaparece la amenaza de un poder fuerte y dispuesto a poner orden en el planeta: esto no lo ha hecho Obama, por cierto, sino Bush, que quiso ser fuerte y ha conseguido ser muy débil. No es ocioso recordarlo porque la mitad del recorrido de este cambio no es de Obama, que sólo ha tenido que rematarlo y confirmarlo. La conclusión, sin embargo, es que Obama deberá responder a partir de ahora por todo ello, tanto de la parte que se debe a Bush de pérdida efectiva de liderazgo mundial, como de la que él quiere recuperar en forma de poder blando y por supuesto de los resultados o de los fracasos que obtenga.



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19 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El discurso de Marsé

Juan Marsé. Fuente: Caterina Barjau/ elpaís Juan Marsé será el primer catalán en recibir el Premio Cervantes. Y sobre eso mismo tratará el discurso que está preparando desde ya, y que dictará el jueves 23 de abril ante un auditorio en Alcalá de Henares, vestido de smoking. En "El Cultural" recogen algunos detalles del discurso que el autor de Últimas tardes con Teresa está redactando:El discurso que Marsé leerá el próximo 23 en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá será corto, naturalmente cervantino y bastante polémico. Comenzará con ?tres o cuatro párrafos sobre mí?, que es decir mucho, dada la poco afición que tiene el escritor a hablar de si mismo, y después se referirá a ?mi doble vida, a mi dualidad lingöística?, es decir, se detendrá Marsé en explicar qué hace un escritor catalán como él escribiendo en castellano y recibiendo el premio Cervantes, ?el primer catalán que lo recibe, creo?. [Dijo:] "Hablaré de ello porque me atañe muy de cerca. Llevo años contestando a esas preguntas y creo que es el momento y el lugar para hacerlo. Diré, en primer lugar, que no acabo de ver el conflicto, no veo donde está el problema. La lengua es siempre enriquecimiento y aunque es cierto que se han cometido errores y excesos, gracias a la llamada inmersión lingüística se ha recuperado la lengua catalana, que había sido durante años maltratada. ¿Que ahora en las escuelas pueden haberse pasado un pelín? No lo dudo. Pero puedo asegurarle que el castellano goza de buena salud, tanto en la calle, como en los espectáculos, en la televisión y en los cines. El castellano, créame, no corre el menor peligro". En la Revista Ñ también publican algunas declaraciones del más reciente Premio Cervantes de Literatura.



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17 de abril de 2009
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Redención y palabra

Es seguro que, al menos en los Estados Unidos, el año Darwin será ocasión de que se acentúe  la crudeza de la polémica entre los defensores de las tesis evolucionistas y los defensores de posiciones creacionistas, ya sea en su formulación convencional, ya sea en modalidades aparentemente más sofisticadas, como las que apelan a una idea directriz que se hallaría en el origen de la naturaleza y de la vida y que determinaría su evolución. Como casi todas las polémicas en las que los  defensores de un criterio de objetividad  al que medir las teorías se enfrentan a los que sostienen posiciones a priori, la posibilidad de compromiso es muy pequeña, y desde luego nula cuando la polémica se intenta llevar a ese tribunal de la razón que ha de constituir la universidad. En el seno de ésta es imposible-o al menos inaceptable- que alguien niegue el hecho de que todos los seres vivos estamos sometidos a la selección natural y que compartimos rasgos que remiten a un universal común ancestro.

Para un racionalista lo interesante ante los defensores del creacionismo no es quizás tanto posicionarse sobre el contenido de lo que sostienen como preguntarse  por qué lo sostienen. Pues en muchos casos, aferrarse a la teoría de un Dios, más o menos disfrazado de "designio inteligente", es una manera de manifestar la profunda desazón que puede llegar a  producir una presentación de la teoría evolucionista que reduce al hombre, es decir, que niega su singularidad radical en el seno de las especies.

 

 Por prudente que fuera Darwin  a la hora de extraer consecuencias filosóficas de sus observaciones científicas, de su teoría suele inferirse que la diferencia entre el hombre y  las especies que constituyen nuestros parientes es sólo cuantitativa o de grado. La negación de esta singularidad adopta a veces la forma de negación de la diferencia radical entre el lenguaje humano y los códigos de señales animales Se acepta que la aparición de la vida supuso un enorme salto cualitativo en la historia del universo, pero no  se está dispuesto a aceptar que la aparición del lenguaje (es decir aquello en lo que reside la esencia o naturaleza del hombre) supone una salto cualitativo no menos importante. Pues bien:

 La homologación del destino de este fruto de la historia evolutiva que es el hombre al destino de los demás animales, puede  provocar como reacción el refugio en la irracionalidad o, caso de interiorizar la tesis, en una postración nihilista. Pues para el único ser que se sabe fruto contingente de la historia evolutiva, para el único ser que conoce su condición animal, la finitud inherente a esta condición corre  el riesgo de ser sentida  como una desgracia.

A esta vivencia nihilista y a sus eventuales consecuencias morales alude un héroe de  Dostoievski al sostener que en ausencia de Dios todo estaría permitido. Pero  felizmente  hay alternativa: es ciertamente difícil no buscar refugio en Dios, o no caer en el nihilismo si se niega que la aparición del ser humano supuso un salto cualitativo en la evolución, pero todo cambia si se confía en la radical singularidad de nuestra naturaleza, si se apuesta a la vida del lenguaje y a sus leyes, si, en suma, se sigue el ejemplo del escritor Dostoievski y no el de su héroe.

Pues el trabajo de todos los grandes del verbo (pienso al respeto en admirables páginas  de Marcel Proust) sólo se explica en base a la convicción de que el lenguaje no puede reducirse a instrumento al servicio de la subsistencia, y ni siquiera a vehículo de exploración cognoscitiva de la naturaleza. Siendo esta segunda capacidad el primer don con el que la naturaleza  nos singularizó, narradores y poetas apuestan a riqueza aun mayor.  Apuestan a que el lenguaje, fruto azaroso de la evolución, alcance sin embargo la potencia de ese Verbo al que hacen referencia desde Aristóteles a Chomsky, pasando por los Evangelistas y Descartes; potencia que no nos arranca al mundo pero  sí nos hace sentir que  lo irreversible del  devenir  del mundo no es lo único que  determina a los seres humanos. No es en absoluto necesario comulgar con dogma irracional alguno para hacer propia la frase según la cual  "en el principio está el Verbo". Basta simplemente por entender por principio aquello que da sentido y que permite la única aprehensión del mundo que nos sea dada a los humanos. Se trata simplemente de asumir que si la palabra es lo que da significación, sin la palabra todo es insignificante.

Narradores y poetas apuestan a que el lenguaje pueda librarnos parcialmente del gravamen que en la inmediatez natural coarta nuestra libertad, a que pueda  rescatarnos del vejamen que  para el ser de palabra supone la finitud y, en suma, apuestan a que el lenguaje encierre una potencialidad literalmente redentora. Sugería Marcel Proust  que esta potencia se actualiza en  cada uno de nosotros cada vez que asumimos plenamente nuestra singular naturaleza; cada vez que, comportándonos como seres de palabra, en lugar de usarla, hacemos de su enriquecimiento  un fin en sí.

 

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17 de abril de 2009
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II. Campeones de la abundancia

Alguna vez hojeé de adolescente en una peluquería de mi pueblo esas novelas de Corín Tellado, que venían al final de la revista Vanidades, o Romances, siempre de fecha ya vieja como son todas las revistas que uno suele encontrarse en las peluquerías y en los consultorios de los dentistas, descuadernadas de tan manoseadas. Mi recuerdo es que en la primera línea de cualquiera de esas novelas había siempre un galán de ojos verdes como el mar, apuesto, y por supuesto rico, y de noble cuna. ¿Quién se acuerda del nombre de alguna de ellas? No es necesario. Se trata de un arte efímero, una escritura que se consume a sí misma y se borra como por ensalmo una vez leída, para renacer luego como si nunca hubiera sido concebida antes, confiada en el olvido, o en esa necesidad inmarcesible de leer siempre la misma historia consoladora, y así de manera infinita.

Pero siempre se me creó entonces una confusión entre los nombres de Corín Tellado y Caridad Bravo Adams, otra campeona de la escritura de novelas a dos o tres por semana, a quien creí así mismo una marca de fábrica. Pero descubro que Caridad existió también, y es mexicana de nacimiento, lo mismo que Delia Fiallo, cubana no menos fecunda que pasó a la celebridad de las telenovelas; y aún hay otro no menos célebre, Félix B. Caignet, cubano también, autor de El derecho de nacer. Para todos ellos, seres felices por prolíficos, nunca fue un tormento enfrentarse a la página en blanco, y escribir no otra cosa que un paseo de verano por un verde prado.

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17 de abril de 2009
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El Boomeran(g)
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