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La ondulación

La ondulación es el movimiento fundamental de la naturaleza”, decía Isadora Duncan.

Hace algún tiempo estuve viendo la exposición temporal que hay sobre ella en París. Mientras examinaba las levísimas huellas que dejaron sus pasos por la tierra (algunas fotografías no demasiado buenas, carteles de sus espectáculos, cuadros y esculturas inspirados en ella, una breve secuencia cinematográfica en la que se la ve dando unos pasos en un jardín lleno de gente) pensaba en la ondulación.

Los taoístas le hubiesen dado la razón a Isadora Duncan, ellos también creían en la ondulación de la naturaleza, en la ondulación de la materia, en la ondulación del ser.

¿Y la estrella danzarina de la que hablaba Nietzsche no era acaso la estrella de la ondulación?

¿La ciencia de las caricias no tendría que ser sobre todo ciencia de la ondulación?

La ciencia de las palabras también.

Y tendría que ser igualmente ondulación el pensamiento.

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3 de julio de 2020
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Tres microrrelatos de estos tiempos

1.      Las sonrisas

Debajo de los tapabocas y los barbijos es difícil saber quién sonríe, quien está serio y quién conserva un rictus agrio.

Camino por los pasillos del supermercado. Trato de adivinar si la curva de esa boca apunta hacia arriba o hacia abajo.

Los ojos no siempre indican algo. En estos tiempos veo más ojos de miedo, de desconcierto, de malos sueños.

Nadie habla, nadie se roza. Nadie compra flores.

¿Qué dirán las bocas? Quiero imaginar que debajo de la tela blanca las cosas no están tan mal.

Llego a la caja; no descubrí nada.

Pero la cajera está llorando.

 

2.      Tengo hambre

“Tengo hambre”, murmuró el anciano andrajoso al paso de un joven en la estación Cal y Canto del metro de Santiago.

“Tengo sueño”, pensó el joven que pasó a su lado, mientras miraba las posaderas de la chica de jeans ajustados que empujaba el molinete.

“Tengo asco de la mirada de este baboso”, escribió la chica en el Whatsapp de su grupo de amigas.

“Tengo que terminar con esto de una vez”, se dijo la mujer del abrigo raído, desesperada, hoy sí decidida a saltar.

“Tengo que anunciarles que, por un acto ajeno a la empresa, el metro se encuentra detenido”, anunció la voz metálica del altoparlante.

 

3.      Desagradable

Cada día me siento ante la mesa del comedor, aprieto en el código de Zoom y ahí aparecen las veinte caras, mirando con sueño, con fastidio, con sonrisas falsas.

Es demasiada cercanía. ¿Por qué obligan a los empleados a abrir su intimidad al jefe, a la contadora, a la secretaria?

El conjunto de caras me repugna. Sobre todo, el segundo de la última fila. Su mirada torva, su gesto vulgar, su boca fruncida en un rictus mediocre. ¿Por qué no apagará esa bendita cámara?

Y me mira.

No deja de mirarme.

El segundo de la última fila es mi cara. 

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2 de julio de 2020
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El vacío

Ha de llegar el tiempo en que todos seamos la foto de nosotros mismos en un álbum de tapas forradas, dentro de un relicario (si se es romántico), o en la memoria interna de un disco duro. Ahí estaremos de bebés nudistas en bañeras de plástico, tomando la primera comunión con uniforme náutico o saya de monja, dándonos besos en las dos bodas de tu mejor amiga, posando con la pandilla de íntimos en los cumpleaños ya nunca más celebrados. La fotografía como calendario que corre hacia atrás pero queda.
Hoy hacemos fotos sin ton ni son, para dar constancia de la dejadez olímpica de tu gato o justificar un embarque por la pasarela de un avión demorado. Pero esa peatonalización fotográfica, a veces tan embotellada, no le ha quitado al arte lo que es del arte. Y así desde 1998 llega en estas fechas PHotoESPAÑA. Este año no se podrá peregrinar tanto, como pudo hacerse en ediciones pasadas, de una tienda a un museo donde había grandes exposiciones de artistas cuyo nombre no siempre te sonaba. Temiendo esa limitación, y en un gesto del fetichista inocuo que soy, fui recortando durante la alarma fotos de los periódicos (que aún leo en papel, como los antiguos). Ha habido imágenes imborrables, y de una gran calidad, en este y otros periódicos. Ahora mismo tengo delante las de Samuel Sánchez, Sofía Moro, Vicente Paredes, Eduardo Nave, Carmen Alemán, Laura Lezza, Bernat Armangue, y me quedo corto. Son artistas que desconocía, que sin duda lo eran antes de la pandemia, y estarán, si no ya, en un PHotoESPAÑA futuro. Mi pequeño álbum de recortables tiene una constante: son fotos sin personas. ¿Dónde estaba el ser humano en aquel momento? Encerrado o absorto, en el hospital o en la morgue. El ojo de las cámaras los presintió quizá, sin retratarlos. Los lugares vacíos contaban las angustias de los ausentes.
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2 de julio de 2020
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Nada que hacer


Lo que escribe Kempowski sobre los últimos días de la Alemania Nazi, un 'Gotterdammerung' en la nieve, es helador
 

El relato bien pudo encabezarse con el célebre y temible verso: "Cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando". El silencio de la muerte que se nos arrima sin avisar es el asunto que domina las casi 400 páginas de Todo en vano, de Walter Kempowski (Asteroide). Los epígrafes que ha usado el autor también hielan la sangre. Uno es de Lutero: "Toda acción por nuestra parte es en vano, incluso en la mejor de las vidas". El editor, sabiamente, ha añadido fuera de texto un colofón de Sebald en el que comenta cómo la ceguera voluntaria fue lo propio de la Alemania nazi. No quisieron saber.

Los habitantes de una vieja mansión, en la Prusia Oriental de 1945, van recibiendo refugiados checos, polacos, ucranianos y cientos de alemanes que huyen hacia el oeste amenazados por el Ejército Rojo que va penetrando por la zona báltica. No hay ruido, no hay violencia, no hay tragedia, apenas hay drama, es un avance lento, silencioso, aterrador, pero la gente no puede hacer otra cosa que huir. En esa fuga van muriendo sin molestar, sin grandes gestos, tan callando. La muerte también se mueve entre los que huyen en decenas de miles de carros. Los oficiales y funcionarios de las SS son quienes organizan la huida, pero también son verdugos de los emigrados.

Lo que escribe Kempowski sobre esos últimos días de la Alemania nazi, un Götterdämmerung en la nieve, es helador. No hay gritos, no hay aspavientos, no hay grandes e inolvidables gestos. Todo es gris, mezquino, vulgar como lo somos todos cuando nos atenaza la muerte. Ni un solo personaje es simpático, amable, heroico. Todos se desploman tan callando. Sólo un niño, egoísta, inconsciente, es posible que sobreviva porque los ángeles terribles "se olvidan de destruirlo".

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30 de junio de 2020
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Tributo académico a Inés Sáenz

En mi primera visita a la ciudad de Mèxico, el verano de 1969, mis anfitrionas en la UNAM fueron Margo Glantz y Rosario Castellanos. Margo me llevò a conversar con su taller de escritura creativa. Rosario a dar una charla en la Libreria de la UNAM. Después, desde la U. de Texas en Austin, en 1981, convocamos a un gran congreso mexicanista en el que estuvieron José Emilio Pacheco, Monsiváis, Margo Glantz, José Luis Martinez, Montes de Oca, Maria Luisa Mendoza, José Pascual Buxó, Evodio Escalante, Noé Jitrik, Jorge Ruffinelli, Walter Mignolo, Enrique Pupo’Walker, Beth Miller.

Luego, en la Universidad de Brown,  nos ocupò elaborar una lectura más internacional, proyectar el mapa de Mèxico Transatlántico. Carlos Fuentes fue nombrado por Vartan Gregorian, Professor at large, lo que le permitìa venir cada año y participar en  una serie de coloquios que pudimos organizar, con la visita de José Emilio Pacheco, Rebeca Barriga, Gonzalo Celorio, Sealtiel Alatriste, Hernán Lara Zavala.  Y que luego replicamos en Madrid, NY, Cambridge y Buenos Aires.  Gracias a la UNAM y su Dirección cultural. Gonzalo Celorio, Ignacio Solares, Hernán Lara Zavala, y también Alejandro Rossi y Miguel Leon Portilla frecuentaron Brown.

Con El Colegio de Mèxico, y gracias a Rebeca Barriga, nuestros intercambios fueron más disciplinarios y temàticos. Antonio Alatorre, Rafael Olea Franco, Javier  García Diego, y también  nuestros estudiantes, nos visitamos con agenda. Los libros que resultaron del ágape postulan una biblioteca. La tarea de publicar estos archivos pertenece a los màs jòvenes. Los espera las voces de los que frecuentaron Guadalajara: Gabo, Nicanor Parra, Tomás Eloy Martínez, Saúl Yurkievich, Juan Goytisolo, Carlos Monsiváis,  José Emilio Pacheco, Ignacio Padilla, Carlos Fuentes. Guardo una documentada conversación con Aurora Bernárdez en torno a su vida con Cortázar. Y es un gran documento la charla de Toni Morrison en la Cátedra Cortázar de la UdeG. Poco antes de su partida, hicimos con Inés Saenz un tributo en el TEC del DF a los trabajos y obras de Alejandro Rossi. Estuvimos Adolfo Castañòn, Maria Pizarro y yo. Le llevamos la grabaciòn a su casa. Hay mucho que leer pero más por transcribir y editar.

Con la U. de Guadalajara hemos celebrado una serie intensa y animada de foros, gracias a la Cátedra Cortázar y la Feria del Libro. Con la ayuda puntual de Dulce María Zúñiga, organizamos una secuencia de coloquios transatlánticos en Guadalajara, Providence, NY, Madrid, Barcelona  y Paris. Estábamos poseídos por un entusiasmo celebratorio. Nuestra presidenta, Ruth Simmons, tomó en Guadalajara su primer reposado, alentada por Gabo. 

Y con el TEC de Monterrey hemos explorado formatos de diàlogo analìtico,  gracias a su decana, Inés Sáenz, quien hizo el doctorado en la Universidad de Filadelfia y conocía muy bien la capacidad creativa y el horizonte  dialógico que articula la idea de la Universidad en tanto adelantada versión del futuro. De modo que nuestro intercambio fue activo y feraz. Ambos estimamos la obra de Fernando del Paso y, en un coloquio, decidimos proponerlo para el Premio Nóbel. El TEC, por lo demás, es admirable por su inversiòn cultural y la proyección internacional de sus profesores y  estudiantes. La Cátedra Alfonso Reyes, gracias a la diligencia de su coordinadora, Ana Laura Santamaría, ofrece un programa estelar de conferencistas. Alfonso Reyes, regiomontano sin fronteras, es el escritor de quien más he aprendido. Todo parece factible desde el TEC, gracias a su voluntad de horizontes. Por ello, los mandos se suceden sin drama, afirmando el sistema. 

No me extraña, por lo mismo, que este año el TEC ocupe uno de los primeros lugares en el ranking de las mejores universidades latinoamericanas. En los últimos años el TEC ha sido co–gestor de foros académicos  en España, EEUU, Argentina, México y Perú. Desde el decanato de Humanidades, Inés Sáenz articulò el área  con una brillante planta de profesores. En el gran congreso Mèxico Transatlàntico, que compartimos en  Monterrey, pude comprobar el calado crìtico de las ponencias que leyeron los profesores del sistema nacional del TEC.  Una Universidad que practica el relevo demuestra que la formaciòn humanista es formaciòn ciudadana. 

Ines Sáenz acaba de ser promovida a la Vicepresidencia de inclusión y sostenibilidad.  Su área postula un espacio sociocultural de inserción, promoción y desarrollo. No es casual que el TEC  haga suya la noción clásica de la educaciòn para la autorealizaciòn y el diàlogo, Esto es, estudiamos para ser felices. Aunque parece una hipérbole, estamos aqui para una tarea. Nos lo enseñó la tradiciòn clàsica, que retomaron Buber, Levinas y Derrida. 

Juan Pablo Murra, el nuevo rector del campus Monterrey,  estarà a   cargo de avanzar la articulaciòn de las Humanidades y las Ciencias Sociales. 

            En un mundo en el que las opciones creativas y comunitarias de la Universidad están amenazadas por el autoritarismo, por la burocracia,  y por el menoscabo  de su horizonte humanista, las labores, proyectos y diálogos que desarrollan los rectores del TEC de Monterrey, de la Universidad de Guadalajara y la UNAM, asi como la presidencia  de El Colegio de Mèxico, adelantan la república  futura como un mapa académico. 

          Cada una de estas grandes instituciones mexicanas y latinoamericanistas tiene su propia identidad, hecha en sus tareas, proyectos y horizonte. Cada una està a cargo de un tiempo en construcciòn. Cada quien protege la memoria creativa del mundo en México, y promueve el diálogo con sus intercambios propicios. Ya no me parece casual,  que  Silvia Giorgulique hizo el doctorado de Sociologìa en Brown University, sea presidenta de El Colegio de México. 

         El liderazgo gentil de Inés Sáenz, me recordó la devociòn de Rebeca Barriga, al frente del Centro de Literatura y Linguistica del Col Mex, cuyo claro entusiasmo fue una lección colegial. Y no en vano los rectores del TEC  han consolidado el  valor del  diálogo, esa tradición del camino. Carmen Junco, que preside el consejo consultivo, nos ayudará con los protocolos  de agradecer,  celebrando las nuevas tareas de nuestra admirada Inés. Cabe evocar la participación de Carlos Fuentes en todos los frentes. Y están todos invitados a las VII Jornadas Transatlánticas en la Universidad de Salamanca (Dic. 10 y 11, 2020)  que incluye un brindis colegial a Inés Sáenz. 

           

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28 de junio de 2020
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Lo común de los hombres

Es obvio que mediante el procedimiento de vehicular información los individuos forjan una comunidad. Pero no toda comunidad es lo común de los hombres. No lo es obviamente la comunidad que constituye un grupo organizado de animales: manada depredadora, o enjambre de abejas. Este segundo caso tiene para esta reflexión la ventaja de referirse a un animal que ha pasado por emblemático en la historia evolutiva, por lo preciso de su sistema de transmisión de información. Sin embargo, hace ya seis decenios que el lingüista Émile Benveniste, a la vez que expresaba su admiración por la existencia en la naturaleza de un código de señales tan prodigioso, ponía de manifiesto que el mismo nada tiene que ver con el lenguaje propiamente dicho, es decir, el lenguaje humano.
 
¿Y cuál es el argumento que sustenta tan radical posición? Pues simplemente lo siguiente: siendo el lenguaje humano algo que efectivamente en ocasiones sirve para compartir información, no es esa su función esencial. No es tarea del lenguaje poner en contacto a seres que podrían ser contactados por otro medio, sino re-producirse en seres animados que tienen el singularísimo estatuto de potenciales seres de palabra. 
 

La comunidad que el lenguaje humano forja no se constituye a través de individuos pre-existentes (hombres que aun no hablarían, hombres antes de serlo). El lenguaje mismo es tal comunidad y los individuos son literalmente la materia a través de la cual adquiere forma. Evocaré al viejo Heráclito:
"Los que al hablar buscan adecuarse a lo inteligible han de buscar aquello en que todos coincidimos... Sin embargo resulta que "En lugar de seguir lo inteligible que marca el logos, la mayoría vive como si tuviesen sabiduría propia - idian prhonesin.

El logos sería aquello en lo que todos estaríamos de acuerdo, mientras que siguiendo cada uno su criterio no salimos de lo propio (idios), es decir, no pasamos de un estado de idiotez, en el sentido etimológico pero también en el que nosotros le acordamos.

Es sencillo: entre los sistemas de comunicación está una función del lenguaje, pero este como tal va más allá del círculo de tales sistemas. No se incluye el lenguaje en la capacidad de trasmitir información que la historia evolutiva muestra por doquier. En ese sentido cabe efectivamente decir que algo en el lenguaje humano, eso de común que hay entre Edipo rey y Yerma trasciende toda idea evolutiva.

De ahí que hablar propiamente, hablar con hondura, no consista en informar sobre acontecimientos (por cruciales que puedan ser en la vida de un hombre o de un grupo humano), sino dejar que la aflicción, la indiferencia o la euforia sean ocasión de que el lenguaje diga lo que ha de ser dicho.

No es el pathos de un hombre lo que se está expresando en las célebres líneas "No me podrán quitar el dolorido sentir, si ya del todo primero no me quitan el sentido"(Garcilaso "Égloga primera" 349-351).Por ello, cuando en nuestro tiempo se tiende a homologar los seres de lenguaje a los animales dotados de capacidad perceptiva y de un potencial para expresar información, se está simplemente reduciendo, literalmente rebajando el peso de aquello que nos hace ser, que nos diferencia en el seno de las especies. Y, como en otro lugar digo este atentado, que va más allá de la blasfemia (pues no ya decir ofensivo sino ofensa al decir mismo) , no quedará sin respuesta. En última instancia el lenguaje recurrirá al sueño para poner las cosas en su sitio. Pues al igual que no se puede desear lo que conviene, no cabe soñar lo que sería oportuno.

Nadie ignora que en el sueño el lenguaje manda y que la resistencia a obedecer se traduce en pesadilla.

 

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26 de junio de 2020
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Camaleón

Me puse a ver en noches epidémicas una selección de películas hechas por Woody Allen en el siglo XX y saltó la sorpresa. ¿Premonición, desquite, jugada del destino? El año 1983 cosas que hoy juzgamos imprescindibles aún no se habían instaurado. Por ejemplo el falso documental; Zelig lo es, y deslumbra más que en su estreno. ¿Lo recuerdan los mayores de edad? ¿Lo han visto en la cinemateca o en repescas piratas los no nacidos entonces? Leonard Zelig es un hombrecito con el don de la ubicuidad y la metamorfosis: aparece en desfiles nazis detrás de Hitler, rodeado de estrellas mudas en Hollywood, a trompazos con Pio XI en el balcón vaticano, al tiempo que engorda cuando ve a dos obesos, sus rasgos se achinan si está con chinos, su piel negrea entre los jazzmen negros, tocando igual que ellos.

Le llaman el Hombre Camaleón, y sus prodigios, unidos al merchandising reptil, le dan riqueza y fama. Scott Fitzgerald escribe sobre él en 1928, cuando el personaje está en lo más alto, pero su notoriedad perdura y se comenta con escepticismo muchos años después. Son deliciosas las falsas entrevistas a los auténticos Susan Sontag y Saul Bellow (este con una camisa imperdonable) hablando en serio del farsante interpretado por el cineasta; Allen les escribe a los dos escritores lo que ellos sin duda dirían, de haber sido todo verdad. Otro morbo más es que la psiquiatra que descubre y se enamora del Camaleón sea Mia Farrow; hablan ambos de Freud con desenvoltura, y Zelig se define como un "psicótico total". Ejerce oficios que desconoce (pintor de brocha gorda, sacamuelas) y también resulta polígamo y padre de unos cuantos niños llorosos. ¿Un infeliz, un monstruo, un aprovechado?

Enigmático el happy end, basado en lo que nunca escribió Scott Fitzgerald: "No fue la aprobación de muchos sino el amor de una mujer lo que le hizo cambiar".

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25 de junio de 2020
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Quiero ser negra como tú

La infancia es un mapa que se cuela en nuestros bolsillos adultos, arrugado y ­borroso pero aún fiable. Porque nuestro paulatino descubrimiento del mundo va cartografiando un trazado que nos acompañará toda la vida, aunque de niños ignoremos cómo nos marcará.

Se llamaba Doudou y era senegalés. Llegó a casa un mediodía, con mi padre, que ufano y cariñoso nos los presentó como un ayudante para echar una mano en la granja. Contó que llevaba días observándolo solo en un rincón del bar, y no creo que fueran su silencio ni su falta de techo, sino su mirada limpia, lo que le acercó a él. Fue el primer negro que conocimos, y de él, solo nos sorprendieron las palmas descoloridas de sus manos. En aquella España de Machín, Pepe Legrá y Basilio, la de los Reyes Baltasar embetunados, representaban un exotismo lejano que no entraba en el comedor de casa. Entonces la inmigración era residual, prevalecían otras castas. En aquellos años setenta, y todavía en los ochenta, el trabajo en la recolección de cosechas era realizado por gitanos que acampaban en la plaza con sus caravanas y nos producían una mezcla de miedo y atracción. Su estigma parecía inamovible, pero lucharon -siguen haciéndolo-, y sus manos callosas fueron relevadas por las de los subsaharianos. El racismo es una enfermedad crónica que se extiende de norte a sur e infecta a comunidades dentro de otras, aunque compartan color de piel y lengua.

Tras el asesinato de George Floyd, la fuerza del movimiento "Black lives matter" ha obligado a reflexionar globalmente acerca de la importancia de ser antirracistas activos; y todos nos hemos escudriñado con lupa. La identidad europea sigue siendo refractaria a la integración y la mezcla, aquejada de una "blanquitud defensiva", como denomina Stephen Small, sociólogo y profesor de Estudios Afroamericanos en Berkeley, a la imposibilidad -no solo de los negros, también de los árabes e incluso los latinos- de abandonar los márgenes que con superioridad les concedemos.

Le pregunto a mi amiga Bárbara Valdez, de origen dominicano, 15 años ya en España, si alguna vez ha sentido racismo por su color de piel. "Nunca. Siempre he sido bien acogida, aunque ahora a mi niña a veces la llaman negra en el colegio. Pero yo le digo que nosotras no somos rubias, que somos negras, y que no faltan a la verdad". Es más, Bárbara acaba por darle la vuelta a mi pregunta, tal es su poder: "Lo que sí recuerdo es que tu hija, de pequeña, a menudo me cogía la mano en el ascensor y llorando me decía: quiero ser negra como tú".

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24 de junio de 2020
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Un escritor que crea gobernando

En julio de este año deberíamos haber celebrado el festival literario Centroamérica Cuenta en Guatemala, pero la pandemia paralizó nuestros planes, como tantas otras cosas en el mundo. De modo que decidimos tomar provecho del tiempo muerto de los encierros, y de la imposibilidad de verse cara a cara, creando un foro de conversaciones constante, al menos tres sesiones a la semana, que hemos llamado "Autores en cuarentena".

Empezamos en marzo, y a estas alturas ha habido ya 35 encuentros con más de 60 participantes de unos 20 países, entre escritores, periodistas, académicos, editores, libreros y traductores, que han visto más de 700 mil personas.

La semana pasada tuvimos una variante bastante inusual en estos diálogos, cuando compareció el presidente de Costa Rica, Carlos Alvarado Quesada, para conversar conmigo sobre literatura y política, y sobre su propia obra literaria, con la mediación del periodista Arturo Wallace de la BBC de Londres.

Cuando ganó las elecciones en 2018 no fue sólo el más joven en la historia del país en alcanzar la presidencia, con 38 años, sino que, además, tenía ya una carrera literaria en marcha, con tres novelas y un libro de cuentos publicados. Y cuando deje la presidencia seguirá siendo un escritor joven, o un político joven, según su escogencia. Pero, en cualquier caso, podrá seguir creando.

Porque una de las cosas claves que dijo durante la conversación, es que la literatura y la política son formas de crear: "ambas, la literatura y la política, son ejercicios creativos, transformadores, pero en frascos separados. A mí no me gusta necesariamente traslaparlos".

La política como acción creativa puede darse en un país como Costa Rica, donde la participación democrática se halla arraigada en las instituciones y en el espíritu de los ciudadanos. De manera que gobernar, según recuerda el presidente Alvarado, se convierte en un ejercicio constante de diálogo y transacción, de persuasión y búsqueda de consensos; es en eso que reside el carácter creativo de la política.

Del otro lado lo que queda es la imposición y el arbitrio, la falta de fiscalización de la acción pública y el ejercicio del poder desde la sombra, donde se pasa sobre las leyes, o se compran las mayorías parlamentarias. No pocas veces se llega a confundir la artimaña del engaño, y las formas de imponer la mano dura, con el talento político creativo. Pero es poca la inteligencia que se necesita para acumular poder en una sola mano, si faltan los escrúpulos, se reprime a los disidentes, y se pone precio a las voluntades.

En la literatura se crean mentiras que deben ser creíbles. En la política se crean verdades que deben hacer creíble el oficio de gobernar. "Creo que la dimensión de la verdad y lo ficticio en la literatura tiene un componente y en la política la verdad tiene que ser la verdad", ha dicho el presidente Alvarado. "Y creo que el espacio de ficción no debe existir ahí. Procuro por eso guardar mucho el ejercicio de la política en la política y de la literatura en la literatura".

No es usual encontrarse a un presidente entregado a un diálogo literario, capaz de hablar de su formación como escritor, y de sus escritores de cabecera, entre los que se cuentan Hemingway, Heinrich Böll, Günter Grass, Mario Vargas Llosa. En un tuit emitido al tiempo que se estaba dando el diálogo, el periodista salvadoreño Carlos Dada, fundador de El Faro, ha escrito con divertido asombro: "¿Un presidente centroamericano hablando cómodamente de literatura?: Sí, ahora mismo".

Tampoco es usual que un presidente que viene de la literatura termine su período, y entregue el mando a su sucesor. Escritores gobernantes ha habido pocos en América Latina, y se me viene el recuerdo de Rómulo Gallegos, presidente de Venezuela derrocado en 1948 por la casta militar, y el de Juan Bosch, presidente de la República Dominicana, derrocado en 1963, también por la casta militar. Ambos habían sido electos legítimamente y duraron los dos en el poder exactamente nueve meses.

La diferencia es que en Costa Rica no hay ejército que le pueda dar un golpe de estado a un presidente, porque las fuerzas armadas, para bien de los recursos dedicados a la educación y la salud, fueron abolidas en 1948 tras la revolución que encabezó José Figueres. Y para bien de la democracia.

Es una democracia, bajo la presidencia de este escritor que ahora ocupa todo su tiempo en los asuntos de gobierno, la que ha hecho frente con éxito relevante a la pandemia. Costa Rica y Uruguay, ambos países ejemplo de alternancia democrática, son los que mejor han enfrentado la emergencia sanitaria del virus.

Cuando le propuse hace algunas semanas al presidente Alvarado este diálogo, algunos de sus asesores le aconsejaron que no se vería bien que, en tiempo de crisis, él apareciera hablando de literatura. Pero pensó que valía la pena.

"Pensé que en estos tiempos en el que estamos muy ocupados haciendo muchas cosas, la literatura y el arte son muy importantes...son momentos difíciles ciertamente, pero hay que defender esa comarca que es la literatura que lleva consuelo, bienestar, imaginación, vitalidad a tantas personas en un momento como la cuarentena".

 

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22 de junio de 2020
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El otro Stevens

En 1947 Wallace Stevens publicó el que creía su libro más importante, Transport to Summer, al que añade, a modo de coda, sus anteriores Notas para una ficción suprema, un extenso poema entre lo oracular y lo abstracto. Es del todo improbable que George Stevens, su contemporáneo californiano un par de décadas más joven, leyese aquel libro opaco y anti-figurativo. En esas fechas, al volver de Europa, tras haber formado parte de Why We Fight, el equipo de cineastas estadounidenses (John Huston, Anatol Litvak, John Ford, y varios más) que filmó a modo de propaganda anti-hitleriana y movilización civil las atrocidades encontradas por los vencedores en los campos de concentración, este segundo Stevens estaba preparando su retorno a Hollywood, donde en 1948 terminó y estrenó una saga familiar de ámbito norte-europeo muy distinta a las comedias disparatadas que en los años 30 y primeros 40 le dieron aureola de gran maestro de la sátira. Frank Capra, que supervisaba al grupo de voluntarios de Why We Fight, lamentó años después, en un tributo de homenaje a Stevens por parte de la plana mayor de dos generaciones de cineastas próximos a él (Rouben Mamoulian, Mankiewicz, Warren Beatty, Alan J. Pakula, entre otros), que Stevens ya hubiese abandonado la comedia: "nadie la sabía hacer como él".

Con una de las más celebradas, El amor llamó dos veces (The More the Merrier), se despidió en 1943, para recoger imágenes en Alemania de los trenes del horror y los hornos crematorios; vista hoy, El amor llamó dos veces tiene mucha menos gracia de la que en su día le vieron los críticos y los académicos hollywoodienses. Es una crazy comedy llena de gags extravagantes que fluyen con lentitud exasperante, y a la que le sobran vueltas de tuerca y le falta chispa, quizá porque sus actores centrales, Jean Arthur, James Coburn, Joel McCrea, carecen de ella; siempre entran tarde al humor, y la indudable sofisticación compositiva del cineasta no lo remedia. Tampoco en las comedias anteriores que he vuelto a ver ahora encuentro las maravillas que Capra pregona: el musical En alas de la danza (Swing Time, 1934) solo se sostiene en las piernas de Fred Astaire, y La mujer del año (1942), memorable por instaurar, en la pantalla y en su vida privada, a la pareja Katharine Hepburn/Spencer Tracy, no alcanza las cimas de ligereza ni la densidad de los tres títulos que ambos actores rodaron a las órdenes de Cukor.

Sin embargo, George Stevens fue un artista de enorme prestigio, uno de "los grandes" de la comedia antes de la Segunda Guerra Mundial, y aún más engrandecido después en la tragedia atávica americana, de la que, con tres títulos seguidos de éxito, se hizo especialista. Capra, que había fundado con él y Billy Wilder una productora independiente de breve recorrido, daba en ese mismo homenaje al que me referido una explicación ingenua pero seguramente plausible de la evolución de su cine: lo que Stevens había visto en Dachau y otros infiernos, le había quitado el espíritu de la comedia; lo descubierto allí y lo fotografiado fue "too much for him". Con determinación, y en pocos años, los que cubren la década 1950, Stevens se labraría una reputación de metteur en scène de qualité, precisamente la categoría que la nueva crítica francesa detestaba, tanto la cahierista como la macmahonista; Bertrand Tavernier, al que siempre es un placer leer cuando hablaba de cine antes de pasar a hacerlo, escribe en sus Treinta años de cine americano (y no sólo sobre Stevens) alguna de las apreciaciones maliciosas mejor fundadas de aquel tiempo en que el crítico no era sólo el reseñista rutinario y contador de argumentos que uno encuentra hoy en todas partes, sino un ocurrente mandarín dotado de autoridad en el juicio y el don de una bella escritura. El prestigio de George Stevens era entonces similar al que tenían los popes del gran blockbuster sentimental, tipo Wyler, Wise o Zinnemann, si bien hay algo en él, más allá de los fantasmas del nazismo, que le distingue estilísticamente y le endereza en el camino del pathos. 

Había sido en sus comienzos del cine mudo actor, camarógrafo y guionista fa presto de muchos cortos de Stan Laurel y Oliver Hardy, pero cuando en 1947 se reintegra a Hollywood, cumplidos ya los cuarenta años de edad, el Gordo y el Flaco no hacen reír a nadie, y Stevens busca la gravedad romántica y el bien delineado marco social, que le convierten en un director-artista. I remember Mama (Nunca la olvidaré, 1949) es un delicado drama familiar sobre unos emigrantes nórdicos, a ratos perjudicado por su extraterritorialidad de estudio y los acentos forzados. Stevens encuentra su voz cuando se siente llamado por Norteamérica, y a ese país confuso y convulso que ha luchado por la liberación de Europa y alberga en suelo patrio a los perseguidores de la libertad le aplica algo que es superior a cualquier género o registro cinematográfico: la captación del dolor, el reconocimiento de la tragedia, las aguas turbias de la pasión prohibida y del odio. Así, Stevens, tal vez destinado en un principio, por los requerimientos de los grandes estudios, al escuadrón de los grandilocuentes, se hizo agudo y profundo en la revelación de la cara oscura del humano temperamento.

En cinco años, Stevens produce tres films -para algunos una trilogía- que son sin duda los que hoy le dan permanencia. El primero, de 1951, fue Un lugar en el sol (A place in the sun), basado en la novela de Theodore Dreiser An American Tragedy, que había sido llevada al cine en 1931 por Josef von Sternberg con el mismo título del libro; es un cumplido máximo decir que Stevens supera en casi todo al gran maestro vienés. Y volviendo ahora a ver esta cruel historia tan tétrica como encendida me vinieron a la cabeza los versos de Wallace Stevens en el epígrafe IX de su ya citado Notas para una ficción suprema: "Lo que [el poeta] busca es la jerga del lenguaje vulgar. / Mediante un habla particular intenta decir / la particular potencia de lo general, / combinar el latín de la imaginación con / la lingua franca et jocundissima" (en la traducción de Javier Marías para Pre-Textos). Puede sorprender el atrevimiento de referirse a George Stevens, hoy tan postergado, como el poseedor de una jerga elevada, y aún más quizá de un carácter jocundo, siendo su cine de los últimos años más bien aciago y de resonancias bíblicas. Esas finuras contradictorias y complementarias a las que alude con su parte de humor el gran poeta de El hombre de la guitarra azul, Stevens el cineasta las incorpora combinando las esencias del melodrama universal con un lirismo sutil que roza lo morboso, así como con un ojo infalible para los lugares dramáticos: el lago del crimen, las montañas Tetons siempre presentes al fondo del valle de Raíces profundas (Shane, 1953), la casona aislada en los pastos y los pozos petrolíferos de Gigante (Giant, 1956) Y los actores tan sabia y sorprendentemente elegidos: la Taylor casi niña frente el atribulado y muy vivido Monty Clift en Un lugar en el sol, los físicos opuestos de Alan Ladd y Jack Palance en Shane; la piel y el pelo de mexicanos y yanquis en Gigante, de tanta carga simbólica. Genius loci y genius humanorum, para no salirnos del latinajo. 

La gran epopeya americana de esas tres excelentes películas se inicia, en Un lugar en el sol, con un amour fou entreverado con la verdadera locura que lleva hasta las dos muertes finales. La historia más de fondo social de la novela de Dreiser se concentra en el film en la pareja protagonista, desde el primer instante en que se descubren el uno al otro; George Eastman (Montgomery Clift) al ver al volante de un coche deportivo a una joven de extraordinaria belleza (Elisabeth Taylor), y ella al verle a él encadenar carambolas en la sala de billar de una gran mansión. Hay un fatum en sus encuentros, que Stevens resuelve con una significativa figura de estilo de la que acierta al no abusar: las sobreimpresiones encadenadas. A mí me impresiona más otra: el uso del primerísimo plano de rostros que se besan, en los que la cara de la Taylor adquiere una dimensión subyugante al lado de la cabeza opaca de George.

Un lugar en el sol tiene también un elocuente paisaje: la pequeña ciudad con el único brillo de los neones industriales, los habitáculos de la clase obrera, las fincas de recreo de los millonarios. Cuando en sus posteriores Raíces profundas y Gigante Stevens va al Oeste, su complacencia jocunda es someterse, siendo original, a los patrones del western: la familia granjera, el salón astroso y peligroso, los rebaños en estampida, los dos pistoleros enfrentados, y una cierta bonhomía pastoral que hace de la primera una dulce alegoría triste, con halo de misterio y ribetes homoeróticos, y de la segunda un alegato sin exagerada moraleja en favor de la justicia y la igualdad racial. Stevens, además, se muestra en su trilogía, y tan tempranamente, muy sensible a las sensibilidades femeninas de recio carácter.

Lástima que la última película suya que nos interesa, El diario de Ana Frank (1959), sea un paso fallido en un contexto que parecía el más idóneo, con sus antecedentes. Le traiciona, en mi opinión, partir no del libro, que es una obra maestra de la literatura confesional, sino de una adaptación hecha para Broadway. Al perderse casi del todo la voz de la adolescente judía en primera persona, el relato se hace externo y demasiado anecdótico, aunque el reparto vuelve a ser inspirado y la factura formal la propia de un maestro que durante mucho tiempo a alguno de nosotros no nos lo pareció.

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22 de junio de 2020
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El Boomeran(g)
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