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Conducido a la cama a su hora…

Por 20 de mayo de 2020 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

A los 62 años de edad, e ignorando que su muerte está próxima, Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.) que había escrito un encendido elogio de la amistad (De Amicitia), escribe lo que se ha entendido generalmente como un elogio de la vejez: De Senectute. Recordemos que el mundo romano no se caracterizaba precisamente por excesiva consideración con los ancianos (excepto en el más bien retórico reconocimiento de la "sabiduría" y "prudencia" de los mismos) y la literatura está llena de alusiones, entre cómicas y crueles, relativas a la figura del viejo frecuentador de mozas, o de la vieja que no ha renunciado a seducir. En el mismo De Senectute hay al respecto pasajes contradictorios; de ahí la cautela sobre si (pese a su singularidad) el libro constituye realmente un elogio de la vejez.
 

Se trata en todo caso de una obra brillantísima en lo literario y audaz en la argumentación, que puede ser abordada desde muchas perspectivas, tal como es efectivamente el caso de la edición que tengo en mente (Marco Tulio Cicerón De Senectute, Triacastella Madrid, 2001), que a un estudio filológico-historiográfico añade un segundo estudio desde el punto de vista médico y un tercero antropológico-cultural. El protagonista principal del De Senectute es Catón el Viejo, al que se atribuyen ochenta y cuatro años y que tiene como interlocutores a dos jóvenes: Publio Escipión Emiliano (conquistador de Numancia y de Cartago) y Lelio. Catón de ninguna manera encarna una senectud decrépita sino todo lo contrario, hasta el punto de que los jóvenes Publio y Lelio quedan estupefactos por su brillantez y acuidad de espíritu.

Pues bien:
Mi amigo el psiquiatra Federico Menéndez Osorio me remite un escrito firmado por El Doctor Javier Peteiro Cartelle titulado "La pulsión de muerte como dejación de funciones", que encabeza precisamente con una cita del De senectute de Cicerón: "Así, el breve tramo de vida que les queda a los ancianos, ni deben ansiarlo con avidez ni abandonarlo sin razón".

Como el lector puede imaginar el doctor Peteiro Cartelle aborda el tema, aquí esbozado en la última columna, de la dimensión brutal que alcanza el corte horizontal en el ciclo de las generaciones, en los casos en que la farisaica expresiones relativas al "respeto a nuestros mayores", conciernen a los aparcados en residencias y geriátricos.

Lo que ello supone como síntoma de enfermedad para nuestra civilización se plasma con toda crueldad en una situación de emergencia, traduciéndose en el caso del coronavirus en una cantidad de víctimas sin proporción alguna con su peso en la población. El doctor Peteiro recuerda en su escrito la existencia de una ordenanza de la comunidad de Madrid que prohibía el ingreso en hospitales a ancianos confinados. Y como dice muy bien, si el titular periodístico era duro ("No se permite ingresar pacientes de residencias al hospital"), la realidad a la que remitía lo era mucho más:
"El Covid-19, seleccionada entre las demás patologías como única enfermedad a atender (…) resucita al Darwin peor interpretado, en un estilo que, si no es nazi, aparenta serlo. Los viejos "con patologías previas" (cuántas veces se dijo eso a primeros de marzo) son eliminados del modo más natural, por una enfermedad que hace estragos en unas condiciones de vida que distan de poderse llamar así".

Pero mi pregunta es ¿Y aquellos no afectados por la enfermedad o que consiguieron salir de ella? El doctor Peteiro Cartelle cierra su crónica con este párrafo estremecedor:
"Qué buena labor la de muchos geriátricos, con una clasificación ordenada de válidos, semi-válidos y los que ya están totalmente gagás, pero que pagarán (ellos u otros), si aquéllos son privados, en orden directamente proporcional al grado de dependencia. Y si alguien con más de sesenta años es ingresado ahí, por consciente y activo que se crea, será conducido a la cama a "su hora", aunque sea verano y el sol luzca brillante en lo alto. Se le privará de vino, que es malo para su hígado; se le mandará, aunque sea sabio, ir a una sala a construir puzles o castillos para prevenir así la demencia; también se promoverá su socialización con otros practicando ejercicios "gimnásticos" colectivos, incluyendo el divertidísimo de tirarse un gran balón entre unos y otros. En el mejor de los casos, quizá se le permita jugar al parchís. Es maravilloso".

 

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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